sábado, 31 de mayo de 2014

"PODEMOS"

Querer es poder

Por Sandra Russo


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A la primera persona que escuché hablar de Podemos, el nuevo partido político español que la semana pasada obtuvo cinco escaños en el Parlamento Europeo y a sólo tres meses de haberse inscripto como tal, fue al psicoanalista Jorge Alemán, quien lo dio a conocer en la Argentina indirectamente, al rendirle tributo al fallecido Ernesto Laclau. Dijo que las ideas de Laclau, cuya figura fue jibarizada por los grandes medios, reducida a la estampa de “un intelectual K”, persisten y echan anclas en otras latitudes. “Por ejemplo en España, donde ha surgido un nuevo partido, Podemos, que toma algunos de sus conceptos clave”, dijo. Busqué un poco más de información, y supe que Podemos era una iniciativa política surgida del desmadre del 15-M, un intento por darle organización y cauce a la indignación que había estallado en 2011 y que lentamente se había desinflado, chocando contra la contradicción que traía consigo esa efervescencia y que los argentinos comprendemos perfectamente: si la indignación es sólo antipolítica, la política seguirá en las mismas manos de siempre.
Después supe un poco más: Podemos tiene un dirigente carismático y mediático, Pablo Iglesias, el primero de la lista sorpresa que ya sacudió al sistema político español echándole una cuña al bipartidismo, y una fuerte presencia en las redes sociales, a las que hace jugar en sintonía con las ideas que Iglesias, presentador y monologuista de televisión, profesor de la Universidad Complutense con frondoso CV académico, se encarga de batir mediáticamente. La fórmula funcionó hasta ahora mejor de lo que nadie hubiese podido prever. Podemos no sólo irrumpió en el Parlamento Europeo. Su sinergia convirtió ese mismo hecho en otro punto de largada simultáneo: las redes fueron inundadas desde el día siguiente de las elecciones por españoles interesados en sumarse o informarse, ya sin los grandes medios como intermediarios, y es al día de hoy el partido político español con más seguidores en la red. Tiene por delante un sinnúmero de desafíos, pero ya constituye una enorme novedad haber sacudido la conciencia ciudadana con relación a la noción de política que trae consigo: la revalida, la desencripta, hace ver que a la crisis se la combate con política y no con antipolítica, pero para ello debió reencuadrar la escena. “La casta quiere mantener un sistema que nos lleva al desastre”, ha dicho Iglesias. La “casta” son el PP y el PSOE, y sobre su posible alianza con la Izquierda Unida agregó que “no podemos aspirar a un 15 por ciento. No alcanza. Tenemos que aspirar a ser una nueva mayoría”.
Le pregunté a Jorge Alemán, que vive desde hace más de treinta años en España, por aquellos orígenes, tan recientes, de Podemos. En las notas que me envió, pude leer que lo primero que tuvieron que elaborar los actuales miembros de Podemos fue el fenómeno del 15-M. Aquel repentino estallido ciudadano fue “la emergencia de una verdad que la estructura del bipartidismo encubría. Los distintos efectos del neoliberalismo por fin se hacían sentir en el tejido social español. La derecha conservadora nunca había asumido del todo el orden neoliberal”, dice Alemán, y el apunte sirve refractariamente para ver la escena argentina pasada y presente. Ni antes ni ahora hubo nunca un solo dirigente –ni peronista, ni radical, ni liberal– que se autoproclamara neoliberal. El neoliberalismo no es una identidad política sino una transfusión ideológica vampirizante.
Aquí, la gente gritaba en 2001 “que se vayan todos”. En España, en 2011, gritaban “no nos representan”. Transcurrían, aquí hace tanto y allá tan poco, días de asambleas infinitas en las que la revulsión social se vomitaba. “Una corriente que al principio tenía mucha fuerza, insistía en el carácter no representativo, de democracia directa, sin organización y sin líder del fenómeno”, apunta Alemán. “Había muchos seguidores de Negri, Badiou, Rancière, más el clásico anarquismo español que confluía. En ese momento, el aura que incidía en aquel fenómeno seguía siendo el Mayo Francés del ’68”, relata.
Eso era lo que se veía. Por lo menos desde aquí y a través de los medios disponibles para informarnos. Pasó en España y en muchos otros países que la indignación y la horizontalidad sirvieron de purga para el enojo colectivo, pero fueron inconsistentes para la transformación de la realidad. Sin embargo, mientras el 15-M se erosionaba con el correr del tiempo y las discusiones, hubo un sector de activistas y militantes políticos que decidieron intentar otro tipo de construcción. “Hubo quienes empezamos a insistir que el 15-M se diluiría fatalmente si quedaba atrapada en los espejismos de la democracia directa. Hablo en plural porque en aquel entonces dicté un seminario en Reina Sofía sobre ‘Los nombres del pueblo’ junto a Germán Cano, uno de los actuales teóricos de Podemos. Estaban también Juan Carlos Monedero, y luego se sumó Iñigo Errejón, que fue el jefe de campaña. Entre todos empezamos a insistir en la lectura de Laclau, y entramos en la polémica”, añade Alemán. Los tópicos de la polémica eran si las demandas insatisfechas por las instituciones podían “constituir una cadena equivalencial alrededor de un nuevo sigte que permitiese la articulación hegemónica”, dice en términos teóricos Alemán, mientras Pablo Iglesias traduce en las entrevistas que ha dado: “No queremos ser testimoniales. Queremos ganar las elecciones”.
Varios de los teóricos que apuntalan el corpus de Podemos han tenido contactos con diferentes gobiernos de la Unasur, sobre los que ya comúnmente recae la denominación de “populismos latinoamericanos”. Monedero había trabajado con Hugo Chávez, Errejón había trabajado con Nicolás Maduro y elaborado su tesis sobre el proceso boliviano, y Germán Cano había estudiado la experiencia argentina. Ese viraje de mirada sobre las mayorías populares que generaban no apenas gobiernos sino proyectos políticos fue central para constituir el punto de lectura política de Podemos. “De este modo hubo un desplazamiento del núcleo último de significación de los procesos emancipatorios, y del ’68 se pasó a Latinoamérica. Se trazó la famosa frontera antagónica de Laclau: de un lado Alemania, la troika, los mercados; del otro el Pueblo.”
Mientras los acusan de “chavistas” y “populistas”, los miembros de Podemos han comenzado a reforzar su estructura, constituida desde un principio en círculos en los lugares donde arreciaban distintas problemáticas, desde los desalojos hasta el desempleo o el desmantelamiento de la salud pública. La tarea, ciclópea pero posible, es politizar al máximo esos círculos, volverlos contactos reales, pasar de la web a la vida real. Pablo Iglesias, en tanto, sigue con su perfil en alza, bajando ininterrumpidamente un discurso que aunque suene del más puro sentido común a la luz de la experiencia colectiva global, en la escena política europea suena tan disruptivo y directo que en sí mismo es un tajo al Pensamiento Unico: “Nos toca decir algo muy claro en Europa. No queremos ser una colonia de Alemania, ni una colonia de la troika europea. Los partidos que han tenido poder en nuestro país no tienen más patria que su dinero y hay que cambiarlos. La democracia no es tener que elegir entre Coca-Cola y Pepsi. Cuando algo no funciona, se puede elegir otra cosa que sí funcione”.
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jueves, 22 de mayo de 2014

EL PAPA le escribió a CRISTINA FERNANDEZ de KIRCHNER por el 25 de mayo

LA CARTA ERA " VERDADERA"  A PESAR DE LA "MALA LECHE " DEL VOCERO  KARCHER


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Carta del Papa

El papa Francisco le envió una misiva a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Expresó su "felicitación a todos los argentinos" y pidió que se encuentren "caminos de convivencia pacífica" y "diálogo constructivo".

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miércoles, 14 de mayo de 2014

roberto gonzález táboas, educador

"Nadie se proyecta sin

 conocer su origen"






Desde su formación de cura salesiano, recorrió 

barrios y villas como alfabetizador y con la misión 

de formar "sujetos políticos". La teoría del árbol

 y críticas al "espontaneísmo".

Fue cura salesiano, formado en la escuela de Don Bosco. Militó en villas porteñas y barriadas populares como educador y capacitador en campañas de alfabetización a partir de las teorías de Paulo Freire. Es un tozudo buey que tira para adelante en proyectos comunitarios que enriquezcan socialmente. Como el que pudieron hacer realidad los vecinos del Parque Avellaneda, donde vive Roberto "Tito" González Táboas, al recuperar el que hoy es el polo verde más importante de la Ciudad de Buenos Aires.   

–¿Cómo se definiría?
–Mi especialidad fue siempre atar cabos (se ríe), y construir un "nosotros". Soy un educador, que durante toda la vida intenté generar sujetos políticos, creativos y activos. Tipos que puedan pensar con actitud crítica, reflexionar e interactuar en grupos de acción y de servicio. 
–En lugares castigados como las villas, el convertirse en un sujeto crítico y activo debe significar un esfuerzo doble. El primero es sobrevivir...
–Sí, es un doble trabajo. Pero el secreto es empoderarlo haciendo que él mismo dé una nueva dimensión a su vida cotidiana. Tiene que saber de dónde viene y, para rearmarlo, es clave que tenga presente tres principios: memoria, verdad y justicia. Si esa persona no conoce su origen, nunca podrá proyectarse. 
–¿Cómo se lleva a la práctica eso?
–Lo acabamos de hacer con grupos de la periferia de Mendoza. El proyecto se llama EP5, Escuela Proyecto de Participación Popular en Políticas Públicas. Nosotros no damos nada servido, simplemente acercamos herramientas para que se valoricen, que vean su potencial. Y ese potencial se nutre en conocer el territorio. Los vecinos son los baqueanos.
–¿Arrancó cuando era seminarista?
–Ya era cura, empecé en la villa del Bajo Flores en 1972, donde también trabajaban Mónica Mignone, la hija de Emilio, y María Marta Vásquez, la hija de la presidenta de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Viví tres años en un sector llamado Belén, donde no había absolutamente nada y hoy existe un grupo humano maravilloso. 
–¿Cómo lo tomó su congregación?
–No muy bien. En general, el manejo social era muy compartimentado. Y no era muy común entrar a las villas para alfabetizar. Generamos una especie de "Tercer Mundo" dentro de los mismos salesianos (se ríe), replanteábamos la misión de los educadores de Don Bosco en Argentina. 
–Era una época de profunda politización... 
–Para nosotros, fueron las primeras aproximaciones al mundo de la política. Aunque en 1968, mientras estudiábamos en el seminario, con tres compañeros nos animamos a viajar a dedo por el norte del país, para ver el clima social.
–Triple A, muerte de Perón, las cacerías de la derecha… ¿Cómo se las arreglaron?
–Como pudimos. Me convocaron en 1974 para una campaña de alfabetización villera en Constitución, Colegiales y Bajo Belgrano, pero después de varios meses, bajaron el pulgar. Imaginate, nosotros capacitábamos a los que iban a alfabetizar, gente a la que como único requisito le pedían haber cursado sexto grado. El desafío era interesante, teníamos que formarlos primero para que se armaran ellos, como decíamos antes, y después, para que supieran transmitir la necesidad de construir un proyecto de liberación. 
–¿Qué hizo cuando bajaron ese pulgar?
–Juré no volver nunca más a una escuela secundaria (se ríe). Me incliné por los bachilleratos de adultos. Trabajaba con el esquema de un árbol. ¿Lo conocés?
–No
–Es simple. Sin raíces, no hay árbol. Pero a la vez, las raíces son un lío, están enmarañadas. Vos no elegiste tus raíces, si ibas a ser varón o mujer. Tampoco elegiste a tus padres, ni las cosas que significaron que nacieras. Es una realidad que te envuelve, y no te queda otra que manejarte con esa realidad. Pero eso se hace con otro. Si no te encontrás con otro, no podés ser nadie. Sos alguien gracias a que está el otro. Es la única manera de construir algo liberador. Siempre tuve una actitud crítica con lo que llamo el "espontaneísmo vecinalista", un sistema de demanda y reclamo. Te hacés el líder, juntás un montón de gente y hacés un banderazo. Después te calmás, hasta que surja otro conflicto.
–A eso le llaman "participación"...
–Exacto (sonríe). Por eso es tan importante el "nosotros".  «

TIEMPO ARGENTINO

lunes, 5 de mayo de 2014

Adelanto del libro de Miriam Lewin y Olga Wornat sobre los crímenes sexuales en los centros clandestinos de detención


Putas y guerrilleras

Militantes en su juventud y periodistas después, las autoras relatan –en el libro Putas y guerrilleras, que distribuye Planeta en estos días– las torturas, abusos y violaciones que sufrieron cientos de mujeres en los centros clandestinos en la década del ’70. En algunos casos fueron también relaciones tortuosas nacidas bajo tormentos con sus victimarios. Aquí, como anticipo, un extracto de la introducción de Miriam Lewin.


Por Miriam Lewin

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Mártires y prostitutas

Era un 24 de marzo, aniversario del golpe, y me habían invitado a Almorzando con Mirtha Legrand. Aceptar estar ahí significaba para mí renunciar a ir a la ESMA, ahora a un acto multitudinario, el día de su conversión en espacio para la memoria. Decidí ir al programa de la ex diva del cine argentino devenida entrevistadora, sobre todo porque iban también Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y Mariana Pérez, cuyos padres, desaparecidos, habían militado conmigo. Mariana había buscado incansablemente a su hermano Rodolfo, nacido en la Escuela. Yo había estado presente en el parto. Había visto a ese bebé sobre el pecho de su madre, sabía que había sido arrebatado después y había declarado en tribunales sobre el tema. La mesa la completaban dos jueces del Juicio a las Juntas y un periodista. Seguramente el programa iba a ser visto desde sus casas por mucha gente que aún no sabía o no reconocía la verdadera dimensión de lo que había pasado en los dominios del grupo de tareas 3.3.2. Otros miles de personas se reunirían a la misma hora en Avenida del Libertador, frente al campo de concentración, donde el presidente Néstor Kirchner iba a compartir el escenario con Juan Cabandié, otro recién nacido a quien yo había visto en noviembre de 1977 en un pasillo del campo, en brazos de su mamá, una chica de dieciséis años, después asesinada.
Llegué temprano. Un productor veterano, que conocía sólo de vista, me atajó en la entrada. Me llevó a un costado y, consternado, me advirtió que “la vieja” tenía planeado hacerme algunas preguntas inconvenientes y que quería que yo estuviera prevenida.
¿Qué preguntas inconvenientes? –indagué, con la seguridad de que no iba a ir más allá de lo que alguna vez me habían preguntado los defensores de los militares en algún proceso al que había ido como testigo. Por lo general, me atribuían –para descalificarme– hechos armados, atentados o secuestros en los que no había participado.
El productor tosió, nervioso.
–No sé, me imagino que algo tendrá que ver con la colaboración, con la delación. Te lo adelanto para que no te sientas incómoda.
–No te preocupes, estoy acostumbrada. Te lo agradezco mucho.
Tenía en claro para qué estaba ahí y las intrigas no me importaban. El día de la recuperación del espacio del campo de concentración para la sociedad civil yo le iba a hablar a una parte de ella que tal vez nunca había prestado atención al tema. Tal vez si lo decía sentada a la mesa de Mirtha todos comprenderían. Me vinieron a buscar y me arrearon al estudio.
Detrás de unos paneles me colocaron el micrófono, casi invisible, un cable que trepaba por debajo de mis ropas hasta el escote y un receptor colgando de la cintura. En pocos minutos estaba en el centro de la escena, rodeada por cristales, jarrones con flores, brocatos, caireles, alfombras y cortinados. Ya había concluido el rito acostumbrado de la descripción del vestuario, zapatos y joyas de la conductora, y las risitas y aplausos del enjambre de asistentes y empleados que la acompañaba detrás de cámaras.
Era una jornada especial. No hubo almuerzo servido por mucamas de uniforme. Tampoco se distribuyó el regalo acostumbrado para cada invitado, un reloj pulsera. “No es un día para festejar”, dijo Mirtha, y todos asintieron, admirando su sensibilidad.
No sé cómo ocurrió. No me acuerdo si ella tenía la pregunta anotada en un papel “ayudamemoria”. Tampoco recuerdo si en ese momento estábamos solas, todo lo solas que se puede estar frente a una audiencia de cientos de miles de personas... Pero después de hacerme una observación sobre lo bien que me quedaba mi nuevo color de pelo, me disparó: “¿Es verdad que vos salías con el Tigre Acosta?”. Hubo un silencio sólido, un contener la respiración de todos los que estaban en el estudio.
–¿Cómo que “salía”?
–Bueno... –reculó–. Si es verdad que salían a cenar, eso es lo que dice la gente...
Inhalé profundamente, como reuniendo fuerzas. Podría haberme levantado y salido del estudio, podría haberme ofendido. Seguramente, la escena habría sido reproducida decenas de veces en los programas de chismes del espectáculo. “Periodista de Puntodoc le hace un desplante a Mirtha cuando le pregunta si tuvo un amorío (nadie diría ‘fue abusada sexualmente’, por supuesto) con el jefe del grupo de tareas de la ESMA.” Pero no lo hice. Le respondí.
–Es verdad, nosotras mismas lo relatamos en el libro Ese Infierno que escribimos sobre lo que vivimos en el campo. Nos sacaban a cenar. No salíamos por nuestros propios medios. No teníamos derecho a negarnos. Eramos prisioneras. Nos venían a buscar los guardias en plena noche y nos llevaban. A una compañera, Cristina Aldini, el Tigre Acosta la llevó a bailar a Mau Mau después del asesinato de su marido. Que a una mujer la lleven a bailar a un lugar de moda los asesinos de su compañero me pregunto si no es una forma refinada de tortura. A Cristina un oficial de la ESMA le llevó la alianza de su esposo, Alejo Mallea, a su cucheta en Capucha, adonde estaba engrillada, para demostrarle que lo habían asesinado. Le preguntó si ella quería ver el cadáver. Cristina al principio dudó, pero después aceptó porque pensó que, de lo contrario, siempre se iba a quedar con la incertidumbre. Cuando lo vio, tenía dos tiros en la cara. Uno era el de gracia, entre ceja y ceja. Lo habían ejecutado.
Mirtha se sintió en falta. Miró detrás de cámaras, como buscando apoyo.
–Bueno, yo tengo que preguntar...
Nadie contestó.
–¿O está mal que pregunte? –dijo, al borde del lloriqueo, ensayando un mohín angelical.
Cuando todo terminó, me acompañó a la puerta una productora.
–No sé cómo pedirte disculpas –me dijo, resoplando y sacudiendo la cabeza. Me dio la impresión de que a ella también le había dolido. Era una mujer de mi edad. Parecía abatida, indignada, avergonzada. Tal vez tenía algún pariente o amigo desaparecido, pensé.
Ese “salías” de Mirtha encerraba un significado concreto. Tenía razón en sorprenderse por la reprobación de su claque. Probablemente Mirtha encarnaba el pensamiento de miles de personas, esas que hubieran querido preguntar como ella, así, elípticamente, si me había salvado por acostarme con el jefe del grupo de tareas. Porque alguna explicación tenía que tener que yo hubiera pasado de encapuchada en el campo de concentración a invitada a la mesa de la diva. Y su pregunta implicaba una condena, una sentencia que en ese momento no supe desarticular dando vuelta el argumento, provocándola como ella me provocaba, desde su pretendida ingenuidad informada. Diciendo, por ejemplo: “No, no me acosté con el Tigre Acosta, pero si lo hubiera hecho para salvar mi vida, ¿qué? ¿Quién podría juzgarme? ¿Quiénes pueden asegurar qué es lo que habrían hecho si hubieran estado en mis zapatos?”.
Ninguna de nosotras tenía posibilidad de resistirse, estábamos bajo amenaza constante de muerte en un campo de concentración. Estábamos desaparecidas, sin derechos, inermes, arrasada nuestra subjetividad. Su dominio sobre nosotras era absoluto. No podíamos tomar ninguna decisión, eso era absolutamente inimaginable. De ellos dependía que comiéramos, que durmiéramos, que respiráramos. Ellos eran nuestros dueños absolutos. No quedaba resquicio alguno para nuestro libre albedrío. ¿Pero si hubiera existido? Si la mirada lasciva de ellos sobre nuestros cuerpos hubiera sido usada por nosotras como un arma en su contra, un resquicio de fortaleza en nuestra extrema indefensión, ¿hubiera sido correcto condenarnos socialmente?
Como mujeres, la utilización de nuestros cuerpos o el deseo que despertamos en el otro como instrumento de manipulación o de salvación es condenable. No pasa lo mismo con los hombres.
(...)
Las mujeres sobrevivientes sufrimos doblemente el estigma.
La hipótesis general era que, si estábamos vivas, éramos delatoras y, además, prostitutas. La única posibilidad de que las sobrevivientes hubiéramos conseguido salir de un campo de concentración era a través de la entrega de datos en la tortura y, aún más, por medio de una transacción que se consideraba todavía más infame y que involucraba nuestro cuerpo.
Nos habíamos acostado con los represores. Y no éramos víctimas, sino que había existido una alta cuota de voluntad propia: nos habíamos entregado de buen grado a la lascivia de nuestros captores cuando habíamos podido elegir no hacerlo. Habíamos traicionado doblemente nuestro mandato como mujeres: el de la sociedad en general y el de la organización en la que militábamos. No se nos veía como víctimas, sino como dueñas de un libre albedrío en verdad improbable.
Resulta imposible explicar por qué quienes nos juzgaban sin haber vivido las condiciones que se sufrían en un centro clandestino de detención suponían que las mujeres teníamos el poder de resistirnos a la violencia sexual, a los avances de los represores y podíamos preservar “el altar” de nuestros cuerpos impoluto.
Las mujeres teníamos un tesoro que guardar, una pureza que resguardar, un mandato que obedecer. Nos habían convencido de que así era.
Yo no escapaba a ese mandato. Por eso, lo abrumador del rechazo que me provocaba la conducta de la mujer de mi responsable. Nunca se me ocurrió que podía usar la atracción que provocaba en su captor para conseguir el precioso tesoro del contacto telefónico con su hijita, para aliviar su dolor de madre separada de su cachorra. Tampoco que no había tenido el poder de resistirse a los avances sexuales de su secuestrador, desaparecida y privada de todos sus derechos, en manos de un grupo de ilegales que disponía de su vida y de su cuerpo. Del mismo modo que no había podido preservarse de las laceraciones de la picana. Para mí, para la Petisa, para todos, esa muchacha era la encarnación de lo peor, de lo más repulsivo. Sentíamos más miedo de convertirnos en eso que de inmolarnos. Queríamos ser mártires y no prostitutas.
No me era posible terminar este libro, que ideé con mi amiga y compañera Olga, sin incluir un pasaje de mi propia historia que me atribuló durante años. No podía, no hubiera sido honesto, exponer las experiencias de otras mujeres y callar la mía. Es en realidad parte de una novela autobiográfica que empecé a escribir hace un tiempo, precisamente para clarificar dentro de mi mente lo que había atravesado. Por eso, al final de Putas y guerrilleras, relato lo vivido en La Casa de la CIA.
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