El hombre que supo indignarse
Las consignas de Hessel calaron hondo en millones de ciudadanos europeos, especialmente en los movimientos de protesta en España y Grecia. “La dictadura internacional de los mercados financieros amenaza la paz y la democracia”, dijo y convenció.
Por Silvina Friera
En 1939, Hessel fue apresado por los nazis, pero lograría escapar para reunirse con Charles de Gaulle en Londres.
El optimista irredento –recitador insigne de poemas de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Goethe– tuvo una vida de novela. La muerte intentó hincarle el diente tres veces, pero salió indemne. La buena estrella estaba de su lado. Lo que podría tildarse de milagro, para él tenía otra traducción: se definía como un hombre “sumamente afortunado”. Hace muchas vidas, cuando era un niño alemán que aún no sabía que le gustaría repetir que había nacido el año de la revolución soviética y que en un futuro cercano adoptaría la nacionalidad francesa, cada vez que miraba el cielo no atisbaba en el horizonte que sería testigo del horror en tres campos de exterminio. Si Stéphane Hessel pudo escribir ¡Indígnese!, un librito de escasas 32 páginas que se convirtió en la Biblia de los indignados españoles y encendió la mecha de un movimiento mundial de contestación democrática y ciudadana, fue porque en el guión de esta historia escrita bajo el vértigo de la lucha contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial asumió el papel de un muerto, el de Michel Boitel, un francés que estaba enfermo de tifus en Bunchenwald. Hessel engrosaba la lista de presos a ejecutar por trabajar para la Resistencia. “Mis sentimientos son los de un hombre salvado en el último instante. ¡Qué alivio!”, se lee en sus memorias. Como Michel Boitel, fue trasladado a Rottleberode. Logró fugarse por unas horas. Lo atraparon otra vez y fue a parar a Dora-Mittelbau, donde desnudó cadáveres a cambio de dos rodajas de salchichón. Saltó del tren en marcha hacia Berger-Belsen y se sumó a las tropas estadounidenses con las que llegó a París, en mayo del ’45. Vivió para contar, escribir y activar conciencias anestesiadas hasta el martes por la noche, cuando murió en París, a los 95 años.
“No me quitarán de la cabeza la idea de que la humanidad, al menos en su parte occidental, está en vísperas de un nuevo salto cualitativo, a la vez científico y moral. Y que la crisis moral y política que estamos atravesando no es ajena a ello. Sólo el miedo a lo desconocido, el temor al cambio, las reticencias a abrazar ‘lo que está al llegar’, por hablar como Heidegger, nos mantienen todavía en una negación conservadora y pusilánime”, afirmó Hessel en Mi baile con el siglo, sus memorias publicadas en Francia antes del fenómeno que desató con ¡Indígnese!, un panfleto que continúa animando las revueltas y que lleva vendidos más de cuatro millones de ejemplares, en más de cien países, desde su lanzamiento en octubre de 2010. El libro apareció en el momento justo, captó una atmósfera de hartazgo, un clima de época. Las lenguas que le rinden pleitesía al sistema liberal pronto lanzaron sus dardos descalificadores contra “el abuelito Hessel”, el “Papá Noel de las buenas conciencias”. Dijeron, además, que esa obrita era un catálogo de banalidades y la impugnaron por su aparente simplismo y chatura filosófica. “¡Indígnese usted! Se supone que el primer mundo disfruta de una sociedad del bienestar basada en los valores democráticos y en la riqueza que generan algunas de las más productivas economías del planeta. Y, sin embargo, algo va mal. En Francia, país tradicionalmente modélico en cuestión de libertades, cooperación internacional y logros sociales, se desprecia al débil y se exalta el culto al dinero”, denunciaba en las páginas iniciales de lo que rápidamente se transformaría en una suerte de guía acelerada para la indignación mundial.Las consignas de Hessel calaron hondo en millones de ciudadanos europeos, especialmente en España y en Grecia. “La dictadura internacional de los mercados financieros amenaza la paz y la democracia”, advertía el agitador y posteriormente invocaba a “una insurrección pacífica contra el consumo masivo, el desprecio por los débiles y la competencia de todos contra todos”. A veces basta un puñado de palabras sencillas y elocuentes, sin demasiados afeites teóricos, para que hombres y mujeres se manifiesten en las calles contra los recortes sociales y la tiranía especulativa de los mercados. “El poder del dinero, que tanto combatimos, nunca fue más insolente y egoísta. Hago un llamamiento a los ciudadanos a asumir la responsabilidad por las cosas que no funcionan en nuestra sociedad. Deseo que cada uno de ustedes encuentre un motivo por el que indignarse con el sistema”, señaló en otro fragmento de su proclama, publicada por una pequeña editorial de Montpellier, en el sur de Francia, sin apenas promoción mediática. “Hessel ha conquistado al lector occidental gracias a su innegable carisma personal y a su historia de héroe de guerra. Además, su mensaje resulta claro y conciso para un pueblo harto de las promesas de los políticos y cada vez más desengañado del liberalismo capitalista”, explicaba el diario Libération.
El material biográfico de Hessel es, literalmente, de película. Nació en Berlín en 1917, en el seno de una familia judía que se convirtió al luteranismo y que luego decidió instalarse en París, en 1925. Su padre, Franz Hessel, y su madre, Helen Grund –una mujer de vanguardia capaz “de escribir un ensayo, domar un caballo o conducir un automóvil”–, experimentaron un trío amoroso con el también escritor Henri-Pierre Roché, quien narró los vericuetos de esta trama por entonces insólita en una novela que muchos años después adaptaría el cineasta François Truffaut, Jules et Jim (1962), uno de los films más célebres del cine francés. La historia real no terminó en suicidio-homicidio, como en la película, sino en una simple separación. Hessel solía recordar que su padre se “apartó voluntariamente” ante la pasión vivida por los dos seres que más amaba en el mundo. En los años de entreguerras, Hessel aprendió a jugar al ajedrez con Duchamp, habitué de la casa familiar junto a Man Ray, Le Corbusier, Breton o Picasso. Nacionalizado francés en 1937, devino activista precoz siguiendo los cursos de Maurice Merleau-Ponty y leyendo a Jean-Paul Sartre. En 1939 fue apresado por los nazis, pero lograría escapar para reunirse con Charles de Gaulle en Londres. Al final de la guerra ingresó a la carrera diplomática, lo nombraron embajador en China y después secretario de la comisión que redactaría en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Jacques Chirac le entregó la Legión de Honor en 2006. El autor de ¡Indígnese! fue seguidor del socialista Pierre Mendès-France, apoyó a Michel Rocard en 1985, se presentó como independiente en las listas de Europa Ecología en 2010 y sostuvo a François Hollande en la campaña electoral de 2012.
El nonagenario que pulseó contra la apatía social entregó un último libro, No os rindáis, según informó Ramón Perelló, editor de Destino y responsable de la publicación de los libros de Hessel en España, que se publicará el próximo mes. Más allá de lo que será su testamento, hace tres años que flamean sus banderas-frases en el horizonte político: “No podemos aceptar este FMI incapaz de resolver el problema de la deuda”. “Cuando la legalidad democrática choca contra la legitimidad democrática es válido recurrir a la desobediencia civil.” “La excesiva presión de los mercados y el poder financiero han hecho que los gobiernos actúen de espaldas a su pueblo.” Se irritaba si le mencionaban a Fukuyama y “su torpe fantasma hegeliano de un final de la historia por la gracia de fórmulas mágicas bautizadas con el dulce nombre de ‘democracia liberal’”. Hessel, al contrario, postulaba que “ha llegado el momento de concebir la historia menos como un hilo tendido de un cabo al otro del tiempo, entre un origen incierto y un final escatológico, y más como una cinta serpenteante, enrollada en una espiral que recuerda la doble hélice de la vida”.
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