Con los desaparecidos no
Por Adrián Murano
Periodista
El destino es así. Caprichoso, inmanejable. Aleccionador. El pasado martes 9 de octubre, las Abuelas de Plaza de Mayo revelaron el hallazgo del nieto recuperado número 107. Pocas cosas exhiben con mayor crudeza la vigencia del daño perpetrado por la dictadura que esos chicos a los que les fue sustraída su identidad. Ellos son, al mismo tiempo, un ejemplo de lucha –la de Abuelas–, un símbolo de esperanza –para los que aún buscan a sus familiares– y un recordatorio potente del horror sufrido por 30 mil desaparecidos, entre los que estuvieron sus padres.
El destino hizo que, el mismo día, el periodista Jorge Lanata cometiera el disparate de equiparar su breve retención en el aeropuerto de Caracas con la desaparición forzada de personas. Dijo: “Nos rodearon, nos sacaron los documentos y nos metieron en un pozo. Lo que nos pasó no es muy distinto a lo que ocurrió con los 30 mil desaparecidos”.
Lanata, es obvio, tiene derecho a sentirse molesto por haber sufrido una retención policial que considera injusta. También, claro, puede especular como quiera sobre las motivaciones que habrían provocado una situación tan desagradable como innecesaria. Incluso puede, como lo hizo, utilizar el episodio para caracterizar como una “dictadura” al gobierno de Hugo Chávez, para publicitar sus programas y otros emprendimientos comerciales, para alimentar su ego, para fustigar al gobierno de CFK, para recobrar el centro de atención por unos días.
Lanata puede decir lo que se le cante, porque para eso nos ganamos, defendemos y gozamos el derecho a la libre expresión. El mismo derecho que nos permite decirle a Lanata, entonces, que es una canallada comparar su contratiempo aeroportuario con el horror padecido por las víctimas del terrorismo de Estado. Que su banalización serial de las desapariciones ofende a los familiares, distorsiona los hechos históricos y les da letra a quienes buscan la impunidad de los delitos de lesa humanidad relativizando la gravedad de esos crímenes. Que es miserable bastardear la lucha de los organismos de derechos humanos porque se “aburrió” (sic) del tema. Justo él, que en el pasado se sirvió de esa lucha para fundar y posicionar un diario.
Sólo Lanata sabe si el tedio lo invadió antes o después de firmar contrato con el –dignatario de la dictadura– Grupo Clarín. O fue producto de su creciente adicción al show. Poco importa el origen de sus palabras comparado con sus consecuencias: frivolizar el terrorismo de Estado es revictimizar a sus víctimas. Y no hay show en el mundo que justifique semejante atropello.
VEINTITRES
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