Falleció quien fuera un actor clave en las negociaciones entre los zapatistas y el gobierno de México
Samuel Ruiz, el obispo de los pobres
Como obispo de la diócesis de Chiapas saltó a la fama mundial en 1991 tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Su intervención impidió una masacre que habría lindado el genocidio.
Por Gerardo Albarrán de Alba
Página/12 En México Desde México, D.F.
“Yo vine para evangelizar a los indios, pero terminé evangelizado por ellos”, contó alguna vez Samuel Ruiz García, a quienes las comunidades lo llamaban “el obispo de los pobres y de los pueblos originarios”. Ayer murió y muchos lloran la ausencia de quien daba voz a los sin voz.
Tatik Samuel –como lo llamaban en las comunidades indígenas– habría sido objeto hoy de una celebración preparada desde hace meses en San Cristóbal de las Casas, al cumplirse 51 años de haber tomado posesión como obispo de la diócesis de Chiapas, de la que se retiró en noviembre de 1999, cuando cumplió 75 años. En lugar de ello, sus restos son velados desde anoche en la catedral de San Cristóbal, donde será sepultado mañana.
Inmerso en los debates teológicos y canónicos del Concilio Vaticano II y los subsecuentes concilios de Medellín, Puebla y Santo Domingo, Samuel Ruiz fue partícipe y promotor de la Teología de la Liberación y de la opción preferencial junto a los pobres que impuso en su diócesis desde 1975, en una época en la que primaban los golpes de Estado y las dictaduras militares en Latinoamérica. Pero fue a partir de su adhesión a la corriente de la antropología cultural que llegó al que sería el axioma de su pastoral: “la dualidad opresión-libertad y la propuesta de un propio ser cultural, culminando con la iglesia autóctona” que provocaba reacciones encontradas dentro y fuera de la Iglesia Católica, según el historiador mexicano Jean Meyer, quien alguna vez lo comparó con los obispos Helder Camara, de Brasil, y Arnulfo Romero, de El Salvador, “arraigados en la tradición y flexibles en la acción”, que reaccionaron “de manera complicada a situaciones complicadas”.
Pero no era marxista, como le achacaban sus detractores, ni de lejos. Católico tradicional y ortodoxo, Samuel Ruiz llegó a Chiapas en 1959 como obispo de la diócesis de San Cristóbal, apenas 12 años después de haber sido ordenado sacerdote al término de sus estudios de teología en la Universidad Gregoriana de Roma. La realidad lo abofeteó: algunas regiones de Chiapas vivían con estructuras sociales tan atrasadas que semejaban al Medioevo, y su alma quedó atribulada por el trato de los indios esclavos que se compraban y vendían como hatos de ovejas. Samuel Ruiz sustituyó a un Estado ausente y se convirtió en defensor de los pobres y procurador de los indios, promovió el respeto a la mujer y al niño, la toma de conciencia de los actores sociales y la “revolución de las expectativas crecientes”. En 1988 fundó el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, uno de los más importantes y reconocidos en el país hasta la fecha.
Figura central en la Conferencia Episcopal Latinoamericana y en Roma, saltó a la fama mundial en 1991 tras el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Su intervención impidió una masacre que habría lindado el genocidio, y se convirtió en un actor fundamental en las negociaciones de paz entre el EZLN y el gobierno mexicano al que le había declarado la guerra, aunque el propio Jean Meyer documentó la condena del Tatik Samuel a la lucha armada y su distanciamiento del mítico Subcomandante Marcos, que nunca hizo públicas. Pese a ello, en mayo de 1998, el entonces presidente Ernesto Zedillo acusó al obispo de encabezar la “pastoral de la división” y la “teología de la violencia”, debido a que el Tatik dedicó su vida a formar comunidades eclesiásticas de base en cada una de las poblaciones indígenas de Chiapas.
El papel conciliador de Samuel Ruiz propició que desde hace un par de años formara parte de una comisión de mediación entre otra guerrilla mexicana, el Ejército Popular Revolucionario (EPR), y el gobierno federal. En esta misma comisión participaba también el escritor Carlos Montemayor, fallecido el año pasado.
Samuel Ruiz vivía desde hace varios años en Querétaro, 200 kilómetros al norte de la capital del país, aunque realizaba visitas esporádicas a la diócesis de la que fue nombrado obispo emérito. La distancia que mantuvo obedecía a su intención de no obstruir la labor de su sucesor, pero sus 40 años de labor en ese estado del sureste mexicano dejó una impronta que el nuevo obispo Felipe Arizmendi no pudo alterar, particularmente lo que el propio Tatik llamaba “la autonomía participativa” de clero y laicos, a riesgo de provocar “una verdadera sangría”, como advirtió en su momento el historiador Jean Meyer.
Como obispo de la diócesis de Chiapas, Samuel Ruiz desarrolló una intensa acción a través del Comité de Solidaridad con los pueblos de América latina, iniciando viajes a diversos países, con grupos, y movimientos sociales cristianos y no cristianos. Una de sus intervenciones más conocidas fue en favor de los miles de guatemaltecos que huyeron hacia México a fines de los ’90 y principios de los ’80 para evitar ser masacrados por el ejército de aquel país y sus escuadrones de la muerte, conocidos como kaibiles.
Su activismo venía de antiguo. En agosto de 1976, apenas unos días después del asesinato del obispo de la Rioja, monseñor Enrique Angelelli, por la dictadura militar argentina, participa en el Encuentro de Obispos Latinoamericanos celebrado en Riobamba, Ecuador, y es detenido por la dictadura militar de ese país junto con otros 20 obispos, sacerdotes, teólogos y asesores, entre quienes se encontraba Adolfo Pérez Esquivel. Veinticinco años después de ese episodio, el hoy Nobel de la Paz argentino presentó la candidatura del obispo mexicano al mismo premio.
El 16 de septiembre de 2001, en coincidencia con un aniversario de la independencia de México, Pérez Esquivel ofreció un discurso laudatorio sobre Samuel Ruiz en el Centro de Derechos Humanos de Nuremberg, que le otorgó ese año su Premio Internacional de Derechos Humanos, uno de los tantos que recibió el obispo emérito de Chiapas.
Pérez Esquivel dijo entonces que Samuel Ruiz era una de las “voces proféticas que anuncian y denuncian la situación de violencia e injusticias que vive la mayoría de los pueblos latinoamericanos. Son las voces de los desposeídos, los sin voz que van recuperando su protagonismo histórico, el sentido de vida, de dignidad y esperanza en que es posible construir un mundo más justo y humano para todos”.
Tatik Samuel –como lo llamaban en las comunidades indígenas– habría sido objeto hoy de una celebración preparada desde hace meses en San Cristóbal de las Casas, al cumplirse 51 años de haber tomado posesión como obispo de la diócesis de Chiapas, de la que se retiró en noviembre de 1999, cuando cumplió 75 años. En lugar de ello, sus restos son velados desde anoche en la catedral de San Cristóbal, donde será sepultado mañana.
Inmerso en los debates teológicos y canónicos del Concilio Vaticano II y los subsecuentes concilios de Medellín, Puebla y Santo Domingo, Samuel Ruiz fue partícipe y promotor de la Teología de la Liberación y de la opción preferencial junto a los pobres que impuso en su diócesis desde 1975, en una época en la que primaban los golpes de Estado y las dictaduras militares en Latinoamérica. Pero fue a partir de su adhesión a la corriente de la antropología cultural que llegó al que sería el axioma de su pastoral: “la dualidad opresión-libertad y la propuesta de un propio ser cultural, culminando con la iglesia autóctona” que provocaba reacciones encontradas dentro y fuera de la Iglesia Católica, según el historiador mexicano Jean Meyer, quien alguna vez lo comparó con los obispos Helder Camara, de Brasil, y Arnulfo Romero, de El Salvador, “arraigados en la tradición y flexibles en la acción”, que reaccionaron “de manera complicada a situaciones complicadas”.
Pero no era marxista, como le achacaban sus detractores, ni de lejos. Católico tradicional y ortodoxo, Samuel Ruiz llegó a Chiapas en 1959 como obispo de la diócesis de San Cristóbal, apenas 12 años después de haber sido ordenado sacerdote al término de sus estudios de teología en la Universidad Gregoriana de Roma. La realidad lo abofeteó: algunas regiones de Chiapas vivían con estructuras sociales tan atrasadas que semejaban al Medioevo, y su alma quedó atribulada por el trato de los indios esclavos que se compraban y vendían como hatos de ovejas. Samuel Ruiz sustituyó a un Estado ausente y se convirtió en defensor de los pobres y procurador de los indios, promovió el respeto a la mujer y al niño, la toma de conciencia de los actores sociales y la “revolución de las expectativas crecientes”. En 1988 fundó el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, uno de los más importantes y reconocidos en el país hasta la fecha.
Figura central en la Conferencia Episcopal Latinoamericana y en Roma, saltó a la fama mundial en 1991 tras el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Su intervención impidió una masacre que habría lindado el genocidio, y se convirtió en un actor fundamental en las negociaciones de paz entre el EZLN y el gobierno mexicano al que le había declarado la guerra, aunque el propio Jean Meyer documentó la condena del Tatik Samuel a la lucha armada y su distanciamiento del mítico Subcomandante Marcos, que nunca hizo públicas. Pese a ello, en mayo de 1998, el entonces presidente Ernesto Zedillo acusó al obispo de encabezar la “pastoral de la división” y la “teología de la violencia”, debido a que el Tatik dedicó su vida a formar comunidades eclesiásticas de base en cada una de las poblaciones indígenas de Chiapas.
El papel conciliador de Samuel Ruiz propició que desde hace un par de años formara parte de una comisión de mediación entre otra guerrilla mexicana, el Ejército Popular Revolucionario (EPR), y el gobierno federal. En esta misma comisión participaba también el escritor Carlos Montemayor, fallecido el año pasado.
Samuel Ruiz vivía desde hace varios años en Querétaro, 200 kilómetros al norte de la capital del país, aunque realizaba visitas esporádicas a la diócesis de la que fue nombrado obispo emérito. La distancia que mantuvo obedecía a su intención de no obstruir la labor de su sucesor, pero sus 40 años de labor en ese estado del sureste mexicano dejó una impronta que el nuevo obispo Felipe Arizmendi no pudo alterar, particularmente lo que el propio Tatik llamaba “la autonomía participativa” de clero y laicos, a riesgo de provocar “una verdadera sangría”, como advirtió en su momento el historiador Jean Meyer.
Como obispo de la diócesis de Chiapas, Samuel Ruiz desarrolló una intensa acción a través del Comité de Solidaridad con los pueblos de América latina, iniciando viajes a diversos países, con grupos, y movimientos sociales cristianos y no cristianos. Una de sus intervenciones más conocidas fue en favor de los miles de guatemaltecos que huyeron hacia México a fines de los ’90 y principios de los ’80 para evitar ser masacrados por el ejército de aquel país y sus escuadrones de la muerte, conocidos como kaibiles.
Su activismo venía de antiguo. En agosto de 1976, apenas unos días después del asesinato del obispo de la Rioja, monseñor Enrique Angelelli, por la dictadura militar argentina, participa en el Encuentro de Obispos Latinoamericanos celebrado en Riobamba, Ecuador, y es detenido por la dictadura militar de ese país junto con otros 20 obispos, sacerdotes, teólogos y asesores, entre quienes se encontraba Adolfo Pérez Esquivel. Veinticinco años después de ese episodio, el hoy Nobel de la Paz argentino presentó la candidatura del obispo mexicano al mismo premio.
El 16 de septiembre de 2001, en coincidencia con un aniversario de la independencia de México, Pérez Esquivel ofreció un discurso laudatorio sobre Samuel Ruiz en el Centro de Derechos Humanos de Nuremberg, que le otorgó ese año su Premio Internacional de Derechos Humanos, uno de los tantos que recibió el obispo emérito de Chiapas.
Pérez Esquivel dijo entonces que Samuel Ruiz era una de las “voces proféticas que anuncian y denuncian la situación de violencia e injusticias que vive la mayoría de los pueblos latinoamericanos. Son las voces de los desposeídos, los sin voz que van recuperando su protagonismo histórico, el sentido de vida, de dignidad y esperanza en que es posible construir un mundo más justo y humano para todos”.
Página12.
No hay comentarios:
Publicar un comentario