Vélez fue una convocatoria a la unidad de los jóvenes y un fuerte llamado a la institucionalización del proceso kirchnerista. La presidenta advirtió que los líderes no son eternos y que la juventud es la única heredera.
Hernán Brienza
El discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner significó la convocatoria a la unidad de los jóvenes y, al mismo tiempo, un fuerte llamado a la institucionalidad del proceso kirchnerista comenzado hace poco menos de nueve años. El viernes, en Vélez, sus palabras tuvieron un eco distante del célebre trasvasamiento generacional que siempre mantiene en vilo al movimiento nacional y popular, siempre tan sensible a las sucesiones políticas. La presidenta apeló a la perspectiva histórica para advertir a las más de 100 mil personas que escuchaban emocionadas sus palabras que los líderes no son eternos. Y que son los jóvenes los únicos herederos del kirchnerismo. También durante su alocución volvió sobre la reivindicación pública de todos los hechos producidos en esta clara cuarta etapa histórica del movimiento nacional y popular en la Argentina, tras el federalismo, el yrigoyenismo y el peronismo.
Se impone, tras el primer acto masivo exclusivamente kirchnerista –es decir sin convocatoria de la CGT ni del PJ orgánico, sino solamente de agrupaciones nacidas al calor de esta nueva etapa– una revisión de la naturaleza y perspectiva del proceso originado en el ámbito nacional el 25 de mayo de 2003. Incluso la elección de la fecha de la convocatoria, el 27 de abril en vez del 11 de marzo, posee un llamado fundacional y fundante: debía tratarse de un día que ya no estuviera significado por el peronismo histórico, porque lo que se buscaba era diferenciar claramente que se trataba de otra cosa, que era una continuidad pero que debía tener sus símbolos, sus calendarios y sus imágenes propias.
Mucho se ha hablado de la fecha de nacimiento del kirchnerismo. Mientras el convencionalismo de los candelarios lo sitúa en aquel vibrante discurso de asunción de Néstor Kirchner en mayo de 2003, otros –Roberto Caballero, el director de Tiempo Argentino, por ejemplo– sostienen que nació el 27 de octubre de 2010, la fecha en que murió el ex presidente y la gente se volcó masivamente a la calle a llorar a su líder y conductor. En mi opinión personal, me es muy difícil poner una fecha fundacional. Más bien creo que se trata de una actitud. El kirchnerismo se constituyó como tal alrededor de la noche del 29 de junio de 2009, tras la derrota electoral de las legislativas. Es decir, en el momento en que le demostró a la sociedad su verdadera naturaleza.
Esos meses posteriores a la derrota tuvieron su simbología literaria. El kirchnerismo, con su batería de leyes transformadoras –Aerolíneas, AFJP, AUH, entre otras– se pareció a esa noche luminosa de la literatura argentina en que Martín Fierro se batía a muerte, en clara desventaja numérica, con los milicos de la partida. Néstor y Cristina, en ese segundo semestre del 2009, combatieron como valientes frente a todo el sistema político, económico y mediático –los partidos políticos, la Sociedad Rural, Clarín y La Nación– para morir con las botas puestas. Ese gesto de entereza personal puso a gran parte de la sociedad que miraba con buenos ojos lo que el matrimonio había hecho hasta allí en una disyuntiva existencial como al Sargento Cruz: ¿debía dejar que se matara así a un par de valientes?
La respuesta contundente se escuchó por primera vez en el Bicentenario. El pueblo –metáfora inversa del Sargento Cruz– no iba a permitir que se matara a los valientes.
El kirchnerismo es eso. O al menos esa es su naturaleza constitutiva. Lo demás es administración. Como podría decir Evita: el kirchnerismo será transformador o no será nada. Por eso su lema es “Nunca Menos”. Y conviene tomar nota que cuando más cambios introduce en la sociedad, más legitimidad alcanza en las filas propias y ajenas. La estatización de YPF lo demuestra taxativamente. Alcanzó niveles de popularidad nunca antes registrados desde la instauración democrática en 1983, comparados quizás a la decisión de juzgar a la Juntas Militares por Raúl Alfonsín.
Respecto de YPF, hay dos datos importantes. El primero es tratar de confirmar si este tercer mandato kirchnerista es institucionalizador y al mismo tiempo reestructurador del andamiaje económico, político y social –la Carta Orgánica del Banco Central, la reforma del Código Civil, ¿la reforma constitucional?– de nuestro país. Y el segundo es determinar que la estatización de la petrolera fue un empujón fundamental en la autoestima nacional de los argentinos y argentinas, que se relaciona, una vez más, con ese “Argentinazo Cultural”, como lo definió Jorge Coscia, que fue el Bicentenario. Porque aquellas jornadas de Mayo de 2010 fueron justamente el paroxismo del orgullo nacional de millones y millones de personas que demostraron sentirse a gusto –cosa no muchas veces vista– con su argentinidad. Con YPF pasa algo similar. Obviamente, su estatización responde a una medida de racionalidad económica y soberanía política, pero su carga emocional también la convierte en un hito histórico.
El kirchnerismo combina los tiempos serenos con procesos de transformaciones profundas. Los primeros sirven para extender su legitimidad hacia otros sectores de la sociedad que tienen otras identidades ideológicas. Los segundos para recordarles a los propios el por qué de su existencia política. Y también para recordárselo a los ajenos. Porque por ejemplo:
¿Qué pensarán tras la nacionalización de YPF aquellos hombres y mujeres que por distintas razones se alejaron del kirchnerismo?
¿Se puede seguir corriendo por izquierda a la presidenta sin cometer un papelón político?
¿Cómo explica ahora un dirigente obrero, un diputado justicialista histórico o incluso un personaje del viejo peronismo combativo que está en contra del gobierno que recuperó YPF para la mayoría de los argentinos? ¿No deberían rever públicamente sus posiciones?
¿Cuán patético queda hoy Pablo Micheli –quien al final de cuentas no pudo siquiera garantizar elecciones democráticas en su propia CTA– amenazando con paros, movilizaciones, cortes de calles al gobierno más progresista de los últimos 60 años?
¿Cuán mezquinos quedan los dirigentes de partidos minoritarios que en nombre de principios maximalistas tronchan las principales avenidas de la ciudad tomando de rehenes a millones de trabajadores ,exigiendo mejoras laborales de 87 pesos con 52 centavos?
¿Por qué la CGT no estuvo presente –y la pregunta es dolorosísima– en el acto de mayor convocatoria del movimiento nacional y popular de apoyo al gobierno que nacionalizó YPF?
El acto del viernes abrió muchísimas preguntas pero también tuvo un significado cierto. El kirchnerismo organizado –sumado a los adherentes espontáneos– no necesita de nadie para movilizar a miles de personas y llenar las calles. Es necesario. Posiblemente no sea suficiente para tiempos duros. Pero alcanza y sobra para los tiempos que corren.
Por último, Cristina Fernández, la mujer que la historia se encargará de reconocer en toda su dimensión, aseguró que los jóvenes “son los custodios del legado histórico”. Perdonen que concluya esta nota con un dejo un tanto melancólico, pero sus palabras me trajeron una música de lejos. Me recordó a aquellas viejas palabras peronistas de “mi único heredero es el pueblo”. Debe ser que estoy un poco viejo ya. Por lo pronto, lo cierto es que, hoy por hoy, Cristina es para miles y miles de jóvenes “la única heroína en este lío”.
TIEMPO ARGENTINO
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