Libro en blanco
Por Luis Bruschtein
No confrontar, no definir. Con esa especie de pozo de aire o libro en blanco, Sergio Massa intentará mejorar su performance para llegar a la marca del 40 por ciento en octubre. Tiene a su favor el mejor resultado en las primarias bonaerenses, un antecedente que seguramente tentará a los votos que aún mantiene Francisco de Narváez, aunque también sea difícil mantenerse en ese limbo indefinido entre el Infierno y el Paraíso.
No confrontar, no definir. Es como un terreno pantanoso, lo contrario a una idea fuerza. Aparece como una maniobra que aspira a favorecerse de la fuerza de su oponente que, al definirse, confronta. “No me opongo porque no confronto”, sería el espíritu de esa maniobra. La esencia del mensaje es que no confronta, aunque eso implique que tampoco se defina. En esa línea de pensamiento supone que es mejor aún si no se define, porque así no hay nadie que piense distinto. La estrategia es redonda, si la puede sostener.Si se ha podido sostener ha sido en parte por errores del oficialismo, que demoró en instalar a su candidato y en parte por la andanada granmediática que intervino en las elecciones con una campaña de denuncias de corrupción con poca solidez judicial, pero con mucha repercusión pública.
La campaña granmediática fue ineficiente para deslucir los logros del oficialismo en el plano cultural, en lo social y en la economía. Intentó hacerlo de todas maneras, falseando estadísticas sobre pobreza o explotando situaciones puntuales, y tratando de generalizarlas o ganándose el rechazo masivo cuando quiso presentar como actos de corrupción los subsidios y la inversión en actividades culturales.
En ese plano fracasó. Pero no le fue mal con la difamación de miembros del gobierno. Mientras esas acusaciones públicas con linchamiento incluido no puedan apuntalarse con más pruebas, ni lleguen a ningún puerto en la Justicia, se quedan en la categoría de difamación como parte de una campaña política muy evidente que buscó debilitar al Gobierno.
Ni un solo candidato puso el eje en la crítica de las medidas sociales, culturales y económicas del Gobierno. Los sectores de derecha –incluido un Pino Solanas que dio un giro de 180 grados para buscar votos conservadores– hicieron campaña con el argumento de la corrupción que fue instalado por los grandes medios. La derecha se ha opuesto a las medidas socioeconómicas del Gobierno, pero no puede hacer campaña criticándolas porque espantaría votos. Ha dicho en campaña que este gobierno es el más corrupto de la historia. Desde esa mirada resulta que este gobierno, que cuando termine habrá dejado el cuerpo de leyes progresistas más importante de los últimos 60 años, sería a la vez el más corrupto. El silogismo es cantado: lo más progresista es lo más corrupto.
Hay estupideces que se escuchan como parte de ese sentido común pseudo ético, tales como “con la plata de la corrupción se terminan los problemas económicos”, o “Cristina se queda con toda la plata de la Anses”, o “se queda con toda la plata de las retenciones”. Muchos esconden su pensamiento de derecha detrás de este facilismo malicioso, pero otros han sido cooptados ingenuamente por esta andanada granmediática y conservadora. La única estrategia del gobierno en este tema ha sido esperar a que la Justicia se expida. Pero los jueces y fiscales son sometidos a una presión mediática feroz para que tomen medidas, aunque no tengan pruebas. Y cuando no toman medidas, son acusados de cómplices del oficialismo.
Es probable que en este gobierno, como en cualquier otro, haya funcionarios corruptos. El que roba, debe ir preso. Pero no se trata de eso. Lo que la derecha y la campaña granmediática quieren demostrar es que todo lo popular, lo nacional y lo progresista es corrupto o mucho más corrupto que cualquier opción de pensamiento serio y conservador o de falsos progresistas que siempre le están pidiendo perdón y permiso a la derecha. En los hechos, el Gobierno no ha tenido estrategias frente a esta ofensiva. La ha dejado crecer sin medidas que la neutralicen. Prefirió ignorarla sin desarrollar acciones o un discurso que se le oponga.
La candidatura de Massa se benefició de esa campaña, aunque no la utilizó. El tema de la corrupción no estuvo en el discurso electoral del intendente tigrense porque solamente puede formularse muy a la ofensiva, tiene que ser una diatriba confrontativa y violenta, como es el discurso de Elisa Carrió. El eje de Massa discurre más por la idea de la no confrontación.
Tampoco el discurso de Massa puso foco en la crítica a las políticas socioeconómicas que conforman el 90 por ciento de la obra de un gobierno. Massa asegura incluso que está de acuerdo con la gran mayoría de esas medidas. Su estrategia apunta a montarse en las críticas que se le hacen al Gobierno por otro flanco: la confrontación. Para llevar adelante esas políticas socioeconómicas que nadie critica, y con las que Massa dice acordar, el gobierno tuvo que confrontar. Es imposible estar de acuerdo con medidas progresivas y al mismo tiempo pretender que se puedan alcanzar sin confrontar con quienes siempre las han obstaculizado. Suena a engaño: el que no quiere confrontar, no está dispuesto a concretar ninguna medida progresiva, como le pasó al progresismo de la Alianza.
Entre la falsa moralina de la derecha y la no definición ni confrontación de Massa, a Cristina Kirchner le conviene politizar la campaña, porque nadie pone en tela de juicio la obra de su gobierno. Esa línea de campaña es más enriquecedora que las dos estrategias opositoras. En ese contexto, el discurso del Frente para la Victoria se planta en la gestión de gobierno, que no ha podido ser cuestionada por los candidatos opositores. El punto débil de esa estrategia es que, para mucha gente, los logros que se obtuvieron ya son tomados como derechos adquiridos. El problema es unir esos logros con la permanencia del gobierno. En ese marco, el kirchnerismo se ha planteado politizar el debate electoral porque es el terreno donde se mueve mejor.
Sin embargo, después del discurso del miércoles en Tecnópolis, la misma prensa corporativa prefirió sacar de contexto alguno de los ejemplos donde la Presidenta criticó las prácticas de desinformación. Es poco inteligente pensar que Cristina Kirchner quiera hacerle creer a la gente que es más importante haber ganado en la Antártida, o en el asentamiento La Primavera de los qom en Formosa, que en la provincia de Buenos Aires. Tendría que ser infradotada para pensar así y ya ha demostrado que es todo lo contrario. Esos medios prefirieron evitar los temas de fondo que planteó en el discurso. Y que tienen que ver con las medidas por las que han presionado grupos empresarios que, al no encontrar eco en el Gobierno, se ubicaron bajo el ala del massismo.
La prensa amarilla subestima a las personas. Tomar enfoques menores, como un supuesto malhumor presidencial, o cuestiones secundarias sacadas de contexto, para ignorar el intento de convertir la campaña en un debate más político, es una forma de desinformar. Usaron las críticas para reincidir en lo que se les criticó.
La Presidenta puso sobre la mesa algunos puntos, como una devaluación, como el endeudamiento externo o como el llamado cepo al dólar. Dio a entender que hay una presión sobre esos temas, más que nada en el entorno de Massa, donde se han alineado algunos empresarios y banqueros como José Ignacio de Mendiguren, Martín Redrado o Jorge Brito, el jefe del banco Macro.
La Unión Industrial, otros empresarios y la CGT de Caló se mostraron dispuestos a participar en el debate. Pero es difícil que lo hagan los políticos de la oposición que no están interesados en politizar una campaña en la que no les ha ido mal hasta ahora. Les va más o menos bien, aunque sigan sin encontrar el modo de construir una alternativa nacional, que es donde el kirchnerismo saca ventaja. Es difícil una construcción política en todo el país sin mostrar un proyecto político. El denuncismo sirve para destruir, pero no propone, y lo mismo el anticonfrontativismo. Tiene que haber una visión explícita de país enmarcada en un proyecto que sea abarcador.
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