domingo, 30 de diciembre de 2012



¡Hostias!

Por Horacio Verbitsky
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El 21 de diciembre, el arzobispo de Mercedes-Luján, Agustín Radrizzani (foto), mantuvo una difícil reunión con los Cristianos para el Tercer Milenio, que volvieron a reclamarle que “haga cesar el escándalo” que implica el “libre y periódico acceso a la eucaristía” del ex dictador Jorge Videla, a pesar de haber reconocido “sus acciones criminales, el no arrepentimiento de las mismas, sus manifestaciones relacionadas con que el ‘sinuoso camino que le tocó recorrer’ era parte del plan de Dios para la salvación de su alma y la inexistencia de voluntad reparadora alguna”. Al mismo tiempo, el obispo de Santiago del Estero y miembro del Opus Dei, Francisco Polti Santillán, expulsó de su diócesis al sacerdote Roberto Murall, por haber firmado el documento de Navidad de los curas en opción por los pobres, que cuestionó el emitido por la Conferencia Episcopal en vísperas del 7D. Asistieron al encuentro el organizador del grupo, el ex embajador en la OEA y el Uruguay, Hernán Patiño Mayer, y los integrantes de su equipo de coordinación Felipe Solá, Gustavo Bottini y Rogelio Ponsard. Cristianos para el Tercer Milenio está formado por varios centenares de laicos católicos y algunas decenas de sacerdotes, que decidieron interpelar a la jerarquía luego de que Videla agradeciera en varios reportajes la colaboración eclesiástica con su gobierno sin que hubiera reacción episcopal. La primera carta que enviaron a los obispos en setiembre de este año fue puesta bajo la advocación de “Emilio Fermín Mignone y de las madres y abuelas que murieron sin encontrar a sus hijos desaparecidos y recuperar la identidad de sus nietos apropiados”. El texto les exigía “que repudien las afirmaciones del dictador” y reparen y pongan fin “al daño causado por las inconductas de sus antecesores”. El 9 de noviembre el Episcopado les respondió sin nombrarlos en una “Carta al Pueblo de Dios”, en la que negó que “nuestros hermanos mayores que nos precedieron” hayan tenido “alguna complicidad con hechos delictivos”. En una nueva configuración de la doctrina de los dos demonios exaltó “los sufrimientos y reclamos de la Iglesia, por tantos desaparecidos, torturados, ejecutados sin juicio, niños quitados a sus madres, a causa del terrorismo de Estado. Como también sabemos de la muerte y desolación, causada por la violencia guerrillera”. El paso siguiente de los Cristianos para el Tercer Milenio fue escribirle a Radrizzani, porque Videla asiste a misa en el penal de Marcos Paz, que está en su jurisdicción. También mencionaron la situación del sacerdote Christian Von Wernich, quien celebra misa en su celda de esa cárcel federal, donde cumple su condena a prisión perpetua. Durante la reunión, Radrizzani se mostró vacilante y dubitativo: “Entiendo lo del escándalo presente... Podría decirle al capellán que no dé más misa y que se limite a rezar con los presos... pero tengo que consultarlo con él, no estoy seguro de tener facultades para hacerlo”. Sus visitantes dijeron que no les parecía aceptable “que un arzobispo tenga que consultar con un capellán penitenciario” y le recordaron que el obispo Jaime de Nevares, de quien Radrizzani fue auxiliar en Neuquén, había prohibido dar la comunión a un represor de la dictadura. Radrizzani los sorprendió:
–Yo sé que ellos están arrepentidos, pero no quieren decirlo para no darle la razón al gobierno.
Esto dio lugar a un diálogo extraordinario:
–Monseñor, son pecadores públicos responsables de crímenes gravísimos, si se arrepienten deben decirlo en lugar de reivindicar sus crímenes públicamente
–Tienen razón pero, ¿no habrán sido tergiversadas las declaraciones de Videla?
–Podría ser, pero él nunca las ha desmentido, y además fue grabado y pasado por la TV
–Claro.
En una minuta interna los Cristianos para el Tercer Milenio se preguntan “¿cómo sabe el arzobispo de esos arrepentimientos, los escuchó directamente, se los contaron, quién; en tal caso, cómo no pudo convencerlos de la necesidad de hacerlos públicos, para bien de la Iglesia, de ellos mismos y de la sociedad toda, o es que también Radrizzani cree que la lucha por la Verdad, la Memoria y la Justicia es una perversa manipulación del actual gobierno?”. El 25 de mayo de 2010, Radrizzani entregó al gobierno nacional en la Basílica de Luján, luego del Tedeum del Bicentenario, una solicitud de amnistía firmada por Videla, Von Wernich, Benito Bignone, Santiago Omar Riveros, Miguel Etchecolatz, el Turco Julián, el Nabo Barreiro y otro centenar de detenidos por crímenes de lesa humanidad. Los Cristianos para el Tercer Milenio le hicieron saber a Radrizzani que en caso de no recibir una respuesta satisfactoria recurrirían a la Nunciatura Apostólica y mencionaron que según les informó el obispo Jorge Casaretto, cuando la Asamblea Episcopal trató la respuesta a la primera carta, el nuncio dijo que “para el Vaticano las cuestiones de derechos humanos y de pedofilia son no negociables y deben tratarse con absoluta transparencia”. Radrizzani les contó que la decisión de mencionar a Videla en el documento había provocado una dura discusión entre los obispos. Los Cristianos para el Tercer Milenio objetaron la inexplicable benevolencia de la mención como “el ex presidente de facto” cuando “es un tirano, un criminal, un genocida” y que “a consecuencia de estas posiciones ambiguas de la jerarquía, comienza a hablarse del golpe cívico, militar y eclesiástico”. Radrizzani se despidió con una frase que los Cristianos para el Tercer Milenio consideraron lamentable: “Tendré que pensar qué hago. Si pudieron esperar lo que han esperado hasta ahora, pueden esperar unos meses más”.

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curas opcion por los pobres

Sres. obispos Francisco Polti y Ariel Torrado, Santiago del Estero

Les hago llegar la carta que el grupo de curas en opción por los pobres hacemos pública desde hoy mismo. Les informo que la firma del Secretariado implica que todos los curas del grupo la firmamos: unos 200 de todo el país.
No les solicitamos que revean la medida tomada CONTRA Roberto, porque en realidad es una medida tomada CONTRA la COMUNIDAD de Santiago del Estero que afirman apacentar. Curioso apacentamiento que mira la propia ideología por encima del bien del Pueblo de Dios que les fue encomendado y por el que Dios les pedirá cuentas.
Sepan que esto tomará estado público hoy mismo.

Pbro. Dr. Eduardo de la Serna
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Ante la decisión del obispo Francisco Polti (Opus Dei) de expulsar de la Diócesis de Santiago del Estero al P. Roberto Murall

El Obispo de la Diócesis de Santiago del Estero, Francisco Polti le ha comunicado al P. Roberto Murall, integrante del Secretariado Nacional del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres, que deberá retirarse de dicha Diócesis donde ejercía su ministerio. El motivo es haber firmado, junto con el resto del secretariado y la adhesión de unos 200 curas que conforman el grupo en todo el país, nuestra carta cuestionando la pobre nota de la Conferencia Episcopal sobre su accionar durante la dictadura.

Esta actitud, a las claras irracional y a contramano de una Iglesia comunión de hermanos/as, fraternal y del lado de los pobres, como nos enseña el Concilio Vaticano II, nos impulsa a expresar públicamente nuestro pensamiento.

1. Expresamos nuestra profunda y fraterna solidaridad con Roberto, de quien nos consta el cariño y dedicación a los pobres en el monte santiagueño. El vive la Iglesia que queremos construir y en la que nos sentimos felices por compartir la fe de igual a igual. La sanción a Roberto es también una sanción a tantos curas, religiosas/os y laicos que pensamos y creemos que el accionar episcopal en tiempos de la Dictadura genocida distó de ser no sólo cristiana, sino tampoco humana.
2. Esta decisión obedece a razones puramente ideológicas sin ningún sentido pastoral y sin ningún consentimiento de los que serán perjudicados por la ida de Roberto. Sorprende esta contradicción con las constantes enseñanzas episcopales que se centran a menudo en advertirnos contra la ideologización de la fe, exhortándonos al diálogo y la reconciliación que incluso se atreven a dirigir con autoridad al resto de los sectores de la sociedad y la Iglesia. Y confirma a aquellos que creen que el Episcopado no ha pedido realmente perdón a la sociedad por su silencio y complicidad.
3. Algunos entienden la Iglesia como un cuartel: Autoridad vertical. Obediencia debida. Silencio de la propia opinión. Pero no es eso la Iglesia. No es eso lo que la Iglesia es, lo que la Iglesia dice que es, lo que la Iglesia debe ser y -sobre todo- no es eso lo que Jesús quiere que la Iglesia sea.
4. El obispo Polti parece no entender que la Iglesia es otra cosa distinta a lo que él parece pensar. La Iglesia no es un cuadro fascista (o franquista, para que entienda mejor). Es una comunidad que da cabida a la diferencia porque está constituida a la manera de la Trinidad, que ES DIFERENCIA. Su autoritarismo nos afecta a todos nosotros, y afecta a la Iglesia misma.
5. La Iglesia es comunión, y por tanto diversidad en la unidad. Y la unidad, no viene dada por el sentir episcopal, sino por el Evangelio, por el proyecto de Jesús al que él llamó Reino de Dios.
6. El grupo de curas en opción por los pobres hicimos público nuestro rechazo al texto episcopal y también el rechazo a un saludo de Navidad a la sociedad; en el que sólo había malas noticias, y donde no se hablaba casi de Jesús. Y uno de nuestros compañeros, y en él todos nosotros y los que creemos que otra Iglesia es posible, fue sancionado a raíz de firmar esas cartas.

Ante este atropello autoritario propio de una concepción de la Iglesia que no compartimos, queremos expresar que:

* Repudiamos sin términos medios la decisión del obispo Polti de separar de su diócesis a nuestro compañero Roberto; todos nos sentimos en un mismo sentir eclesial;
* Reafirmamos -todos nosotros- sin duda alguna, el texto de la carta FIRMADA POR TODOS: los 4 sacerdotes del secretariado en nombre de los 200 curas del grupo;
* Lamentamos que la comunidad de Santiago del Estero pierda un buen cura a causa de un mal obispo.
* Lamentamos que el genocida convicto y confeso Videla reciba la comunión alegremente y los hermanos como Roberto, dedicados al servicio de la gente sean hostigados por su pensamiento libre. Estas contradicciones tan evidentes nos confunden y además hieren al pueblo de Dios.

No podemos resistir relacionar esta situación con las palabras de Jesús a la multitud y los discípulos: "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo". (Mateo 23,2-4)

Nos solidarizamos y abrazamos a nuestro querido hermano Roberto Murall a la distancia y nos hacemos cercanos en este momento de desconcierto que vive.

Secretariado Nacional del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres
29 de diciembre 2012

sábado, 29 de diciembre de 2012



Saqueos

Por Luis Bruschtein
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El Gobierno estuvo dos días con el corazón en la boca pero finalmente los saqueos terminaron favoreciéndolo. Un final de año con suspenso. La remake de otros finales de año que se llevaron puestos a otros presidentes. Imágenes persistentes de un país sumergido, de necesidades insoportables y desbordadas. Pero nada era real, era nada más que una imitación y por eso no pudo expandirse como en esos otros finales de año explosivos y definitorios. Dos presidentes, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, no sobrevivieron a esos escenarios. Y Cristina Kirchner hubiera seguido ese mismo camino si el país hubiera sido el mismo. Si faltaba algo para comprobar que las cosas han cambiado, la sobrevivencia del Gobierno sin demasiado sobresalto a esta embestida, que hasta ahora había sido imbatible, se suma como prueba de parte.
El país no es el mismo ni siquiera en el contexto de uno de los años más difíciles para la economía. Una cosa es segura, si hubiera habido otro gobierno con otra política, los saqueos se hubieran extendido, la clase media empobrecida se hubiera sumado con los desocupados a la cabeza y de la mano de los jóvenes sin destino. Fue lo que pasó en los saqueos anteriores, organizados por punteros, que funcionaron como disparadores en un contexto inflamable.
Hay muchos problemas económicos, sociales, laborales y demás sin resolver, pero la instancia de la violencia y el saqueo es la última, la que se dispara en una situación sin salida, una que genera hambre y no da de comer. El saqueo no es una característica del pobre, sino del desesperado en todos los niveles. Ser pobre no es sinónimo de saqueador, por eso los pobres no se sumaron a los saqueos. Por esa misma razón, la violencia quedó muy focalizada en siete u ocho puntos en todo el país, en cada uno de los cuales participaron entre trescientas y cuatrocientas personas. En los hechos que se produjeron en esas siete u ocho localidades en todo el país habrán participado en total unas tres mil personas. El intento de generar una insurrección violenta fracasó estrepitosamente. Todo lo que se hizo fue organizado.
El fracaso de los organizadores fue justamente que no lograron que se sumaran hechos espontáneos a los que debían funcionar como disparadores. Y ese fracaso se convirtió en el mayor triunfo del gobierno. El pobre que tiene trabajo se quedó en su casa y el que tiene la asignación también. El enojado de clase media se alegró con los saqueos pero no salió a la calle como en el 2001. Lo pensó dos veces y se dio cuenta de que no le convenía, de que le va bien. El fracaso de los saqueos puso en evidencia un país con problemas pero contenido, muy lejos de los escenarios caóticos de la hiperinflación de 1988 y el corralito de 2001. Pero trajeron a la memoria aquellos momentos y a sus responsables, muchos de los cuales hoy se hacen los distraídos.
El país no es un paraíso, bajaron mucho la pobreza, la indigencia y la desocupación en relación con 2003, pero son problemas que todavía subsisten y que golpean siempre sobre los sectores más vulnerables. Que no son los caceroleros, ni las patronales rurales, ni los que tienen que pagar Impuesto a las Ganancias. Los problemas están en los miles de trabajadores en negro o con trabajo chatarra que no son incluidos en las protestas de Pablo Micheli y Hugo Moyano. Aun así, esos trabajadores pobres prefirieron su trabajo chatarra al saqueo. Ellos van a luchar por mejorar sus condiciones laborales en vez de saquear un shopping.
Todos los indicios apuntan a sectores de la derecha del PJ, punteros de las distintas variantes del peronismo disidente cuyas bases territoriales muchas veces se mezclan con expresiones gremiales opositoras, en líneas clientelares que se superponen. En ese desorden hay una sintonía que funciona como orquesta en los desmanes. Hay dinero que se ofrece, promesas de que se va a liberar un supermercado, maleantes que son atraídos por la idea del delito fácil y algunos que de buena fe acuden a la posibilidad de mejorar la mesa de las fiestas.
Los corresponsales extranjeros, ideológicamente hostiles en general a los gobiernos populares latinoamericanos, se apresuraron a magnificar los desórdenes y a equipararlos con los de finales de 2001. Anunciaron y festejaron el supuesto derrumbe del país. Se enfocaron principalmente en los planes sociales, a los que en algunos casos definen como mentiras del oficialismo y en otros como medidas populistas que no resuelven los problemas de los pobres.
La evaluación errónea de este pequeño sector del peronismo que incitó y organizó los desmanes terminó por fortalecer lo que quería debilitar. Fue traicionado por una especie de sentimiento triunfalista que en general suele atacar en forma cíclica a la oposición. Se habla de encuestas desfavorables para el oficialismo, de una situación similar a la de 2009 y se festejan por anticipado derrotas que después no se producen. Nunca se sabe si un opositor habla en serio cuando subestima lo que se hizo en estos diez años y describe cuadros apocalípticos, o si lo hace para enfatizar su lugar de opositor. Si cree en lo que dice, seguramente va a derrapar. Este Gobierno ha logrado una empatía con los sectores más humildes que no tenía en 2009. Esa empatía no es militancia, ni siquiera es voto asegurado. Es nada más y nada menos que colocarse en el lugar que estos sectores humildes sienten como más próximo a ellos en política. Esto quiere decir que con poco esfuerzo el oficialismo mantiene un piso que está muy por encima del piso de cualquiera de sus contendientes dentro del peronismo y fuera de él. Y es un piso superior aún al piso histórico del peronismo, que rondó por encima del 30 por ciento.
El 2012 ha sido un año difícil, pero 2013 se anuncia alentador. El Gobierno pudo sortear este año sin tantas bajas sobre la base de un hiperactivismo en el plano de la economía y en el de la política. No es un protagonista que baja los brazos y se deja ganar fácilmente. En cambio, la oposición se mantiene en un punto de ambigüedad. Por un lado actúa como si pensara que el kirchnerismo ya no tiene ningún apoyo, pero por el otro lado no oculta su preocupación ante cualquier posibilidad de re reelección de Cristina Kirchner. Y tanto rechazo quiere decir que piensan que ella es imbatible. Mientras la oposición no achique diferencias, si la Presidenta es imbatible, a cualquier candidato que ponga estará en condiciones de ganarle, aunque la diferencia no sea tan grande.
Ninguna fuerza es imbatible, pero es una equivocación subestimar el impacto que han tenido las políticas sociales, porque allí se ha producido un cambio. Y en ese sentido, ha sido muy útil la experiencia que dejaron los saqueos. En las zonas suburbanas de mayor concentración popular –en el sur y en La Matanza, por ejemplo– prácticamente no se movió nada durante los saqueos. En cambio éstos se produjeron en localidades como Bariloche o San Fernando, en Rosario, Campana y Zárate. Campana es el lugar del país con menos desocupación. Allí se montó un saqueo con grupos de barrabravas que no lograron convertirlo en masivo. En Bariloche y Gobernador Gálvez, se montaron sobre situaciones sociales graves. En el primer caso, por el desempleo originado en la caída del turismo por la ceniza del volcán Copahue, de la que recién ahora se está recuperando, así como por la lentitud del nuevo intendente en dar respuestas. En la localidad santafesina, por las inundaciones recientes que sufrió esa localidad y la misma lentitud del gobierno local para actuar.
El fracaso de los saqueos tiende a expresar que la situación tiene muy pocos puntos de contacto con la de 2001 y que para regresar a un cuadro parecido habría que desmontar varios de los avances que se han producido y a los que la sociedad ya considera como derechos adquiridos.

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Felicidad/es


Por Sandra Russo
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En estas fechas, llevamos en el oído y en la punta de la lengua la palabra “felicidades”. Quizá seamos los que la dicen con énfasis o, quizá, los reticentes que la sueltan sólo en respuesta culposa a los primeros. Es como no haberlos saludado. “Felicidades”, después de todo, es eso, un saludo de buen augurio para el ciclo que empieza.
Ese saludo permite reconsiderar un poco la felicidad. Hay tradiciones filosóficas enteras que se han fundido, en los últimos cien años, con los slogans del consumo. Ese enroque sostiene a la felicidad como una meta individual, y por cierto azarosa, esquiva, homeopática, siempre extraordinaria. Son pocos días en el año los destinados a pronunciar esa palabra, desdibujada, además, debajo de un plural que no significa para nada ser feliz con el de al lado, sino que más bien expresa cierta generalidad del habla. Nunca nos preguntamos qué nos hace felices, y por qué no lo hacemos más.
Un consejo así de práctico y sencillo, taxativo, surge de las reflexiones de Bertrand Russell sobre “la conquista de la felicidad”. Tal como lo sugiere el nombre del ensayo, la felicidad es ubicada no en el número de la lotería que quizá salga pero probablemente no, sino en un lugar interno o externo, pero conquistable. Russell escribió ese ensayo para un tipo de lector un poco abstracto, con sus necesidades básicas satisfechas y sin grandes problemas personales. Para gente que al menos podría estar disfrutando de la felicidad de no tener grandes problemas personales y, sin embargo, es infeliz. Hemos construido un tipo de sociedades en las que las personas no cultivan lo que las hace felices, porque lo que predomina en ellas es una tendencia voraz hacia el aburrimiento. “Hoy nos aburrimos mucho menos que nuestros antepasados, pero tenemos mucho más miedo de aburrirnos.” El tedio amenaza en las sombras con su tipo especialísimo de inseguridad; del tedio nacen muchas desgracias. La felicidad es, por el contrario, la forma perfecta del entretenimiento. Lo escribió Pessoa: “Sentir es estar distraído”.
Russell dice que sabe de lo que habla cuando se refiere a la “infelicidad cotidiana normal”, y la remonta a la época victoriana, cuando él creció. “Yo no nací feliz. De niño, mi himno favorito era ‘Harto del mundo y agobiado por el peso de mis pecados’. A los cinco años se me ocurrió que, si vivía hasta los setenta, hasta entonces sólo había soportado la catorceava parte de mi vida, y los largos años que aún tenía de aburrimiento por delante me parecieron casi insoportables. En la adolescencia, odiaba la vida y estaba continuamente al borde del suicidio, aunque me salvó el deseo de aprender matemáticas”, escribe con buena dosis de sarcasmo. Ya mayor de setenta, al cabo de una vida que fue incorporando cada vez más felicidad, Russell saca una primera conclusión. Su felicidad se debe, dice, “a que ahora me preocupo mucho menos por mí mismo”.
Dejar de ser uno mismo el eje de las propias preocupaciones es la gran llave del acceso al tipo de felicidad de la que él habla. Y con esta perspectiva describe sociedades –en su caso, la de los años ‘30, cuando la Bolsa hizo crac up y miles de personas, como Scott Fitzgerald, también – que generan individuos tan inmersos en sí mismos que son incapaces de distraerse, de entretenerse: eran los años, además, en que tomaba forma la industria global del entretenimiento, acaso como acto reflejo de esta falla.
En su diagnóstico general, el filósofo y matemático afirma que la escasez de felicidad se debe, precisamente, a la “absorción en uno mismo” contemporánea. Describe tres tipos de sujetos “absortos en sí”, y repelentes a la felicidad: el pecador, el megalómano y el narcisista. Los hay en medidas moderadas que no impiden el despliegue de la dicha, pero cuando toda la personalidad está dominada por ese eje, no hay distracción posible.
El pecador es alguien que “sigue acatando todas las prohibiciones de su infancia”, y básicamente alguien para quien el sexo está mal. El pecador no necesariamente peca en la realidad, pero sí en su interior. En lo visible, el puritanismo prohibía la lujuria, pero en lo invisible, también prohibía la alegría. El megalómano desea ser poderoso, sacar ventaja y asegurarse más poder y más ventaja. Russell destaca que el tipo “megalómano” del que habla es aquel que a su afán de poder le ha unido la falta de sentido de realidad: habla de los lunáticos. “Alejandro Magno pertenecía al mismo tipo psicológico que el lunático, pero poseía el talento necesario para hacer realidad el sueño del lunático. Sin embargo, no pudo hacer realidad su propio sueño, que se iba haciendo más grande a medida que crecían sus logros.” El narcisista, finalmente, es producto de la sociedad de la imagen. Además de ser una sociedad yoísta, le quita al yo interioridad y lo pela por dentro, dejándolo puro reflejo. El narcisista cultiva y se agota en “el hábito de admirarse y querer ser admirado”.
El método que encontró Russell a lo largo de su vida fue el darse cada vez menos importancia, y lo explicó contando cómo superó su juvenil y atenazante miedo de hablar en público. Comenzó a advertir que cuando hablaba muy bien y cuando hablaba muy mal, los resultados no diferían demasiado. Descubrió que era él su testigo y su juez más despiadado. Cuando dejó de estar pendiente de él mismo, se distrajo.
Así, la felicidad asoma como el resultado de un entretenimiento natural, social, de unos con otros, y en el plano lógico de Russell, como el fruto de un corrimiento necesario: el del ego. “El ego de una persona es una parte insignificante del mundo. El hombre capaz de centrar sus pensamientos y esperanzas en algo que lo trascienda puede encontrar cierta paz en los problemas normales de la vida, algo que le resulta imposible al egoísta puro.”


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miércoles, 26 de diciembre de 2012


Memorias del saqueo




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Por Eduardo de la Serna*


La memoria de los saqueos nos hace tener presentes algunas cosas...
Es evidente que los saqueos de 2001 fueron organizados, no hay saqueos espontáneos; pero si alguien encendió el fósforo, el clima parecía pólvora. La gente salió a la calle (como luego con piquetes y cacerolas, que nos quisieron hacer creer que “la lucha es una sola”). Como la gente estaba en la calle una vez logrado el objetivo de destituir al inepto, había que frenarla. Y entonces empezó la segunda parte: los incitadores, ahora fueron por los barrios contando que “venían hordas” de Fuerte Apache, La Cava, la villa tal o cual... la gente se juntaba para defender lo poco que tenía en las esquinas, con fogatas y armas (¡cuántas armas, por Dios! Y Carrió empezó a derrapar, como el obispo castrense hablando de las FARC y la mar en coche). Había que defenderse de los perversos; sin que nadie se preguntará qué irían a hacer de Fuerte Apache a Berazategui, por ejemplo; ¿por qué no irían a Capital? Pero fuera de eso, los saqueos (todavía se ve a pequeños cartoneros o grupos con “carritos de supermercado” fruto de aquellos tiempos) hicieron que las góndolas de comida quedaran vacías: arroz, fideos, carne, leche, yerba....
Precisamente, la misma memoria invita a contrastar. El plasma no se come. El Gobierno debería tomar nota, pero sabiendo que si los saqueadores llevaban alimentos, estamos ante un problema social que se debe atender urgentemente, por más incentivadores que haya; pero si los saqueadores llevaban electrodomésticos, estamos ante un tema policial. A lo mejor a esto se refería Micheli, el minúsculo, al hablar de “guerra nuclear”. La fecha está bien elegida, y hasta a los chinos se los ataca, para recordar aquel llanto tantas veces repetido en los medios que nos contaron que el dólar se iría a 10 (salvo el dólar que para ellos fue a 1,40). Claro que todavía faltan la represión, los caballos, los golpes a las Madres, los muertos y el helicóptero. O mejor, quizás algunos recordamos que Cristina no es De la Rúa y los modelos son contrapuestos, y en lugar de pólvora hay agua y el fuego no prende aunque haya quienes insistan en encenderlo (especialmente después de fracasadas marchas). A lo mejor algunos tenemos memoria.

* Coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres.

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martes, 25 de diciembre de 2012



Gracias


Por Eduardo Aliverti
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Con el resultado puesto, tienta pensar que lo sucedido era harto probable. Y que se escaparon varias tortugas del área de Inteligencia por su impericia para preverlo. Sin embargo, eso no cambiaría que en la base de los episodios está la mano ostentosa, obvia, de quienes necesitan climas de violencia para sustituir el apoyo popular que sigue escapándoseles sin remedio.
Si se empieza por las consecuencias, va de suyo que hay bolsones no resueltos de pobreza estructural que, encendida la mecha, habrán de irradiarla. Las zonas de los saqueos coinciden con ello, aunque fue visible que, en tanto “saqueo” como sinónimo de desesperación, no estamos hablando de eso. Sí de atracos cuya característica primera es lo meramente delincuencial, organizado, a todas luces. Hasta la prensa opositora debió resignarse a admitir que el móvil no es el hambre. Circulan algunos nombres propios de lo que el sentido común identifica como responsables: punteros, dirigentes sindicales, jefes territoriales con bandas siempre prestas y algunos grupejos que corren por izquierda. Si hay claridad política al respecto, más debe haberla en cuanto a no confundirse sobre los riesgos de la etapa que se vive, y que no tiene que ver en absoluto con los sucesos de hace once años. Entonces sí era cuestión de un país hambreado y estallado por obra de una corrupción modélica, que nos dejó con la mitad de los habitantes por debajo de la línea de pobreza. Hoy no hay ninguna reproducción de ese caos, ni política ni social ni económicamente, si es que esos tres rangos fueran diferenciables. Del resto puede conjeturarse lo que se quiera, pero de eso no. Eso es así. El tema es que, justamente porque la Argentina no se relaciona en nada con la de 2001/2002, vienen quedándose afuera dos grandes bloques de poder: una parte del establishment de la economía que ya no interviene en las decisiones políticas, y una parte del sindicalismo y de los aparatos tribales, históricamente acostumbrados a las prebendas del peronismo como partido de Estado. Este peronismo, sobre todo desde la gestión de Cristina, marcha en camino opuesto a esa costumbre. Y de esto tampoco puede dudarse. Los cruces acusatorios entre el Gobierno y la cúpula de una de las CGT tampoco varían ese escenario: lo corroboran. Sí puede anotarse que las afirmaciones oficialistas constituyeron lo esperable. No así que poco después de que ese sector gremial fuera señalado, la situación tendió a normalizarse. No es un dato de imputación. Sólo una constancia objetiva.
Por lo demás, ésta es una nota de agradecimiento que, si se quiere, incluye todo lo anterior en buena medida.
En el cierre del año, unas fotos, unas imágenes, unas juntadas obscenas del agua con el aceite, un fracaso rotundo y, finalmente o antes que todo, una falta de respeto, le simplificaron al periodista un recorrido de balance puntilloso. Se trata del acto del miércoles pasado, bajo convocatoria de una comparsa que tanto puede ser calificada de indescifrable como de inmoral. Quizá sea mejor recurrir a Horacio Verbitsky, quien la rotuló como uno de los episodios más extravagantes que la política argentina produjo en años. Casi lo más impresionante, sin embargo, es que una murga de esa calidad no pudo llenar la Plaza de Mayo con la salvedad de la visión de Clarín, cuya crónica del mamarracho fue desopilante. En foto central de portada habló de un “masivo acto del sindicalismo opositor”. Y a página 3 volanteó en letras coloradas “Marcha a la Plaza”, como si hubiera sido la analogía de Mao al frente del Ejército Rojo chino en octubre de 1936. Debajo de esa grandilocuencia, el cronista escribió que el cálculo de Pablo Micheli, estimando 70 mil personas, fue desmentido por la realidad de que en la plaza podía circularse cómodamente. Por favor, un editor ahí, lo más rápido posible. Más aún cuando, a continuación, el artículo de “análisis” clarinesco citó al vacío como “demostración de fuerza que debería preocupar a Cristina Kirchner”, “gran protesta”, “triunfo de un aceitado mecanismo de organización” y otros exabruptos. La Nación, en cambio, registró fotográficamente que el papelón fue indisimulable. Una vez más: la diferencia entre un órgano de elite mitrista que, al margen de gorilismo y racismo ancestrales, no come vidrio respecto de lo que puede esperarse con un circo opositor de esta naturaleza, y un oligopolio decadente que, de ya no saber a qué aferrarse, se agarra de lo que sea. Saquemos la siguiente y elemental cuenta. Una Plaza de Mayo raleada, para vergüenza de su historia, con los parroquianos de los bares circundantes sin moverse de sus lugares, a la que reclamó concurrencia el moyanismo más una fracción de la CTA y el cleptócrata. Se plegaron la UCR, Buzzi, Pino, los chinos y el PO. Es irrelevante que pudiera faltar en la nómina algún otro grupo alienígena. Si los propios organizadores frenaron su euforia en 70 mil personas, que de por sí es una cifra módica para las expectativas que intentaron crear, podemos negociar –siendo concesivos– en algo menos de la mitad (por lo general, esa ecuación es la que mejor se acerca a los números auténticos de las concentraciones: se toma el guarismo de manifestantes que da la Policía, siempre el más bajo, y el de los convocantes, inevitablemente el más alto. Y se saca el promedio entre ambos). Pero resulta que a esos 30 o 35 mil asistentes, en términos de trascendencia opositora, hay que restarle el aporte de los nucleamientos de izquierda eternamente radicalizada. Son siempre unos cuantos miles, con tan baja intensidad política y representación electoral como significativa visibilidad callejera. Si, encima, el resto de la concurrencia provino con estrictez de los aparatos sindicales que organizaron, la conclusión es fatal: no sumaron a nadie. El 8N tuvo masividad. Careció de toda consigna unificadora y plan de acción, pero fue capaz de aglutinar dispersiones de clase media. En el 9D, el kirchnerismo hizo estallar la plaza y sus alrededores, junto con gran potencia numérica en varios puntos del país, gracias a presencias orgánicas pero también de muchísima gente suelta. Lo del miércoles, en cambio –y disculpas por la obviedad– fue un bochorno cuya pobreza numérica tiene la única causa del ser un efecto vergonzante. El propio discurso de Moyano, que se perdió entre apelaciones evangélicas, su madre jubilada y la ausencia de frases provocativa (excepto la de “este gobierno maldito”), fue demostración de que predica sin convencimiento de sí mismo. Cabría preguntarse, frente a lo deshilachado de su arenga, cuánto le habrá impactado ver esa plaza semivacía, sin épica, sin calor. Sin nada, salvo el resentimiento contra un gobierno que no continuó ofertándole casi todo lo que quería y al que apoyaba entusiasmado, militante, hasta hace menos de un año.
Aunque quedó dicho, tampoco sería justo centralizar la crítica en el conductor camionero e, inclusive, la rigurosidad obliga a ser más duro con los satélites que entraron a su órbita. Después de todo, Moyano es un negociador de pesada gremial que opera en el toma y daca de las representaciones sindicales. Y de última, por lo menos tiene la fidelidad de su tropa. Genera un rechazo virtualmente unánime entre los sectores medios y en el mundo mismo de la clase trabajadora, pero los pocos porotos con que cuenta se los ganó. Todo lo contrario, ¿dónde meter la menudencia de Buzzi? No hablemos ya de que no fue competente ni para arrimar algún tractor de protesta a la plaza. No hubo ni una sola columna de pequeños productores agrarios, de esos que según él simbolizan la expoliación del modelo contra el sufrimiento del campo. ¿No le daba para pagar un micro, aunque sea? ¿Una pancarta? ¿Alguien vestido de gaucho? ¿No los convocó? ¿No los tiene? Pero, seguramente, la expresión máxima de impotencia y algo más es el caso del hijo de Alfonsín. Venía de reconocer que a los argentinos les está yendo bien en lo económico, así dijo, con esa literalidad, y que mientras sea así no hay con qué darle a Cristina. En la práctica se desdijo y situó a la UCR llamando a la plaza. En el partido, según fue público, se produjo una controversia de aquéllas porque, claro, pegar el radicalismo a Moyano, y a lo que Moyano encarna, es un poquito fuerte. Empero, hicieron homenaje a la ineptitud y terminaron como en una de las escenas de La vida de Brian, la película inglesa que muestra en asamblea interminable a los seguidores de Cristo, mientras están crucificándolo. La cosa es que hay una foto majestuosa, del miércoles, publicada por Ambito Financiero. Avanzan unos tipos, desperdigados entre sí, con banderas radicales. Deben ser cincuenta. Cien, con toda la furia. En algún aspecto, es una foto dolorosa. Un partido que supo ser de masas bien que coyunturalmente, que le ganó al peronismo, que despertó alguna utopía de libertades civiles, que tuvo un líder tan contradictorio como cualquiera, pero líder al fin, con semblanza de enfrentarse a poderosos, convertido en esto. En esta miseria anatómica y de ideario.
El periodista piensa en si, acaso, no es ésta una crónica opinada que repara con exceso en la insignificancia, previsible, de un acto opositor. Más cuando le sobrevinieron los acontecimientos de jueves y viernes. Pero, asimismo, no encuentra la manera de que esa pequeñez no se agrande hasta constituir una imagen, difícil de superar, en torno de lo que hay en danza en Argentina a propósito de las fuerzas u opciones contrapuestas realmente existentes. Incluso, la estatización del predio de la Rural y los sucesos de violencia se subsumen en esa lógica. Y otro tanto acontece, por aquello de la falta de respeto, con haber elegido un 19 de diciembre para manifestarse por el mínimo no imponible y algún otro reclamo desparramado que emparienta a los manifestantes con los caceroleros, sin perjuicio de lo justificado de algunas de esas exigencias.
Así que gracias a Moyano, al hijo de Alfonsín, a Pino, a la Corriente Clasista y Combativa, al PO, a Buzzi, a Micheli, al Momo Venegas, al cleptócrata y al raquitismo que expusieron.
Facilitaron enormemente lo arduo de un balance político.

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Un juicio de excepción



Por Eric Nepomuceno


En Brasil, la gran prensa y la oposición, más furiosa que eficaz, dicen que ha sido “el juicio del siglo”. Fue uno de los temas preferidos de las clases medias en 2012. Algunos de los miembros del Supremo Tribunal Federal, la Corte máxima del país, se hicieron figuras populares. Cuanto más furor condenatorio, más espacio en los grandes medios, más aplausos. De los 37 acusados de participar de un esquema de corrupción durante el primer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2006), 25 han sido condenados, algunos a sentencias que obligatoriamente los llevarán a prisión en régimen cerrado.
Al menos dos de ellos son figuras históricas del Partido de los Trabajadores, el PT de Lula y de la actual presidenta Dilma Rousseff, además de ser emblemas de la izquierda brasileña y de la resistencia a la dictadura militar que duró de 1964 a 1985. José Dirceu fue el gran artífice de la candidatura de Lula en 2002 –la primera victoriosa, luego de tres fracasos– y hombre fuerte de su primer gobierno. José Genoino, un ex guerrillero que padeció cinco años de cárcel en las mazmorras de la dictadura, presidía el PT en ocasión del escándalo. Dirceu ha sido condenado a diez años y diez meses de cárcel, acusado de corrupción activa y de asociación criminal. Genoino, a seis años y once meses. Hubo penas más largas. Al publicista Marcos Valerio, por ejemplo, le tocó una condena de 40 años de cárcel. A Katia Abreu, dueña de un banco, 16 años y ocho meses.
Las sentencias severas fueron recibidas con aplausos frenéticos de la opinión pública, fervorosamente incitada por los grandes grupos de comunicación. Es como si de repente Brasil estuviese siendo barrido por una ola moralizante, a cargo de los impolutos caballeros que integran su Corte Suprema.
El juicio, en todo caso, merece un análisis más cuidadoso. Para empezar, es interesante ir al principio de la historia. El sistema político brasileño hace que sea casi imposible a un presidente gobernar sin aliarse a otros partidos para lograr una base mayoritaria en el Congreso. Hay un precio, claro. Parte de ese precio es la partición de cargos, puestos y presupuestos. Otra parte son recursos destinados a honrar deudas de campaña electoral. Y en ese punto reside la magistral distorsión alrededor del escándalo: se creó la imagen de parlamentarios recibiendo una paga mensual para apoyar al gobierno.
Jamás se comprobó ese mecanismo. El PT admite haber asumido deudas de aliados, y no haberlas declarado en su prestación de cuentas a la Justicia electoral.
El escándalo diezmó medio gobierno, en 2005, y a Lula casi le costó la reelección en 2006. El caso llegó a la Corte Suprema y el juicio empezó el pasado agosto. Desde su primer día quedó claro que sería un procedimiento heterodoxo, para decirlo de forma suave. Para empezar, las sesiones fueron transmitidas en directo por la televisión. En lugar de una supuesta transparencia frente a la opinión pública, lo que se vio fueron magistrados exhibiendo sus egos hipertrofiados, en un espectáculo histriónico.
El juez instructor Joaquim Barbosa, primer negro en ocupar un asiento en la Corte Suprema, ha sido implacable en su furor condenatorio. De temperamento irascible, haciendo gala de un sarcasmo grosero, mencionó varias veces la jurisprudencia alemana, en especial al jurista Claus Roxin, para justificar la aceptación de ausencia de pruebas. El mismo Roxin se encargó de aclarar las cosas, diciendo que su teoría de “dominio del fato” había sido mal interpretada. Que la Justicia, para que sea justa, exige pruebas concretas. Y, al menos en los casos de Dirceu y Genoino, no hubo ninguna.
Además, el juicio transcurrió bajo una insólita presión de los medios de comunicación y acompañado por el aplauso frenético de las clases medias conducidas de la mano por los grandes grupos mediáticos. La Corte Suprema se dejó doblegar y politizó un proceso que debería ser exclusivamente jurídico.
No hubo una sola prueba de que Dirceu y Genoino hayan participado de la trama. No hay nada que muestre su inocencia, es verdad. Pero en otros tiempos, cuando valían los principios fundamentales del derecho, cabía a los acusadores comprobar la culpa de los acusados. Al menos en ese punto, el Supremo Tribunal Federal de Brasil ofreció una peligrosa innovación: ahora les toca a los acusados demostrar que son inocentes. Los magistrados que condenaron a Dirceu y Genoino afirmaron, en sus votos, que decidieron a base de inducciones, ilaciones, conducciones.
Dirceu ha sido condenado con base en un argumento singular: ocupando el puesto que ocupaba, teniendo el poder que tenía, es imposible que no haya sido el creador del esquema de corrupción.
El juicio fue la grata alegría de una derecha que, fuertemente acuartelada en la gran prensa conservadora, ahora lanza su nueva campaña, que tiene por objetivo desmontar la imagen de Lula y llevarlo a los tribunales. Ya se sabe que no es necesario presentar prueba alguna.

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jueves, 20 de diciembre de 2012



Extravagancias


Por Horacio Verbitsky

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El acto de ayer en Plaza de Mayo fue uno de los episodios más extravagantes que la política argentina ha producido en años, lo cual no es poco decir. La mezcla de opuestos que participaron hubiera requerido un acto de ilusionismo antes que una conducción política para simular alguna congruencia. Conciliar en un todo coherente a los trabajadores de servicios mejor pagos del país, como petroleros y camioneros, con los estatales que padecen un retraso de sus remuneraciones; a las dirigencias patronales de rentistas agropecuarios que alquilan sus campos en dólares con los trabajadores precarios que los maoístas de la CCC organizan en los barrios; a los elegantes caceroleros que consideran un atentado a la libertad la restricción para atesorar divisas en el exterior con las diversas banderías de la paleoizquierda que reclaman la estatización del comercio exterior y la banca; al filósofo de la cleptocracia Luis Barrionuevo con el cineasta de la resistencia Fernando Solanas; al vicepresidente de YPF, Guillermo Pereyra, con los ideólogos de la revolución permanente solo en la universidad; al epítome de la derecha duhaldista Jerónimo Venegas con la enfermera trotskista Vilma Ripoll; al oportunismo profesional de los libres del sur con el principismo republicano de Ricardo Alfonsín, mezclar tanto aceite y tanto vinagre en una ensalada completa es una tarea que excede las posibilidades de Hugo Moyano. No basta con citar a Perón, que ni él podía tanto.
Pero hubo cumbres del grotesco, comenzando por la elección de la fecha, en la que la dirigencia radical sólo debería hacer acto de contrición y decidirse de una vez a pedir perdón por la masacre con que se despidió su último gobierno, hace once años, con cinco muertos en la Capital y otros treinta en el resto del país, en aplicación de un estado de sitio ilegal que nunca declaró el Congreso. Y siguiendo por el discurso de Moyano, con reivindicación sindical de derechos laborales pero propuesta político partidaria y electoral, en la que es imposible que coincida la forzada amalgama a la que recurrió para que no pudiera medirse hasta qué punto ha menguado su poder de convocatoria.
Al hablar de los jubilados rindió homenaje a una mujer de 95 años que, según dijo, sólo cobraba 1800 pesos mensuales, más la pensión de su esposo. La señora vive en una casa construida con un crédito del Banco Hipotecario Nacional y tiene la suerte de que sus tres hijos puedan ayudarla, dijo el camionero. Recién al terminar el párrafo aclaró que se refería a su mamá. La propaganda oficial nunca logró una mejor descripción de los logros gubernativos, con la actualización bianual de jubilaciones y pensiones por encima de la inflación y con una situación laboral en la que los hombres tienen buenos trabajos y pueden darles algunos gustos a sus madres viudas. Sólo el extravío del sentido de la realidad puede presentar este feliz caso como un ejemplo dramático. Lo mismo vale para sus ironías sobre el compromiso de CFK con los derechos humanos a la misma hora en que la Justicia condenaba a prisión perpetua al ex ministro Jaime Lamont Smart, el primer civil sentenciado por crímenes de lesa humanidad, como muy bien destacó el portal de La Nación.
¿Qué habrá pensado al oírlo Pablo Micheli, que participó en algunos de los centenares de rondas frente al Congreso durante la década en que las jubilaciones estuvieron congeladas y que culminó con la reducción de un 13 por ciento de su valor nominal, junto con el de los sueldos estatales? Antes de Moyano, el dirigente que está perdiendo el control de ATE (ya fue derrotado en las seccionales del Litoral y el plenario de delegados de Capital se rehusó a seguir su inconsulta convocatoria sin practicar la democracia sindical que pregona) anunció próximos paros y movilizaciones. Si cumple su promesa, no hará más que fortalecer a un gobierno que, por contraste, sabe qué intereses populares defiende y hacia dónde se propone seguir avanzando.

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domingo, 16 de diciembre de 2012

sábado, 15 de diciembre de 2012



La templanza


Por Sandra Russo
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Aunque desde hace diez años Susana Trimarco es un nombre público en la Argentina, y aunque ese nombre devino con el tiempo en el símbolo de la lucha contra la trata de personas, esta semana ella se resignificó de un modo abismal. Hubo un país que la miró no llorar cuando absolvían a los trece acusados por el secuestro y la desaparición de su hija. Que la miró recibir ese golpe con los ojos abiertos y secos de quien ya ha llorado toda la medida de lo humano. Un país miró esa enorme capacidad de impacto, y la reacción que inscribe a Susana Trimarco en la saga argentina de las madres en lucha. De eso tenemos una tradición.
Dos días antes, ella había recibido de manos de la Presidenta el Premio Azucena Villaflor a los Derechos Humanos, en la Plaza de Mayo. Estaban las Madres y las Abuelas. Refiriéndose a otro tema, la ley de medios, pero acertando en el pulso inminente de Susana Trimarco, la Presidenta dijo: “Cómo no vamos a esperar unos días, unos meses más, si ellas han esperado más de veinte años para tener justicia por sus hijos”. “No me van a ver llorar. Tengo el doble de fuerza, y no voy a parar hasta ver presos a los que se llevaron a Marita”, dijo el jueves Susana Trimarco, en su propia reconversión de la adversidad en motor.
Exactamente ahí es donde estas mujeres a las que tributamos emergen como lección, o faro. Han hecho del dolor su fuerza, y de su fuerza su paciencia. Han tenido el objetivo transparente de la justicia y no han dejado de actuar y de operar sobre la realidad ni un solo instante mientras eran pacientes. A lo largo y a lo ancho del país, a través del tiempo, por diferentes causas, hubo y hay muchas otras madres que expresan esa tradición.
Cuando uno habla de Susana Trimarco habla de Marita Verón, porque eso es lo que ella comunica, como lo han hecho desde hace treinta y cinco años tantas otras: Susana Trimarco no existiría para ninguno de nosotros si aquella tarde de abril de 2002 Marita hubiese regresado a su casa. Y ése es el sentido perfecto, redondísimo, del amor de esa madre por su hija: hacerle a Susana Trimarco la justicia que está a nuestro alcance, equivale a no dejar de nombrar a Marita Verón. Su secuestro y desaparición se hubiesen perdido en el olvido si no hubiese sido por la manera en que su madre elaboró su duelo. Fue no permitiéndolo, interponiéndose.
Son nombres que quedan incrustados en la historia, como lo fue el del soldado Omar Carrasco, cuyo crimen, que no fue el primero sino el último, generó el fin del servicio militar obligatorio. Antes que Carrasco habían muerto muchos otros colimbas, pero el hechizo de la domesticación de las conciencias –o las subjetividades, como se prefiera– había consentido esas muertes dudosas de soldaditos. Y de pronto, la de Carrasco fue una muerte intolerable, porque fue más allá de la política y entró directamente en la cultura. Aquella sociedad que seguía consintiendo tantas otras injusticias, dejó de aceptar que sus hijos varones fueran iniciados de acuerdo con el paradigma militar. Lo militar fue revisualizado como la posible vocación de algunos, pero no como la obligatoria introducción de todos.
Hoy este país está reviendo la trata de personas, en el sentido más literal: la está volviendo a ver, la ve porque Susana Trimarco nos ha obligado a enterarnos de que la trata no es abstracta aunque transcurra en los subsuelos o los alrededores, o detrás de pantallas o relacionada con las policías o distintos poderes. Nos ha obligado a entender que no escandalizarse es consentir. Nos ha traído, rescatadas, de esos antros, a mujeres que dieron su testimonio. Mujeres que fueron secuestradas y víctimas de una sucesión de delitos emparentados con la oferta sexual. Ahí se abren nuevos ejes, que seguramente tienen mucho que ver con lo que ha sucedido con la instrucción y la sentencia absolutoria. Uno de ellos nos obliga a preguntarnos por la diferencia entre la clientela de la prostitución y la clientela de la trata.
Es la actitud de Susana Trimarco lo que la envuelve como un aura. Uno la observa, tratando de descifrar qué es lo que la hace tan alta, tratándose la suya tan evidentemente de una estatura moral. El fallo tucumano que revictimizó a Marita Verón fue tan bajo, entre otras cosas, por el choque con la estatura moral de Susana. En la noche del martes, la Argentina presenció en directo la escenificación de lo alto y lo bajo. Lo bajo fue el fracaso de la Justicia, por los motivos que fueren. Lo alto fue Susana. Una señora de su casa que fue arrancada de esa placidez para internarse en prostíbulos de parajes perdidos, en whiskerías de ruta, en historias de un dolor intransferible.
Esa señora fue la que vino a decirle a la sociedad argentina que lo que se creía que era el mundo de la prostitución encubría otro mundo muy distinto, mucho más abismal, de esclavitud literal: Susana Trimarco vino a hablar de la trata, que no estaba lejos sino incrustada en muchos lugares. De un delito que implica secuestro y degradación. De lo que sigue hablando hoy Susana Trimarco es de las conexiones de la trata con las instituciones.
No deja de asombrar esa mujer y ese atributo que la vuelve alta. Es su temple. Su conexión con una causa de profundidades insondables. En esas aguas interiores, Susana y Marita no se han perdido la una para la otra. Se han fundido. Fuera de la metáfora, fuera del modo de decir. Marita está en Susana cuando Susana escucha la sentencia absolutoria de quienes ella está segura que secuestraron a su hija. Todos a su alrededor gritan, insultan, festejan, lloran, alzan los puños, se exteriorizan. Susana no. Se retiene. Se pone en contacto con su propio motor, que es el deseo de justicia. Ya ahí adentro, en la sala colmada, Susana encuentra su eje. No llora. No dice nada. Se deja llevar de la mano de su abogado, hasta recomponerse. Y cuando habla, vuelve a la carga. Susana Trimarco es la templanza. De eso están hechas todas las civilizaciones. Sin eso no se construye nada. La templanza consiste, en este caso, en el uso activo, incesante y filoso de la paciencia.

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miércoles, 12 de diciembre de 2012

marita verón



La sentencia contra Marita o ésta es la justicia que tenemos


Por Mempo Giardinelli

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Escribo esto con profunda bronca a la hora del cierre, quede claro. No quiero dejar pasar la furia que siento y que sé, me consta, veo y palpo que sienten en estas horas de dolor millones de ciudadanos y ciudadanas en todo el territorio nacional.
Para sorpresa y espanto del país entero (el país decente, digo, el que mayoritariamente no es corrupto) todos los acusados por el caso Marita Verón fueron absueltos en Tucumán en esta noche ominosa de la Argentina, en una decisión judicial obviamente sospechable de lisa y llana y flagrante corrupción.
Esta es la justicia (desde ahora la escribo con minúsculas) que tenemos. La que impera mayoritariamente en nuestro país. Unica institución republicana que no fue democratizada en serio desde la recuperación de la Democracia. Y que junto con sus socias, las malditas policías y los malditos servicios penitenciarios provinciales, son las únicas que conservan intactas todas las taras formales y esenciales que les inculcó la dictadura.
Porque la democracia significó profundos cambios institucionales en casi todos los órdenes: militares, educativos, de relaciones exteriores, de economía, de sociedad. Pero lo que no se tocó, ni se toca todavía, es lo que huele a podrido. Y este “fallo” –es un decir perfecto: fallo– está llenando de hedor a la Nación entera.
A sabiendas de que toda generalización es injusta y peligrosa –y en conocimiento de que hoy mismo se conoció el noble pronunciamiento de más de 200 jueces, fiscales y defensores públicos que emitieron un contracomunicado que desdice a ciertas catervas de jueces y camaristas viajeros a Miami por cuenta de empresarios, y a los lobbistas marrulleros del Colegio de la Magistratura y a los de esa de nombre imposible Comisión Nacional de Protección de la Independencia Judicial– yo me siento esta noche tentado de homologar esta maldita justicia a las malditas policías.
La que condena nuevamente a Marita Verón y nuevamente procura destruir a Susana Trimarco (pero a la que en realidad e involuntariamente enaltece) es la justicia que hay que cambiar de una vez y yo quiero ver si los opositores tendrán huevos para hacerlo, e incluso si el Gobierno los tendrá, todo sea dicho.
Cambiar de una vez los procedimientos y los plazos; cambiar de una vez el engolamiento y la pretendida santidad de los magistrados; cambiar los tratos y rótulos del siglo XIX para que las Señorías engoladas de hoy que no pagan impuestos empiecen a pagarlos como cualquiera de nosotros, que laburamos y sostenemos este país con esfuerzo y decencia. Y así acabar con mitos como el de la “familia judicial” y el de que los trapos sucios se lavan en casa.
Esa es la justicia que a mí, empleado durante cuatro años en el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia del Chaco y joven estudiante de Derecho en la Universidad Nacional del Nordeste –y lo digo por primera vez públicamente–, me llevó a abandonar cuando tenía 21 años la profesión que yo amaba y había elegido a los 16.
Hay que dar los nombres de estas tres “señorías” tucumanas de las que el mismísimo gobierno de José Alperovich sería bueno que dijese su opinión públicamente. Son ellos: Alberto Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero Lascano. Yo no sé si sus conciencias, si las tienen, los podrán juzgar. Y no me importa. Pero nosotros, la ciudadanía, sí. En democracia y en paz, serena pero definitivamente, tenemos que condenarlos éticamente, a la vez que vincularlos con los mencionados colegios, juntas, consejos, asociaciones y demás grupos corporativos que sólo son puro lobby, para decirlo clarito.
No tienen vergüenza y esta noche en que celebran todos los miles de prostíbulos del país, y todos los proxenetas, y todos los mercaderes de carne humana, y todos los hijos de puta de la trata, y perdóneseme la furia textual, nosotros, los que sí tenemos vergüenza y somos la inmensa mayoría de este país atormentado, por eso puteamos. Por eso LOS puteamos. Con la misma fuerza y convicción con que abrazamos a Susana Trimarco y esperamos un día abrazar a Marita Verón y a todas las Maritas que fueron y seguirán siendo, por desdicha, gracias a estos infames protectores de tratantes de personas.
Malas noches, Argentina.

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lunes, 10 de diciembre de 2012

domingo, 9 de diciembre de 2012

Documento de los Curas en Opción por los Pobres



“Buenas noticias” para la Navidad


Con un fuerte repudio a “las autoridades eclesiásticas, cómplices del poder de turno”, el grupo hizo un recuento de logros sociales, salarios y ayuda a los chicos como una lista de razones para “cantar”.



Por Washington Uranga
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El 8 de diciembre es la fecha indicada para que las comunidades cristianas comiencen a preparar la Navidad. Para marcar el día, el grupo de Curas en Opción por los Pobres difundió un mensaje “a las comunidades y a la sociedad” que resalta las “buenas noticias”. La carta anuncia que “para Dios los bienaventurados son los pobres y los pequeños” y subraya que “este Dios no está con los gobiernos y poderosos de la violencia; no está con los que eligen la muerte, la desaparición de niños inocentes y la mentira; no está con las autoridades eclesiásticas, cómplices del poder de turno, que eligen ignorar las promesas de Dios y prefieren no acercarse a la pobreza del poder, hablando y pontificando desde palacios y templos; no está con los imperios que amenazan al Niño del Pesebre que ya desde su pequeñez empieza a mostrar el conflicto que con El se desata, y su compromiso ineludible y patente por las víctimas de la historia”. El mensaje contrasta claramente con el difundido días atrás por los obispos de la Conferencia Episcopal, donde se subrayaron los aspectos negativos de la realidad actual.
Los sacerdotes católicos del grupo, a través de su Secretariado Nacional y con la firma de Eduardo de la Serna, sostienen que “en la solidaridad de los hermanos, Dios despliega la fuerza amorosa de su brazo” y que es “en está comunión donde quedan desautorizados los poderosos, los que desprecian a los pobres y sus votos, los que quieren manipular sus mentes y anunciar sólo ‘malas noticias’”. Por eso “tenemos memoria y recordamos que hubo tiempos cercanos en que todo era ‘al revés’ y unos muy pocos cantaban que ‘el dios Mercado derribó de sus puestos... a los humildes y exaltó más todavía a los poderosos’”.
Para los curas que trabajan en medios populares “hoy sabemos, porque lo hemos visto en nuestras comunidades, que las cosas son distintas y lo celebramos” y por ese motivo han decidido “cantar” junto a la Virgen María “las buenas noticias” aunque “hay todavía mucho por hacer”. Entre estas “buenas noticias” destacan “la mayor distribución del ingreso”, porque “la participación de los asalariados creció del 34 por ciento al 44 por ciento del PBI” y porque “vemos en nuestros barrios y pueblos menos gente ociosa porque se crearon 5 millones de puestos de trabajo”.
También subrayan la incorporación al sistema jubilatorio de “2,4 millones de personas que no tenían los aportes suficientes” y el hecho de que las familias “están más cerca de sus hijos” porque “la Asignación Universal por Hijo permitió cambiar la lógica abandónica de un sistema que los excluía dejando a muchos en la calle para sobrevivir”. Y entonces “¡cómo no celebrar que esta asignación universal cubre a 3,6 millones de niños y jóvenes hijos de padres sin trabajo o con trabajo informal y a madres embarazadas!”
Señalan también entre las “buenas noticias” el acceso al crédito de los pequeños productores, “porque el Estado está cada día más presente en sus ámbitos cumpliendo la Ley nacional de promoción del microcrédito (Nº 26.117) con 250.000 microcréditos otorgados para 165.000 unidades productivas de la economía social y solidaria, para la adquisición de capital de trabajo en todo el país” y subrayan que “la mayoría de sus beneficiarios son mujeres y menores de 35 años”.
Suman a todo lo anterior el alto nivel de escolarización de los niños, la participación de los jóvenes en cursos de capacitación en comunicación y que “la vigencia plena de la anhelada ley de medios democratiza y humaniza la información, y facilita el desarrollo de esta herramienta comunitaria para todos y todas”. En el mismo sentido celebran que “los jóvenes pobres e históricamente relegados, estudian y comparten en las plazas de sus pueblos con sus netbooks, encontrando un nuevo modo de relacionarse y crecer, porque el plan Conectar igualdad les permite salir del analfabetismo informático a cientos de miles de adolescentes abriéndoles nuevas puertas al conocimiento”.
Dicen los curas que “vivimos en comunidades que, paso a paso, se van apropiando de los centros integradores comunitarios (CIC) de cada pueblo y los habitan con sus actividades propias: salud en manos de la comunidad capitalizando la sabiduría popular, etc., allí donde muy pocos pueblos tenían un lugar de encuentro para todos” y celebran “las viviendas populares, la erradicación de ranchos y –para la clase media– el Plan Federal en todo el país, la consiguiente generación de empleo y una mayor infraestructura en nuestras comunidades rurales”.
Manifiestan también que hay logros en educación porque “se concretaron innumerables posibilidades para la culminación del primario y del secundario” a través de “becas estudiantiles, tutorías, metodologías innovadoras y populares, las casi mil Escuelas del Bicentenario, jardines de infantes, computadoras, materiales didácticos, capacitaciones y las paritarias docentes que dan reconocimiento a los y las trabajadoras de la educación”.
Entre las “buenas noticias” se incluyen “la asistencia y promoción de la familia rural, promoviendo el protagonismo del pequeño y mediano productor con capacitaciones, trabajos en redes con otras organizaciones de la sociedad civil, la electrificación rural, construcción de aljibes, pozos de balde, represas, viviendas, entrega de semillas para forrajes, etc. y la indispensable presencia del Estado en zonas donde nunca antes se había llegado”.
Según los Curas en la Opción por los Pobres “se va recuperando el sentido del ciudadano como sujeto de derechos” y “el Estado ha intentado –con éxitos, fracasos y cuentas pendientes– pasar de ser sólo benefactor o asistencialista a ser un Estado que promueve y garantiza los derechos para vivir una democracia más igualitaria”. Por este camino, sostienen, “se ha recuperado la participación, la organización, el sentido de lo político promoviendo nuevos actores y dirigentes, celebrando especialmente la participación de miles de jóvenes”. Aunque advierten que “somos conscientes que estos signos de crecimiento coexisten con la vieja política pero se van dando pasos”.
No faltan tampoco las observaciones críticas porque “hay todavía mucho por hacer, en especial en el terreno de la desigualdad en la distribución del ingreso, la pobreza, la educación, el desarrollo humano con justicia, la protección del derecho a la tierra de nuestros pueblos originarios y de nuestros campesinos, genuinos poseedores; el daño que causan los agrotóxicos, la industria sojera que desmonta; la regulación de la actividad minera o petrolera, que daña el ambiente que es de todos”. Sin embargo, insisten, “eso no significa que no haya buenas noticias para los pobres”.
Por eso deciden “cantar” estas “buenas noticias” en Navidad “porque creemos que Jesús sigue naciendo en esos niños, madres, ancianos, campesinos, pobres y desocupados...” y porque Dios –aseguran– “está indisimuladamente de su lado, y no del lado de los que desprecian o invisibilizan a los pobres, sus luchas y sus causas hablando de ‘dictadura con votos’, de ‘voto calificado’, o de cualquier otra actitud que ignore o rechace –con las palabras, con políticas o desde los medios de comunicación– a los preferidos de Jesús”.

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jueves, 6 de diciembre de 2012



Yo lo vi


Por Eva Giberti
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Lo traían, arrastrándolo, sujetándolo desde las axilas. Los pies apenas rozaban el suelo, a pesar de su estatura, pero las rodillas no podían sostenerlo. Habían logrado cubrirlo con una camisa y el pantalón. La cabeza caída sobre el pecho, sin cara que me permitiera reconocerlo. Era Hernán, mi hijo. Acababan de interrumpir la sesión de tortura, sin que aquel que diera la orden “¡Traigan a Invernizzi!” se imaginara que lo habían dejado en ese estado.
El oficial no ignoraba que eso estaba sucediendo, pero el teniente coronel se descuidó. Pretendió ser gentil, aun sabiendo que ese detenido era “su” detenido y debían garantizar su vida y su estado. Por lo tanto, no ignoraba las torturas.
Cuando ese oficial me reconoció en el ingreso/admisión del Regimiento 1º de Patricios, lugar donde yo sabía que lo habían trasladado –si bien la información oficial era: “No se sabe dónde está. Seguramente fugado”– detuvo su auto. “¡Señora! ¿Qué necesita?...”, me preguntó.
Me acompañaba mi abogada, experta en haber ensayado habeas corpus de otros detenidos, quien rápidamente se presentó con nombre y apellido. Entonces el oficial nos invitó a subir a su automóvil, mientras comentaba: “Qué barbaridad, ¿cómo pudo pasarle esto a usted? Yo eduqué a mis hijos leyendo su Escuela para Padres...” No le creí. Yo sabía lo que durante décadas había escrito acerca del despotismo. Pero fue la cortesía que se le ocurrió.
Sinteticé: “Vengo a ver a mi hijo, porque yo sé que está aquí... Y le traigo ropa y productos para la higiene...”. Absolutamente segura de que allí estaba él. Cuando hayan transcurrido otros veinte años, alguien contará cómo lo supe y por qué no dudaba.
Atravesamos los jardines, llegamos a Policía Militar 101 (que tenía entrada por Cerviño) e ingresamos por un portón. El oficial, un teniente coronel, continuaba conversando con nosotras. Hasta que ingresamos a un gran patio, seco y marrón con algunos bancos contra las paredes y un par de puertas que conducían a la zona de los calabozos. Algunos conscriptos soldados caminaban en silencio y repentinamente dejaron de estar.
Allí el teniente coronel me dijo: “Ahora lo van a buscar para que usted lo vea y converse con él. Unos minutos, porque está incomunicado...”.
Me demostraba el favor que me estaba haciendo porque yo había escrito Escuela para Padres, texto reconocido por la comunidad.
Mientras nos sentábamos, mi abogada, mucho más alerta y veloz que yo, comprendió que sería preciso entretenerlo y comenzó a darle conversación acerca de temas políticos. Hasta que se abrió una puerta y yo lo vi, ingresando, llevado a rastras, en ese patio seco y marrón.
Me puse de pie e intenté abrazarlo. Inútil, se le vencían las piernas. Me senté, se arrodilló como pudo y apenas balbuceó: “Me habían dicho que estabas gravemente herida, en el hospital, que confesara antes de que te murieras...”. Y sollozó.
Un hedor a alcohol lo rodeaba. “¿Qué te están dando?”, atine a preguntar. Casi sin poder articular las palabras contestó: “Me dan vino con pastillas, no sé de qué, dicen que para que hable”.
Recién entonces, apenas separada del inverosímil abrazo de medio cuerpo puede mirarle la cara, negra por los moretones que los trompazos habían marcado.
El teniente coronel, que no esperaba esa escena, ni el brutal testimonio de la tortura, intentó acercarse, pensando que estaríamos transmitiéndonos mensajes en clave.
Con tono militar: “Señora, ya no puede permanecer más...”.
Mi abogada, que no se apartaba de él, volvió al diálogo y llego a decirle: “Pero si él no puede hablar.... La madre tiene derechos...”.
“Pero no –gritó el oficial–, ¡si está incomunicado!” Esa voz me llegó de costado, yo sólo quería escucharlo a Hernán, que me acariciaba, como podía porque no lograba levantar los brazos, para decirme “estás bien, estás bien...”.
Dos tipos aparecieron en una de las puertas del patio, uniformados de fajina: venían a buscarlo para retomar la tortura que la imprudencia del teniente coronel les había arrancado de la picana, de los culatazos con fal y de la intoxicación con drogas estimulantes y alcohol.
¿Qué me dijo y qué le dije al teniente coronel? No tiene importancia. Habíamos transcurrido, de manera insólita e imprevista, veinte minutos juntos en ese patio entre balbuceos, sangre y un cuerpo dislocado, mientras yo apretaba dentro de mi cartera un cepillo de dientes y un pan de jabón de tocador.
El teniente coronel se quedó en el interior de la Policía Militar –predio que hace años fue vendido y allí funcionan ahora una sede de Easy y de Jumbo– y nos mandó de vuelta en otro auto.
Transcurrieron muchos años. Durante ese tiempo, miles de madres podían haber imaginado esta misma escena. Todas ellas sabían qué es la tortura, todos los torturados y torturadas lo cuentan. El Nunca Más fue explícito en todos los horrores posibles.
Pero es preciso refinar los testimonios porque los medios publican de la Causa ESMA, la Causa La Perla, narran cómo las mujeres parieron sus hijos en cautiverio esposadas a una camilla, describen los Vuelos de la Muerte en la esfera pública y aprenden quienes quieren aprender. Los que no precisan recordar y los que recuerdan forman parte de ese universo de “aquellos años”, que algunos –cómplices actualmente conocidos– pretenden se inscriban en la reconciliación. O bien nos dicen que los derechos humanos son muchos y que no hay razón para ocuparse específicamente de lo ocurrido durante el terrorismo de Estado porque esos recuerdos fracturan a la comunidad y sumergirlos es lo prudente. Negándose a reconocer el conflicto de valores que este gobierno instituyó como presencia ética e insoslayable, como una lógica dominante en la historia de los derechos humanos.
Por eso el testimonio de lo que se presenció busca rescatar una escena paradojal donde alguien vio lo que no debía ver, mientras otros hacían lo que no debían hacer y otro en representación pretendidamente cordial buscaba insertar la excepción para ser evaluado como uno de los que se considerarían más tarde derechos y humanos.
La perversidad del modelo que generó la paradoja siniestra (un oficial fingiendo ser cordial con la madre de un detenido y errando en su cálculo al mostrar lo que no debía ser conocido) sirve para anticipar que lo que vino después ya formaba parte de la organización mental de quienes luego diseñaron La Perla, la ESMA, la Cacha y todo lo demás.
Porque, a Hernán, yo lo vi en septiembre de 1973, en el embrión del terrorismo de Estado.

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lunes, 3 de diciembre de 2012

Clarín. Un invento argentino - Capítulo 02 - HD -





Publicado el 02/12/2012
Compartimos el segundo capítulo doble, emitido por la TV Pública, de la serie documental "Clarín. Un invento argentino." dirigida por Ari Lijalad y producida por David Blaustein que narra la historia de Clarín.

3. Clarín, desarrollismo y después... (1957-1969)
A partir de 1957 Clarín se transformó en la voz del desarrollismo encarnado por Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio, con quienes Noble estableció una relación muy cercana. Durante el gobierno de Frondizi, Clarín obtuvo importantes beneficios impositivos y crediticios que le permitieron dar un gran salto económico y comunicacional. A su vez, en 1958 nació Guadalupe Noble, única hija biológica de Noble. Con los años, Guadalupe protagonizará una extensa batalla legal con Ernestina Herrera, que en 1967 se casó con su padre y logró, a partir de la muerte de Noble en 1969, apropiarse de Clarín.

4. La era de Frigerio (1969-1975)
A partir de la muerte de Noble en 1969, Clarín quedó en manos de Ernestina Herrera de Noble. Pero el poder real en la conducción periodística y empresarial de Clarín recayó en manos de Frigerio, quien ocupó los lugares clave de la empresa con militantes desarrollistas de su confianza, entre ellos, el entonces joven contador Héctor Magnetto. Clarín logró diversos beneficios por parte de los dictadores Roberto Levingston y Alejandro Lanusse, y luego tuvo una relación ambigua con el peronismo. En los meses finales de 1975 creció su relación con las Fuerzas Armadas, despidió a los delegados sindicales y apoyó el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.

http:/www.tvpublica.com.ar


Hubo dictadura, hay democracia

Por Roberto Follari *


Ofende a la inteligencia, pero más aún a la sensibilidad que haya irresponsables que pretendan que hoy vivimos una dictadura. No estamos en cualquier país: en éste, hace apenas treinta años y con secuelas que están hoy en pleno proceso público de enjuiciamiento, se secuestró, torturó por años, encapuchó, asesinó a miles y miles de compatriotas. En cambio ahora, con total libertad y sin problema alguno para decir lo que quieran y donde quieran, una mezcla de ignorancia y mala fe se resume en la torpe consigna de “estamos en dictadura”. “Perdónalos, señor, porque no saben lo que hacen”, dice el Evangelio. Y, efectivamente, en este país que entre 1976 y 1983 fue de desaparecidos, presos, exiliados de a miles, exiliados internos, echados del trabajo, perseguidos varios, temor a toda hora de ser encontrados y asesinados, hay quienes insólitamente, con una inocencia digna de mejor causa, insultan a los que entonces sufrieron, con el descaro de llamar “dictadura” a unademocracia de plenas libertades.
Había campos de concentración clandestinos. Había asesinatos múltiples, disimulados en partes militares que hablaban de supuestos intentos de fuga, y espetaban: “Murieron quince subversivos, las fuerzas del orden no tuvieron ninguna baja”. Había rastrillos por manzanas enteras de las ciudades, donde se allanaba violentamente todas las casas una por una, aunque fueran las tres de la mañana. Se bajaba a las personas de los ómnibus y se las revisaba, se veían sus documentos y se cotejaba con listas de perseguidos; se detenía a algunos y nadie se atrevía a preguntar, aunque todos sabían que no se volvería a verlos. Había listas negras en las universidades y fábricas, de donde se echó a miles de profesores, estudiantes y trabajadores, y donde se revisaba también al entrar, a ver si quien lo hacía estaba en alguna lista. Había ruidos nocturnos, frenadas, tiros al aire y a las personas, angustia y desesperación de miles de argentinos que no sabían cuándo podía tocarles la represión en cuerpo propio.
Y ahora se ha avanzado en hacer justicia, a través de los procesos penales en curso. Un caso muy destacable es el sucedido en los últimos días. En el avance sobre las complicidades civiles (que comenzó con varios jueces ligados a la justicia federal de Mendoza), por primera vez está procesado un gran empresario, por la sospecha de su participación en el asesinato múltiple de trabajadores durante aquella época. El señor Blaquier, uno de los dueños del Ingenio Ledesma, es quien deberá responder ahora en la Justicia por muchos trabajadores que fueron secuestrados en una sola noche en predios del ingenio. Una noche horrible y siniestra de la que ahora tendrá que dar cuenta uno de aquellos que es sospechado no sólo de haber acompañado a la dictadura, sino de haber participado activamente de sus métodos.
Es un extraordinario avance; las Fuerzas Armadas se han quejado de que hubo civiles que los llevaron al ejercicio de la barbarie represiva, y que a la hora de delimitar responsabilidades las han dejado solas. Quienes reprimieron no pueden pretender que la instigación por parte de otros atenúe la asunción de sus propias acciones, pero sí corresponde que si hay actores civiles con responsabilidad efectiva (y es evidente que los ha habido), éstos deben dar cuenta de sus actos. Mientras de a poco la memoria va abriendo espacio a la verdad sobre un pasado lúgubre (y esto es un logro democrático indisputable del actual gobierno), está claro para la gran mayoría de los argentinos el significado de la palabra “dictadura”. Horror, oprobio, asesinatos, secuestros, muertes, sufrimiento, cárceles “legales” y clandestinas (a muchos presos legales también se los torturaba), violaciones masivas y reiteradas, torturas y vejámenes interminables y constantes por años, control total y absoluto de la palabra pública y a menudo la privada (por predominio del miedo), más de cien periodistas desaparecidos y/o asesinados.
¿De qué hablan los que hablan de que hoy estamos en dictadura? ¿Es que puede malversarse a esos extremos la expresión pública, es que puede
hablarse así, como si aquellos lamentables episodios de la historia nacional jamás hubieran existido? Lo cierto es que, al margen de quienes pretenden tapar el sol con un dedo e ignorar esos hitos terribles e insalvables de nuestra historia, la necesaria memoria de aquel pasado va haciendo lugar a la justicia. Como en ningún otro lugar del mundo, porque, al revés de lo que se dice desde el desconocimiento, en este tema estamos muy en ventaja como país en tanto nos hemos mostrado capaces de hacer justicia, mientras en casi todas partes donde ha habido parecidos ejercicios del terrorismo de Estado, predominan con los años el disimulo y la impunidad.
* Doctor en Filosofía, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo.

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sábado, 1 de diciembre de 2012


CV

Por Sandra Russo

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La primera nota que hice en mi vida fue al dictador Juan Carlos Onganía. No fue una nota propiamente dicha, en realidad. Yo estaba en sexto grado y colaboraba en el periódico mural El Hornero, en mi colegio. Se me ocurrió mandarle una carta al presidente (no tenía muy en claro el asunto de las dictaduras y las democracias en aquel momento, ni en mi casa ni en mi escuela se hablaba de política). Se me ocurrió “hacerle una nota” al presidente. Entonces le escribí una carta, pidiéndole puntualmente que recuperara las Islas Malvinas.
Era una carta muy encendida. Me contestó al poco tiempo su secretario privado, algo más bien de rigor, felicitándome por mi vocación periodística, diciéndome en nombre del presidente que las Malvinas eran argentinas y detallándome una serie de tratativas diplomáticas. Llevé la carta con el membrete presidencial, de un papel color marfil, grueso y tramado, al colegio. Se la mostré a la maestra encargada del periódico mural y, naturalmente, fue colgada en el corcho gigante que era El Hornero. Fue muy comentada ese año.
Vaya, cómo son las cosas: antes de que me llegara hace instantes este recuerdo lejano, estuve a punto de empezar esta nota diciendo que yo no quería ser periodista cuando estaba en edad de pensar qué quería ser, en 1976. Pero algo de mi vocación periodística le debo haber escrito a Onganía, ya que en la respuesta se me felicitaba por ello. Y ahora que ato cabos, pienso que es curioso que planteara esa nota, a los once años, no con una lista de preguntas, sino con una rudimentaria fundamentación histórica y un reclamo.
Años después fue otra carta, ya con 19 años, al Expreso Imaginario, lo que me permitió llegar a la primera redacción “real” de mi vida. Antes había conocido otras en las que chicos y chicas trabajaban fervorosamente en distintas revistas alternativas que hacíamos a mano, fotocopiadas, con las hojas abrochadas por nosotros, y que vendíamos por la calle Corrientes. Jorge Dorio se acuerda. Pero ni cuando me acerqué a esas redacciones contraculturales que en plena dictadura hablaban de rock y de poesía, ni cuando llegué al Expreso, ni cuando ingresé un par de años después a Humor Registrado como correctora, estaba en mi cabeza convertirme en periodista y mucho menos pensaba mi trabajo en términos de “medios de comunicación”. Estábamos muy lejos de lo masivo, muy lejos del poder, muy lejos de los cócteles, de la academia y de la carrera de Comunicación, que no existía todavía. Era otro circuito, ocupado por una generación que no podía hacer política. Ninguno de nosotros hubiese aceptado una oportunidad para ingresar a Somos o a Gente, que eran las revistas de moda. Eramos de otro palo. No teníamos el periodismo en la cabeza. Pero sí la comunicación, que es algo más complejo y más amplio.
Probablemente los que empezamos por ahí, por los márgenes, no nos sentíamos atraídos por el periodismo porque por periodismo no se entendía nada, hacia finales de los ’70, que se vinculara de alguna manera, aunque fuera vaga, con el pensamiento crítico, ni con la transgresión. En tanto que en las revistas contraculturales, como en el Expreso Imaginario y en Humor, sí lo había. Eran líneas editoriales que nadaban a contracorriente, junto a otras pocas publicaciones, como después fue El Porteño, que nunca alcanzaban el equivalente a un punto de rating televisivo.
Quizá por eso nuestro propio pensamiento crítico incluyó desde el principio a los grandes medios de comunicación. Desde entonces nuestro trabajo en esos medios pequeños incluyó la mirada crítica y alerta sobre los grandes medios, y fuimos testigos generacionales de la imbricación entre el poder y los grandes medios que condujo a la crisis de 2001. Lo vimos, lo escribimos, lo publicamos.
Hay muchos disparadores de deseo con relación al periodismo. Hay quienes se acercan al periodismo de investigación por su ánimo de pesquisa, quienes profesionalizan su curiosidad, quienes quieren satisfacerse el ego, quienes divulgan saberes complejos, en fin, hay mil maneras de ser periodista, y serlo no lo hace a uno bueno ni malo. En lo personal, el gran impulso que me acercó al periodismo fue el de la adolescencia, el deseo de comunicación. Siempre he asociado ese deseo más a la señal de humo que al spot televisivo. Queríamos comunicarnos entre nosotros en una época en la que estaban cortados todos los puentes y las vías de acceso a los otros.
Después, ya en democracia, nació este diario, y hace ya veinticinco años que es éste el soporte que me elige y que elijo, en ese intercambio necesario entre empresas de prensa y periodistas: un medio cuya línea editorial se asemejó mucho, durante más de dos décadas, a lo que yo quería decir. Sé que eso ha sido importante y que muchos no han tenido ni tienen la suerte de trabajar en un medio que les permita expandirse.
Por último, después de treinta y tres años de carrera periodística, sigo pensando que el motor que me sigue impulsando a hacer este trabajo es el deseo de entender la realidad del modo en el que lo hacen muchos otros y quizá no lo puedan conceptualizar. Eso, conceptualizar, asociar, detectar sentido, crear sentido, encontrar las palabras adecuadas, es un trabajo específico que como tantos otros requiere técnicas y sensibilidad. Eso es lo que comparto, después de tantos años, con quienes están del otro lado del diario, el micrófono o la cámara.
A lo largo de todo este tiempo he pasado momentos difíciles. Pero lo que nunca se me pasó por la cabeza es que, después de tres décadas de democracia, iba a llegar una denuncia penal que pretendiera privarme no ya de la libertad de decir lo que quiero, sino de mi libertad entera. Las rectificaciones posteriores, confusas y despectivas no hicieron más que ratificar cómo mienten: la corporación que saca una solicitada diciendo que no denuncia penalmente a periodistas, los mantiene todavía denunciados. Hasta el 5 de diciembre, la fecha que fijó el juzgado, los dos escritos posteriores que presentaron descansan junto a la denuncia original, en la que se nos menciona como “principales propaladores” del presunto delito, junto a funcionarios, militantes y organizaciones políticas. No pueden limpiar la mancha de la etiqueta “propaladora” que unieron a mi nombre. Un vómito sobre mi trayectoria y mi trabajo. Esa denuncia no habla de mí. Habla de Clarín.

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