Por Alfredo Zaiat
La palabra modelo genera confusión cuando se trata de analizar la política económica. El kirchnerismo la utiliza como una cualidad de su manejo de la coyuntura ante la adversidad de la crisis internacional o frente a los embates del establishment a través de los hombres dedicados al negocio de comercializar información económica. El pensamiento económico convencional ubica el concepto modelo en lo más alto del altar de la racionalidad, como si la economía fuera una sucesión de ecuaciones matemáticas sin que puedan afectarla factores sociales y políticos imprevistos, como sucede. Un modelo es estático y rígido, basado en supuestos arbitrarios para alcanzar objetivos determinados. Cualquier alteración de algunas de las variables prefijadas significaría una profanación a las bases del modelo. El neoliberalismo es apasionado de los modelos económicos, de planes cerrados ofrecidos al gobierno de turno, como lo hicieron la Fundación Mediterránea (Cavallo), el CEMA (Roque Fernández) o FIEL (López Murphy). Por eso la política económica del kirchnerismo no es un modelo. Es un proyecto político con objetivos económicos muy claros, que es bastante distinto a la definición de modelo, porque va lanzando iniciativas y definiendo medidas frente a urgencias con el horizonte de cumplirlos. Para no quedar enredados en debates circulares sobre modelos, ya después de más de nueve años de gobierno, sería más sencillo hablar de proyecto político de la economía kirchnerista.
Desde el inicio, con Néstor Kirchner, quedó claro que la economía estaría subordinada a la política, lo opuesto a la dinámica dominante de las experiencias de gobiernos anteriores. Los principales acontecimientos en materia económica que se desarrollaron a lo largo de estos años tienen la marca a fuego de esa definición de origen. Por eso no hay preaviso, planificación o previsibilidad en iniciativas fundamentales de la economía kirchnerista. Entre las principales, la cancelación de la deuda con el FMI, el fin de las AFJP, la Asignación Universal por Hijo, el pago de deuda con reservas, la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, las diferentes estatizaciones hasta la de YPF.La clave, antes y ahora, de la economía kirchnerista es bastante simple para relativizar cualquier sofisticación analítica o formalización técnica de un modelo económico: crecimiento del Consumo, público y privado, más creación de Empleos (C+E) para obtener legitimidad política y social para gobernar y, por lo tanto, gestionar la coyuntura en un ambiente hostil. El intervencionismo estatal se profundiza en función de cumplir con esos objetivos centrales. Todas esas iniciativas mencionadas, con impacto en cada una de las áreas de influencia y resistidas por sectores conservadores, fueron decididas para sostener el objetivo central C+E. Es una obviedad, pero esas variables implican inclusión social, puja distributiva, infraestructura pública, fortalecimiento de las estructuras gremiales, ampliación de la cobertura previsional y mejoras en las condiciones materiales de las mayorías.
El proyecto político de la economía kirchnerista no transita por un sendero sin obstáculos. Por el contrario, ese objetivo genera tensiones porque se despliega en una economía desequilibrada (competitividad del campo versus industria) y heterogénea (áreas de formalidad e informalidad productiva), características de países periféricos condicionados por la restricción externa, rasgos que aquí fueron profundizados durante el régimen de valorización financiera 1976-2001. Por eso mismo, el incremento del consumo sostenido en el tiempo como uno de los principales motores del crecimiento para generar empleo deriva en un aumento más que proporcional de las importaciones. En un estudio para la Cepal en el marco del proyecto “Crisis, recuperación y nuevos dilemas”, los economistas Carlos Bianco, Fernando Porta y Felipe Vismara calcularon que, a precios corrientes, el coeficiente de la elasticidad producto de las importaciones se ubica en 1,96. Es decir que las importaciones aumentan casi el doble de la variación positiva del crecimiento de la economía. Otros estudios estiman esa relación en un escalón superior. En el documento “Hacia la búsqueda de una estructura productiva equilibrada”, presentado en el último congreso de AEDA, Nahuel Guaita y Silvio Guaita definieron con una serie de cálculos econométricos que esa variable es 2,3.
Sin modificaciones sustanciales de esa estructura productiva, la economía kirchnerista se acercó a la histórica restricción externa, que no es otra cosa que la escasez de divisas por la evaporación del superávit comercial. El recorrido que adelantaba la balanza comercial energética para este año sumando la intensificación de la fuga de capitales a lo largo de 2011 provocó la reacción oficial. El Gobierno implementó el sistema de control de compra de dólares, limitaciones a las importaciones con planes de compensación con exportaciones y la recuperación de la petrolera nacional YPF, que pasó a control del Estado.
Estas medidas apuntaron a alejar la restricción externa con la meta de mantener el superávit comercial y de ese modo poder defender el objetivo C+E del proyecto político de la economía kirchnerista. Y se desplegaron cuando se había acercado peligrosamente la perturbadora restricción externa. Antes “no existió una política sustitutiva sustantiva entre 2002 y 2008 que haya tenido como objetivo fortalecer y robustecer la matriz productiva nacional, además de combatir la escasez de divisas”, señalan Nahuel y Silvio Guaita. Las iniciativas vinculadas con el dólar, YPF y las importaciones, a diferencia de otras como la AUH, el fin de las AFJP o el pago al FMI, tienen un período de maduración para alcanzar las metas más prolongado. La sustitución de importaciones como el cierre de la brecha del comercio exterior energético demanda un tiempo hasta obtener resultados, lo que genera un espacio de transición con incertidumbre y reacomodamiento en el funcionamiento diario de la economía. La opción de comprar dólares se ha convertido en un caso particular por la compulsión a la fuga de capitales de los grupos con excedentes de capital, comportamiento que se constituyó en una restricción adicional a la externa existente.
La propuesta para eludir la restricción externa por parte de la ortodoxia es el endeudamiento externo y la devaluación. Esta última opción es también la sugerida por un sector de la heterodoxia. Ambas alternativas fueron descartadas en la economía kirchnerista porque no aseguran defender el C+E, ni en el corto ni en el mediano plazo, además de afectar la sustentabilidad política del Gobierno por sus impactos negativos inmediatos en el frente sociolaboral.
Alejandro Robba, ex subsecretario de Coordinación Económica, explica que el Gobierno no eligió la devaluación porque hubiera disminuido el salario real, aumentado los precios y precipitado una recesión. Efectos que hubieran erosionado la base de la economía kirchnerista que, a la vez, enfrenta el desafío de mantener la competitividad del tipo de cambio. Esto último junto a la promoción de exportaciones y la sustitución de importaciones son tres instrumentos clave “que pueden implementarse conjuntamente para relajar la brecha externa y poder garantizar ondas largas de crecimiento sostenido”, afirman Nahuel y Silvio Guaita.
La economía kirchnerista colisiona entonces con los grupos de poder económico tradicionales porque, para sostener el C+E, está obligada a impulsar medidas que los perjudica en su conducta habitual de dolarizar ganancias a la espera de la devaluación. Cuando dolarizan sus excedentes de capital y los fugan, esos sectores se independizan del destino económico local, apostando a capturar una ganancia patrimonial adicional con crisis cíclicas gatilladas por devaluaciones. Por ese motivo presionaron, antes y después de las elecciones presidenciales, por un fuerte ajuste del tipo de cambio para así mejorar sustancialmente su poder adquisitivo doméstico con los dólares acumulados, como así también para disminuir el salario real.
La respuesta oficial fue frenar la venta de dólares, limitar importaciones, no devaluar ni endeudarse. Medidas que fueron ordenadas no como parte de un modelo de laboratorio, sino con el conocido sello de urgencia del proyecto político de la economía kirchnerista.
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