miércoles, 21 de julio de 2010

En busca de la identidad perdida

Por Vicente Battista
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Ni Adán ni Eva, se supone, tuvieron conflictos de identidad. Es posible que hayan sufrido la carencia de padres naturales, pero en su reemplazo contaron con el Padre Eterno, algo colérico, por cierto: ante la primera desobediencia los echó de casa. El exilio no los amilanó, cubrieron su desnudez y comenzaron a tener hijos: había que poblar el mundo. Caín y Abel fueron los primeros, y aunque no les fue del todo bien, ni uno ni otro se enfrentaron a conflictos de identidad: tenían real conciencia de quiénes eran sus padres. Esta certeza en gran medida se iba a repetir con todos los seres humanos que poco a poco fueron ocupando el planeta, ya sea aquellos que continuaban con la tradición judeo-cristiana, aquellos que habían nacido bajo el paganismo o aquellos que profesaban otras confesiones. Tan importante como las dos preguntas iniciales –¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?– es saber quiénes son nuestros padres, existimos gracias a ellos, sin ellos seríamos la nada, y la nada no se formula preguntas.
Nuestros abuelos prehistóricos fueron de la horda al clan y del clan a la familia consanguínea, para finalmente arribar a la monogámica; hay quienes aseguran que en ese estadio se podría establecer el comienzo de la civilización. La monogámica era una familia fundada en el predominio del hombre: se hacía necesario procrear hijos cuya paternidad no se discutiese. Con el propósito de evitar esas discusiones, los patriarcas judíos optaron por la línea materna. Esto, sin embargo, no les evitó padecer problemas de identidad: José, hijo de Jacob, fue vendido por sus hermanos a los ismaelitas y ellos, a su vez, lo vendieron a los egipcios.
José revirtió su condición de esclavo y llegó a ser gobernador de Egipto. Investidura que no le hizo olvidar su origen: cuando lo consideró preciso reconoció a sus padres y se proclamó hijo de Israel.
El conflicto de Moisés era más grave: ignoraba que había sido adoptado por la hija del faraón, se consideraba egipcio e incluso ante la presencia de Jahvé dudó de su verdadera identidad, pero no bien la confirmó, aceptó su origen, se puso al frente del pueblo de Israel e inició el éxodo hacia la tierra prometida.
El destino de Edipo fue más adverso. Con el fin de evitar la maldición del oráculo, el rey Layo ordenó la ejecución del recién nacido. El súbdito que debía cumplir la orden se apiadó del niño y desencadenó la tragedia: Edipo mataría al rey Layo, su padre, y se casaría con Yocasta, su madre. De esa unión incestuosa iban a nacer dos varones: Eteocles y Polinices, y dos mujeres: Antígona e Ismene. Los cuatro, a su vez, desatarían nuevas catástrofes.
Las epopeyas de José y de Moisés pertenecen a la tradición judía y están puntualizadas en el Antiguo Testamento: Génesis y Exodo. Los funestos destinos de Edipo y de sus cuatro hijos pertenecen a los mitos tebanos, fueron revelados por Homero en el undécimo canto de la Odisea (“Vi también a la madre de Edipo, la bella Epicasta, que cometió sin querer una gran falta, casándose con su hijo; pues éste, luego de matar a su propio padre, la tomó por esposa”) y más tarde desarrollados por Sófocles y por Esquilo en sus tragedias Edipo Rey, Antígona y Los siete contra Tebas. Identidad, parricidio, incesto, respeto por los muertos. Estos incidentes, recogidos en libros, sagrados o no, establecieron las normas morales, las pautas culturales que desde entonces regirían en la sociedad. La identidad, saber quiénes son nuestros padres, es una de esas normas.
En 1976 se instauró un régimen de terror en la Argentina. Las Fuerzas Armadas habían estudiado la metodología de crímenes y torturas instaurada por los nazis en Alemania, y con voluntad de alumnos aventajados la pusieron en práctica aquí. Treblinka, Auschwitz, Maidanek fueron campos de exterminio; la ESMA, El Olimpo, La Perla, también. Los jerarcas del gobierno nazi de Alemania debieron responder por más de seis millones de asesinatos. Los jerarcas del gobierno nazi de la Argentina, por treinta mil. Varía el número de muertos; no la forma en que se cometieron los crímenes. Las tropas aliadas juzgaron a los criminales alemanes; el gobierno de Raúl Alfonsín juzgó a algunos criminales argentinos, a otros les otorgó el beneficio de “la obediencia debida”, más tarde el gobierno de Carlos Menem indultó a todos; luego fiel a su estilo, el gobierno de Fernando de la Rúa optó por el silencio y finalmente los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner pusieron las cosas otra vez en su lugar: los responsables de crímenes de lesa humanidad, tantos militares como civiles, volvieron a someterse a la Justicia.
Los soldados del Tercer Reich destruían a la familia completa: asesinaban a los abuelos, a los padres y a los hijos. Los soldados del Proceso se propusieron imitar esa metodología –en 1977 el general Ibérico Saint Jean proclamó eufórico: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos–, aunque más tarde optaron por otro modo de destrucción: asesinaban a los abuelos y a los padres; pero en lugar de matar a los hijos, los vendían o los canjeaban en pos de algún beneficio. Más de un verdugo se quedó con esos niños. Se dio así la paradoja de que represores y torturadores criaran con ternura “maternal” a los hijos de los padres que habían asesinado. Ahora algunos de esos hijos adoptados se niegan a la certeza de descubrir a sus verdaderos padres; otros van más lejos: aceptan a sus padres asesinos y repudian a sus padres asesinados.
A lo largo de la historia de la humanidad no se había dado una perversión de ese calibre. Durante siglos logramos respuestas culturales para el incesto, para el parricidio, para el genocidio. Hoy nos enfrentamos a nuevas categorías, desde la negación de la identidad hasta la alabanza a los asesinos de nuestros propios padres, que a simple vista parecen un diabólico disparate pero que, sin embargo, comienzan a producir preguntas inéditas. Se hace difícil, terriblemente duro y difícil, elaborar las respuestas.
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sábado, 17 de julio de 2010

La ostra cerrada

La ostra cerrada

Por Osvaldo Bayer
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Desde Bonn
Los diarios alemanes informaron a página entera sobre la ley que acaba de aprobar el Parlamento argentino sobre el matrimonio de personas del mismo sexo. Bueno, por lo menos ya no dedican ese tamaño importante, como antes, sólo cuando se producían dictaduras militares en nuestro país o cuando habla Maradona. Ahora fue en algo muy serio y de gran responsabilidad ética y política. El Frankfurter Zeitung titula: “Argentina permite –como primer país latinoamericano– el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y el General Anzeiger, de Bonn, lo titula –con ironía– con un término de la Iglesia Católica argentina: “Un proyecto demoníaco”, y aclara: “Argentina permite, contra la dura protesta de la Iglesia Católica, el casamiento de personas del mismo sexo”. En la crónica detalla la furiosa oposición de la Iglesia Católica contra esa ley. Justo en este momento, cuando la Iglesia Católica ha quedado en una posición ética muy difícil, al difundirse los casos de pedofilia de sus sacerdotes y monjes en escuelas y establecimientos educacionales con menores de edad.
Aquí, en Alemania, los medios les han dado un lugar de privilegio a todos esos casos y a los que van quedando en descubierto en todos los países donde el credo católico es mayoría. Y lo hemos visto, hasta el Vaticano ha tenido que reaccionar ante tantas denuncias comprobadas, en las que han caído hasta obispos. Justamente, como segunda noticia en la misma página que trae ese triunfo de la racionalidad y la libertad en Argentina, el Vaticano anunció la elevación de penas en el Derecho Eclesiástico a todo aquel que cometa delitos de pedofilia y abuso de enfermos mentales. (Pero aprovecha la ocasión y también incluye “a todos aquellos clérigos que consagran como sacerdote a una mujer, a quienes también se los excomulgará”. Como se ve, no pueden con sus discriminaciones, en lo que a la mujer atañe.)
¿Y por qué esto? Porque ya se escuchan muchas voces dentro de la Iglesia Católica que piden, como primera medida para acabar con los delitos sexuales de pedofilia y otros de violaciones que se han producido, terminar con algo tan discriminante como exigir la castidad a todos los sacerdotes y monjes.
Esto se puede comprobar en la actualidad: la Iglesia Protestante alemana –que tiene un parecido número de sacerdotes (pastores) que la Iglesia Católica– no ha tenido ni la quinta parte de casos de pedofilia en sus líneas de las que han tenido hasta ahora, y según las últimas investigaciones, los católicos. Es porque los religiosos protestantes pueden casarse y la mujer puede ejercer también el papel del sacerdocio y ocupar las más altas jerarquías. Por ejemplo, hoy mismo acaba de renunciar la primera obispa protestante, María Jepsen, porque se la ha acusado de no haber actuado con severidad ante denuncias contra un pastor de su iglesia. Una actitud que muestra su sentido del honor y la responsabilidad.
Al contrario de lo que ocurre en la Iglesia Católica, ya que en vez de comenzar con el gran debate que cada vez más se está originando entre los católicos en cuanto a la llamada “castidad” y a la discriminación de la mujer, lo que ha hecho el Vaticano fue aumentar las penas de castigo a los curas pecadores. Como si en los países donde impera la pena de muerte hubiera menos crímenes que en aquellos en que se ha desterrado para siempre esa pena irracional.
Debemos reconocerle a la sociedad alemana que ya hace tiempo ha terminado con la discriminación de los homosexuales. Se nota en los cargos políticos. Actualmente, por ejemplo, el Dr. Westerwelle, viceprimer ministro del gobierno nacional, es un declarado homosexual; lo mismo que los gobernadores de Hamburgo y Berlín, que nunca lo ocultaron. Los que los votaron –en este caso, las mayorías de esas dos grandes ciudades– no vieron ningún impedimento en que ellos pertenecieran al llamado “tercer sexo”. Es que negarlo es caer en una discriminación ante lo natural, caer en la irracionalidad de verlos hijos del diablo o del pecado, o santiguarse cuando se sostiene que tal persona es o no es. Hay que reconocer que la naturaleza los hizo así, son plenos hijos de la naturaleza y hay que aceptarlos como miembros igualitarios de la sociedad. Pero está claro que pese a su actitud, la jerarquía del Vaticano se ve venir tiempos de mucho debate. Aquí ya se ha iniciado. Y sorprende que intelectuales siempre subordinados a la disciplina católica hayan salido en los últimos tiempos a tomar como tema de polémica ese lado oscuro del catolicismo. Por ejemplo, el intelectual del Partido Conservador Demócrata Cristiano, quien fue dos veces ministro para la Ciencia y el Arte, y presidente del Comité Central de los Católicos Alemanes, Hans Joachim Meyer, acaba de sostener públicamente: “Los casos de pedofilia de sacerdotes y monjes en escuelas católicas es algo muy terrible. Yo siento –como todo católico que cree en su religión– que es la consecuencia de la falta de transparencia en las decisiones de la Iglesia. El primer caso ya tendría que haber servido de alerta para debatir y tomar las medidas adecuadas. En el nombramiento de puestos clave existe falta de visión y arbitrariedad, tanto en los obispados como en Roma. Los sucesos nos demuestran con toda claridad que es necesario proceder a reformas. Y en especial a todas aquellas reformas que ya comenzaron a debatirse en al Segundo Concilio Vaticano. Por ejemplo, los laicos tienen que intervenir en la designación de los obispos. Porque la Iglesia vive en la comunidad y en el mundo, al mismo tiempo. El celibato para todo el clero debe terminar. La Iglesia puede caer para siempre porque ya no está cumpliendo con su misión pastoral. Sobre ese aspecto no se puede tomar una medida general para todos. Lo mismo que la posición de la Iglesia ante la mujer. Eliminarlas de todos los cargos espirituales no es nada tranquilizador. Se sigue un falso camino si no comienza a discutirse el tema. Ya esto no lo puede ignorar, porque siempre estará presente”.
Sí, es que ya hasta la mujer católica está reaccionando contra esa política de negarla totalmente y seguir con la leyenda de la Virgen María, Madre de Dios. Virgen y Madre. ¿Por qué? ¿Acaso la unión de los cuerpos no es algo natural y bello más aún cuando a esos cuerpos los une el amor?
Pero se sigue con la discriminación y las medidas del Medioevo. Acaba de producirse un hecho que causó indignación pública: el médico director del Hospital Católico de Dusseldorf fue despedido porque se casó por segunda vez. El médico inició un juicio y la Justicia lo repuso en el cargo. En las directivas del hospital está también que será despedido todo aquel profesional que participe de un aborto. Los comentarios están de más.
El pronto reemplazo por el Papa del obispo de Augsburg, Mixa –acusado de golpear a niños de un internado de huérfanos y de otros casos de pedofilia– por un nuevo obispo, Konrad Zdarsa, dice a las claras que no pueden mantenerse situaciones que antes se podían esconder. Lo mismo que lo ocurrido en el internado del convento de Ettal y en otros colegios católicos. En todos sus discursos, los obispos dejaron en claro que reconocían los delitos cometidos pero hasta ahora la frase más pronunciada por ellos es: “Hay que volver a comenzar”. No, tal vez lo único que les sirva es pensar esto: “Tenemos que aprender de lo sucedido para que todo esto no vuelva a suceder”.
De cualquier manera, la sociedad ha sabido reaccionar. Y destaca la decisión de la asociación de periodistas alemanes, Netzwerk Recherche, que todos los años entrega un premio llamado la “Ostra cerrada” a los que han callado ante los hechos y mostrado su desprecio por la opinión pública, de otorgar ese premio negativo nada menos que a la Iglesia Católica. En la lectura de la “laudatio”, el periodista orador recordó la figura de San Francisco de Sales quien, para denunciar cómo el calvinismo había sometido a su región, salió a la calle y comenzó a publicar en papel los hechos sin tener miedo a la reacción. Siempre con la verdad y también con la autocrítica. Finalmente, San Francisco de Sales triunfó y el pueblo volvió a su antigua religión. Y añadió el periodista: “San Francisco de Sales hizo lo que la Iglesia Católica no hace más: él sostuvo la verdad, él empleó el idioma propio del pueblo para ser escuchado y creído, cosa que la Iglesia Católica actual no usa más. Una comunidad que vive de la palabra como pocas guarda silencio cuando se habla de sexualidad. La discusión acerca del celibato, junto a la sexualidad de los sacerdotes, es tabú para la Iglesia Católica. También todo lo que atañe a la anticoncepción y protección de la mujer. Cuando existen tantos tabúes quiere decir que ya no existe la verdad, no interesa la verdad”.
En ese discurso –que fue transmitido por los medios– agregó el representante de los periodistas alemanes: “La Iglesia no fue la autora de los abusos sexuales. Pero ella fue y es el refugio de los que cometieron el delito. Ella puso a disposición de ellos los santos lugares en los cuales pudieron actuar sintiéndose tan protegidos y donde las víctimas estuvieron totalmente desprotegidas. Son muchos los eclesiásticos que han sido descubiertos en la impudicia pero, ante todos los hechos, la Iglesia miró hacia otro lado. Y por eso quienes también pagan son los que no practicaron esa violencia, tanto sacerdotes como educadores, ya que siempre serán sospechados. La Iglesia debe tener la responsabilidad de que ningún delito se cometa en su interior y castigar a los autores. Pero no, la Iglesia sencillamente trasladó de lugar a los pedófilos y los ha encubierto durante años. Y recién ahora, cuando hemos comenzado a correr los velos, empiezan a aclarase esos delitos por el coraje de las víctimas y de los medios. Aunque se nos quiere presentar como perseguidores de la Iglesia, como representantes de una ‘energía criminal’, el problema de la Iglesia no son los medios sino la violencia sexual interna y su silencio sobre ello”. Y agregó: “Existe una Iglesia cuya autocompasión es mayor que su compasión por sus víctimas. Por eso le otorgamos el premio de la Ostra cerrada”.
Por último, el orador invitó a la Iglesia a hacer su propio “Glasnost y Perestroika”, cuyo primer paso debería ser el fin del celibato y permitir la ordenación de mujeres. La Iglesia necesita lo que sostienen los médicos: la “restitutio in integrum”, la cura integral. La Iglesia sólo será creída si investiga a fondo las causas de la violencia sexual y su encubrimiento durante siglos.
Los testimonios de quienes siendo niños fueron víctimas sexuales de los que usaron sus títulos de representantes de Dios para imponerse son verdaderamente indignantes. Ojalá que se aprenda y la Iglesia pase a ser aquello con que tanto soñaron esos verdaderos pastores del bien y la convivencia: los obispos Angelelli y De Nevares –para nombrar solamente a dos de tantos otros– que dieron todo para lograr una sociedad sin injusticias, una sociedad de mano abierta, como es la que en verdad tendrían que perseguir siempre las llamadas religiones.
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