Por Aníbal Fernández *
“Quiero más una libertad peligrosa
que una servidumbre tranquila.”Mariano Moreno
Había de todo... de todos. Monárquicos tan monárquicos que no podían aceptar depender de un rey prisionero. Jóvenes nativos que no aguantaban ni un minuto más para encender la mecha de una revolución que, según ellos, se extendería a todo el continente (y muy errados no estaban). Mesurados que querían que “las brevas maduren” para hincarles el diente. Españoles que se sentían libertarios; americanos que pretendían perpetuar el régimen colonial...
Estaban todos: el coronel (era vendedor de ollas) Cornelio Saavedra, héroe de las Invasiones Inglesas, analizando si ése era “su” momento mientras su contrafigura, el teniente coronel Domingo French, aprestaba las armas y, junto a él, el “peligroso” Antonio Beruti. Mariano Moreno, jovencísimo y pasional, intentando jugar el papel del Robespierre americano, y el licenciado Manuel Belgrano, tan rubio como equilibrado, empujado hacia la revolución por su primo, Juan José Castelli, durísimo en las negociaciones. Juan José Paso, siempre mesurado, y Juan Larrea, haciendo equilibrio entre sus convicciones y sus negocios. Monteagudo al frente de los “chisperos”, “esa chusma armada”, según la definición de los chapetones... Y, para completar el cuadro, el virrey Cisneros, sordo como una tapia, vetando cualquier alternativa, rechazando cada propuesta y negándose a toda demanda.
Pasaba de todo. Cabildeos, reuniones, intrigas. Convocatoria de vecinos. Vigilia de armas cargadas. Y Beruti rompiendo la puerta de una mercería para hacerse de una pieza de cinta que pudiera ser usada para identificar a los partidarios. Porque no cualquiera iba a poder expresarse en aquella Plaza. No iban a permitir disensos ni provocaciones.
Tal como ya le había dicho Castelli a Cisneros, a los gritos (para que lo escuchara): “La cosa no tiene remedio”. Por eso había que evitar escaramuzas y choques. Las voces altisonantes de los que no entendían debían quedar afuera del coro. Algunos –la mayoría–, por decisión propia; otros, simplemente, porque los “chisperos” los habían frenado... por no tener “escarapelas”.
Hombres de mayo, con sus pasiones y sin paraguas (que no habría paraguas por estas tierras hasta muchos años más tarde). Las chaquetillas militares y las condecoraciones mezclándose con las levitas y las galeras; las inquinas y la lucha por el poder. La moderación chocando con la Revolución. Con los cruzados de la Revolución. Con los jacobinos. Con los que, finalmente, triunfan en aquella Primera Junta de Mayo, instalando un grito libertario que se extendería a toda América pero, también, un sordo rencor que, acaso, haya alcanzado hasta estos días como una condenación... como un sino.
Jacobinos. Alguna vez, durante el gobierno de Néstor, se dijo de nosotros, de los que lo acompañábamos en aquel momento y en la actualidad, que éramos jacobinos1. No me ofendió entonces y, pensándolo bien, me honra en este momento.
Porque si ser jacobino es ser “amante de la república”, tener “apego a la ley, a la Constitución, a la unidad nacional”, buscar el poder “para garantizar la defensa de esa unidad”; poner en práctica “los principios enumerados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y sintetizados en el lema Libertad-Igualdad” y ampliar el papel del ciudadano, instándolo “a participar activamente en la vida política”; si ser un jacobino significa todo esto –como lo describe la página “El Espíritu de Mayo”2–, entonces, esa alusión que, seguramente, intentó ser una injuria o un agravio por parte de un crápula, se vuelve un blasón.
Y aunque, tal como lo explica Fernando Prieto, “el club jacobino nunca fue un grupo uniforme”3 (nosotros tampoco lo hemos sido... tal como les pasó a los hombres de Mayo, hemos sufrido algunas traiciones...), lo importante es que tenemos, como ellos, “la capacidad para sintonizar con las preocupaciones del pueblo” y la decisión de tomarnos “en serio la promoción de la felicidad común”4. Y trabajamos todos los días para que así sea.
“Igualdad, libertad y solidaridad” fueron las ideas que movieron a los que en mayo de 1810 hicieron la Patria y siguen siendo hoy esas mismas ideas las que nos mueven.
1 Grondona, Mariano: “El Kirchnerismo ha entrado en su fase jacobina”. Diario La Nación http://www.lanacion.com.ar/765800-el-kirchne rismo-ha-entrado-en-su-fase-jacobina
3 Prieto, Fernando: La Revolución Francesa. Ed. ITSMO. Colección La Historia en sus Textos http://www.akal.com/libros/La-Revolucion-francesa/9788470902024
4 Ib.
* Senador de la Nación. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.
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