Por Sandra Russo
“El hombre no busca la felicidad, busca el poder”, escribió Nietzsche y retomó el psicoanalista argentino Fernando Ulloa, en un texto que fue publicado esta semana en este diario, en la sección Psicología, y que forma parte de Salud eleMental, con toda la mar detrás, un libro póstumo que publicó Ediciones del Zorzal. Ulloa, que falleció en 2008 dejando una obra extensa y compleja, clínica y teórica, se metía en esa cita, y en su propia interpretación de las ideas nietzscheanas de poder y felicidad, buscando respuestas a algunos de los interrogantes que lo obsesionaron, como la contraposición entre la crueldad y la ternura tanto en términos subjetivos como políticos.
Fue una sorpresa leer ese texto, casi un entretenimiento en el mejor de los sentidos, un “tenerse entre un tiempo y otro” o, para usar uno de las nociones a las que introduce Ulloa, un “mientras tanto”. Su lectura permitía tomar un poco de aire en relación con temas que nos circundan, nos rodean, nos hacen hablar y pensar todo el día sobre lo mismo. Viene Ulloa y pregunta: ¿Qué es el poder? ¿Qué es la felicidad? ¿Qué hay detrás de lo que mueve a la acción a alguien? ¿Cómo se conecta cada uno con “la numerosidad social”, o lo que Ulloa llama “toda la mar detrás”?
Ulloa decía que el joven Nietzsche, que en los tiempos en que escribió su frase padecía una pena de amor, afirmó su idea del poder y trazó una propuesta para alcanzar la felicidad: la de vencer los obstáculos personales que le impiden a uno quererse a sí mismo. Ese hombre que no busca la felicidad sino el poder sobre sí, es entonces alguien que no puede ser feliz porque está más allá de él ser querido o rechazado. Busca, entonces, poderse: ser el soberano de su autoestima, el prójimo de sí mismo. Se trata de un poder “que no resulta opresivo ni para sí ni para el otro”.
Ulloa marca en Nietzsche algo que él interpreta: que ese “poder”, ya más específico, todavía personal, está vinculado con una voluntad de hacer y trascender, y con lo que Ulloa, en sus propias reflexiones sobre ese tipo de voluntad, identificó como un motor social, con algo colectivo que es capaz de generar un contrapoder, “un poder hacer en lo inmediato, más allá de lo que habitualmente se conoce como la toma de poder, algo por lo demás legítimo en política, cuando ésta acredita esa misma legalidad, es decir, cuando apunta a una organización social democrática que, además, sea cierta”.
En lo que sigue, en realidad sólo la primera parte de su texto, que más adelante avanza sobre el recurrente tema de Ulloa, el enigma de la crueldad –en el que ahondó en su trabajo con víctimas de la tortura–, el psicoanalista cruza esa idea de Nietzsche sobre el poder, con la idea de Aristóteles sobre la felicidad: que ella consiste “en el despliegue de todas las potencialidades del alma –hoy diríamos del sujeto– sin que aparezcan obstáculos”. Y advierte que ambos filósofos, para definir el poder y la felicidad, trabajaron con la misma palabra: obstáculos. El primero, afirmando que el poder es esa fuerza que derriba vallas psíquicas que le impiden a uno quererse a sí mismo, visto esto en la intimidad más honda del sujeto, en un plano casi prepolítico. El segundo, afirmando que la felicidad es un estado de diversificación de uno mismo en todas nuestras posibles versiones, sin que nada se les oponga ni les impida fluir.
Refiriéndose a esa “voluntad de hacer y trascender” que deviene en el motor de un contrapoder, Ulloa recuerda una anécdota que consignó un sociólogo que investigaba la pobreza, de la que él rescata la acepción que en ella tiene la expresión “mientras tanto”. El sociólogo hablaba de una mujer mapuche que vivía lejos de su comunidad, que hacía sus changas todo el día para mantener a sus hijos, y que cuando volvía se iba a trabajar en la organización de la villa en la que vivía. Luchaba con los otros para que colocaran una canilla, o para que el colectivo entrara al barrio. El sociólogo le preguntó un día a la mujer por qué lo hacía. Ella le contestó:
–Es para el mientras tanto.
–¿Mientras tanto qué? –le preguntó él.
–Mientras tanto alguien del gobierno se acuerde de nosotros, por eso me ocupo de que nos ocupemos todos. Si no, nos cansaríamos de esperar sin que pasara nada.
Así germina un contrapoder. En una acción individual que tiene “toda la mar detrás”, según la expresión de Ulloa, es decir, “lo que la numerosidad social fue produciendo en cada sujeto singular, y de hecho contextuado, pero alineado en el mismo proyecto. Desde ahí podrá hacer intervenir el contrapoder lo suficiente como para operar `mientras tanto`”.
Las ideas de Ulloa son tan concentradas que puede uno hundirse en cada párrafo y quedarse con la sensación de que ha comprendido sólo una pequeña parte. Decía al principio que la urgencia de la actualidad argentina nos hace pasar de gran tema en gran tema. Nunca desde que me acuerdo hubo tantas cartas sobre la mesa. Ningún debate se agota porque mientras se debate se mueven la estantería y la escenografía. Son tiempos de mucha acción y pensamiento, más allá de los hervores de cada semana. Y las semanas pasan como horas. Ya escribí sobre este tema: estos tiempos son muy rápidos.
Quizá por eso me llamó la atención la expresión “mientras tanto” en el sentido que le dio esa mujer mapuche y que refiere Ulloa como un ejemplo de “esa voluntad de asumir ese contrapoder nietzscheano trascendiendo a través de lo que hacía”. Siempre ha habido portadores de esa voluntad, aquí y en todas partes. Siempre hubo y hay gente esperando y haciendo algo mientras espera, para no desesperar. Y en algún punto esos portadores, esos hacedores, también se vinculan con las ideas de poder y felicidad que se citaban al principio. Con la posibilidad de hacer del mundo un lugar en el que la mayor cantidad de gente posible tenga un tipo de vida que le permita quererse a sí misma –vencer los obstáculos que se lo impiden, desoprimirse mentalmente–, y por el otro, con que no un solo nadador, no un solo campeón, no un solo ganador del concurso, sino “la mar detrás”, tenga acceso al despliegue de todas las potencialidades del alma.
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