jueves, 8 de noviembre de 2012

Los usos de la protesta



Alcances e implicancias de la manifestación convocada hoy




Caceroleo y golpismo


Por Roberto Follari*


No todos los caceroleros son golpistas, afortunadamente. Pero todos son usados por el golpismo. Veamos, si no, la estrategia planteada por Gene Sharp, estratega del “golpe de Estado blando” (estilo Paraguay u Honduras) y muy probable agente de la CIA. El define diversos “momentos”, crecientes en intensidad, de esa estrategia para voltear gobiernos democráticos. Transcribamos sus puntos principales, que cualquiera encuentra por Internet.
Primera etapa: ablandamiento (empleando la guerra de cuarta generación). Encabalgamiento de los conflictos y promoción del descontento. Promoción de factores de malestar, como desabastecimiento, criminalidad, inseguridad, manipulación del dólar, paro patronal y otros. Denuncias de corrupción, promoción de intrigas sectarias y fractura de la unidad.
Como se ve, todo esto está practicándose en la Argentina, muy obviamente viabilizado por algunos grandes medios de comunicación.
Segunda etapa: deslegitimación. Manipulación de los prejuicios anticomunistas o antipopulistas. Impulso de campañas publicitarias en defensa de la libertad de prensa, derechos humanos, libertades públicas.
Esto lo vemos diariamente en frases como “vamos a ser como Cuba” o “como Venezuela”, y en cómo se declara con total libertad que estaríamos en una supuesta situación de falta de libertad.
Tercera etapa: calentamiento de la calle. Generación de todo tipo de protestas, exponenciando fallas y errores gubernamentales. Organización de manifestaciones, trancas y tomas de instituciones públicas que radicalicen la confrontación.
Cuarta etapa: combinación de diversas formas de lucha. Desarrollo de operaciones de guerra psicológica y acciones armadas para justificar medidas represivas y crear un clima de ingobernabilidad. Impulso de rumores entre fuerzas militares y tratar de desmoralizar los organismos de seguridad.
Quinta etapa: fractura institucional. Sobre la base de las acciones callejeras, tomas de instituciones y pronunciamientos militares, se obliga a la renuncia del presidente. En caso de fracasos, se mantiene la presión en la calle y se migra hacia la resistencia armada. Preparación del terreno para una intervención militar o el desa-rrollo de una guerra civil prolongada.
Nada menos que a todo esto se está empujando al país. Y se lo hace bajo lo que León Gieco llamó “la pobre inocencia de la gente”. Porque es cierto que algunos que cacerolean estarán dispuestos a estos niveles de ataque, a liquidar las instituciones y llegar a enormes enfrentamientos en nombre de tirar abajo como sea al gobierno actual; pero ciertamente habrá una mayoría que no. La mayoría es inconsciente de que están siendo llevados por expertos en guerra psicológica a hacer exactamente lo que allá en el Norte los estrategas quieren que ellos hagan.
No se puede convencer de los logros del Gobierno a quienes no pueden verlos por prejuicios ideológicos. Por más que se muestre un presupuesto educativo multiplicado casi por tres, la entrega de computadoras para todos los niños y jóvenes escolarizados, las jubilaciones que han llegado a mucha más gente, los niveles de consumo y gozo de vacaciones para las clases medias como pocas veces se ha visto. Por más que se haya sancionado una ley de salud mental que es ejemplar, que se cuente con beneficios para discapacitados que existen desde hace más de cinco años, con una excepcional negociación de la deuda externa que frenó nuestra –antes– vertiginosa caída económica.
Ninguna razón convence a los que creen, desde su lugar de inscripción ideológica, que ayudar a los de abajo es “darles mis impuestos a los vagos”, que no reprimir la protesta social –claro, no la de ellos mismos sino la de los piqueteros– es demagogia y falta de control. Imposible que asuman que evitar la salida de dólares no es un atentado a la libertad, y que una dictadura jamás permitiría los derechos y garantías que hoy se ejercen.
Que hay problemas, los hay, los hay en cualquier país y en cualquier situación humana. Que el Gobierno podría comunicar mejor sus decisiones, por ejemplo, es evidente. Que debe intensificarse la lucha contra la inseguridad, es cierto. Que se pudo subir un tiempo antes el mínimo imponible sobre las ganancias, es verdad.
Pero la pretensión de que estamos en el peor de los mundos es absurda cuando tenemos estabilidad, se cobran salarios en dinero y a tiempo, se consume considerablemente por sectores medios y altos, se tiene una política exterior vigente y destacada, se negocia los sueldos en paritarias, se cuenta con una institucionalidad firme, se han mantenido niveles de crecimiento de los más altos a nivel mundial.
Por ello, está claro que hay profesionales de la guerra psicológica agitando el descontento. Su meta es la liquidación de la democracia en el país, como se ha hecho en Paraguay, y se ha intentado –hasta ahora sin éxito, pero con fuertes intentonas– en Bolivia o Ecuador.
Si este intento golpista tuviera éxito, lo que viene después no es difícil de adivinar. Revancha, país enfrentado de manera definitiva, espiral de violencia. Todos podrán recordar que el año 1955 no fue el tranquilo final que los enemigos del peronismo quisieron, sino el inicio de una crisis que atrasó al país –enfrentado en luchas intestinas– por casi veinte años.
Ojalá aprendamos. Que el cacerolazo se ponga a la altura de una protesta legítima y no al servicio de una operación golpista que algunos estrategas de la guerra ideológica manejan desde lejos.
* Doctor en Filosofía; profesor de la Universidad Nacional de Cuyo.
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