lunes, 27 de septiembre de 2010






















NORMA COLOMBATTO


BUENOS AIRES 31 DE AGOSTO DE 2010



En este segundo aniversario de la partida de nuestra querida amiga Norma

Colombatto hemos ido algunos compañeros a rendirle nuestro homenaje

en  Gualeguaychú.

Fue como el año pasado un momento lleno de vida y esperanza.

Su querida familia nos acompañó y nos  hizo sentir   la alegría y el humor

 que  ella siempre nos brindaba a todos.

Rodolfo Ghio que compartió con ella tantos años como asesor pedagógico

expresó  el sentido del acto.  Hugo Sereno y el suscripto leímos las

adhesiones de Daniel Filmus y Alberto Sileoni que tanto la valoraban.

Osvaldo Colombatto agradeció en nombre de la familia  este momento

de recuerdo y reconocimiento.

Sus queridas alumnas madres y compañeros docentes del emem 4 vistieron

con coloridas flores su tumba mientras muchos ojos brillaban por los

húmedos reflejos de algunas lágrimas furtivas.

Anécdotas, recuerdos, emociones para llenar el corazón e iluminar la vida

con la sabiduría con la que Norma nos acompañó durante tantos años,

matizaron nuestros diálogos.

Y un gracias grande  lleno de esperanza nos acompañó de regreso.

Haberla conocido y compartir con ella como tantos de sus innumerables

amigos, sus ideales de justicia e inclusión es un regalo de la vida.





viernes, 24 de septiembre de 2010

El robado a la muerte

Por Juan Forn
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Cuando el primer ministro israelí Menahem Beguin estaba en Nueva York, de camino a firmar la paz con Anwar el Sadat en Camp David, mostró interés en conocer a Isaac Bashevis Singer. El encuentro (que, curiosamente, tuvo lugar pocas semanas antes de que ambos ganaran el Premio Nobel, uno el de la Paz y el otro el de Literatura) fue un auténtico desastre: Beguin le reprochó a Singer que no escribiera en hebreo, la “verdadera” lengua de los judíos, y le preguntó con desdén cómo se podía hacer funcionar un ejército en iddish. Ofendidísimo, Singer abandonó la reunión después de contestar que una de las razones por las que amaba el iddish era precisamente por tratarse de un idioma que no tenía palabra para “arma” ni para “ejército”. El hijo de Singer, responsable de traducir al hebreo todos los libros de su padre, cuenta que Singer despotricaba en cambio por la escasez de palabras que ofrecía el hebreo para aludir a la lujuria, a diferencia de la casi infinita variedad que le daba el iddish.
Como se sabe, Singer logró ganar el Nobel escribiendo en esa lengua definida alguna vez por el propio Heine como “un mero alemán mal hablado”. Llegado a América desde Polonia en 1935, sin un centavo y sin saber una palabra de inglés, Singer estuvo veinte años malviviendo de los tres cuentos por semana que publicaba en el Forverts, el diario en iddish de Nueva York, hasta que un día Saul Bellow leyó uno (“Gimpel el tonto”), lo tradujo al inglés, lo publicó en el Partisan Review y le cambió la vida para siempre: a partir de entonces, los cuentos de Singer se publicaron simultáneamente en el Forverts en iddish y en el New Yorker en inglés. El Forverts le había pagado durante décadas veinticinco dólares la pieza; el New Yorker le daba mil por cuento publicado. Aun cuando en inglés ya se lo celebraba como un nuevo Chejov, gran parte de la comunidad judeoamericana seguía viéndolo como un cuentero licencioso y blasfemo del viejo país. Singer se limitaba a encogerse de hombros y murmuraba socarronamente: “Qué puede decir un escritor cuando hablan sus personajes”.
La leyenda dice que se levantaba todas las mañanas a las siete, pero se quedaba hasta tres horas rumiando en la cama el cuento que iba a escribir (“Puedo ver los Cárpatos desde mi cama, si cierro bien los ojos”); de ahí pasaba a la bañadera donde permanecía media hora más ajustando los últimos detalles y, de ahí, envuelto en una bata rotosa, pasaba a la máquina de escribir, donde en menos de una hora tipiaba de un tirón el cuento, con papel carbónico. Una copia iba para el Forverts, la otra para alguna de sus traductoras, que horas más tarde traía el texto en inglés. Singer se abalanzaba entonces sobre las páginas y procedía a corregirlas de tal modo que puede decirse que las reescribía. La dócil traductora pasaba en limpio el texto, con Singer vigilando por encima de su hombro, y partía después a entregarlo al New Yorker, previo interludio en la cama, si la esposa del escritor no había regresado aún de Lord & Taylor, la tienda donde trabajaba como vendedora.
Singer quedó agradecido de por vida a Bellow, pero nunca más le permitió acercarse a un texto suyo. Prefirió elegir él mismo traductoras más maleables. Era famoso por atender el teléfono nomás sonaba, aun cuando estuviera enfrascado en su trabajo literario o amatorio, porque por lo general eran llamados de lectores del Forverts, con alguna buena historia para contarle (“¡He visto a Hitler en la cafetería de Finkel y nadie me cree!”) o alguna conquista potencial (elegido a los 75 años uno de los diez hombres más sexies de Estados Unidos, Singer adjudicó el secreto de su éxito a que siempre logró que las mujeres casadas no sintieran culpa por acostarse “con tan poca cosa como yo”). Puede decirse que Singer hasta fornicaba en iddish (quizás era ése el secreto de su éxito), pero cuando le llegó a su obra el momento de la consagración, de la traducción a otras lenguas, el texto “madre” que Singer exigió que se usara en todos los casos era la versión en inglés. Es decir que el Singer que conocemos quienes lo leemos en castellano, en francés, en alemán, italiano, polaco, ruso o portugués, el Singer que premió la Academia Sueca por hacer inmortal al iddish, es el Singer mejorado o depurado por él mismo en sus traducciones al inglés. Eso no le impidió dirigirse en iddish a la audiencia en su discurso del Nobel: “Escribo en una lengua muerta porque escribo sobre fantasmas. Y cuanto más muerta la lengua, más vívidos son sus fantasmas”, dijo. “Nuestra necesidad de creer sólo puede compararse a nuestra necesidad de sexo”, dijo. “Dios ha de estar cansado de nuestras plegarias, a esta altura. Lo que Dios necesita es que alguno de nosotros se decida a preguntarle de qué diablos se ríe”, dijo. Y después lo repitió en inglés, para no dar margen a traducciones ajenas, que pasteurizaran su sentido.
Quienes han leído los textos de Singer en las amarillentas páginas del Forverts dicen que lo que más tendía a suprimir después en la traducción al inglés eran esos soliloquios dirigidos por sus personajes a la divinidad: las blasfemias que sólo en iddish lograban conservar la aspereza que era necesaria, según Singer, en el trato con Dios. La astucia de Singer consistía en eliminar esas frases y lograr que su espíritu quedara flotando e impregnara todo el texto. En sus memorias, cuenta que lo bautizaron con el nombre de un hermanito que murió antes de alcanzar el mes de vida. Por esa razón, su madre lo envolvió en una mortaja en la cuna: para despistar a la muerte y lograr que no se lo llevara. De ahí provenía su descaro insobornable. Un robado a la muerte tiene derecho a decirlo todo (“Por supuesto que creo en Dios. Aunque yo diría que, más que creer en El, lo odio”), a probarlo todo (“Casi todas las desgracias de este mundo son el resultado del temor a la alegría. Tan herética parece la alegría que la gente arriesga su vida para escapar de ella”) y a decirlo todo también, a su inimitable y a veces espeluznante manera (como en el final de La familia Moskat, cuando uno de sus personajes anuncia amargamente, en la Varsovia a punto de ser invadida por Hitler, que ésa será la venida del Mesías tan esperada por todos los judíos).
Alguna vez dijo que los escritores no mueren de infartos, sino de erratas. El se murió en Miami, a los ochenta y nueve años, cuando el Alzheimer lo dejó sin recuerdos. La calle donde vivía en South Beach hoy lleva su nombre y supo tener un graffiti que reproducía una de sus frases más inmortales: “Cuando un hombre y una mujer se besan, es el comienzo de un asunto espiritual, no sólo físico. La cama no es más que una continuación horizontal de la conversación”. Ignoro si el graffiti sigue ahí y si el Isaac Singer Boulevard sigue siendo la calle preferida de las prostitutas del barrio.
pagina12.

sábado, 18 de septiembre de 2010

 

Chile, mediático bicentenario


PABLO SAPAG M

Chile celebra estos días el bicentenario del comienzo de su independencia de España. No lo hace, sin embargo, como lo había previsto la élite que lo gobierna desde hace dos siglos. Ese homogéneo y compacto grupo avistaba una fiesta de consumo interno con la que apuntalar una unidad nacional siempre precaria y amenazada por desigualdades económicas y sociales que se alimentan de otras aún más complejas y permanentes: las raciales y culturales. Lejos mucho tiempo del interés de una prensa internacional que lo ha convertido en alumno aventajado de un neoliberalismo sin anestesia que se sostiene en la espiral del silencio, el bicentenario sorprende a Chile, sin embargo, convertido en estrella mediática de América Latina. Una región en la que este año se suceden conmemoraciones similares.
La efeméride chilena, no obstante, disputa ya a un México en horas muy bajas el escaso interés histórico de la prensa internacional. La misma que tardó dos semanas en informar suficientemente de la tragedia de los 33 mineros sepultados a 700 metros de profundidad en una mina chilena. Sólo la noticia de que estaban vivos, difundida al mundo por un presidente Sebastián Piñera, que asumió el riesgo político de implicarse personalmente en su búsqueda, hizo que Chile y sus mineros dieran la vuelta al mundo. Momento de gloria para un Piñera tan poco conocido en el mundo como su propio país. El problema es que el rescate llevará semanas, si no meses, lo que lejos de desinflar el interés mediático lo alimenta, de ahí un despliegue informativo internacional que no tenía a Chile como protagonista desde los tiempos del dictador Pinochet. Así, lo que prometía ser una muy periodística y rápida historia humana con final feliz para todos, obliga a buscar otros enfoques noticiosos de mayor profundidad, pero también más incómodos.
Emergen entonces otras realidades de una sociedad en la que el 15% de población blanca y culturalmente europea gobierna a una mayoría compuesta por un 70% de mestizos y un 10% de indígenas. La tragedia de la mina ha puesto negro sobre blanco esos perfiles y roles. La inmensa mayoría de los atrapados son mestizos, lo delatan su aspecto físico y su nombre. Los que desde de arriba organizan su rescate después de hacer la vista gorda ante las precarias medidas de seguridad de la mina son, casi sin excepción, todos blancos y de apellidos tan centroeuropeos como los de los dueños del yacimiento. A partir de esos datos tan básicos, en Chile, uno de los países más de-
siguales del mundo según su índice Gini, es casi imposible equivocarse a la hora de caracterizar social y económicamente a la población. Por algo menos de 700 euros, en un país en el que casi todo cuesta igual o más que en España, los 33 mineros se la jugaban cada día en una mina insegura de la que sus dueños obtenían millonarias ganancias. Esa pobreza y desigualdad explican que un ex futbolista profesional que fue compañero de Iván Zamorano en un equipo de la primera división chilena haya bajado a la mina. Franklin Lobos lo hacía para pagar los estudios universitarios de sus dos hijos en un país que, en relación a los sueldos, está considerado entre los más caros del mundo en ese y en otros rubros. Entre otras cosas, porque un Estado mínimo –que es el resultado de un sistema tributario escasamente progresivo– apenas subsidia nada.
La prolongación del encierro en la mina también ha permitido a la prensa internacional descubrir que desde un mes antes del
derrumbe un número casi igual de presos mapuche mantenían una huelga de hambre. El traslado al hospital de varios de ellos ha terminado por desinflar la euforia tras el hallazgo con vida de los 33 mineros a los que se ha querido convertir en símbolo del bicentenario y del Chile recién admitido en la OCDE por sus “envidiables índices macroeconómicos”.
El llamado conflicto mapuche es tan largo como el propio Chile, histórica y geográficamente hablando. La “gente de la tierra” reclama precisamente eso, la devolución de una mínima parte de las tierras que les fueron expropiadas por un Estado de Chile que no se conformó con lo heredado de la Corona española. También reclaman el reconocimiento étnico a un Estado que se ha esforzado como pocos en América Latina por homogeneizar a la población desconociendo la realidad demográfica y cultural de un país donde se llama “pueblos originarios” a los mapuche y otros indígenas, paradójico reconocimiento semántico de que otros no lo son, aunque mandan y mucho.
La élite no oculta su preocupación. Varios de sus miembros, sean de Gobierno o de oposición, racial y culturalmente homogéneos, aseguran que la muerte de uno de esos mapuche procesados en su día por la Ley Antiterrorista en vigor desde la época de Pinochet daría al traste con los fastos del bicentenario. Peor aún, “dañaría la imagen internacional de Chile”. Es lo que realmente espanta a una clase dirigente que hasta que aparecieron con vida unos mineros que apenas habrían sido un breve en cualquier periódico “de clase mundial” contaba con un silencio cómplice justificado por intereses empresariales o por un sistema mediático que discursiva y económicamente busca al menos una historia de éxito por continente –Suráfrica, por ejemplo–. Esta vez la gran mayoría de chilenos mestizos e indígenas –muchos de ellos inconscientes de su condición– son los auténticos protagonistas, dejando al descubierto un modelo contradictorio y poniendo en entredicho la imagen proyectada al exterior de un Chile sólo a la medida de su excluyente y todopoderosa élite.
Pablo Sapag M. es Profesor de Historia de la Comunicación Social e investigador en la UCM
"Publico" edición internacional . Madrid. 18.09.2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

Orquesta y coro de la Scala en el Colón

Universo Barenboim

Por Diego Fischerman
La presencia, física y sonora, fue un dato insoslayable. No se trataba sólo de una gran orquesta y un coro imponente haciendo Verdi, conducidos por uno de los grandes directores de su época, sino, en particular, de los de la Scala de Milán. Daniel Barenboim culminó su ocupación musical de Buenos Aires con tres conciertos en el Colón, conduciéndolos en dos programas memorables, Aida, en versión de concierto, y el Requiem. Y los italianos no sólo tocaron Verdi como si se tratara de una gran música sino, más bien, como una causa patriótica. Y es que ésa es su lengua materna. Esos pasajes de bronces que hasta podrían resultar cacofónicos tocados por otros, esos fortísimos de teatralidad sobreactuada y los contrastes con el lirismo más llano y directo, en sus manos tienen el aire del dialecto propio. En todo caso, pocas veces se escuchó algo tan estremecedor como el pianísimo del comienzo del Requiem y el coro casi susurrando las primeras palabras: “Requiem aeternam dona els, Domine”.
En Aida, los solistas fueron Salvatore Licitra en el papel de Radamés, Oksana Dyka en el de Aida, Ekaterina Gubanova como Amneris, Kwangchul Youn como Ramfis, Sae Kyung Rim en el rol de sacerdotisa, Carlo Zigni como Rey de Egipto, Antonello Ceron como Mensajero y Andrezej Dobber en el papel de Amonasro. En el Requiem, el cuarteto vocal principal estuvo conformado por la soprano Marina Poplavskaia, la mezzosoprano Sonia Ganassi (que lo grabó en la versión dirigida por Pappano), el tenor Giuseppe Filanoti y el bajo Kuangchul Youn. Poplavskaia, Gubanova y Dobber habían estado, por su parte, en el elenco de la Novena de Beethoven que Barenboim dirigió hace una semana. En todos los casos se trató de cantantes de gran nivel, con voces potentes y, en el caso de Dyka, de una intérprete notable para su papel. Licitra y Filanoti son, además, los dos tenores más importantes entre los que actúan corrientemente en Italia. Yuon fue excelente en el Requiem y Ganassi unió a un timbre bello y oscuro un fraseo de gran delicadeza. La orquesta, con cuerdas de extraordinaria homogeneidad y bronces superlativos –el Tuba mirum del Dies Irae, con grupos de metales adicionales colocados a lo alto y en los costados de la sala, fue conmocionante–, se sumó a un coro de gran empaste y equilibrio para lograr, junto a Barenboim, lecturas donde el campo expresivo y dinámico se amplía hasta el infinito. Podría decirse que en el Universo Barenboim los pianísimos lo son hasta el extremo de lo audible y los fortísimos hasta el límite de lo soportable y que los contrastes y tensiones se llevan hasta el propio umbral de lo posible.
Esta segunda parte de las actuaciones de Barenboim, con orquesta y coro de La Scala y organizadas por el Colón, tuvieron, no obstante, una diferencia esencial con el capítulo planificado por el Mozarteum: paradójicamente, fue la institución privada la que completó el programa con el ingrediente social –y pedagógico– de un concierto gratuito, donde se tocó música de Boulez, más allá de los abonos para la juventud, de muy bajos precios, que hacen los conciertos accesibles a un público más amplio. 
La actuación de los organismos de La Scala acarreó un gasto de seis millones de euros y su beneficio se redujo a tres conciertos –el último de ellos fue el lunes por la anoche, con la repetición de Aida–, a los que asistieron unos ocho mil quinientos afortunados que pudieron pagar entradas de entre 300 y 1200 pesos. No se trata, desde ya, de que la orquesta y coro de La Scala no valgan aquello que se ha pagado por ellos. Ni, mucho menos, de que no esté bien que un teatro contrate grandes artistas para sus temporadas. El problema, más bien, es de oportunidad. No puede dejar de pensarse que esos seis millones de euros se desembolsan en el mismo momento en que las autoridades culturales de la ciudad confiesan que no pueden arreglar las goteras del Teatro San Martín si no venden patrimonio inmueble. Y no debería dejar de tenerse en cuenta que estos tres conciertos pertenecen a una temporada en la que no ha habido un solo encargo a un músico argentino. Ni tampoco que con esa cifra podrían producirse unas treinta puestas de ópera que combinaran figuras extranjeras y nacionales.
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Puse en cursiva el último párrafo del autor del artículo ya que me parece una información poco divulgada y muy pertinente en cuanto a la política cultural del actual gobierno de la ciudad.
La buena administracion de los recursos públicos exige decisiones que favorezcan el trabajo argentino y el acceso a  los bienes culturales  de  la mayor cantidad de "vecinos" de la ciudad.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El programa de gobierno presentado por el cardenal Bergoglio


El documento contó con la autoría, entre otros, de Roberto Dromi y Roque Fernández.
A poco más de un año de las elecciones de 2011, ya comienzan a aparecer los programas político-económicos de las distintas fuerzas políticas. A veces son los partidos políticos los que opinan de modo directo; otras, son instituciones como la Iglesia y los medios de comunicación las que plantean sus reivindicaciones con acompañamientos políticos.
Dentro de esa corriente, es reveladora la presentación que, más de dos meses atrás, realizó el Cardenal Jorge Bergoglio del documento Consenso para el Desarrollo, elaborado por la Universidad del Salvador (Usal) a través de su Escuela de Posgrado Ciudad Argentina. El director del estudio fue el Dr. Roberto Dromi, ex ministro de Carlos Menem, que trabajó con un equipo integrado por Armando Caro Figueroa (ex ministro de Trabajo y Seguridad Social, 1993-1997), Andrés Delich (ex ministro de Educación, 2001), Roque Fernández (ex ministro de Economía, 1996-1999), Horacio Jaunarena (ex ministro de Defensa 1986-1989 y 2001-2003), Jorge Vanossi (ex ministro de Justicia, 2002) y Fernando Lucero Schmidt (director de investigación y desarrollo de la Usal). A la presentación asistió un conjunto de personalidades que encarnan al arco opositor, que ya tenía una muestra de lujo en los autores del documento. ( Véanse los diarios del 20 de junio de 2010).
Constitucionalismo creativo. El documento propone políticas de Estado que se concretan en un Contrato Social de Garantía y Pertenencia, que “recepta la homologación del consenso como expresión de la voluntad general y del querer común de pueblo y gobierno, de sociedad y Estado ( apart. 8). Se establece que “el presente Contrato Social de Garantía y Permanencia será ratificado por ley del Congreso de la Nación y tendrá categoría de ley suprema de orden público conforme al Artículo 31 de la Constitución Nacional. El plazo de duración es ilimitado y sólo podrá ser modificado, denunciado o privado de su eficacia legal, una vez que transcurran 10 años computados desde la fecha de entrada en vigencia. Las provincias adhieren automáticamente y de pleno derecho al presente Contrato Social de Garantía y Pertenencia con la sola firma del mismo por el Gobernador de la Provincia en su calidad de agente natural del Gobierno Federal” ( apart. 24). “La presente ley-contrato sólo podrá ser sometida a revisión por la Corte Suprema de Justicia de la Nación” ( apart. 25).
Este texto es un ejemplo de constitucionalismo creativo. En primer lugar crea una categoría especial de leyes que son las “supremas de orden público conforme al Artículo 31 de la Constitución Nacional” (que no establece categorías de leyes). Pero ya la creatividad se convierte en delirio cuando se establece que sólo se la puede modificar después de 10 años de su vigencia, que las provincias adhieren por la sola firma del gobernador y que sólo podrá ser sometida a revisión por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La “frutilla de la torta”: las “partes celebrantes” asignan al Poder Ejecutivo la aplicación de este Contrato ( apart. 26). Pues bien: ¿Quiénes son las “partes celebrantes”? Respuesta: es la voluntad general; y el Contrato está abierto a todos los actores ( apart. 12). No se indica cómo se expresarán. Por eso sería útil un esfuerzo más, que los lleve a inventar un Congreso con atribuciones restringidas, puesto que el Contrato Social sería inamovible por 10 años y sólo podría ser revisado por la Corte Suprema.
¿Por qué una Universidad prestigiosa incurre en estos desatinos jurídicos? Una explicación es el propósito de aplicar un programa de gobierno cuya ejecución requiere una reforma constitucional. Como el arco opositor no tiene las mayorías exigidas por la Constitución, se pretende entonces sancionarlo por una super ley que no existe en nuestro ordenamiento jurídico.
Los puntos básicos. El Contrato Social de Garantía y Pertenencia establece dos categorías de temas básicos, cuyo cumplimiento permitiría instalar la “nueva República Consolidada del siglo XXI”. Algunas materias son lo suficientemente generales como para impedir rechazos; en cambio, en los temas controvertidos, el Consenso opta por favorecer a los intereses del establishment económico, los medios de comunicación y la Iglesia. Veamos.
Educación. El primer tema que trata es la educación: “El Estado garantiza el acceso universal y gratuito al saber en todos sus niveles para todos los habitantes de la Nación sin exclusión. Para el cumplimiento de este principio, las organizaciones estatales pertinentes deberán instituir sistemas de becas, subsidios, mecenazgos, compensaciones tributarias y toda otra instrumentación conducente a promover la formación física, moral e intelectual de todos los habitantes de la Nación” ( apart. 27). En otras palabras, deben aumentarse sustancialmente las subvenciones estatales al sector educativo privado.
Pero esa orientación va más lejos. No sólo se benefician las escuelas privadas, en especial las religiosas. Además se dispone que “los medios de comunicación son agentes activos de la educación” ( apart. 28). Agrega el Consenso: “La educación impartida por los medios de comunicación y las organizaciones sociales deberá ser de ejecución pública no estatal” ( apart. 31).
El esquema es claro: el eje de la acción educativa pasa a la Iglesia y a los medios de comunicación privados (adivinen cuáles). Se viola así la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que establece que deben otorgarse licencias al Estado nacional, a las provincias, a las municipalidades y a las universidades nacionales; ¿se suprimirá al canal Encuentro? Pero no termina allí: el sector privado debe ser financiado por el Estado: “Los licenciatarios de los medios de comunicación audiovisual y las autoridades de las escuelas sociales serán compensados por el Estado nacional por los servicios educativos que presten”; para que no haya equívocos agrega: “El sistema de compensaciones por los nuevos servicios educativos deberá estar a cargo de la Nación” ( apart. 35).
Seguridad. El Consenso establece que “el eje vertebrador de todas las políticas de Estado es, a nuestro entender, la seguridad en su más amplia acepción”. Para afirmarla, la principal medida que propone es el dictado de un “curso teórico práctico anual y obligatorio sobre Educación para la Civilidad y la Convivencia Social para todos los adolescentes” ( apart. 45). Se llega a esta conclusión sin un diagnóstico adecuado; además, parece extraño que el acto de gobierno primordial, para instrumentar el “eje vertebrador”, sea un curso para adolescentes.
Política exterior. En materia de política exterior propone “formar alianzas estratégicas en el espacio económico regional en conjunto con Brasil y Chile, relanzando la alianza del ABC para construir un puente bioceánico Atlántico-Pacífico” ( apart. 52). No hay ninguna referencia a Unasur.
Economía. Se adoptan las pautas del establishment económico: “eliminar el llamado impuesto al cheque y las retenciones a las exportaciones” ( apart. 65); “establecer un sistema de equidad tributaria y tarifaria compatible con la ganancia empresaria” ( apart. 54); es decir, se privilegia a la ganancia empresaria. Las empresas públicas deben evitar “la producción de bienes y la prestación de servicios que puedan hacerse en forma óptima por el sector privado” ( apart. 66); así, la eficiencia del sector privado parece un artículo de fe. Además, debe afianzarse la autarquía del Banco Central, cuya “función primordial es asegurar un valor estable para la moneda nacional” ( apart. 67); se olvida que en muchos países (incluso en Estados Unidos) también es fundamental el sostenimiento de la actividad económica y del empleo.
En cuanto a la producción se propone una gama impresionante de incentivos y subvenciones al sector privado, que hasta incluye “garantía de la inversión de riesgo” (no se aclara cuál es el riesgo de esa inversión si se la garantiza) ( apart. 70 a 72).
Comunicación. En materia de comunicaciones, el Consenso determina que “las innovaciones tecnológicas sobrevinientes a las licencias son de propiedad pública del Estado nacional, que acordará su gestión privada o mixta” ( apart. 94). Es decir, que las nuevas tecnologías sólo podrán ser utilizadas por empresas privadas o mixtas. Nada mejor para consolidar el monopolio de los medios audiovisuales.
Síntesis. Este documento redactado por la Usal con la colaboración de destacados ex ministros es de gran utilidad porque devela la naturaleza y la ideología de una fuerza política integrada por la Iglesia y los medios de comunicación dominantes, con el acompañamiento de notables miembros del arco político opositor. Es un hecho político fundamental que revelen quiénes son y qué piensan hacer si fueran gobierno.