lunes, 31 de marzo de 2014

derechos humanos

¿Sudáfrica o Argentina?


Por Daniel Feierstein *


Revertir los procesos de hegemonía lleva tiempo. La necesidad ética y política de enfrentar la impunidad se construyó con enorme trabajo, en un proceso iniciado a fines de la dictadura y que persiste hasta hoy. Pero cada vez más se identifican intentos –ya no sólo de los perpetradores y sus cómplices– por revertir ese logro. Aparecen por flancos diversos y apuntan siempre en la misma dirección: la Justicia no sería el mejor remedio para enfrentar el genocidio. Su última estela fue el reportaje al investigador francés Philippe Joseph Salazar, aparecido en La Nación el día previo al 38 aniversario del golpe de 1976. Pero se articula con numerosas declaraciones en ámbitos periodísticos, académicos y políticos de los últimos años. Tomaré el reportaje de Salazar apenas como ejemplo de esta tendencia.
Es difícil juzgar la experiencia política de otro país y tampoco es mi intención. Pero ya que el investigador francés que vive en Sudáfrica se permite juzgar el caso argentino sin mucho rigor, contrastaré sus afirmaciones sobre Sudáfrica con alguna información pública. Dice Salazar que “hoy llama la atención para cualquiera que vaya a Sudáfrica lo feliz que es la gente allá. Es la felicidad de vivir juntos. No quieren más hablar del pasado”. Resulta difícil imaginar cómo se concilia dicha felicidad con la tasa de homicidios anual de 31,8 cada 100 mil habitantes, no sólo de las más altas del mundo, sino también dentro del propio continente africano, cuyo promedio es de 17 (Argentina tiene una de 5,5, pese al fervor mediático sobre la inseguridad).
A ello se suma que las muertes sudafricanas tienen relación con el período del apartheid, tanto la violencia anti blanca rural (que no parece mostrar una “reconciliación” muy exitosa, con más de un millar de asesinatos de afrikaaners desde 1994, según las fuentes más cautas), sino también responden a la represión policial, las muertes en cárceles y a la dominación de género, además de la clásica violencia delincuencial.
Agrega Salazar que la ganancia de haber resignado la posibilidad de justicia se compensó con la verdad. Pues no parece ser la conclusión unánime con respecto a la Comisión de Verdad y Reconciliación. En las autoinculpaciones no sólo no hubo arrepentimiento, sino que tampoco se aportó mucha información. La mayoría de las declaraciones “olvidaban” incluir a los copartícipes en las acciones cometidas, así como de informar el destino de los cuerpos, en el caso de que no se conociera previamente. La disyuntiva de conseguir verdad o justicia no parece haber sido tal. No hay prueba alguna de que la labor de la comisión hubiese realmente avanzado significativamente en el conocimiento de los hechos más de lo que lo hubiere hecho un proceso penal.
Apelando a la teoría de los dos demonios, Salazar también sostiene sin pudor que “los crímenes de sangre cometidos por los movimientos de liberación están en el mismo plano que aquellos cometidos por los agentes del apartheid”, borrando la distinción de origen del derecho internacional de los derechos humanos, la separación entre crímenes de Estado y delitos comunes. E igualando la violencia del oprimido con la violencia del opresor, naturalizando la opresión estructural.
Sin embargo, parece que la falta de sensibilidad de Salazar ante la muerte cotidiana en la Sudáfrica actual (en especial, la muerte política, vinculada al post apartheid) tiene su correlato con la extrema sensibilidad ante la “violencia” en la Argentina. Asistiendo a una audiencia de los juicios en Mendoza, Salazar presencia la alegría y fervor de los familiares y sobrevivientes de las víctimas ante la demoradísima condena a los genocidas. Ello conduce a Salazar a considerar que “la gente pedía más sangre y ahí me dije: esto nunca va a terminar.” O sea: los linchamientos de blancos en las zonas rurales sudafricanas, la represión policial a los mineros y la violencia cotidiana en Soweto son “la felicidad de vivir juntos y reconciliados”, pero la manifestación de alegría sin agresión de un sobreviviente de un campo de concentración o de una madre o un hijo de un desaparecido ante una condena producida entre 30 y 40 años después de los hechos es un “pedido de sangre”.
El peligro es que no se trata apenas de un desliz “académico”. La insistencia con la experiencia sudafricana como modelo opuesto y superior al argentino ya tiene unos cuantos años (paradójicamente España es el otro modelo, el paradigma del silenciamiento, la impunidad y la apropiación de menores) y proviene de numerosos políticos e intelectuales, que parecen tener escasa información proveniente de los organismos de derechos humanos sudafricanos o internacionales (baste revisar los datos sobre Sudáfrica en Genocide Watch, entre otros reportes de DD.HH.).
El caso argentino fue paradigmático en las estrategias de lucha contra la impunidad. La fortaleza y unidad de su movimiento de derechos humanos, el modo en que caló en la conciencia del pueblo, la persistencia y originalidad de sus luchas (desde las presentaciones en tribunales internacionales hasta los “escraches”) permitieron consolidar un caso único por el número de procesados, el nivel de garantías ofrecido a los acusados (cualitativamente superior a casos valorables como los de Nuremberg, Tokio, Etiopía, Camboya o Bangladesh) y la seriedad de la fundamentación de las condenas y absoluciones.
Claro que es un proceso que tiene sus problemas (fragmentación de las causas, demoras injustificadas, incoherencias procesales, protección de los testigos, ausencia de investigación estatal), pero tienen que ver más con la falta de justicia que con su exceso. No hubo condenas a muerte como en Nuremberg o Bangladesh, no han existido inocentes condenados como en numerosos “casos armados” en la Justicia común argentina o extranjera, y los procesados y sus familias han visto garantizada su seguridad. Esta lucha original y exitosa del movimiento de derechos humanos argentino instaló una hegemonía difícil de encontrar en otras sociedades como la chilena, la española o la brasileña, que se encuentran mucho más divididas y donde la construcción de consensos para alcanzar la justicia sigue resultando difícil. Es este logro lo que estos discursos pretenden revertir. Y el peligro radica en que, a diferencia de las manifestaciones aisladas de los perpetradores y sus cómplices, estas falsas disyuntivas tienen mayor capacidad para calar en el sentido común, afectado tanto por la mezquina utilización política de los logros colectivos como por el también mezquino oposicionismo que se niega a reconocer el valor de un cambio de época en la lucha contra la impunidad.
El riesgo es enorme, porque distraídos en esas disputas, por primera vez se comienza a poner en riesgo la sólida hegemonía que tanto ha costado construir: la necesidad de justicia para los crímenes de Estado.
El 24 de marzo estuve en las dos plazas, como hago desde que se quebró el acto unitario del Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. En la de los “organismos históricos”, con tinte kirchnerista y autobombo. Y en la del “Encuentro”, con participación de los partidos opositores y homologación de los gobiernos de estos 38 años. En ambas, como es lógico, había madres, hijos, familiares, sobrevivientes, aunque algunos no quieran verlos. En ambas estaban compañeros que han luchado a brazo partido, ofreciendo su tiempo y en algunos casos sus vidas para construir esta hegemonía. Coincidía y disentía con consignas de unos y otros. Pero por suerte una consigna se sigue cantando en ambas marchas, una de las pocas que canto una y otra vez a voz en cuello y que proviene de los años ‘8’: “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”.
Los fantasmas siniestros vuelven a marchar. No usan tanques ni se pintan la cara como hacían en los ’80. Tampoco hacen gestos amenazando degollarnos, como en 2006 o 2007, cuando la desesperación los sacó de quicio. Seguramente comprendieron que sin revertir la hegemonía construida sobre la necesidad de la justicia, sus gestos serán inútiles. Van a la conquista del sentido común del pueblo argentino.
* Investigador del Conicet y presidente de la International Association of Genocide Scholars.
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Ezequiel Ander-Egg, un intelectual obsesionado en aplicar las ciencias sociales a la solución de problemas prácticos


“La historia la hacen también personas corrientes y humildes”

Tiene seis títulos de grado, tres de posgrado y 170 libros publicados. Es militante de derechos humanos, ecologista y pacifista. Sobrevivió a varios atentados de la Triple A y la dictadura militar. Tiene seis hijos biológicos y 17 hijas adoptadas. Estudió con Claude Lévi-Strauss y reconoce a Edgar Morin como su gran maestro. Y dice que cuando más aprendió fue al convivir con indígenas.

Por Verónica Engler

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Dice que tiene una “neurosis de trabajo incurable”. Sus más de ciento setenta libros publicados, las numerosas clases y conferencias que ofrece en diferentes países en un peregrinar casi permanente, sumado a sus múltiples proyectos en curso (como los centros de Educación Popular de los que participa en México y Bolivia) dan cuenta de esa característica que lo mantiene activísimo a sus ochenta y cuatro años. Ezequiel Ander-Egg ha escrito sobre los temas más diversos de las ciencias sociales, pero fundamentalmente sobre trabajo social, animación sociocultural y educación. “Nunca pretendí escribir para un público selecto, sino para muchos, ya que mi intención es hacer comprensibles los temas y problemas de las ciencias sociales”, dice cuando desde cierto sector de la academia se lo tilda de “simple divulgador”.
Militante por los derechos humanos, por las minorías sexuales, pacifista, ecologista y feminista. Sobrevivió a varios atentados perpetrados contra él por la Triple A y por la última dictadura militar: muchos dicen que es casi un milagro que se haya salvado. Alegre, de mirada chispeante, este hombre de libros y de acción repasa en la entrevista múltiples aspectos de su vida, sus hijos, sus diecisiete hijas adoptivas, sus pareceres sobre la universidad, su juventud y su experiencia con los indígenas de América latina, con quienes, dice, aprendió más que con las lecciones de Claude Lévi-Strauss que tomó durante una de sus estadías en Francia.
–A usted se lo describe generalmente como un “hombre de acción y pensamiento”.–Sí, pero hay dos definiciones sobre mí: esa y otra muy poética que dice “ternura en un mundo sin ternura”, por la forma de comportarme. Tengo ciento setenta libros escritos, y todo lo que hay ahí lo saco de la acción. Un día me pidieron que escribiera algo sobre el colegio secundario, y pedí permiso antes para dar clases en un colegio secundario. Pero lo que es menos conocido es mi trabajo por la paz internacional, porque yo sé, por mi trabajo en la Unesco, que todavía hay cuarenta mil bombas atómicas. En las misiones de paz a las que fui, mi corazón estaba con Gandhi, porque sé que si seguimos deteriorando el medioambiente como lo hemos hecho hasta ahora, no podremos sobrevivir más que tres generaciones en el planeta Tierra. Todo esto pasa porque la forma en que usamos la ciencia y la tecnología, por querer ser ricos destrozamos la única riqueza que hay, que es la vida. Si no aprendemos a vivir superando lo que es la sociedad de consumo, si no sabemos vivir de otra manera, nosotros mismos nos destrozamos. La Santa Trinidad del hombre contemporáneo está conformada por el dinero, el consumo y el status. Lo que hace funcionar esto es la publicidad y la propaganda, la publicidad vende productos y la propaganda vende valores.
–¿Como sobrevivió al fusilamiento perpetrado contra usted por la Triple A?–Estuve treinta y un días tirado a ocho kilómetros de Mendoza, no me podía mover. Me atendía una campesina que no sabía mi nombre. Lo único que quería era vivir embarrado para que no avanzara la gangrena. Todos los médicos que me atendieron por primera vez dijeron que había una posibilidad en mil de salvarme, por las heridas recibidas, y esa posibilidad se dio. (Benjamín) Menéndez hizo público que yo era montonero, pero yo no era montonero, hablaba con los montoneros, hablaba con todos. Y él me mandó a matar. Pero la tragedia es mucho más grande, porque yo sabía que me querían matar, pero cómo iba a abandonar a los jóvenes. Entonces saqué todo el dinero para hacer viajar a mi familia al exilio. Fueron a buscarme y, como no me encontraron, encañonaron a mi familia y se robaron todo el dinero. La que era mi esposa los denunció y a los tres días dinamitaron la casa con ella y un hijo mío. Por suerte se salvaron, pero fue una tragedia tras otra. Al día siguiente de mi fusilamiento quisieron secuestrar a un hijo mío y él pudo cambiar el itinerario y se salvó, pero nunca más volvió a la Argentina. Mi madre sufría mucho por toda esta situación. Ella quería que yo abandonara la lucha, pero entonces yo le dije: “Mientras haya en el mundo una sola mujer campesina explotada no dejaré la lucha”.
–Antes de irse al exilio, a usted lo criticaban en la Universidad de Cuyo, de la que era docente, por leer a Arturo Jauretche, ¿verdad?–Sí, es que acá los académicos leían a los europeos. (Andrés) Delich, que fue ministro de Educación, ha hecho unas críticas tremendas a Jauretche y yo, en cambio, defendía sus aportes. El vendía libros porque no escribía como un sociólogo. ¿Qué es tener nivel sociológico?, ¿decir con palabras ininteligibles lo que todo el mundo sabe por sentido común?, ¿hacer investigaciones y escribir papers que sólo sirven para incrementar el curriculum vitae de quien los escribe? Después de que me expulsaron de la universidad, por socialista, me quisieron reintegrar pero no quise. ¿Para qué? La universidad está llena de papagayos culturales, dan textos sin contexto. La última vez que tuve reunión de Consejo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, cada profesor decía a principio de año qué texto iba a trabajar. Para mí decir qué texto se va a trabajar no es manera de pensar, yo lo que planteo es qué problemas que afectan a nuestro pueblo vamos a estudiar. Estoy decepcionado de la universidad latinoamericana, porque no está relacionada con los problemas concretos.
–¿Cómo es su itinerario antes del exilio? ¿De Bernardo Larroude, en La Pampa, donde nació, se fue a estudiar a Mendoza?–No, estuve por todas partes. Estuve en Córdoba haciendo el bachillerato aeronáutico creado por Perón. Fui uno de los trescientos veinte jóvenes de todo el país elegidos por Perón para este proyecto que fue importantísimo, la carrera de aeronáutica. Yo hice eso porque quería salir de pobre. Terminada la (segunda) Guerra Mundial, diferentes países se llevaron alemanes altamente capacitados: en primer lugar Estados Unidos, la URSS, Inglaterra, Francia, y Perón trajo a especialistas en aeronáutica. Perón ahí tuvo mucha lucidez. A fines de 1946 hizo la convocatoria de jóvenes para que hicieran una formación en aeronáutica, de tipo técnico. La carrera de cinco años se haría en dos años y medio: eran cinco meses y medio de clases y quince días de vacaciones. Esta gran idea de Perón, después de que él desapareció de la vida política, se frustró. Cuando vuelo en aviones fabricados en Brasil recuerdo este “fracaso” argentino causado por la falta de visión de dirigentes políticos que nunca entendieron lo que Perón quiso hacer.
–¿Y usted entró en la Aeronáutica?–Un tiempo, pero me terminé retirando porque no era militarista. Pero después ocurrió que cuando elegí Mendoza porque quería estudiar filosofía tuve el problema de que la carrera de aeronáutica era un secreto de Estado, y no podía entrar a la universidad. Entonces me puse desesperado a hacer el bachillerato y, finalmente, en septiembre de 1953 dijeron que no era secreto de Estado, y pude entrar a la universidad. El 30 de septiembre de 1953 comencé la carrera y el 31 de agosto de 1955, en un año y once meses, yo me había graduado en Ciencias Políticas y Sociales. Luego me fui a España con una beca, me doctoré en Ciencias Políticas y Económicas. Volví y fui profesor en la facultad, mis alumnos de quinto año habían sido mis compañeros de primer año. Al mismo tiempo tenía un cargo en el gobierno de La Pampa, que era algo así como ministro de Asuntos técnicos.
–Y luego se volvió a ir a Europa para seguir estudiando, ¿verdad?–Sí, a Francia, en la década del sesenta. Hasta ese entonces había trabajado sólo como economista. En Francia me gradué en Planificación Económica y Social, y pensaba irme a Vietnam a trabajar con el padre (Louis) Lebret, con el equipo de Economía y Humanismo. Pero (Alfredo) Calcagno, que era el embajador ante la Unesco, me dijo que volviera para trabajar con el presidente (Arturo) Frondizi, que para mí era un estadista, lo respeto mucho. Volví y me nombraron director de Desarrollo de la Comunidad, y en dos años construí tres mil doscientas viviendas para los sectores más pobres de Argentina.
–Usted ha tenido cinco hijos y una hija biológicos, pero luego adoptó diecisiete hijas. ¿Cómo tomó la decisión de hacerse cargo de esa prole numerosa?–Las adopté en un momento para no volverme loco, fue cuando murió mi hija Graciela. Pero no las adopté de bebés, no tuve que cambiar pañales (se ríe), como a los dieciocho años. Tampoco vivían todo el tiempo conmigo. Me hice cargo de que pudieran formarse, ir a la universidad, hacer sus posgrados en el exterior, porque todas ellas son de ascendencia indígena, de países latinoamericanos. Generalmente pasaban seis meses aquí para aprender artesanía intelectual, para iniciarse en las cosas de la investigación. Este año las diecisiete tendrán su título universitario. A las mejores les di una mayor formación en Europa, especialmente a la guaraní-paraguaya, Mariela Cuevas, que estuvo hace poco aquí. Ella fue mi secretaria en Venezuela, cuando yo trabajaba con Chávez para el socialismo del siglo XXI y la Unasur. Ella se graduó en Venezuela y era la “mimada” de Chávez por su militancia e inteligencia. Tenía 22 años cuando fue escogida para hablarles a todos los presidentes de América del Sur. Anoche justamente vino la primera hijita que adopté, una quechua-aymara, porque está haciendo el curso internacional que dirijo (en la Escuela de Psicología Social del Sur). Una de las características para escoger a mis hijas es que son personas que tienen un compromiso, de servicio a la gente. Pero ya no adopto más. Mi dinero lo he usado en esto, no lo he donado a ninguna organización como la Cruz Roja o Unicef, porque he trabajado en esas instituciones y las conozco bien.
–Usted ha vivido con varias comunidades indígenas de Latinoamérica e incluso lo han consagrado “anciano”. ¿Me puede contar algo de estas experiencias?–Sí, me consagraron hace unos años, en México. Pero mi experiencia con los mayas en Guatemala fue muy importante, creo que fue el cargo más importante que tuve en mi vida, como responsable del Programa Indígena, pero me terminaron expulsando del país, y con toda razón. Y por veintidós años no pude entrar.
–¿Por qué lo expulsaron?–Recuerdo el día en que asumí, que estaba con el presidente y la ministra. Me pusieron coche con chofer, y el chofer se bajó para que yo me sentara atrás. Entonces le dije a la ministra: “Yo no voy a trabajar así, yo me voy a vivir con los indígenas”, y así lo hice. Estuve un tiempo con heridas que no me cicatrizaban porque estaba mal alimentado. De noche estudiaba antropología. Yo había estudiado antropología con (Claude) Lévi-Strauss en Francia, pero siempre digo que aprendí más con mis hermanos indígenas. Y los oligarcas de allí son tan hijos de puta como los de aquí, decían: “Estos indígenas no quieren trabajar”, y yo les decía: “¿Cómo van a trabajar si tienen hambre?”. Entonces, claro, la oligarquía me vio mal. Además, eran muy religiosos, querían la misa cantada, con tres curas, que cobraban quince quetzales, que era el sueldo de un mes, y yo me opuse a eso. Bueno, como si esto fuera poco, después me metí con los militares. Entonces, a los tres meses me expulsaron y por veintidós años no pude entrar al país.
–Y también lo echaron de España, ¿no?–Ah, de España varias veces, la última vez por hacer la lista de las amantes del rey. Porque no aguanto la hipocresía, y la monarquía no me va. Yo sabía eso del rey porque en su casa tenía un general, que era el jefe, y ese general tenía un hijo jesuita, y le contaba cosas al hijo jesuita y el hijo jesuita me las contaba a mí, y se armaba una chismografía impresionante. Pero ¿por qué me daba bronca esa vida del rey? Porque los días de Navidad él daba su mensaje a favor de la familia, y yo no admito la hipocresía. Admito las diferentes opciones sexuales, la homosexualidad, el lesbianismo.
–Usted ha salido en varias oportunidades a responder públicamente a la Iglesia sobre el tema de la homosexualidad, e incluso se declaró militante gay.–Sí, fue en cierta forma gracioso. El problema que tuve fue acá en la Argentina cuando el cardenal (Antonio) Quarracino dijo que había que poner aparte a todos los homosexuales. Entonces, llegué de España y me hicieron una entrevista larguísima, y de pronto la periodista me pregunta qué pensaba de lo del cardenal Quarracino, y yo dije: “Mire, Jesucristo jamás diría eso, tú sabes de mi militancia”. Y la periodista me dice: “Sí, eres militante de los derechos humanos, pacifista, ecologista y feminista”. Entonces, yo le dije: “Y ahora me declaro militante gay sin ser homosexual”. Y apareció la nota en el diario con el título: “Ander-Egg se hace militante gay gracias al cardenal Quarracino”. Antes, durante el gobierno de Alfonsín, en una ocasión cuando venía en una misión oficial, el gobierno me recibió como si fuese diplomático en Ezeiza, y me ponen en una entrevista con Radio Nacional. Hacía poco (el arzobispo Emilio) Ogñenovich había dicho, cuando Alfonsín planteó la ley de divorcio, que detrás de esa ley vienen el sida, la homosexualidad y el lesbianismo. Y me preguntaron qué pensaba de eso. ¿Qué iba a contestar yo? Rápidamente se me ocurrió decirle: “Mire, yo creo que ustedes los periodistas lo han tergiversado, porque no puede ser, porque no puede haber un tipo tan bruto y tan idiota que diga algo así”.
–¿Qué está escribiendo en este momento?–En esta etapa de mi vida estoy en la tarea de reescribir mis libros más significativos, pero además estoy escribiendo un nuevo libro que se llama Historicidades anónimas. Casi toda la gente cree que la historia es la resultante de grandes acciones políticas o militares, que la hacen personas que han tenido poder, que han sido importantes empresarios o científicos. Esto es parcialmente cierto, pero la historia la hacen también personas corrientes, humildes, sin cargos públicos, con acciones pequeñas, fragmentarias, pero que cambian la historia, entre tantas está por ejemplo la de las Madres de Plazas de Mayo. Entre la treintena de historias que ya escribí, una es la de Rosa Parks, una mujer negra que era costurera, y un día se sentó en el autobús y vino un hombre blanco que la quiso hacer levantar. Como no se levantó, la metieron en la cárcel y el juez que la juzgó dijo que ella tenía razón. Desde ese día los negros pudieron sentarse en los autobuses y cambiaron muchas cosas. Otra historia que tomé es la de Vasili Arkhipov, un marino ruso que evitó una catástrofe universal. Fue el 27 de octubre de 1962, cuando Estados Unidos declaró el bloqueo comercial a Cuba, enviando destructores para hacerlo efectivo. Había unos cargueros de la URSS que traían misiles, iban escoltados por submarinos B-59. En un momento del encuentro de navíos de ambas potencias, un submarino lanzó un disruptor de sonido que el destructor confundió con un torpedo y respondió lanzando una carga de profundidad sobre el submarino. El gobierno de Estados Unidos no sabía que los tres submarinos estaban provistos de torpedos con cabeza nuclear. Por la dificultad de comunicarse con Moscú, podían tomar cualquier decisión si lo aprobaban los tres comandantes. Uno de los comandantes decide disparar el misil con cabeza nuclear sobre la Casa Blanca, pero cuando consulta al comandante Arkhipov él dice que no hay información suficiente y vota en contra. Entonces, no se lanzó. Fue un instante en que se jugó la suerte de la humanidad.
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sábado, 29 de marzo de 2014

puerto piramides

Cosido y descosido

Por Osvaldo Bayer

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Estuve en Puerto Pirámides, la población idílica que se halla en el Chubut, en nuestra tan increíble Patagonia. Fui a agradecer que a una calle de esa población le han puesto mi nombre, por mi investigación acerca de las huelgas rurales de los años 1921-22. Además de su belleza y su fauna, la pequeña ciudad de apenas 500 habitantes tiene una base democrática increíble. Por ejemplo, esto, el nombre de sus calles se decide por votación de toda la población. Y votan todos a partir de los doce años de edad. Y en esto hay historia. Se ha elegido especialmente el nombre de los primeros pobladores. Los que pusieron la semilla para que surgiera esta ciudad tan atractiva y fraterna. Y cuando yo llegué estaba trabajando un grupo de jóvenes cordobeses estudiantes de cine, que filmaban precisamente esta forma de bautizar las calles, método único en todo el país. Se filma cómo surgen los nombres elegidos, cómo se debate sobre ellos y finalmente se relatan anécdotas sobre la personalidad elegida.
Un método auténticamente democrático, de base, mientras en el mar, ahí mismo, saltan y juegan las ballenas, las orcas, las focas y toda una increíble fauna marina donde se destacan los pingüinos, siempre atentos a lo que hace el hombre.
Justamente el 24 de marzo me tocó estar allá, en estas tierras tan bellas de cielos y horizontes amplios. Sí, muy cerca, ocurrieron los fusilamientos de peones rurales santacruceños, en las huelgas de la tierra. Qué nos pasó a los argentinos es la pregunta sin respuesta. Para los peones patagónicos fusilados, eso significó la muerte en el paraíso. Paraíso en cuanto a su paisaje pero infierno en la represión. Pobres peonadas, cuando se vieron enfrentadas ante el mauser del soldado argentino. Muerte bajo el cielo azul y el trinar de los pájaros. Un crimen tan atroz del cual aún no se ha hecho la debida autocrítica por parte del partido radical, gobernante de aquella época. Pero nada se ha hecho. Fue un crimen atroz sin que interviniera la Justicia y jamás los representantes del pueblo volvieron a tratarlo. Por ejemplo, el crimen contra el gaucho Facón Grande, que les gritó a los soldados fusiladores: “Así no se mata a un criollo”. Todavía resuena por esas regiones y su monumento mira fijo a esos políticos que no tienen memoria ni autocrítica.
Muerte en el paraíso para los trabajadores de la tierra. Los habitantes de esas costas y de esas llanuras llevarán siempre la estirpe de aquellos heroicos huelguistas. Luchaban por mejores condiciones de trabajo y se les metió bala en beneficio de los grandes terratenientes. Eso lo hizo un partido político que se decía popular, más el Ejército Argentino. Para no hablar de lo que se hizo con los pueblos originarios. Justo acaba de salir la tercera edición del libro de Marcelo Valko Pedagogía de la desmemoria. Crónicas y estrategias del genocidio invisible, donde se transcribe un documento firmado por Domingo Faustino Sarmiento, de un racismo extremo. Escribe Sarmiento: “Pocas han de ser las madres (indias) que traigan consigo pequeñuelos que deben acompañar siempre, pero dejar los niños de diez años para arriba, por temor de que sufran con la separación, es perpetuar la barbarie, ignorancia e ineptitud del niño, condenándolo a recibir las lecciones morales y religiosas de la mujer salvaje. Hay caridad de alejarlos cuanto antes de esa infección. Los niños distribuidos en las familias viven felices, porque el tratamiento que reciben, la educación en las prácticas civilizadas que les dan las cosas y las personas, los hacen confundirse bien pronto con los demás niños. Las madres salvajes no tienen autoridad alguna sobre sus hijos, que desde los ocho años pertenecen más bien a la tribu que a la madre, ni al padre, que poco caso hace de ellos”. (El Nacional, 30-11-1878.)
Un racismo insoportable el de Sarmiento. Que va contra todo esfuerzo democrático de Igualdad.
Otra medida que va contra la verdadera democracia es la que acaba de tomar la jueza Paula María Duhalde, quien ordenó la devolución del Hotel Bauen a la empresa Mercoteles S.A. Es una medida antidemocrática ya que una democracia debe defender a todas las cooperativas de trabajadores. Porque se trata de la democratización verdadera de una propiedad. Significa una empresa autogestionada, que es la verdadera esencia de la democracia. Ojalá el Gobierno marche en esta última dirección y no defienda la propiedad privada contra una propiedad servida por un conjunto colectivo de personas.
Aspectos de nuestra sociedad, con adelantos y pasos atrás.
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domingo, 23 de marzo de 2014

PAULA MARONI, DE HIJOS Y REPRESENTANTE DEL EJECUTIVO EN LA DIRECCION DEL ESPACIO PARA LA MEMORIA


“Ganarle a la muerte no es sencillo”

Fue el mayor campo de concentración, tortura y ejecuciones de la dictadura, con 17 hectáreas y 32 edificios que desde hace casi diez años se reconvierten en un lugar para la verdad y la justicia. La tarea, las prioridades, las dificultades.

Por Ailín Bullentini

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Hace casi diez años, ese enorme predio que se erige sobre la Avenida Del Libertador dejó de ser la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) para convertirse en “la Ex ESMA”. Pocas veces un prefijo se vio en el desafío de sostener semejante carga simbólica, la que engloba el paso de ser el mayor centro clandestino de detención y exterminio de la dictadura, a ser Espacio para la Memoria, la Verdad y la Justicia. Como resumió Paula Maroni, de HIJOS, es “un lugar que históricamente fue una herramienta utilizada en contra del pueblo y se puso a disposición del pueblo argentino”. Maroni es hija de Juan Patricio, desa-parecido desde mayo de 1977, nieta de la Madre de Plaza de Mayo Enriqueta Maroni y representante del Ejecutivo en la dirección del espacio. El trabajo allí “nunca fue sencillo”, aseguró.
A casi una década de aquella conversión simbólica, Maroni repasó las etapas del camino concreto que la baja a tierra a diario. Desde la negación de los organismos de derechos humanos a siquiera pisar ese lugar de terror que les habían arrebatado a los suyos, a la emoción sin control que los empujó adentro. Y del presidente que pidió perdón en nombre del Estado, al desafío de convertir 17 hectáreas de muerte en un gigante potenciador de memoria.
“Es la forma que yo elegí para procesar mi historia”, resolvió sencilla Maroni ante el cómo es ser familiar de desaparecido en el mismísimo hoyo de-saparecedor. De a pasitos, fue problematizando: “Debió haber sido la manera que menos me dolía entender que no es algo que me pasó a mí sino que fue parte de un proyecto. Colectivizar la lucha y mientras eso sucede, aportar y dejar una huella en la sociedad”. La clave que la relaja y la empuja, acaso compartida por tantos otros, tiene que ver con el poder ser constructivo en el epicentro del plan destructivo que comenzó hace 38 años. “Tengo mucho orgullo de esto. Pienso en mis hijos y en la historia que les puedo contar a ellos sobre su familia y el país, y le encuentro una vuelta que está buena. Porque si no hubiera existido la lucha, hubiese sido ‘y entonces el abuelo desapareció’. Fin, ahí se cortaba un relato. Hoy es diferente. Tengo la oportunidad de decirles ‘y entonces tu abuelo y sus compañeros desaparecieron, pero detrás de esto vinieron las Madres, las Abuelas y nosotros e hicimos todo esto, logramos todo esto otro’”.
–¿Qué significa que la Ex ESMA sea hoy un espacio de derechos humanos?
–Ganarle a la muerte no es sencillo, llenar este espacio de vida, 17 hectáreas, 32 edificios, no es sencillo. Después de diez años, con mucho esfuerzo, amor y compromiso, que este espacio esté abierto y con un camino ya avanzado de apertura que profundizamos cada día más, indica que esto es un proyecto de país. Es un lugar al servicio de un proyecto de país, y en ese sentido, sumamente importante para toda la sociedad. Los organismos de derechos humanos en este espacio fueron y son esenciales; fueron los primeros que se animaron a entrar, a plantar bandera y a decir que acá debían suceder cosas. Pero ellos (nosotros, porque me incluyo), como parte de la idea de no apropiarse de este espacio, sino de abrirlo instalando actividades para todos. La tecnicatura de música popular de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora; la de periodismo deportivo que funciona en la Casa de la Militancia de la Agrupación HIJOS, las actividades gratuitas del Centro Cultural Haroldo Conti. Cada uno de los que están acá propone algo abierto al público y de nivel, ésa es la mejor manera de saldar el desafío: que la gente se vaya animando a entrar.
–¿Por qué aún cuesta tanto?
–La manera en que la gente se va apropiando de este lugar acompaña la línea histórica del país. Desde que se abrió este espacio, siempre tuvo mucho público la visita al ex Casino de Oficiales, lo que fue el núcleo duro del centro de tortura y exterminio. El público busca transitar esa experiencia particular: lo que fue el centro clandestino de detención. Este año pasaron por ahí 150 mil personas. Cuesta más que la gente llegue en busca de una actividad cultural o educativa. Que haga la resignificación del espacio. Aunque todos los días se gana un poquito, es una batalla que no está saldada. Para eso, consideramos fundamental entender qué pasa con los tres mil hombres y mujeres que llegan a diario a la Ex Esma para trabajar en todas las instituciones que hay acá y que no están directamente relacionados con los organismos. Son parte de la sociedad, tienen familias y amigos y replican lo que sucede aquí. Los integrantes de las cooperativas de Argentina trabaja que están restaurando los edificios, trabajadores y trabajadoras de diverso origen que aportan mucha riqueza a la nueva esencia de este espacio, son un aspecto más que hace a este lugar muy particular. Siempre fue un lugar particular la ESMA: en la dictadura fue particular y en la recuperación de los espacios también lo es.
–¿Siempre estuvo presente la resignificación?
–Hace diez años, en el local de HIJOS debatíamos si entrábamos o no a la ESMA: “¡No entramos y no vamos a entrar porque eso todavía es un centro clandestino de detención porque no hay juicio y castigo!”, asegurábamos. El día que Néstor (Kirchner) estuvo acá y abrió las puertas, nos abalanzamos. Después de haber tenido diez horas de debate... Una vez que se abre la puerta a la emoción y lo que te sucede es tan poderoso... Las Madres tampoco iban a entrar. Y sin embargo lo hicimos. Y dejamos flores, y lloramos, y lo sentimos. Y escuchamos un presidente que nos pedía perdón en nombre del Estado, otra cosa que tampoco imaginamos. Debates existieron y van a existir siempre. Muy pocos han podido anticipar lo que estamos viviendo. Cuando ya tenés dos mil personas trabajando en este espacio, mil cooperativistas y la vida, el día a día te salda el para dónde. No todo se puede planificar, estructurar. Los debates se saldan en la práctica.
–Qué te sorprende más de todo lo que sucede hoy en el Espacio para la Memoria que funciona en la Ex Esma...
–Hay muchas cosas que están sucediendo y que no hubiera sido posible siquiera charlar porque no las habríamos ni imaginado. Pero la presencia de las cooperativas de trabajo aquí es increíble. Es algo que Martín (Fresneda, el secretario de Derechos Humanos de la Nación) le propuso a Alicia (Kirchner, ministra de Desarrollo Social), que fue una de las primeras que nos tendieron su mano. Hubiera sido imposible plantearlo en un debate siquiera. Aquí el programa Argentina Trabaja funciona de manera ejemplar. Son mil trabajadores y trabajadores dedicados a poner en valor todos los edificios del predio mientras aprende a realizar cada trabajo: revoca mientras aprende a revocar, coloca un cemento alisado mientras aprende a hacerlo. Al mismo tiempo, participan de talleres de derechos humanos. Todos saben dónde están trabajando, porque es la manera de darle sentido. Tiene mucha mística, por más de que no sea la manera más rápida de poner a punto el espacio. Tiene mucho sentido reconstruir la Ex ESMA así. Fue recuperada para el pueblo y está siendo reconstruida por el pueblo argentino.
–¿Cuáles fueron los desafíos más grandes de mantener vivo el debate entre los diferentes integrantes del Ente?
–Acá se debate todo mucho. Siempre atado a la práctica, porque ése es el límite, pero la manera de coexistir es debatiendo todos los días cómo hacer para que cada cosa que suceda acá tenga sentido y no sea porque sí. Cada cosa que se hace acá es un rompecabezas lleno de sentidos en el cual somos muy cuidadosos. Cada paso que se da tiene un fundamento. El pasado fin de semana dio un recital Miguel Angel Estrella. Pero no fue un recital nomás: tocó Miguel Angel (pianista tucumano, secuestrado en Uruguay víctima del Plan Cóndor, militante reconocido por los derechos humanos) en el sector del predio en donde está ubicada la instalación de la Carta Abierta de Rodolfo (Walsh), realizada por León (Ferrari)... Todo está entretejido de sentido. La historia después dirá en qué nos equivocamos. Lo que siempre tendremos es un argumento para darle, en el que creímos fervientemente.
–¿Cuánto afectó ese funcionamiento interno el intercambio mediático que se dio a partir de la difusión del asado con miembros del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos?
–Nos dolió sobre todo el mal uso de ese debate. Nos dolió ver a TN levantando esa noticia, ver a los compañeros en los medios de comunicación que trabajan para el poder concentrado económico de Clarín, de La Nación al servicio de hacerse agua la boca con este debate, que tiene que ser respetuoso, que se puede dar en otros ámbitos para que tenga sentido y poder sacarle el jugo a discusiones que son válidas, por más que uno no acuerde. Eso nos dio mucha lástima. Más allá, el asado, a esta altura, ya se convirtió en un concepto. Estamos convencidos de que hay tantas cosas para hacer acá que aquéllas cuyas discusiones aún no están saldadas preferimos no hacerlas. Podemos no hacer un asado si aún hay quienes se ven ofendidos. Incluso si para quien vive todos los días en la Ex ESMA, el que te la rema en dulce de leche porque labura 12 horas por día acá porque cree, porque milita todos los días ahí, hacer un asado no significa faltarle el respeto a nadie. Insisto, uno respeta en la práctica, en las convicciones, y en la lucha que uno lleva adelante. No creemos que haya una biblia sobre qué está bien, qué está mal o cómo conmemorar a nuestros muertos, tan nuestros como lo son de aquellos que piensan distinto. Preferimos no entrar en ese terreno, respetamos. Los sobrevivientes son algo muy importante para nosotros porque son los que están llevando adelante los juicios de lesa humanidad, porque son el testimonio, el dato que nosotros no tenemos.
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sábado, 22 de marzo de 2014

sobre el 24 de marzo de 1976

El feriado

Por Sandra Russo

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Alrededor del feriado del 24 de marzo hubo polémica desde el principio. Ahora, una diputada radical ha presentado un proyecto para derogar la ley 26.085, que lo estableció el 15 de marzo de 2006. El argumento es el mismo que entonces esgrimió casi toda la oposición. Consiste en pretender reconvertir al 24 de marzo en un día hábil, para “evitar su banalización con el miniturismo”. Este año, que cae azarosamente en lunes, puede ser jugada esa carta que ya fue pisada por la explícita inamovilidad del feriado que acompañó su votación. De hecho, hace ocho años, esa votación que en Diputados se zanjó con 123 votos a favor, 36 en contra y 11 abstenciones, fue precedida por una polémica idéntica, en la que los organismos de derechos humanos que respaldaron la iniciativa lo hicieron sólo después de que el proyecto de ley del Ejecutivo consignara que ese feriado no se correría nunca de fecha precisamente para que funcione de ahí en más, siempre, como un recordatorio. Dicen quienes hoy lo impugnan que lo que hay que promover es la reflexión y la memoria cívica. Habrá que esperar hasta el lunes, pero la reflexión, la memoria, los debates, las proyecciones, las charlas y los talleres, sumados a las movilizaciones, indicarán este 24 de marzo, como todos, que es entendido así por millones de argentinos.
El primer 24 de marzo feriado cayó en viernes, de modo que aquel azar también fue utilizado entonces como argumento falaz. Ese día de 2006, en el Colegio Militar, el presidente Kirchner pronunció un discurso que vale la pena recordar, porque en su recorrido uno se encuentra no sólo con la lectura del pasado reciente que avaló que fuera feriado, sino sobre todo con la perspectiva histórica y política que, acompañando esa iniciativa, terminó con el Punto Final y respaldó el inicio de los juicios por delitos de lesa humanidad, gracias a los cuales lo que hoy ya es cosa juzgada (es decir, previamente investigada, procesada y condenada) refrenda aquella lectura: ya nadie puede sostener que en la Argentina no hubo un genocidio; sostener eso es ir contra una verdad no sólo histórica, sino también jurídica.
Aquel viernes de 2006, en el Colegio Militar estaban sentadas en primera fila las Madres y las Abuelas, a las que el presidente saludó. Todavía aquélla era una escena extraña, desconcertante, las Madres y las Abuelas mezcladas en el verde oliva. Y aunque todavía los juicios eran incipientes, Kirchner habló sobre lo que ya se sabía, eso con lo que esta democracia convivía, y que había salido a la luz en el Juicio a las Juntas impulsado durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Dijo: “En el Juicio a las Juntas, en la causa 13.984 caratulada como ‘Jorge Rafael Videla y otros’, quedó suficientemente probado que a partir de ese día se instrumentó un plan sistemático de imposición del terror y la eliminación física de miles de ciudadanos sometidos a secuestros, torturas, detenciones clandestinas y toda clase de vejámenes. En este mismo Colegio Militar fueron secuestrados cadetes que luchaban por la vida y la democracia. Por eso nunca más el terrorismo de Estado, hasta acá llegó”.
Recordó que pocos días antes, el 15, el Congreso había declarado el 24 de marzo como uno de los feriados nacionales inamovibles, y reafirmó que cada año, el espíritu del feriado sería el de una jornada “de duelo y homenaje a las víctimas, y también para una reflexión crítica sobre la gran tragedia argentina que se abrió un día como hoy en 1976, con el golpe militar que fue el camino y el instrumento del terrorismo de Estado, la más cruenta de las experiencias antidemocráticas que nuestra Patria ha padecido”.
En ese discurso cuyo auditorio físico eran en su mayoría los miembros de las Fuerzas Armadas –fue transmitido en cadena nacional–, Kirchner avanzó mucho más en su caracterización de los golpes militares del siglo XX. Habían sido protagonizados por militares, pero no habían sido militares sus instigadores ni sus más grandes beneficiarios. Habló de los “poderosos intereses económicos” sin posibilidad de representación política que siempre se movieron atrás de los golpes militares. Releer esa caracterización pronunciada en 2006 hace inevitable la asociación con el presente argentino y regional. “Nunca toleraron el principio rector de la soberanía popular. Había algunos que hasta decían que Videla era un general democrático, y que ésa era la transición que necesitábamos. Esa soberanía popular es la base irrenunciable de la institucionalidad republicana democrática”, dijo.
Ese “conglomerado económico, cultural, social y político” que se agazapó durante décadas atrás del poder militar, y que hoy late ya bastante desencriptado bajo la denominación de “círculo rojo”, generó las condiciones para la eliminación sistemática de los opositores políticos al modelo de país que imponía. Pero el terror no tenía por objetivo sólo a las víctimas directas. “Se buscó una sociedad fraccionada, inmóvil, obediente, por eso trataron de quebrarla y vaciarla de todo aquello que la inquietaba, anulando su vitalidad y su dinámica. Sólo así podían imponer un proyecto político y económico que reemplazara al proceso de industrialización sustitutivo de importaciones por un nuevo modelo de valorización financiera y ajuste estructural, con disminución del rol del Estado, endeudamiento externo con fuga de capitales y, sobre todo, con un disciplinamiento social que permitiera establecer un orden que el sistema democrático no les garantizaba”. A aquel modelo, en ese discurso, Néstor Kirchner le puso nombre: “Ese modelo económico y social tuvo un cerebro, tuvo un nombre, que los argentinos no debemos borrar de nuestra memoria: se llama José Alfredo Martínez de Hoz”.
Lo que dijo Kirchner en 2006 lo había dejado claro, en sus antípodas pero con conocimiento de causa, el banquero David Rockefeller, en una entrevista publicada en la revista Gente en abril de 1978. Dijo: “Siento respeto y admiración por Martínez de Hoz. Pocos como él tuvieron la valentía de informar a Estados Unidos que el problema de la Argentina anterior a su gestión radicaba en la promoción de una excesiva intervención estatal en la economía”. Solamente hay que trazar algunas líneas paralelas.
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domingo, 16 de marzo de 2014

The Economist y The New York Times


“Cien años de declinación”

Por Andrés Asiain y Lorena Putero


En un artículo publicado hace unas semanas en la revista inglesa The Economist se afirma que la Argentina lleva 100 años de declive económico. Similar planteo puede leerse en una reciente editorial del The New York Times, donde a un periodista de ese medio le alcanzó una breve parada de crucero en Ushuaia para dar lecciones de historia económica argentina. Tanto el refinado análisis del británico como la vulgar columna del norteamericano comparten la idea de que la Argentina viene en declinación desde los tiempos del “granero del mundo”, cuando teníamos un Producto por habitante superior al de muchas economías hoy consideradas más prósperas.
El análisis parte de reducir la prosperidad o decadencia económica al Producto por habitante. Vale señalar que Argentina no contó con estimaciones precisas y continuas de su producción y sus habitantes hasta la creación del Consejo Coordinador de Investigaciones, Estadísticas y Censos, en julio de 1946. Una estimación posterior hecha por la Cepal reconstruyó las estadísticas de producción desde el año 1900. El fallecido economista británico Angus Maddison, de quien se suele tomar los datos, indicó que utilizó una versión no publicada de ese trabajo de la Cepal y luego “asumió que el crecimiento anual del Producto por habitante entre 1870 y 1900 fue el mismo que entre 1900 y 1913” (Maddison, Monitoreando la economía mundial, 1995). Un heroico supuesto que pasó por alto acontecimientos como la crisis de 1890.
Más allá de lo endeble de la información utilizada para medir el Producto por habitante, éste no es indicador de desarrollo económico. La elevada renta por habitante de los tiempos del granero del mundo era similar a la que muestran hoy algunos emiratos petroleros, como resultado de la explotación de una gran riqueza natural en un país de escasos habitantes. Así como Qatar, pese a tener el mayor Producto por habitante del mundo, no es considerado en la actualidad una potencia económica superior a Estados Unidos, Alemania o Japón; de la misma forma, la Argentina del granero del mundo, pese a tener una renta por habitante similar a la de algunas naciones industriales de esos tiempos, no era una potencia.
Siguiendo con esa similitud, el impacto que tuvo el proteccionismo agrícola de las potencias a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial, con el consiguiente derrumbe del precio de nuestras materias primas de exportación, fue similar al que tendría una baja del precio del crudo para un emirato petrolero. La tardanza en realizar políticas de protección industrial de una oligarquía que se resistía a admitir el agotamiento del modelo agropecuario exportador fue señalada por intelectuales de la época como la causa de retraso de nuestra economía frente a países como Australia, Canadá, Brasil, Japón, India y Sudáfrica (Bunge, La economía argentina, volumen II, 1928).
Como indica Eugenio Díaz-Bonilla en un artículo del 27 de febrero de este año publicado en ecomonitor, durante la etapa de industrialización 1945-1975, nuestra economía creció a un ritmo similar o algo superior al de economías como Estados Unidos, Australia y Uruguay. La declinación real de la economía argentina, comparada con cualquier otra del mundo, surgió con el último golpe militar, realizado por quienes, compartiendo el mito de la larga declinación, quisieron reimplantar el granero del mundo. A fuerza de liberalismo económico y autoritarismo político lograron replicar genocidio y miseria dignos de un Mitre o un Roca. Pero en el mundo no había lugar para graneros sino para especulación financiera, hecho que derivó en una deuda externa que recién empezó a ser saldada en los últimos años
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lunes, 10 de marzo de 2014

Eugenio Díaz Bonilla desarma los mitos sobre la historia económica argentina


“Estados Unidos tuvo una política mucho más democrática respecto de la propiedad de tierra”

El semanario británico The Economist y el diario estadounidense The New York Times revivieron días atrás el lugar común de la Argentina que fue rica y ahora es pobre por culpa del peronismo. Díaz Bonilla, economista argentino del International Food Policy Institute de Washington, esgrime datos, números e interpretaciones que rebaten esas falsas creencias, instaladas aquí y en el extranjero como pruebas irrefutables del supuesto declive argentino.

Por Marcelo Justo

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El mito sobre la Argentina rica de la “Belle Epoque” ha sido revivido una vez más por The New York Times y el semanario británico The Economist para criticar la supuesta decadencia actual. El mito descansa sobre un dato. A principios del siglo XX, el Producto Interno Bruto (PIB) nacional se situaba entre los diez más altos del planeta. El corolario usual de este dato esgrimido tanto en el país como en el extranjero es que todo se arruinó con el peronismo. En la página web de Economonitor, que dirige el célebre economista Nouriel Roubini, el economista argentino Eugenio Díaz Bonilla, del Ifpi de Washington (International Food Policy Institute), usó los datos del proyecto Maddison –la mejor fuente para la comparación global histórica de distintas naciones– para comparar el desarrollo argentino con el de Estados Unidos, Australia, Europa y el resto de América latina. Página/12 dialogó con Díaz Bonilla.
–The Economist tituló su nota con un “Cien años de declive”. Según el semanario, en los 43 años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, Argentina creció un 6 por ciento anual, record mundial que superaba a Francia, Italia y Alemania. Son datos supuestamente duros, pero usted los llama también parte de un “mito”. ¿Por qué?
–Las comparaciones que se suelen hacer para sostener este mito son con Estados Unidos, Australia y Europa. Si uno toma como punto de referencia el ingreso per cápita de Estados Unidos, en 1900, Argentina, al igual que Alemania y Francia, tenía aproximadamente un 70 por ciento del PIB per cápita de Estados Unidos, mientras que Australia estaba en un 98 por ciento, casi en paridad de Estados Unidos. Con este punto de partida se puede llegar a una conclusión como la de The Economist porque hoy el PIB per cápita argentino respecto al estadounidense es del 33,6 por ciento. Ahora bien, si seguimos los datos del proyecto Maddison y comparamos a Argentina con Australia, vemos que ambos países evolucionan de manera muy similar respecto del ingreso per cápita estadounidense hasta 1975, aunque siempre con una ventaja para Australia, que tiene menos población y más recursos minerales per cápita. Lo que se dispara entre 1938 y 1944 es que Estados Unidos duplica el ingreso per cápita durante la Segunda Guerra Mundial. Ahí Argentina y Australia bajan un peldaño, cada país desde su peldaño relativo, en relación con Estados Unidos. De modo que no es que Argentina (y Australia) dejen de crecer porque adoptan una política distinta sino que Estados Unidos crece entre 1938 y 1944 a un 12 por ciento anual y profundiza, por el desarrollo vinculado con la guerra, la distancia con ambos países. El otro punto de comparación que se hace para Argentina, los países europeos, no toma en cuenta que en la posguerra, con el Plan Marshall estadounidense, Europa logra un crecimiento del PIB per cápita que termina siendo entre 1945 y 1975 del 3 por ciento anual, muy por encima de la tendencia previa. Tanto Argentina como Australia, que no contaron con ese plan Marshall, perdieron terreno respecto de Europa. Y lo que está claro es que la real diferencia con Australia se produce entre 1975 y 1989. Es más, si hubiéramos seguido creciendo como lo habíamos hecho hasta 1975, hoy tendríamos un crecimiento per cápita cercano al de Nueva Zelandia o España.
–Un elemento que el mito rara vez menciona es que Argentina participaba de un modelo de intercambio internacional en el que exportaba materias primas e importaba productos manufacturados. Si bien a nivel de ingreso per cápita se podían hacer comparaciones entre Argentina y Europa, a nivel de estructura económica había una distancia sideral. Exagerando un poco las cosas se podía decir que Argentina era la Arabia Saudita de principios del siglo pasado.
–En esto es muy útil el trabajo de Barrington Moore “The Social Origins of Dictatorship and democracy”, en el que analiza la importancia de la estructura agraria. En Estados Unidos hubo una gran ocupación territorial sobre la base de la colonización familiar, que provocó una distribución de la tierra mucho más igual. Esto favoreció el desarrollo del mercado interno, de la industria y de la democracia. En el caso argentino, el territorio fue ocupado por mucha menos gente y mucho más rápido y más concentradamente después de la Conquista del Desierto. A diferencia de Estados Unidos, que estaba más concentrada en su mercado doméstico, Argentina quedó mucho más fijada en la exportación. Además, Estados Unidos recibió mucha más inmigración. Hay un libro de Alan Beattie, False economy: A surprising economic history of the world, en la que dice que las dos naciones estaban más o menos iguales en el siglo XIX, pero Estados Unidos adoptó las políticas correctas y Argentina no. Esta versión no toma en cuenta para nada la diferencia demográfica y de recursos con Argentina. En 1870, Estados Unidos tenía la misma población que tiene Argentina hoy, alrededor de 40 millones de habitantes. Además se independiza de la principal potencia mundial de la época, Inglaterra, bastante antes de la Revolución de Mayo. No hay punto de comparación desde el punto de vista histórico o de desarrollo agrario, productivo, o demográfico.
–Pero además de este factor demográfico, en Argentina hubo un hecho histórico de poder político que fue la Conquista del De-sierto y su repartija.
–Es cierto. Por un lado tenemos las condiciones objetivas de territorio y población. Estados Unidos tuvo una política mucho más democrática respecto de la propiedad de tierra porque había mucha gente que pedía tierra y había que responder a esa demanda. En Argentina había mucha menos gente y la tierra se ocupó de una manera mucho más rápida, desplazando a comunidades indígenas de manera indudablemente salvaje. Esto generó un tipo de tenencia de tierra concentrada. Miremos otro ejemplo histórico, el de España y los moros. España tiene una estructura agraria hoy de minifundios en la zona este y nordeste y de latifundios en la zona sudoeste. ¿Por qué? Porque la reconquista se hizo durante muchos siglos en la parte nordeste y este. En cambio en el sur la liberación fue muy rápida y esa tierra se dividió entre menor número de gente, lo que da una estructura más latifundista.
–La novela de Mario Vargas Llosa Conversación en la Catedral comienza con un personaje que se pregunta “¿cuándo se jodió el Perú?”. ¿Cuándo se jodió la Argentina, entonces?
–La historia, la geografía y la demografía te van condicionando el patrón de desarrollo de una economía. Australia tiene un territorio mucho más grande que Argentina, recibió menos gente y además tenía metales. Con lo cual siempre tuvo un nivel de ingresos superior a Argentina. Argentina vendió durante mucho tiempo un producto, la carne salada, y recién con el frigorífico y la consolidación del mercado internacional de granos se produce un cambio que le permite dar un gran salto, pero ya para entonces la estructura agraria estaba muy consolidada. Con esta estructura tiene que adaptarse a la democracia y a la necesidad de una industria. Acá es interesante la comparación con Estados Unidos. Estados Unidos decidió el dilema del país agrario versus país industrial en el siglo XIX con la guerra civil, que además del tema de la esclavitud era un enfrentamiento entre el sur agroexportador y el norte industrialista más centrado en el mercado interno. Después, a principios de siglo, Estados Unidos tiene el debate en torno del voto de la mujer. Y en 1960, cien años después de la guerra civil, tuvo la discusión de la incorporación política de las minorías. Desde esta perspectiva se puede decir que el peronismo fue un intento de hacer estas tres cosas juntas: el modelo industrializador, el voto femenino y la incorporación de grupos sociales que estaban marginalizados del sistema político, aunque ciertamente no eran minorías. Este intento choca con la estructura previa agroexportadora, poco democrática, un choque que tardamos desde 1955 hasta 1983 en procesar. El golpe militar de 1976 se planteó como un intento de solución final del peronismo que John William Cook llamaba el “hecho maldito de la sociedad burguesa” y que yo creo que era un proceso de modernización e inclusión social de un país. Con el regreso a la democracia, el radicalismo tuvo la mala suerte de gobernar con la fuerte deuda externa generada por el gobierno militar, una caída de los precios de los productos primarios y un sector sindical que quería, razonablemente, recuperar lo perdido durante la dictadura militar, a lo que se sumaron todos los intentos de golpe que vivió. A partir del 89-90 Argentina vuelve a crecer, no obstante la gran desilusión que termina siendo la convertibilidad, y a partir de 2002-2003 Argentina crece hasta 2011 a un ritmo que es el más alto desde fines del siglo XIX.
–Estas comparaciones que se hacen en base al PIB terminan a veces dando resultados sorprendentes porque pueden contabilizar un período como el menemismo como de crecimiento cuando en realidad se estaba desintegrando la estructura productiva nacional. ¿No es un poco tosco este parámetro del PIB?
–De acuerdo. Es la mejor manera que tenemos los economistas para medir, pero tiene muchas limitaciones. Uno debería tener medidas de progreso en salud, educación, calidad institucional, pero lamentablemente sólo entre 1990 y la fecha se ha ido mejorando en la medición de muchas de esas variables. Hoy podemos decir, siguiendo los datos del proyecto Maddison, que desde 2007 no toma en cuenta los del Indec, que Argentina es un país de ingresos medios altos. Pero si bien los modelos del menemismo y el kirchnerismo son constrastantes en términos económicos, podemos decir que con la democracia se pudieron resolver las contradicciones y conflictos de la convertibilidad de una manera muy diferente a lo que se había hecho antes con otros momentos conflictivos de nuestra historia. Siguiendo la vía democrática podemos convertirnos en un país desarrollado. Con el kirchnerismo hubo un crecimiento con inclusión social que lamentablemente se paralizó desde 2012, aunque creo que se están tomando hoy algunas de las medidas necesarias para encarar mejor los problemas actuales. Necesitamos, eso sí, consenso, no para eliminar las diferencias sino para poder seguir avanzando en el marco democrático con un crecimiento con inclusión social.
-–Argentina no es un caso único en el contexto de América latina. Si uno compara a América latina con Asia, ve que hay países asiáticos que llegaron a ser desarrollados como Japón o Corea del Sur, algo que no se ha dado en América latina. ¿Por qué?
–Asia no tuvo nunca los recursos naturales de América latina. De manera que, si quieren crecer, no tienen más opciones que crear Toyota o Hyundai o hacer grandes avances en ese terreno para desarrollarse. Comparando con Australia pasa lo mismo. No hay grandes marcas industriales australianas que uno conozca. Hay sí grandes empresas mineras. La estructura de recursos y productiva que un país tiene va influyendo en el desarrollo. América latina tiene recursos naturales: agricultura, energía y metales. Eso ha marcado la dirección de su desarrollo. Se necesita un esfuerzo deliberado como sociedad para generar una visión estratégica que permita ir más allá de solamente producir productos primarios. Pero también es cierto que Japón y Corea tuvieron gran apoyo de Estados Unidos para su recuperación y despegue después de la Segunda Guerra Mundial en el marco de la Guerra Fría.
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domingo, 9 de marzo de 2014

LA DISTANCIA ENTRE EL TEXTO DEL ANTEPROYECTO DEL NUEVO CODIGO PENAL Y LAS CRITICAS QUE RECIBE


Lo que dicen y lo que en verdad dice

El repaso punto por punto de los cambios que se proponen para el Código Penal deja al descubierto que las afirmaciones de Sergio Massa y aquellos que lo siguen en su rechazo a la reforma son tramposas, imprecisas en ciertos casos y falsas en otros.

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Como parte de su campaña política focalizada en el miedo al delito, Sergio Massa armó un blog y difundió un decálogo de las supuestas verdades acerca del anteproyecto de reforma del Código Penal que es analizado por el Poder Ejecutivo. Massa utiliza eslóganes que están estructurados con afirmaciones tramposas, imprecisas en ciertos casos y falsas en otros, y que buscan dejar como mensaje que el paquete legal está pensado para favorecer a quienes cometen delitos. Se basan en una deducción rudimentaria según la cual con más castigos, con más venganza, habrá menos delincuencia. El contenido del texto que elaboró la comisión multipartidaria de juristas no tiene nada que ver con las verdades de Massa, según ayuda a desentrañar en esta nota el coordinador de ese equipo, Roberto Carlés. Punto por punto, los altos contrastes.
- “Se reducirán las penas de 20 de los delitos más graves del Código Penal, y muchos se transformarían en excarcelables.” Massa dixit
Es una afirmación engañosa, no están claros los 20 delitos ni el criterio de gravedad. La reducción o aumento de algunas penas en forma aislada no dice nada, el Código Penal es un sistema donde los delitos y su castigo se definen en relación con los demás. La comisión ha calibrado las penas teniendo en cuenta qué se lesiona en cada caso, estableciendo que la vida de las personas es lo que más valioso. El Código actual, fruto de las reformas Blumberg, genera situaciones disparatadas: encubrir el robo de una vaca tiene más pena que encubrir un homicidio. Massa, además, sigue hablando de delitos “excarcelables” a pesar de que el Código Penal no es el que define si alguien va a la cárcel, sino los códigos procesales de cada jurisdicción y los jueces. Alguien puede cometer un delito menor, pero igual ir preso por riesgo de fuga. Y suponiendo que se fugue para evitar un juicio, Massa no dice que el Código se vuelve más estricto: para esa persona no hay prescripción, cuando lo atrapen será juzgado.
- “Se eliminaría la reincidencia: robar una o cien veces sería lo mismo según el nuevo Código”, sostiene el líder del Frente Renovador.
No es cierto. Robar una o cien veces nunca es lo mismo porque el que roba cien veces tendrá cien penas que se acumulan. La reincidencia es otra cosa: un agravante que los jueces tienen en cuenta al momento de establecer la cuantía de la pena para quienes ya pasaron por la cárcel con condena firme. En la actualidad se usa, a la vez, para negarles la libertad condicional a los reincidentes. “Quizá se le niega la libertad condicional a una persona que cometió dos delitos leves, pero la consigue un homicida”, grafica Carlés. Hay jueces, como la Sala II de la Cámara de Casación Penal, que han declarado inconstitucional la reincidencia: consideran que es juzgar dos veces por lo mismo. En la comisión reformadora, el tema generó disidencias. Federico Pinedo (PRO) planteó que había que mantenerla. Al final, se quitó pero se amplió el espectro de agravantes en el hecho, como la cantidad de personas intervinientes o la indefensión de la víctima. El registro de antecedentes sigue existiendo, no desaparece. Si alguien en los diez años previos ya tuvo una probation, no tendrá otra, irá a juicio. El juez hará una evaluación de cada caso antes de poner la pena.
- “Los delincuentes podrían cumplir condena en su casa en el 86 por ciento de los delitos según el nuevo Código”, afirma Massa.
El anteproyecto propone un sistema de penas alternativas (trabajos comunitarios, detención domiciliciaria, multa, entre otras) a la prisión en lugar de la libertad condicional. Es para que la pena se cumpla completa, con un control efectivo. Para las penas menores a tres años, siempre podrá haber una sustitutiva; para las que prevén de tres a diez años de prisión, se deberá cumplir la mitad en la cárcel; para las que tienen un máximo mayor a diez años, hay que cumplir dos tercios. Nadie que hoy no se beneficie con la libertad condicional se va a beneficiar con una pena alternativa. En la actualidad, quien recibió una pena de prisión perpetua puede salir a los 18 o 20 años. El que fuera condenado a la pena máxima prevista por el anteproyecto (30 años) va a tener que cumplir por lo menos 20. No es claro de dónde surge el 86 por ciento. Más allá de los montos los jueces evalúan cada caso. En los delitos graves (de lesa humanidad o contra la vida, o la integridad corporal o la integridad sexual), deberán requerir un informe a tres peritos (del tribunal, del Ministerio Público y universitario) antes de decidir una pena alternativa
- El blog antirreforma insiste: “De aprobarse el nuevo Código Penal, 17 mil delincuentes que hoy están presos podrían salir a la calle”.
Es una deducción arbitraria y no se entiende de dónde surge el número de 17 mil. Debería salir de conocer por qué delito está preso cada interno y hace cuánto. Suena bien difícil. La población penitenciara es de unas 60 mil personas, de las cuales el 70 por ciento no tiene condena. La libertad de los procesados depende del Código Procesal, no del Código Penal, y del riesgo de fuga o entorpecimiento de la investigación que evalúa el juez. Es cierto que los detenidos podrán pedir revisión si el código cambia las penas del delito que les adjudicaron.
- “El nuevo Código es un premio para los delincuentes: el 82 por ciento de los delitos sería excarcelable”, reitera.
Otra vez, no hay delitos excarcelables, sólo cuantías que permiten prever penas de cumplimiento efectivo. Tampoco Massa explica por qué sería bueno saturar las cárceles de gente ni cómo garantizar que se cumpla con el mandato constitucional de que sean “sanas y limpias, para seguridad y no para castigo”.
- Massa dixit: “Bajarían las penas de 146 delitos”.
No es cierto. Carlés señaló que el texto entregado a Cristina Kirchner reduce penas de 116 delitos, incluye 85 tipos penales nuevos, despenaliza 17 conductas, pero aumenta las penas de 159 delitos.
- “El nuevo Código es un premio para los narcotraficantes: el tráfico y la venta de drogas serían excarcelables”, decreta el ex intendente de Tigre.
En el anteproyecto, el contrabando de estupefacientes (narcotráfico) tiene la misma pena que ahora: tres a doce años de prisión. El tráfico de drogas (sembrar, producir, comerciar) prevé una baja en la pena máxima, de 15 años de prisión pasaría a diez, y la mínima, de cuatro a tres años de prisión. Ningún miembro de la comisión se opuso esto. El “tráfico” es amplio, abarca desde el “transa”, que vende pequeñas cantidades, hasta el que comercializa un gran cargamento. También se despenaliza la tenencia de droga para consumo personal, según la doctrina de la Corte Suprema.
- “El nuevo Código es un premio para los asesinos: se bajaría la pena para los homicidios agravados”, afirma Ma-ssa.
Es inexacto. Hoy un homicidio agravado tiene prisión perpetua, una pena que no existe en la realidad, considerada inconstitucional. Perpetua en la práctica son 18 a 20 años. Al establecerse una pena tope de 30 años, y la obligación de cumplir los dos tercios en prisión, nunca la pena a cumplir será menor a 20 años. Incluso puede ser mayor en casos de máxima gravedad.
- “Es un premio para los violadores: se bajaría la pena para la violación agravada”, según el diputado.
La pena de violación es igual a la del Código vigente: seis a 15 años. Y sube a 18 si la víctima es menor de trece años. Es cierto que baja para la violación agravada: de 20 años la máxima pasa a 18. La intención fue establecer una diferencia respecto del homicidio, que tiene una pena de 25 años. También se reconoce como tal la violación en el matrimonio.
- “El nuevo Código es un premio para los secuestradores: el secuestro seguido de muerte intencional ya no será penado con prisión o reclusión perpetua”, sentencia.
La prisión perpetua no existe en los hechos. La comisión puso la pena máxima en 30 años para adoptar los estándares del Estatuto de Roma, que lo establece para el genocidio. La ley antisecuestros establece que un secuestro se agrava por el resultado, como la muerte. Se propone volver a la modalidad donde las penas se acumulan: el secuestro, más el homicidio. El secuestro prevé de cuatro a 15 años de cárcel si es extorsivo, de seis a 20 si es agravado. Un secuestro seguido de muerte seguramente tendrá la pena máxima y un cumplimiento de 20 años.
- “Premia a los torturadores: también se bajaría la pena”, advierte Massa.
La tortura es imprescriptible de acuerdo con el derecho internacional. Ahora tiene la misma pena que el homicidio, de ocho a 25 años; seguida de muerte tiene perpetua. El anteproyecto baja el máximo a 20 años, que es el que se suele cumplir en efecto. Si es seguida de muerte, se acumula con homicidio. Un dato novedoso: se castiga en el código al funcionario que no actúa para evitar la tortura (tortura por omisión) con cinco a 15 años.
- “El nuevo Código es un premio para los abusadores de menores: se bajaría la pena para la figura de corrupción de menores”, alerta.
Massa mezcla dos delitos distintos: el abuso de menores es la intrusión en el ámbito de la integridad sexual de la víctima (siempre requiere que exista el contacto físico), en cambio, corrupción de menores son aquellos actos que por prematuros (a edad temprana), perversos o por su extensión pueden afectar el normal desarrollo de la psicosexualidad. Para el abuso de menores, la pena se eleva de 15 años a 18 años. La “corrupción de menores” es redefinida. Hasta ahora el código habla genéricamente sin decir qué es. El anteproyecto identifica conductas consideradas corruptoras continuadas en el tiempo: exhibiciones obscenas (uno a seis años) y pornografía infantil (tres a diez años de pena). En el grooming (acciones, por ejemplo vía Internet, para ganarse la confianza de un menor para abusar de él) eleva la pena de máxima de cuatro a cinco años de cárcel.
- “El nuevo Código es un premio para los delincuentes de guante blanco: se bajaría la pena para los que participen de una asociación ilícita”, afirma Massa.
Lo que Massa no dice es que para los delitos de corrupción se endurecen varias penas y se incluye la responsabilidad penal (hoy inexistente) de las personas jurídicas, como empresas, a menudo utilizadas para amparar a las personas físicas que delinquen. La violación de deberes de funcionario público eleva la pena mínima de un mes a seis y la máxima de dos a tres años; el nombramiento ilegal de una persona pasa de una multa de 750 a 12.500 pesos a 30 a 120 días de multa. El cohecho (coima) pasa de uno a seis años de prisión a un rango de dos a ocho años y multa (al margen del decomiso), el tráfico de influencias eleva la pena mínima de uno a dos años y la máxima de seis a ocho; el cohecho internacional pasa de la pena de uno a seis años a dos a ocho años y multa; en las dádivas se eleva el mínimo a seis meses. Se amplía el peculado (robarse dinero público a cargo) al uso de bienes propios de la función (como un auto), con penas de dos a diez años de cárcel. La asociación ilícita no siempre es para cometer delitos de guante blanco. Hoy tiene penas altas cualquiera sea el delito al que se dedique la banda. La comisión propuso diferenciar según la gravedad de los delitos que se cometen (de dos a seis años o de tres aa diez).
- Massa dice que “las entraderas y salideras con armas serán excarcelables”.
Las salideras y entraderas no se llaman así en el Código, son robos como cualquier otro, que puede ser a la salida o entrada del banco, del cine, de la casa. El robo con arma de fuego hoy prevé una pena mínima seis años y ocho meses y un máximo 20 años. Baja a tres años de piso y doce de techo. La reducción es para diferenciarlo de los delitos graves (la mínima del homicidio simple es de ocho años). Las excarcelaciones, ya se dijo, dependen de los códigos procesales. El bonaerense, por ejemplo, no permite excarcelar los delitos con penas máximas de ocho años.
- “El nuevo Código es un premio para los que se dedican a la trata de menores: la pena mínima baja de diez a cuatro años de prisión”, alarma Ma-ssa.
Es cierto que la pena mínima baja de diez a cuatro años, aunque se mantiene el máximo de 15. Carlés dice que se usó esa fórmula porque el abanico de conductas es grande: desde el que transporta a un menor para explotación laboral hasta el que promueve o facilita la entrada o salida del país para la extracción forzada de órganos o tejidos. El mínimo se eleva a ocho años cuando la víctima es menor de trece años. La responsabilidad de personas jurídicas es clave en los talleres clandestinos.
- “Robarle al campo también se castiga menos: la pena mínima para el abigeato baja a seis meses”, define Massa.
El robo de ganado prevé hoy de dos a seis años de prisión. Se baja la pena mínima a seis meses. Pero si es agravado eleva la máxima, que pasa de diez a doce años. Aun así, cualquier robo tiene una pena mínima de un mes de prisión hoy en día. No es claro por qué el abigeato tiene pena mayor. Seis meses es la pena mínima del anteproyecto, no existen penas inferiores.
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domingo, 2 de marzo de 2014

Por Mempo Giardinelli (sobre SR. COHEN )

No, la Argentina no llora por usted, Sr. Cohen


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En The New York Times del jueves, una nota de opinión titulada “Llora por mí, Argentina” y firmada por Roger Cohen, a quien La Nación presenta como “veterano periodista”, plantea una vez más el viejo mito de la Argentina rica y próspera del pasado, en contraste con un supuesto presente abominable.
La circunstancia que hoy vive este país torna ineludible refutar los conceptos del Sr. Cohen, que sostiene lo mismo que muchos artículos de Mario Vargas Llosa y otros connotados columnistas de El País, The Washington Post, O Globo y otros medios. De ello se hacen eco los exagerados corresponsales de los grandes diarios porteños, que los reproducen y destacan en portadas y portales y los celebran como victorias parciales contra el kirchnerismo.
Para clarificar a colegas como el Sr. Cohen, en primer lugar hay que subrayar que eso de que la Argentina “era un país más próspero que Suecia y Francia hace un siglo” es mentira. En todo caso, éramos un país periférico, casi una colonia, con muchas riquezas naturales pero estructuralmente atrasadísimo y gobernado por dirigencias prebendarias, racistas, corrompidas y serviles.
Desde luego que se puede entender que al Sr. Cohen le disguste tanto el peronismo, pero lo que importa acá y ahora no es discutir el peronismo con él, sino señalar su incapacidad de despojarse de prejuicios que lo llevan a confundir la compleja realidad de una nación que hace 100 años no sólo no era mejor que ahora, sino que era infinitamente peor, porque era mucho más injusta, de conductas primitivas y sometida a una aristocracia ciega y mezquina y a la codicia externa que siempre despertó su elogiada riqueza.
No vale la pena responder sus clichés sobre estadísticas, tipo de cambio y participación en los mercados de capitales, que parecen tomados de los artículos que aquí firman economistas de oscuros pasados. Pero sí cabe aclararle que en la Argentina no tenemos ninguna “obsesión” por lo que él llama despreciativamente “pequeña guerra perdida” en Malvinas, y en cambio, sí tenemos memoria de un atropello histórico, así como mucho dolor por la estupidez criminal de un gobierno militar asesino al que el país del Sr. Cohen protegió y ayudó de manera inmoral.
Por cierto, a este respecto, bueno sería exhortar al Sr. Cohen a que se pronuncie acerca de la moralidad política de las grandes guerras victoriosas de las que participó su país en por lo menos los últimos 150 años, o sea todas las guerras del mundo y en las que murieron varios millones de seres humanos.
Hay que puntualizar, además, que la Argentina nunca fue más próspera que Suecia, Francia, Austria, Japón y otros países que pone como ejemplo, porque desde la Independencia éste fue un país acosado y expoliado, con enormes masas de analfabetos, sobrado de explotación humana, sin leyes sociales y sin viviendas ni salud pública ni escuelas suficientes, y encima dirigido por políticos fraudulentos que sólo sabían medrar con el sudor de criollos e inmigrantes.
Es cierto que “teníamos las tierras más fértiles del mundo en la pampa”, pero la concentración en pocas familias y los nulos impuestos a la tierra improductiva hacían de esa riqueza un espejismo para millones de ciudadanos y ciudadanas que carecían de casi todos los derechos.
Por eso, le guste o no al Sr. Cohen, ese “coronel llamado Juan Domingo Perón y su mujer Eva” fueron quienes empezaron a cambiar las cosas. Con estrategias populistas y demagógicas, si se quiere, y con exaltaciones y una desprolijidad general que hubiera sido mejor evitar. Pero abrieron la posibilidad de una vida digna a los que hasta entonces solamente padecían humillaciones.
El Sr. Cohen escribe: “Había tanto para saquear, tanta riqueza en granos y ganado, que instituciones sólidas y leyes –sin mencionar un sistema de impuestos que funcione– parecían una pérdida de tiempo”. Claro que no se pregunta quiénes fueron los saqueadores, los dueños de granos y ganado o los que impidieron durante décadas “un sistema de impuestos”. La respuesta, si se lo preguntara, es muy fácil: eran y siguen siendo más o menos los mismos que hace 100 o hace 30 años, los mismos que ahora que sí tenemos un sistema fiscal evaden a lo bestia.
No soy quien para defender al peronismo, pero debiera el Sr. Cohen saber que por una neutralidad que ni su país ni la Europa blanca le perdonaron jamás, se inventó el mito de un Perón nazi-fascista con una esposa puta y ambiciosa, y así enlodaron toda posibilidad de comprensión y análisis. Sólo ignorando eso puede escribir que los argentinos amamos esa “mezcla extraña de nacionalismo, romanticismo, fascismo, socialismo, pasado, futuro, militarismo, erotismo, fantasía, lloriqueo, irresponsabilidad y represión”.
La nota del Sr. Cohen sólo muestra que no sabe nada de este país. Puros lugares comunes, frases hechas y los mismos, viejos eslóganes de ciertas derechas latinoamericanas.
Finalmente, escribir que “Brasil está en proceso de ser la Argentina, la Argentina está en proceso de transformarse en Venezuela y Venezuela, en Zimbabwe”, como postula el Sr. Cohen, es un comentario racista, discriminatorio y ofensivo para la nación africana, Brasil y nosotros, pero sobre todo es una afirmación equivocada y no inocente. Quizá le duele el ALCA, todavía, o no soporta la Unasur ni la Celac, pero un buen periodista profesional no debería desconocer que todos los pueblos en desarrollo tienen conflictos severos y que los procesos nacionales son únicos e intransferibles.
Y es cierto que hoy tenemos inflación y no tenemos políticas anticorrupción. Y también que las clases medias están enervadas y quedan todavía por lo menos tres millones de marginados. Pero al menos los nuestros salen a la calle y protestan, y tienen escuelas y hospitales gratuitos en muchos casos insatisfactorios, pero no padecen como los 40 millones de pobres que hay en el país del Sr. Cohen y que no pueden ir a hospitales públicos gratuitos porque de hecho no existen.
Tengo algunas diferencias con el gobierno actual, pero es el gobierno que eligió el pueblo argentino y el día que se retire será solamente porque otro partido le ganó en elecciones libres. Mientras tanto, las personas que como el Sr. Cohen opinan sobre la Argentina con tanta presuntuosidad y desconocimiento resultan patéticos. Tanto como los que aquí, en la Argentina, celebran su patetismo.
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