viernes, 28 de mayo de 2010

La leccion del Bicentenario






La lección del Bicentenario

  Desafiando a los pronosticadores del caos y el desánimo, una multitud sentó las bases de la Argentina que viene. Los dirigentes políticos, económicos y sociales recogen el reto.
 
La fiesta del Bicentenario.
Por Ricardo Forster

Cada generación se enfrenta, en algún momento de su travesía por la vida y por la historia, con la posibilidad o la necesidad de reinterpretar el pasado de acuerdo con sus propias vicisitudes, sus propios prejuicios y sus propias emociones y reflexiones. La historia no es un objeto muerto, una pieza de museo que permanece siempre igual a sí misma. Cada época la toma en sus manos y la resignifica, vuelve a escribir sobre sus páginas aquello que parecía clausurado. Interpretar es modificar la trama de lo acontecido desde las perspectivas incitadoras del presente pero es también descubrir y reconocer que el pasado es un territorio de conflictos no resueltos, de una actualidad que sigue dirimiendo en su interior aquello que permanece abierto. Somos, qué duda cabe, los sueños y las pesadillas, las apuestas esperanzadoras y las hondas frustraciones de lo que ha dejado marca en nuestros cuerpos y en nuestra memoria como pueblo.

Lo acontecido estos últimos días, el fervor increíble de millones de argentinos que se lanzaron con alegría y serenidad a festejar el Bicentenario, el amasijo de símbolos culturales y de expresiones artísticas que se entramaron para darle forma a la historia de estos 200 años mostrando poderosamente de qué modo los lenguajes del arte y de la cultura hacen centro en lo más profundo y afectivo de una sociedad sin eludir sus zonas oscuras, esas noches de una historia que también cuentan a la hora de hacer un balance como nación. Pero que también liberan la fiesta, el bullicio, el baile al ritmo de la murga, ese que nos recondujo a los días de la recuperación democrática del ’83, como recordándonos de dónde veníamos y hacia dónde queríamos ir. Todo estuvo allí: las madres en su eterna ronda de memoria y justicia; los pueblos originarios señalando una deuda que permanece impaga; las luchas obreras atravesadas por la pasión de los ideales; los sueños de millones de inmigrantes de llegar a una tierra pródiga y, seguramente, también la frustración de muchos al no poder alcanzarlos; la vanguardia artística entrelazada con los íconos de la industria nacional representada por el Siam Di Tella; la memoria de Malvinas, de la muerte absurda de cientos de jóvenes, la vileza y la desilusión en la curva final de la peor dictadura de nuestra historia; los golpes y la democracia junto con el éxodo jujeño y la gesta independentista, esa misma que volvió a colocar el destino latinoamericano y sureño de la Argentina diferenciando este Bicentenario de aquellos otros festejos del primer centenario en el que la invitada de honor fue la infanta Isabel y Europa era el faro que orientaba el imaginario de una Argentina opulenta y restringida. Lenguajes del arte para intentar decir lo difícil de ser dicho, para construir una extraña empatía con las multitudes que se derramaban a su alrededor festejando y emocionándose ante una recreación particular, como no podía ser de otro modo, de las vicisitudes argentinas de estos 200 años.

Días de multitudes abigarradas en las que las profecías de diluvios de violencia e inseguridad se transformaron en entusiasmo y festejo. Días para correr algunos velos que enturbiaban la visión de nuestra sociedad y que posibilitaron, en vivo y en directo, sin armados ni montajes televisivos siempre disponibles para retratar la supuesta territorialidad del horror y de la crispación, comprobar que lo popular está allí, que permanece a la espera de esas señales de la historia para salir a decir lo suyo. Que esas multitudes, que nos recuerdan nuestro fondo aluvional, se desplazan desplazando la actualidad hacia nuevas y todavía impensadas situaciones, como diciéndonos que lo ocultado, lo silenciado y lo ninguneado por las retóricas del establishment comunicacional, que esas mismas masas oscuras, los negros eternos de nuestra historia, los que sólo se mueven, eso no se cansan de repetir por todos los medios a su disposición, por el choripán y la dádiva, estuvieron allí para reencontrarse con lo que les pertenece, con el espacio público, con esas calles y plazas de un país que muchas veces los ha negado y reprimido o los ha transformado en el símbolo del peligro o de la violencia.

Una extraña e inusitada serenidad festiva reinó durante cuatro días mientras una alegría por la patria de la infancia parecía recorrer el ánimo de la gente-pueblo. Y escribo “patria de la infancia” para diferenciarla de esa otra “patria” envilecida y rapiñada por los falsos patrioterismos, de esos que supimos conocer tan bien en el pasado. Asocio infancia y patria porque tiene que ver con los afectos, con los arraigos, con aquellos símbolos que nos retrotraen a patios escolares, a imágenes guardadas en el fondo de la memoria, al barrio, a una tierra que es la nuestra, a los sueños y a los juegos. Esa patria regresó en estos días, se desplazó entre la multitud, se despertó de su letargo o de esos usos espurios que los poderosos han venido haciendo de eso entrañable que pertenece a nuestros recuerdos. Infancia y patria, pero también alegría y nostalgia en una danza de emociones compartidas.

Ventitres diario. 27de mayo 2010

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