domingo, 30 de septiembre de 2012

LA CONFUSIÓN



Por Mempo Giardinelli

“El pueblo argentino, como nunca, duerme un interminable sueño, que se acabará cuando despertemos y ya no existamos como país.”
Así comienza un mail extraordinario que llega a mi computadora, enviado anónimamente y supongo que destinado a que cada destinatario despierte de la supuesta irrealidad en que vive.
Me parece interesante compartir con los lectores la asombrosa repetición de lugares comunes que hacen los promotores de estas campañas lanzadas desde las hoy llamadas “redes sociales”.
Veamos, sólo como ejemplos, algunas afirmaciones que hacen:
1) “Apretaron a la Iglesia. Apretaron al Campo. Apretaron a los medios y periodistas. Forrearon a las FF.AA. Apretaron a la oposición, a la Industria, a la Justicia.”
2) “Tienen fuerzas de choque y patoteros pagos, que sacan de las cárceles cuando los necesitan, para pegarle a la gente y provocar en los cacerolazos.”
3) “Transformaron el Congreso en escribanía. Extorsionan y patotean a gobernadores e intendentes.”
4) “Hicieron y hacen terribles negociados con la obra pública. Compran los votos de los legisladores. Esta época es peor que cuando usaban la Banelco.”
5) “Son más corruptos que todos los presidentes anteriores juntos.”
6) “Nos aislaron del mundo (...) Argentina está devaluada, no existimos. Tenemos una economía cerrada.”
7) “Nos distraen con la ley de medios y el voto a los 16 años, como si no hubieran cosas más urgentes.”
8) “Pronto tampoco va a haber propiedad privada ni libertad individual.”
9) “Cada día vemos cómo matan a nuestros vecinos; nadie responde, nadie hace nada.”
10) “No llenan una tribuna sino es con dádivas, planes, micros. Autoconvocados no tienen a nadie. Ultrajaron el Indec. Mataron a López. Mataron a Juan Castro (...). Burlaron a los 400.000 electores de Patti, aprobado como candidato por la Cámara Electoral. Pisaron a maestros de Río Gallegos. Patotearon a los manifestantes en Plaza de Mayo. Dejan que la delincuencia no pague. Dan prisión domiciliaria a los violadores. Ignoran y verduguean a Macri.”
11) “Cada día hay más miseria. Crearon la fábrica del subsidio para generar más vagancia (...) Premian a los que menos hacen y castigan a los que laburan. Los que tienen cinco hijos ganan más que un jubilado.”
12) “No hay infraestructura vial, no hay salud, no hay seguridad, no hay educación, no hay previsión energética, no hay combustibles, no hay carnes, no hay leche, no hay estrategias ni políticas.”
13) “El año próximo importaremos carne, trigo y maíz.”
14) “Con el dinero de las drogas y la salud de nuestros hijos, ellos se compran campos y estancias en la provincia de Santa Fe.”
15) “Cuando sea expulsada de la Casa Rosada, la Presidenta vivirá en uno de los tantos palacios comprados en el extranjero, con dinero que robó, roba y robará.”
Entre las esperanzas, que las tienen, aseguran que ahora “nos queda Jorge Lanata. Pero él solo no puede hacer nada” porque “a este pueblo parlanchín y fanfarrón le sobra lengua y le falta coraje”. Todo escrito con grandes signos de admiración no forzados.
Como se aprecia, la histeria y el despropósito de estos enunciados son tan palpables que asombra que muchos argentinos/as puedan creerlos.
Es curioso, sin embargo, que en esa pintura del supuesto país horroroso en que creen vivir, no mencionan la tan meneada re-reelección presidencial, que por ahora no existe como proyecto legislativo concreto y todo lo que el país está viendo es sólo una creciente esgrima periodística. A la que no habría que hacer caso, y menos si acusan de confrontativa a la Presidenta cuando la verdadera confrontación –sistemática e implacable– la generan y sostienen los medios encabezados por el Grupo Clarín.
Ellos son, además, la verdadera y más poderosa oposición que hoy existe en la Argentina. Alarmados porque se acerca el 7 de diciembre y la lucha ideológica devino también económica, es presumible la tentación de que se rompan los principios de la democracia. El golpismo destituyente, como lo prueba la historia de nuestro país, puede llegar incluso a estimular formas de violencia. Ojalá me equivoque, pero podríamos estar en vísperas de días sombríos.
Bien haría el Gobierno en tener en cuenta todo esto, por si acaso, pero sobre todo es imprescindible que tomen nota de ello algunos dirigentes que parecen no advertir la gravedad y exageración de sus reclamos, pero llaman a marchas y manifestaciones que no es seguro que controlen. Hugo Moyano, Pablo Micheli y Pino Solanas, entre ellos, que ya están coincidiendo con los señores Macri, De Narváez, Buzzi, Duhalde, De la Sota y Cecilia Pando.
Digan lo que digan, en la cancha parecen estar pateando todos para el mismo lado: la desestabilización. Porque si se trata de construir alternativas para vencer electoralmente –para lo cual tienen derecho, y también muchos deberes– no parece ser éste el camino. Y menos el de confundir a la ciudadanía exagerando el pánico.

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sábado, 29 de septiembre de 2012

EDUARDO de la SERNA , SACERDOTE DE LA OPCION POR LOS POBRES


No puede ser que no lo vea

Eduardo de la Serna

Debo estar inficionado de Cristinismo... porque no puede ser que no lo vea, y no puede ser que los Medios mientan.

Así como no pueden mentir con Messi y debe ser el mejor jugador de todos los tiempos, aunque no gambetee defensores bolivianos, venezolanos o ecuatorianos.

Lo mismo, debe ser evidente que no hay libertad en la Argentina, y debe ser mentira que cuando manifiestan opositores a Cristina se van tranquilos a su casa mientras en España o Chile los muelen a palos, lo mismo que en Córdoba. Es acá, no allá, que no hay libertad. Lo dicen los medios principales.

Debe ser evidente que no hay libertad de prensa, como lo dicen hasta el hartazgo, por eso los medios del grupo Clarín no pueden hablar en contra de la presidenta y Noticias no puede sacar tapas ofensivas o vergonzosas.

Debe ser cierto que no se puede viajar al exterior, y que los aviones que van y vienen llenos deben ser de puros extranjeros, y los gritos, los "che", o los desprecios a los latinoamericanos deben ser burdas imitaciones, o propaganda de Moreno.

Debe ser cierto que estamos en una dictadura, porque lo dicen bien claro, y no hay división de poderes; seguramente que Reposo no sea el Procurador General, que se debata en comisiones durante semanas los códigos civil y penal, la baja de edad de voto, y tantos otros proyectos de ley, debe ser una clara pantomima. 

Es evidente que debe haber automóviles que secuestran gente por todas partes, pero son disimulados y no los reconocemos.

Debe ser cierto, que la libertad está conculcada, y los 0800, las escuchas ilegales, la UCEP, el Borda, los colegios intervenidos, los cierres de salas en hospitales, la invitación a denunciar tomas son mentiras del gobierno que calumnia y persigue a la oposición de la Ciudad Pro, precisamente porque no hay libertad.

Debe ser cierto que Cristina se enriqueció en la función pública, porque aunque presente año a año sus bienes para que todos opinen, y nadie decía nada de Menem o De la Rúa, lo cierto es que es rica. Y nadie puede decir que Macri lo sea, o Moyano, o De la Rúa, o Menem, o Scioli, o Massa, o De la Sota, o Romero, o tantos otros. Es evidente que la única rica es Cristina.

Y hay muchas evidencias más. Y me da rabia no verlas. Debo estar inficionado. Creo que deberé ir a la próxima marcha, ver canal 13 los domingos a la noche, escuchar radio Mitre y comprar Noticias, además de leer a Sarlo, Morales Solá y otros catequistas. No puede ser que no me de cuenta de lo evidente.

¡Un psicólogo a la derecha!

Más ricos... más pobres



Por Osvaldo Bayer

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La noticia estalló justo cuando estaba yo por dejar Alemania para regresar a la Argentina. Los titulares de los diarios lo decían todo: “Certificado de pobreza para un país rico”, “Los ricos de Alemania cada vez más ricos”, “Los pobres siguen pobres; los ricos, más ricos”. Y los que titularon así no son diarios de izquierda, no. Dos de ellos son de tendencia liberal y el otro, conservador. Sí, el informe oficial del gobierno conservador-liberal de Alemania fue como un campanazo de alarma. Ese informe oficial fue presentado por la ministra del gobierno Von der Leyen, del conservador Partido Demócrata-Cristiano. Es decir, no son cifras elaboradas por la izquierda o por algún centro de estudiantes. No. Es nada menos que el informe oficial. Pero en ese informe hay más para asustarse: se ha comprobado que el 10 por ciento de la población posee el 53 por ciento de la riqueza nacional; el 40 por ciento (que conforma la clase media) posee el 46 por ciento de esa riqueza; y el resto, el 50 por ciento de la población, es decir, la mitad de los habitantes totales posee apenas el uno por ciento de la riqueza. Sí, tal cual. Parece increíble. Pero, repetimos, fue presentado oficialmente por el propio gobierno.
Por supuesto, el debate comenzó en todas las esferas. “Alemania no es pobre, pero cada vez más se abre la tijera de la diferencia entre ricos y pobres”, dice con algo de tristeza el diario conservador de Bonn General Anzeiger. Los socialistas salieron a la palestra exigiendo el aumento de los impuestos a los magnates acaudalados. Y en seguida la respuesta conocida: no, no se pueden aumentar los impuestos a los ricos porque si no se llevan esa riqueza a otro país. Y dejan sin trabajo a la gente. Un conocido argumento basado en el miedo a quedarse sin ricos y convertirse todos en pobres. El periódico Frankfurter Rundschau es fuerte en su editorial bajo el título “Así no puede seguir”. Y comienza: “Los alemanes son cada vez más ricos. No es así, la verdad es que los alemanes ricos son cada vez más ricos”. Y llega a la conclusión de que se ha llegado a eso por “la repartición totalmente desigual de la fortuna pública”.
Eso ocurre en la denominada “joya económica de Europa”. El análisis del reparto de la riqueza en los Estados Unidos de Norteamérica daría cifras para asustarse y quedarse mudo. Y entonces nace la obligada pregunta fundamental: ¿ésas son las auténticas democracias? ¿La palabra democracia no tendría que estar uniendo las palabras libertad con igualdad? Todo lo contrario: cada año, en esos países “modelo” aumenta la desigualdad. Por ejemplo, en Alemania, en 2008, el 10 por ciento que conforma la franja de los pobladores más ricos contaban con el 45 por ciento de la fortuna privada total; cuatro años después esa parte ha subido el 53 por ciento. ¿Qué pasará dentro de diez años? Mientras tanto, Alemania tiene cerca de tres millones de desocupados que cobran una ayuda por cierto muy modesta. El diario bávaro Münchner Merkur titula “Dinamita bajo el fundamento de la democracia” y protesta porque cada vez más “la democracia es desgastada por una masa de población que se va empobreciendo mientras aumenta cada vez más la riqueza de la clase alta”. “Alemania se ha convertido en una sociedad de clases”. La única democracia que poseen los pobres es poner el papelito en las urnas cada dos años, igual que los ricos. Y aquí cabe de nuevo la pregunta: ¿es ésa una auténtica democracia?
Un golpe severo para el gobierno de su propio partido, la Democracia Cristiana acaba de ser asestado por uno de los hombres fundamentales en la historia de ese partido político, Heiner Geissler, que fue secretario general de esa organización durante doce años (desde 1977 a 1989). En el congreso partidario de Rhein-Sieg declaró que “El mundo ha caído en el desorden porque la política y la economía han perdido sus fundamentos éticos”. Y agregó mencionando al gobierno de su propio partido: “ya no poseemos nosotros una economía social de mercado sino llanamente el capitalismo”. Y dio esta meta: “necesitamos un sistema de mercado social-ecológico internacional. Ahora se ahorra a costo del ser humano. Esto lo tiene que tener en claro la Democracia Cristiana porque actualmente hay en el mundo dinero como trigo y dinero como mierda. Y nos representa la gente falsa”. De paso criticó a la Iglesia Católica diciendo: “La Iglesia no tiene que renunciar a sus obligaciones sociales, y no sólo dedicarse a la liturgia y a un falso alejarse de lo llamado mundanal”.
Algo para reflexionar. Y es que no salieron estas palabras de algún “agitador” de izquierda, sino de un hombre de la escuela de Adenauer y Kohl.
Ante las realidades lo bueno es que comience por fin un debate constructivo que ayude a salir de la crisis en que se encuentra el continente europeo.
Regreso a Buenos Aires. Me encuentro con mi amigo de muchos años, el pastor evangélico Arturo Blatezky, representante de la comunidad luterana alemana en la Argentina. Lo veo al borde de la de-sesperación. El tiene en Quilmes un comedor infantil y además instituciones pedagógicas en las que asiste a niños de villas de extrema pobreza en esa localidad bonaerense. Yo he visitado esos lugares y admiro a este hombre y a sus ayudantes. Dar de comer a los niños más humildes de nuestra sociedad que tienen hambre. ¿Qué mejor papel hay en la vida que eso? Los niños. Ver sus ojos. Llenarlos de esperanza y mostrarles la mano abierta que le niega la realidad.
Me explica: desde hace meses, el gobierno bonaerense no da la ayuda estipulada a los comedores infantiles ni paga las becas para los asistentes que mantienen con su trabajo esos lugares tan necesarios para mantener la paz y alejar la violencia de nuestras ciudades: los niños con hambre, los niños que necesitan sonrisa a través de las manos docentes que los ayudan a soportar su destino no buscado.
En este hombre y en su mujer, Claudia Lohff, existe una pasión por la ayuda a los más desamparados de nuestra sociedad, los niños de nuestras villas miseria y sus madres. Primero crearon el jardín maternal Los Angelitos y luego el jardín de infantes El arca de los niños. Los he visitado varias veces, son lugares en los que los niños se sienten felices, se los oye reír, conversar, gritar, pegar saltos de alegría. Es crear vida sostener esos lugares. Crear futuro sin violencia. Son totalmente gratuitos, para niños de 3 meses a 5 años, funcionan de lunes a viernes de 7 a 17 horas. Se les dan a los niños tres comidas diarias, se los cuida en la salud y la higiene, y se les da actividades pedagógicas, descanso y recreación. Concurren 130 niños y niñas de las familias más pobres y desprotegidas de las zonas marginales de Quilmes. Acompañan a las madres y a los padres (si los hubiere) en sus gravísimas dificultades de supervivencia diaria. Son todas familias consideradas “de riesgo”, sin trabajo, en viviendas absolutamente precarias, en hacinamiento, con problemas de alcohol y drogas, o con sida, violencia familiar, abuso de menores y la discriminación que sufren diariamente por parte de la “sociedad”. Es decir, estas manos abiertas ayudan a que se respeten los Derechos Humanos del Niño. El pastor Arturo Blatezky pertenece al Movimiento Ecuménico de los Derechos Humanos (MEDH) y protegió en este lugar quilmeño a familias de desaparecidos, presos y perseguidos por la dictadura militar.
Para el funcionamiento de estas increíbles iniciativas contó con el apoyo de organizaciones de derechos humanos de Alemania. Son ya tres décadas de existencia y por supuesto dependen en gran parte de las ayudas estatales de la provincia de Buenos Aires, que ahora no reciben más y la situación es muy difícil por el aumento de los costos de alimentos y servicios. De pronto, la obligación profundamente moral que tienen las autoridades provinciales fue olvidada o postergada. Por eso, el jueves pasado, más de cuatro mil personas hicieron una marcha hacia la casa de gobierno de La Plata a pedir al gobernador Scioli su inmediata intervención. Pero pese a todos los trámites realizados, no fueron recibidos.
No podemos dejar de dedicar estas líneas a este profundo problema de nuestra sociedad. Creemos que finalmente las autoridades reflexionarán. Se trata de nuestros niños. Sí, nuestros, porque nos pertenecen a todos como sociedad y somos responsables de ello. Nunca más permitir niños con hambre en nuestras calles. Nunca más. Es un deber de todo país democrático.

pagina12

viernes, 28 de septiembre de 2012

Harvard


Una estudiante argentina en Harvard dijo que "no eran preguntas espontáneas"


Una estudiante argentina de Harvard que presenció la exposición de la Presidenta dijo que las preguntas de los alumnos "no eran espontáneas", y explicó que "circularon cadenas de mails sugiriéndolas", con contenidos de "mucho odio". Audio



Lucía comentó que compañeros extranjeros suyos de Harvard que estaban ahí presentes "que no habían participado de toda esa previa del odio, de la generación de la agenda de preguntas, me dijeron después de la charla, sabiendo que yo era argentina: `Tu presidenta estuvo bárbara, qué buena presentación, lástima tus compatriotas".


"También me dijeron `qué lástima tus compatriotas, la Presidenta estaba marcando puntos interesantes para el mundo y ellos se quedaron con chicanas politiqueras`", reveló.


En diálogo con Víctor Hugo Morales por Radio Continental, Lucía, una argentina que reside en Boston y estudió el año pasado en Harvard, y que por sorteo pudo acceder a la charla que dio la Presidenta, brindó su punto de vista desde el lugar de los hechos.


"Creo que se puso en evidencia que esas no eran preguntas espontáneas y que fue muy discutido y planeado con anticipación por algunas personas que tenían cierta agenda detrás", relató la estudiante.


"Ha habido cadenas de mails con todos los argentinos sugiriendo preguntas y diciendo `bueno, los que van a ir pregunten esto, pregunten eso`, tirando con mucho odio algunos argentinos", explicó Lucía.


La joven contó que el miércoles pasado hubo "una charla con un profesor argentino" de la misma universidad "que pretendía dar cierto contexto a la visita de la Presidenta, sobre coyuntura actual e historia de Argentina".


"Y esta charla básicamente terminó siendo un `bueno, mañana ustedes le tienen que preguntar eso, mañana le tienen que preguntar esto`. Entonces, si había alguien que no sabía cómo venía la mano y fue para escuchar de un profesor un poco de contexto desde un enfoque más bien académico, terminó escuchando de vuelta los argumentos de Clarín", opinó.


Finalmente, Lucía dijo sentir "mucha lástima de que hayamos (los argentinos) hecho ese rol patético, con este nivel de preguntas que era de un taxista que leyó el diario Clarín a la mañana".


"Yo esperaba más de estos chicos estudiantes de Harvard. Creo que también no sólo nos dejó mal parados como argentinos allá sino que nos dejó mal parados a los estudiantes de Harvard en la Argentina", concluyó.

TELAM

domingo, 23 de septiembre de 2012

SAN MARTIN, LA LIBERTAD Y EL SONIDO DE LAS CACEROLAS


 
 Alberto Lettieri. Historiador




Desde hace unos días se ha instalado el debate público sobre el significado de la marcha opositora del jueves 12 de septiembre y la evaluación de sus potencialidades. Caracterizada por la intolerancia, la ignorancia enfundada tras la soberbia y la inorganicidad de los reclamos, la movilización parece haber expresado, ante todo, el odio social característico de los sectores medios y altos –el tradicional “medio pelo argentino” de Jauretche–, que históricamente se han sentido amenazados por las políticas inclusivas del peronismo. Como siempre, su respuesta ha sido primitiva y básica: descalificación de los pobres, grosera agresión verbal hacia los gobernantes y reclamo de acciones golpistas que deberían garantizar, paradójicamente, una plena vigencia de la libertad y de la democracia.
Las declaraciones de los “indignados” de la semana anterior, reclamando que Néstor se lleve a Cristina, definiéndose como golpistas a favor de la democracia, alzando pancartas con simbología nazi o reclamando dólares baratos para turismo, mantienen una coherencia total con los graffiti de “viva el cáncer” que epilogaron la muerte de Evita, la caracterización de las migraciones internas de los años ’30 como “aluvión zoológico” o bien la vulgarización del término “cabecita negra” para definir al sujeto social del peronismo.
La tradición reaccionaria. La movilización actual se realizo a pocos días de los aniversarios de otros dos hechos históricos incluidos en una tradición común: la autodenominada “Revolución Libertadora” –o “Fusiladora”, como se la ha designado con justicia desde el campo nacional y popular– del 20/9/1955 y la “Marcha de la Constitución y la Libertad”, realizada el 19/9/1945. Si bien las circunstancias son diferentes –un golpe militar bendecido por la Iglesia en 1955; una manifestación masiva de la que participaron el embajador norteamericano Spruille Braden, y novedosos cultores de la democracia, como la Sociedad Rural y todos los viejos partidos responsables del fraude y la corrupción desplegados durante la denominada “Década Infame” (conservadores, UCR, socialistas y demócratas-progresistas) con la reciente incorporación del otrora perseguido Partido Comunista; y una modesta movilización convocada por los oligopolios mediáticos y las redes sociales–, los reclamos han sido sustancialmente los mismos: exigencia de democracia y libertad, desplazamiento de las autoridades y fin de la intervención redistributiva del Estado.
Excepto en el caso del ’45, cuando se manifestó en contra del gobierno militar que puso fin a una de las etapas mas bochornosas de la historia argentina –síntesis entre corrupción política, flagrante exclusión social e impúdica entrega del patrimonio nacional (Pacto Roca-Runciman)–, los otros dos acontecimientos coincidieron en cuestionar la legitimidad democrática de gobiernos designados por grandes mayorías populares, en elecciones de transparencia irreprochable. El segundo argumento, la falta de libertad, quedaba impugnado in limine por la ausencia de trabas o de sanciones a su publicidad y realización, pese a las provocaciones formuladas por los participantes.
Conscientes de su incapacidad para producir resultados electorales favorables en el marco de elecciones transparentes, los “indignados” de ayer y de hoy han insistido en asociar a las mayorías con la ignorancia y a los gobiernos democráticos con el autoritarismo y la demagogia.
La “democracia” para unos pocos. ¿Qué clase de democracia y de libertad, entonces, es la pretendida? La respuesta resulta decepcionante: en lugar de propugnar el avance de la democracia real, los disconformes se inclinan por un régimen excluyente que reconozca como exclusivo sujeto de legitimación –es decir, como “pueblo”– a las clases educadas y propietarias, y cuyos mecanismos de designación podrían variar de un ejercicio limitado del sufragio, excluyendo a las clases trabajadoras, a la imposición de una dictadura que garantice la exclusión social, elimine de las políticas sociales y facilite la concentración de la riqueza. Los regímenes de Rivadavia, Onganía, Videla o Menem constituyen sus referencias históricas concretas, y su principal mérito el de haber dejado manos libres a Krieger Vasena, Martínez de Hoz o Cavallo. Libertad individual en lugar de solidaridad social, salud y educación para quienes puedan pagarlas y relaciones carnales con el poder imperial de turno, he ahí la síntesis de su utopía “democrática”.
A mediados del Siglo XX, el peronismo instaló un modelo solidario, articulado en torno de un nuevo diseño estatal que se asumió como compensador de las desigualdades sociales y concientizó a los trabajadores y excluidos respecto de que “allí donde había una necesidad había un derecho” y de que la sociedad justa era aquella que reconciliaba a la comunidad con el individuo. Los tradicionales privilegios de unos pocos, como la salud, la garantía de trabajo con una justa retribución, el turismo, etc., se convirtieron en inversión y en derecho inalienable. Las mujeres trabajadoras pudieron tener sus hijos sin perder sus trabajos y las victimas de accidentes laborales recibieron cobertura legal. Los ancianos accedieron a una vida digna gracias a sus flamantes jubilaciones, y los niños pobres y las madres solteras fueron amparados. Las distancias sociales se acortaron y la democracia real se instaló en la escena. Un cambio demasiado taxativo para los nostálgicos del orden anterior, que todavía hoy día creen sinceramente que asegurar educación, salud, empleo o un plato de comida a los menos favorecidos constituye un uso indebido de sus impuestos y un ejercicio inmoral de la demagogia.
La libertad como privilegio. Estos dos modelos sociales estuvieron presentes desde los inicios de nuestra historia. A través de una carta fechada en 1834 a su amigo Tomas Guido, San Martín formulaba ásperas consideraciones sobre los fundamentos del modelo social diseñado por Rivadavia y que hoy en día mantienen toda su revulsiva actualidad:
“¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de Libertad, si por el contrario se me oprime?
“¡Libertad! Para que un hombre de honor sea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan y si existen se hagan ilusorias.
“¡Libertad! para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de especulación hacer una revolución y quedar impunes.
“¡Libertad! Para verme expatriado sin forma de juicio y tal vez por una mera divergencia de opinión.
“¡Libertad! Para que el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad como lo comprueba lo general de las quiebras fraudulentas acaecidas en ésa. Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona.”
Su conclusión no deja lugar a dudas: “Hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad... el hombre que establezca el orden en nuestra patria sean cuales sean los medios que para ello emplee, es el solo que merece el noble título de su libertador”.
Cualquier similitud con procesos o situaciones puntuales de nuestra historia posterior es mera coincidencia… ¿O no?

LA JERARQUIA DE LA IGLESIA...



Domingo Bresci:

"La jerarquía de la Iglesia debería buscar memoria, verdad y justica"


Lo sostuvo Domingo Bresci, referente del movimiento para el Tercer Mundo, y al frente de la parroquia San Juan Bautista el Precursor, del barrio porteño de Saavedra, a 50 años de haberse ordenado sacerdote,
El sábado por la noche, el religioso concelebró una misa por todos estos años de trabajo social junto a una media docena de curas -algunos de ellos encarcelados durante la última dictadura militar, donde estuvo acompañado por amigos, fieles seguidores, el secretario de Culto de la Nación, Guillermo Oliveri, y el rabino Daniel Goldman.



En diálogo con Télam, el religioso explicó que el movimiento para el Tercer Mundo aportó una lectura del Evangelio “encarnada en el hombre e inspiró a muchos sacerdotes y laicos a comprometerse con la vida de los hombres, sus anhelos, sus luchas y la búsqueda de justicia y dignidad”.



"Lamento que muchas personas -que dicen ser católicos- hoy tengan expresiones de rechazo, desconfianza, desprecio y subestimación hacia los pobres", sostuvo Bresci, antes de la misa.



Bresci, que está al frente de la parroquia desde hace 12 años, recordó que su camino se inició el 22 de septiembre de 1962 "a la luz del Concilio Vaticano II, cuando la iglesia planteó una profunda renovación estructural y litúrgica, y más tarde profundizó en Medellín, Colombia, mientras se desencadenaba en el país la serie de gobiernos militares que irrumpieron después de Frondizi".



"Entre ese clima conciliar de profunda renovación y los golpes de Estado que arrancaron en el 62, me hice sacerdote. Pero, junto a otros, como ya había entendido que existía una manera distinta de serlo, que era desarrollando una vocación por lo social y lo popular".



El sacerdote estimó que "ante las expresiones de rechazo hacia los pobres que hoy escuchamos en los medios de comunicación debería salir al menos algún obispo a pronunciarse en contra. Ninguna encíclica ni ninguna enseñanza del evangelio postulan esas posiciones", sostuvo.



"Todo lo contrario. Esas ofensas hacia los que reciben alguna ayuda del Estado, como la Asignación Universal por Hijo, y los insultos contra la Presidenta de la Nación, deseándole todo tipo de desgracias y la muerte responden a mi entender a reacciones de una raíz político-ideológica que tienen como motor los prejuicios y la discriminación".



Bresci aclaró que "los curas villeros de hoy, más allá que puedan no estar de acuerdo con este gobierno, jamás aprobarían esas expresiones".



Para el cura tercemundista, la jerarquía de la iglesia "podría hoy hacer un aporte decidido a la búsqueda de memoria, verdad y justicia".



"Muchos sacerdotes, incluso obispos -como Enrique Angelelli en La Rioja o Carlos Ponce de León en San Nicolás-, y seminaristas y laicos de la iglesia católica fueron perseguidos, secuestrados, torturados, desaparecidos y asesinados durante la última dictadura cívico militar por su compromiso con los pobres", recordó.



Según los registros con que cuenta la justicia, hubo 170 sacerdotes que encontraron la muerte "por buscar entender las razones de la gran brecha que separa a los ricos de los pobres en un país como el nuestro".



El movimiento de los sacerdotes para el tercer mundo, explicó Bresci, "dejaba atrás la concepción individualista, espiritualista, y trascendentalista para pasar a postular otra posición encarnada en el hombre, trascendente sí, pero inmanente al mundo, y promotora de una liturgia participativa y comunitaria".



"La jerarquía de la iglesia predominante no comprende aún que podría hacer un valioso aporte. Se excusa en la idea de `no abrir las heridas y no parcializar la memoria`. Bajo ese pretexto, solo responde a algún requerimiento en el marco de los juicios por la verdad pero no alienta la búsqueda de justicia por sí misma", advirtió.



Sus primeros años como sacerdote transcurrieron en la Iglesia Cristo Rey, los siguientes 25 en San Vicente de Paul, en el barrio de Mataderos, y actualmente es sacerdote de la iglesia del barrio Saavedra, donde Hernán Benítez, confesor y consultor de Eva Perón, fue sacerdote entre 1949 y 1957.



"Durante mi formación, haber visto cómo se posicionaba la iglesia frente al peronismo en el 55 promovió mi acercamiento a ese movimiento popular que realizaba los anhelos de los pobres. Junto a otros religiosos y laicos me sumé años más tarde ya siendo sacerdote a una lectura del evangelio basada en la búsqueda de dignidad y derechos para todos los hombres", concluyó.

TELAM

BUENOS AIRES Y EL PAIS.


Por Mempo Giardinelli

La marcha de protesta del jueves 13 sigue dando que hablar. Y está bien, no hay dudas de que fue una manifestación significativa y a esas demostraciones siempre es necio ningunearlas. El Gobierno bien hará en tomar nota de algunos reclamos.
Por eso no importa si la manifestación fue mayor o menor de lo que muchos esperaban. Fue nutrida y se comprende, porque en realidad no tuvo nada de espontánea. Se preparó muy bien: desde dos semanas antes era notable el papel movilizador de las redes sociales, y además el macrismo –aunque lo niegue– fogoneó entre bambalinas. Lo cual es lógico: gobiernan la ciudad, el año pasado obtuvieron el 60 por ciento de los votos y el intendente Macri tiene ambiciones presidenciales. Habría sido estúpido no operar en las sombras, como ahora lo es negarlo.
Del mismo modo, habría sido más sincero admitir que estuvieron detrás de la marcha. De hecho, TN se pasó toda esa noche aupando a personajes patéticos, como un irrecuperable señor Fernández, el pobrecito señor Bárbaro y el astuto millonario colombiano que es un todo terreno para definiciones apocalípticas, hasta que “recibieron” una llamada dizque espontánea del señor Macri.
Eso explica que la inmensa mayoría de los manifestantes fueron contra el gobierno nacional, pero no dijeron una sola palabra de la censura a los maestros porteños, la desatención hospitalaria o el negociado del Hospital Borda, y nada de los subtes abandonados, ni la mugre y la contaminación de todo tipo que impregna a Buenos Aires. Con todo lo cual estoy diciendo que fue un fenómeno, una vez más, porteño.
Cierto que se reprodujo con asistencias variadas en algunas (pocas) ciudades del interior, pero fue un asunto porteño. Un movimiento político, como tantos otros que se produjeron y producen, de la capital del país. Donde vive entre el 10 y el 15 por ciento de la población, buena parte de ella aturdida por el sonido y la furia de la exasperación, el resentimiento y la ansiedad.
En el Chaco, por ejemplo, ese jueves a la hora de la marcha no pasó nada. Y en la mayoría de las provincias, tampoco. Y me parece válido el señalamiento porque ya es tiempo de que alguien les diga a las dirigencias porteñas que muchos argentinos, millones, estamos hartos de esa soberbia capitalina que se apropió de nuestro gentilicio y cree representarnos.
Cierto que no se puede tapar el cielo con un dedo, pero tampoco cabe darle dimensiones nacionales a todo lo que sucede en un distrito históricamente remiso a las continuidades democráticas. ¿O hay que recordarle al país que todos los golpes de Estado se gestaron y produjeron en Buenos Aires? Todos los fragotes, todas las protestas populares, todas las inestabilidades destituyentes y todos los festejos ligeros fueron y son allí. Como si llenar u ocupar la Plaza de Mayo fuese una gesta representativa de la voluntad de la nación argentina. No lo es.
Por eso no hubo cacerolazos importantes más que en media docena de puntos del país, precisamente allí donde se hace eco el discurso neoliberal de muchos nostálgicos de Videla y de Cavallo, de Menem y del uno a uno que nos fundió la economía. Pregunten en Córdoba o Mendoza, por caso.
Es innegable que hay un sector de nuestra sociedad que está muy enojado. No hay que descalificar ese enojo, ni subestimarlo. Pero tampoco hay que atribuirle una importancia que no tiene. En ese contexto hay que subrayar que Buenos Aires no nos representa y es hora de que lo digamos. El otro día, un flaco, en el bar al que suelo ir, hizo este comentario, obviamente en broma: “¿Viste Cataluña? Quieren independizarse. ¿Qué tal si ayudamos a los porteños a que hagan como Cataluña?”. Enseguida saltaron dos de otra mesa, que entre maníes y quesitos hicieron su aporte: “Aguante la independencia porteña”, dijo uno al que llaman Toto. “Macri presidente, pero de Boca Unidos”, se carcajeó un tercero, para provocar a los correntinos del otro lado del río. Hubieran visto las caras de la concurrencia, los comentarios.
Curiosamente, fueron dos porteños notables que suelen enfrentarse en el debate intelectual los que, en mi opinión, mejor leyeron la manifestación. Horacio González, agudo y sereno como siempre, reconoció la realidad y señaló con justeza las posibles luces amarillas que el kirchnerismo debería visualizar. Y Beatriz Sarlo, con lucidez y atenuada ironía, recordó que “la clase media no debe convertirse en una clase maldita”, pero señalando a la vez lo que definió como “el drama” con estas palabras: “Detestar al kirchnerismo no produce política. Y hoy, en cualquier lugar del mundo, afirmar la primacía absoluta de los derechos individuales (yo hago lo que quiero con lo mío) es una versión patética y arcaica de lo que se cree liberalismo”.
En una democracia, la oposición y todos los disconformes con el gobierno de turno tienen todo el derecho de organizarse, como también tienen el deber de hacerlo. La libertad en la Argentina es absoluta y para ellos sólo debiera tratarse, entonces, de que se preparen para ganar las próximas elecciones y después las de 2015. Si es que pueden. Y si no, acompañar, les guste o no.

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Repudio y pedido de verdad


CARTA DE CRISTIANOS A LA JERARQUIA DE LA IGLESIA CATOLICA

El documento entregado a la Conferencia Episcopal exige que repudien las declaraciones de Videla y le nieguen la comunión, asuman sus responsabilidades personales y ordenen a los capellanes militares decir la verdad.

Por Washington Uranga

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La Conferencia Episcopal Argentina recibió el jueves un pedido de condena pública de la jerarquía católica a las declaraciones del ex dictador Jorge Rafael Videla. El documento tiene el respaldo de 350 cristianos, en su gran mayoría laicos, integrantes de organismos de derechos humanos, trabajadores, intelectuales, periodistas, docentes y miembros de comunidades de base. Las declaraciones del genocida fueron realizadas a la revista española Cambio 16 y al periodista Ceferino Reato y son una admisión de responsabilidad en el terrorismo de Estado, además de un reconocimiento de la complicidad de la institución eclesiástica y de los obispos con la dictadura. Se solicita también que se lo prive de participar en la eucaristía hasta tanto exprese su arrepentimiento por los delitos cometidos y su voluntad de reparar los daños causados.
El texto está dirigido a todos los niveles de la Conferencia Episcopal en la persona de su presidente, el arzobispo de Santa Fe José María Arancedo, y fue entregado por el promotor de la iniciativa, el escribano Hernán Patiño Meyer. El documento señala que “esta inédita situación de reconocimiento criminal por un lado y de señalamiento de corresponsabilidades eclesiásticas por otro, constituye sin duda un escándalo que por su magnitud reclama de parte de quienes nos sentimos miembros de la misma comunidad de creyentes y ante el incomprensible silencio de los obispos, una reacción impostergable”. Pide que además de la “condena categórica” a las manifestaciones de Videla se actúe mediante “la negación de su acceso a la eucaristía hasta tanto no se produzcan las condiciones previstas para concederle el sacramento de la reconciliación, que no son otras que el arrepentimiento, el reconocimiento de los pecados cometidos y la voluntad de reparar sus consecuencias”.
La carta lleva la firma, entre otros, de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, de Taty Almeida, Mirta Baravalle, Aurora Bellochio, Laura Conte, Nora Cortiñas, Haydée García Buela, Beatriz Lewin, Marta Ocampo (todas integrantes de Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora); de los periodistas Liliana López Foresi, Víctor Hugo Morales y Gustavo Cirelli; del músico y embajador ante Unesco Miguel Angel Estrella, de la cantante Marilina Ross y del propio patrocinante y ex embajador argentino en Uruguay, Hernán Patiño Meyer. Entre los religiosos se cuentan el coordinador del Grupo de Sacerdotes de la Opción por los Pobres, Eduardo de la Serna, el ex candidato a gobernador de Formosa, sacerdote Francisco Nazar, curas, monjas y pastores evangélicos.
Los firmantes sostienen que “es la historia la que nos interpela como cristianos y por ello necesitamos dirigirnos a los actuales integrantes del Episcopado exhortándolos y exigiéndoles acciones concretas que repudien las afirmaciones del dictador y demandarles también los gestos y decisiones que contribuyan a reparar y poner fin al daño causado por las inconductas de sus antecesores”. Se afirma que “resulta imposible negar que, en la mayoría de los casos por omisión, en algunos otros por complicidad activa y afinidad ideológica, la jerarquía fue incapaz de cumplir con su misión de enfrentar con decisiones claras y contundentes a una tiranía contraria a los principios y valores de nuestra fe”.
Al reconocer que de la actual composición de la jerarquía católica “no forma parte ninguno de los que como obispos convivieron con el terror estatal”, advierten que estos obispos tienen “la oportunidad de liberarnos de la pesada mochila de un pasado que cargaron los que, por decir lo menos, no supieron, no pudieron o no quisieron estar a la altura de sus responsabilidades pastorales”.
Subrayan los firmantes que “no nos mueve otro interés que el más sincero deseo de que la Iglesia, de la que somos parte, no hipoteque una vez más su autoridad moral y con ella su credibilidad y potencialidad evangelizadora”. Entre otros interrogantes que se formulan está si “¿puede seguir integrando la comunidad cristiana quien reconoce públicamente y sin arrepentimiento alguno haber encabezado como su máxima autoridad un gobierno tiránico durante el cual, y siguiendo sus órdenes, se torturó, asesinó y se hizo desaparecer a miles de seres humanos?”.
La jerarquía católica argentina nunca hizo un reconocimiento completo de las responsabilidades institucionales de sus obispos. Algunos pedidos genéricos de perdón fueron incluidos en distintos documentos, pero en ningún caso hubo asunción directa de responsabilidades y condena de los miembros de la Iglesia que estuvieron directamente comprometidos. Aun en el caso de un condenado por delitos de lesa humanidad, como Christian Von Wernich, sigue gozando del amparo eclesiástico hasta el punto que se le permite celebrar misa, hecho que también se denuncia en el documento.
Existe por otra parte un reconocimiento “con admiración” a la “minoría de pastores que alzaron su voz para dar testimonio del mensaje evangélico”, recordando entre ellos a los asesinados obispos Angelelli y Ponce de León, y a De Nevares, Novak, Hesayne y Devoto.
Un párrafo especial se dedica a los capellanes militares a quienes se sindica como cómplices. “Es casi imposible que quienes estuvieron en unidades militares empeñadas activamente en la denominada ‘guerra sucia’ hayan ignorado lo que ocurría, menos aún los que ejercían su ‘ministerio’ en donde funcionaban centros clandestinos de detención.” Por eso “creemos que es una obligación ineludible de la jerarquía exigir que aquellos sacerdotes que hayan colaborado o tenido conocimiento transmitan a las autoridades de la Iglesia, bajo el apercibimiento de ser sancionados automáticamente con las penas canónicas más severas, toda información que permita identificar el destino final de los desaparecidos y de los hijos que permanecen aún secuestrados y privados de su identidad”.

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Pecado de escándalo

Por Washington Uranga
Hernán Patiño Meyer, principal impulsor del documento entregado a la Conferencia Episcopal, señala que “éste es un documento de laicos al que después se sumaron, por propia iniciativa, algunos religiosos y sacerdotes”. Pero, insiste en que es una autoconvocatoria de católicos “indignados” frente a las declaraciones del dictador Jorge Videla y ante el silencio de la jerarquía católica que “confunde prudencia con cobardía”. En este caso, señala, “el silencio es un pecado de escándalo”. “Queremos pedirle a la Iglesia que excomulgue a esta persona, porque no puede ser que quien se confiesa autor de ocho mil homicidios, torturas y crímenes aberrantes, además diga sin ningún tipo de escrúpulos que ha servido a Dios y a la Fe, que ha luchado por el occidente y por el cristianismo y que comulga todos los domingos mientras un divorciado no puede comulgar.”
Patiño Meyer entregó el documento en la Conferencia Episcopal, donde concurrió habiendo dado previo aviso de su visita pero sin ser recibido por ninguna autoridad eclesiástica. A su juicio, lo que ha hecho Videla es “en primer lugar, reivindicar crímenes aberrantes y en segundo término no arrepentirse en ningún momento de lo cometido”. Pero además puso de manifiesto “la actitud complaciente del Episcopado argentino que, nunca le puso dificultades, a excepción de aquellos pocos obispos, algunos de los cuales pagaron con su vida”. Recuerda Patiño Meyer que Videla menciona expresamente al ya fallecido cardenal Raúl Primatesta, quien fuera Presidente de la Conferencia Episcopal. “Videla se refiere a Primatesta como un hombre que comprendía y que no se sumaba a las posiciones de las otras iglesias de América latina. Porque todos sabemos que fueron otras las conductas de la Iglesia en Chile o en Brasil”.
“El objetivo de este documento –sigue diciendo Patiño Meyer a Página/12– es decirles a los obispos que los laicos no somos un rebaño que ellos manejan a su arbitrio, sino que nos tienen que tener en cuenta. Y decirles que buena parte del laicado, los que todavía no hemos perdido la fe, está indignada. Porque también es cierto que muchos se han alejado de la Iglesia por este motivo.” “Lo que queremos evitar es el pecado de escándalo que provocan estas declaraciones y el silencio de los obispos. No lo podemos permitir. Porque este pecado de escándalo no puede ser tolerado más por el laicado que, a propósito, no somos el último escalón. Somos el pueblo de Dios al que los pastores tienen el deber de cuidar, de proteger y conducir”, terminó diciendo.

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sábado, 22 de septiembre de 2012

ODIÓLAR



Por Luis Bruschtein

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La DEA los puso en la mira. Con el dólar se compran casas, con el dólar se ahorra, con el dólar se viaja. Sin el maldito dólar no se puede hacer nada. Y algunos sectores de las clases media y alta sufren de su abstinencia como un cocainómano en bajón. Algo de eso tuvo el cacerolazo. Síndrome de abstinencia. La desesperación del adicto que no puede consumir, el drogón al que le sacaron el caramelo y arremete contra las paredes, trata de asesinar al enfermero, odia a los médicos que lo atienden y a los padres que lo internaron.
Seguramente fue más complejo, seguramente intervinieron muchísimos factores, pero cuando el Gobierno cerró la canilla del dólar gatilló un mecanismo asesino en esos sectores. Cada una de las medidas, desde los trámites con la AFIP por computadora que después rechazan los bancos, hasta el 15 por ciento de aumento a la tarjeta alimentó al asesino serial, al monstruo solitario que anida en la zona oscura del cerebro de un ser humano argentino, dizque civilizado.
La clase media kirchnerista o que no es antikirchnerista pudo elaborar esa abstinencia, sublimarla con un razonamiento político que va más allá de la bronca inmediata, una mirada que le permite ver por encima de las fronteras una crisis mucho peor que la falta del dólar.
En cambio para la clase media antikirchnerista, que había quedado aturdida después de las elecciones, la sequía de dólares operó como catalizador del pataleo, sumó y potenció toda la bronca. Es un estado de ánimo que reclama por los dólares, contra “los planes descansar” (la Asignación Universal por Hijo), y contra el pago de impuestos. Pero no menciona estos puntos. Prefiere hablar de la “korrupción”, de la falta de libertad o “diktadura”, del rechazo a la reforma de la Constitución, a la re-reelección.
Los reclamos que mencionan son los que se pueden discutir, pero no son los que encienden la llama del odio. El polvorín está en los temas que no mencionan y, sobre todo, o por lo menos el más extendido, el maldito dólar. O se lo menciona detrás de eufemismos como la falta de libertades (para comprar dólares) y algunas otras que equiparan mágicamente a la Argentina con Cuba y Venezuela.
Nadie se hace cargo del embole que produce en general a los sectores medios esa adicción. Más de un kirchnerista se tragó una puteada cuando viajó al Uruguay y lo estafaron con el cambio. O cuando alguna de esas medidas lo sorprendió en medio de una transacción inmobiliaria que se frustró o se encareció.
Esa es una discusión: la forma de cortar una adicción surgida en años de devaluaciones y corralitos que había convertido a la Argentina en el país con más dólares per cápita después de Estados Unidos. Y, al mismo tiempo, hacer ese corte en el marco de una inflación importante.
El peligro de esa adicción en un país con inflación son las corridas cambiarias. Y el peligro es más grande aun cuando esas corridas muchas veces son provocadas por grandes empresas exportadoras para obligar a una devaluación drástica del peso. Y más peligroso aún es si esa corrida se produce en el contexto de una crisis mundial. Con ese marco, una devaluación forzada hubiera podido llegar a provocar una crisis peor que la híper de Alfonsín.
El contexto previo al cierre de la canilla era el de miles de millones de dólares girados al exterior o llevados al colchón. Un clima intoxicado con versiones de corralitos y devaluaciones que no ocurrieron. Los mismos empleados bancarios aconsejaban retirar los depósitos. Si esa corrida no paraba, la economía difícilmente sobreviviera. O sea: los sectores de clase media que están rabiosos porque tienen pesos pero no pueden comprar dólares, ahora no tendrían esos pesos para comprarlos. La canilla de los dólares se cerró para proteger a una economía que hizo prósperos a los mismos que reaccionan furiosamente contra esas medidas.
La furia fue llamativa. El odio dio vergüenza ajena. La bronca por el dólar estaba subyacente y con mucha fuerza, pero no alcanza para explicar todo. El odio forma parte innata, constituye la amalgama de una cultura donde la supuesta superioridad social, económica o cultural, otorga licencia para matar. Es algo que tiene raíces históricas en la Argentina donde la supuesta ilustración siempre apareció enfrentada al progresismo real de las masas. O por lo menos así fue presentado por historiadores que falsearon alineamientos o ignoraron a los intelectuales que no respetaron esa regla elitista.
En la búsqueda de posibles explicaciones a tanto odio apareció una frase de Arturo Jauretche navegando por las redes: “Conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”. Jauretche fue un sociólogo autodidacta, probablemente uno de los que hicieron aportes más ricos sobre la idiosincrasia de los argentinos y constituye un ejemplo de los que han sido ninguneados por las academias.
Es difícil entender el odio y más difícil aún es entender su naturalización o su minimización por parte de columnistas e intelectuales de la oposición. Fueron pocos los que tuvieron el reflejo o la valentía de señalarlo. Algunos incluso llegaron a tratar de ocultarlo. El canal TN de Clarín fijó sus cámaras desde el principio hasta el final sobre la marcha de los caceroleros, pero le quitó el sonido y no hizo entrevistas a los manifestantes. Unos días después, en un programa de ese canal se presentó un panel con supuestos caceroleros espontáneos donde todo estaba guionado. Ninguno se superpuso, como si se hubieran distribuido previamente los temas. Los periodistas disfrazaron todavía más la mentira acusando de “oficialistas” a los demás canales que difundieron entrevistas de caceroleros histéricos. Si les da vergüenza ser partícipes y beneficiarios de ese odio, más les valdría reflexionar sobre esa cuestión, en vez de operar para ocultarlo.
En los últimos treinta años hubo manifestaciones opositoras contra todos los gobiernos. En el caso de Menem, marchaban familiares de víctimas de la dictadura cuyos asesinos habían sido indultados por su gobierno y decenas de miles de desocupados que habían perdido sus trabajos por sus políticas. Tenían muchos más motivos para el odio que estos caceroleros, pero nunca en esas manifestaciones se escucharon expresiones criminales como las que se manifestaron en el cacerolazo. Nunca se le deseó la muerte a Menem ni a su familia y lo mismo con De la Rúa. Fue repugnante escuchar esas consignas y fue repugnante ver cómo algunos periodistas que se jactan de civilizados se callaron y se hicieron cómplices de esos actos miserables de exaltación de la muerte. El mismo grupo social y la misma cultura que festejaba el cáncer de Evita sesenta años atrás. A la Presidenta no se le perdona un chiste mínimo, pero a ese grupo social le está permitido convertir en consigna política la muerte del otro.
Esa fue una expresión del odio. Porque otra de las explicaciones del odio es el tono de los grandes medios encrespados por la pérdida de privilegios que implica la Ley de Servicios Audiovisuales. Se puede hacer mucha teoría sobre el tema. Y a eso se dedica la periodista Mariana Moyano. La bajeza expresada en la forma revanchista con que informaron sobre un robo en su domicilio termina por confirmar, si alguien todavía tenía dudas, que la propiedad de los medios no puede estar concentrada ni monopolizada, que es necesario que haya diversidad y educación.
La mayoría de los grandes medios festejaron que le haya sucedido esa desgracia a una periodista que cuestionaba la manera en que los medios operaban sobre el tema de la inseguridad. Pero lo más rastrero fue que en varios de los noticieros se divulgaba la dirección de esa periodista, como si estuvieran convocando a que se repitieran los hechos. Igual de rastrero fue que inventaran que entre los pocos objetos robados hubiera dólares. Una “periodista K” con dólares constituye algo muy regocijante, aunque sea mentira.
La ruta del odio lleva a los enfrentamientos violentos. Es algo que ya se vivió y se sufrió. Es un camino más que peligroso. Si la oposición no critica estas expresiones –y las justifica como en otras épocas–, estará repitiendo los mismos errores del pasado.

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CADA LOCO CON SU TEMA


Por Sandra Russo

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Hace unos meses, desde los medios monopólicos hubo un ataque a la expresión “batalla cultural”. Varios editorialistas salieron a impugnarla a coro, a través de un mecanismo que se aplica en muchos otros casos: tomaron la parte por el todo, agitaron la palabra “batalla” y suprimieron el significado de “cultural” –que es lo que constituye el concepto–: ya a solas con la “batalla”, cualquiera que defendiera los términos de la batalla cultural que atraviesa a este país desde hace nueve años estaba, según interpretaron, “en guerra”. Ellos no, ellos estaban presuntamente en paz.
Esa operación de sentido era afluente de la otra, más amplia, que termina en la frase hecha, la pancarta de cacerolos, el comentario del taxista aripalucheado o la queja del miembro del consorcio: el Gobierno está lleno de Montoneros y la yegua se tiene que ir. Esta vez, sin embargo, la palabra “yegua” no fue de las más usadas. Se escuchó mucho más maldecir, directamente, a “la Presidenta”, aunque fuera para gritarle que se vaya con su esposo –esto es: desearle la muerte–, o para dirigirle odio explícito.
Una primera conclusión en materia de batalla cultural en su acepción más rasa y fundante, que es la que transcurre no en el discurso, sino directamente en el lenguaje, es que a cuatro años de 2008, la palabra Presidenta ha sido institucionalizada, aun en el griterío insultante. Del grito insultante –más visceral cuando sale de bocas femeninas, que para fulminar a otras mujeres hemos sido disciplinadas– se desprende también que la palabra “Presidenta” ha sido cargada con desprecio, y así permanecerá después del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner para esos sectores, mientras para los que defienden este modelo de país esa misma palabra adquiere cada día más los atributos de la resistencia o los ovarios, al mismo tiempo que los de la conducción.
Así, en el plano duro del lenguaje, se inscribe un ejemplo, uno fuerte, de lo que implica una batalla cultural. Esa batalla se libra porque de su resultado dependen entre muchas otras cosas las cargas valorativas de las palabras que usamos, con las que nos comunicamos. La palabra “yegua” fue un insulto hasta que miles de mujeres expresaron colectiva y libremente su valoración positiva de ese significado: lo resignificaron y lo neutralizaron como insulto.
No se trata de estar a favor o en contra de una batalla cultural. Es algo que sucede, algo que acontece más allá de una voluntad individual. Hay referentes, hay nombres propios, pero en una sociedad no se despliega una batalla cultural si colectivamente no hay esqueleto para sostenerla. Se puede estar de acuerdo o no, incluyendo todos los matices posibles, con los modelos culturales en pugna, y ya. No hay proyecto de poder en el mundo que se haya implantado sin una lectura general de la historia y un corpus de valores que van tallando lo que una sociedad ve bien o mal. Si hay batalla cultural, en principio, lo que hay son precisamente dos o más maneras de estar en un momento y en un lugar históricos precisos. No hubo esa chance, masivamente, hasta 2003. Más allá de la lectura que se haga del kirchnerismo, al menos esto debería reconocérsele, porque si no quedan sin explicación hasta las cacerolas. Muy diferentes a las de 2001, esta vez salen a resistir ellas también por un modelo de país que, para su impotencia, no es el que vota la mayoría.
Si hasta el 2003 no había batalla cultural, y el statu quo era el inequívoco que se planteaba en las aulas, en las propagandas de detergente y autos cero kilómetro, en los discursos políticos y militares, en las entrevistas televisivas y en los contenidos de los noticieros, era porque no había pugna. La carencia de puja cultural era una de las características del Pensamiento Unico, que por otra parte ha empezado a ser usado metafóricamente por los sectores conservadores como sinónimo de hegemonía.
La hegemonía del Pensamiento Unico, sin embargo, tiene características precisas, ubicación temporal e ideológica, y sostiene un modelo cultural también específico, afín a la idea de supremacía que deviene de la idiosincrasia norteamericana. En los miles de pliegues de poder que se expanden desde el núcleo a la periferia, globalmente y en cada país, la hegemonía del Pensamiento Unico que puso en marcha en los ’60 el Consenso de Washington, se pudo observar –y se observa hoy en los sectores que inexplicablemente tienen saudades de su propia ruina– esa idea de supremacía salpicando numerosas cuestiones: los países grandes tienen supremacía sobre los países chicos, los blancos tienen supremacía sobre los negros, los hombres tienen supremacía sobre las mujeres, los viejos sobre los jóvenes, los trabajadores de servicio sobre los trabajadores manuales, las capitales sobre las provincias, los vecinos del country sobre los del asentamiento, y así sigue la lista de la que sólo puede surgir un tipo de democracia liberal que mantenga al Estado no como árbitro entre sectores fuertes y débiles, sino como garante de la supremacía de los grupos dominantes.
El neoliberalismo se implantó en la Argentina sin librar ninguna batalla cultural. No le fue necesario. Para ahorrar explicaciones, basta regresar a un año: 1989. El año en el que ganó Menem las elecciones, y el año en el que cayó el Muro de Berlín. El menemismo arribó a un mundo plano, en el que no había oponentes. Las izquierdas estaban deshechas o malformadas. La resistencia fue silenciosamente tirada debajo de la alfombra. El reino del individuo hedonista, egoísta, encapsulado, apolítico, fóbico, banal, líquido, se instaló con suma adaptabilidad al individuo que había crecido en dictaduras, y que aceptaba, manso, que todo a su alrededor se incendiara mientras su islote siguiera flotando. Las dictaduras primero y el neoliberalismo en democracia después, borraron durante décadas la idea y el impulso del gesto colectivo y la acción política.
A lo largo de los años que pasamos sin que la batalla cultural cobrara tanto cuerpo como para pulsear por cambios reales, no todos estuvimos papando moscas. Formábamos parte de distintas minorías que nunca se ponían de acuerdo y siempre perdían las elecciones. No había engrudo que aguantara a todos, y la derecha sí sabía alternarse y travestirse, llamándose peronista o radical. Aun así, aun sin una opción política en común, a lo largo de todos esos largos años de saqueo y desfachatez, hubo banderas que compartimos y muchos senderos que recorrimos juntos, dando peleas culturales como la que en su momento expresó Teatro Abierto, la que rodeó al Teatro San Martín, la que llenó de bandas cada barrio, la que nos arrimó al cine de autor, la que nos llevó de viaje por Tilcara o El Bolsón, la que nos enseñó el trabajo voluntario, la que nos reveló a la trova cubana, la que veinte años después nos reveló a Calle 13, la que nos hizo preferir, en fin, como al Serrat que es como un Gardel, ser partidarios de las voces de la calle más que de las del diccionario, de los barrios más que del centro de la ciudad, de los artesanos más que de la factoría, de la razón más que de la fuerza, del instinto más que de la urbanidad, la que nos hizo preferir querer a poder, palpar a pisar, ganar a perder, besar a reñir, bailar a desfilar, volar a correr, hacer a pensar, tomar a pedir. Es de ese lado de la cultura que nos poníamos, porque hemos sido siempre ésos, con nuestras torpezas y nuestros desencuentros, pero ésos. Y nunca esos otros que han preferido y siguen prefiriendo exactamente todo lo contrario.

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viernes, 21 de septiembre de 2012

La historia, las cacerolas y sus interpretaciones



El hecho maldito

Por Martín Rodríguez *

Un ideal democrático diría que todo es representable. Cada nota del gran concierto social puede tener su canal de representación, su político, su partido, su “colectivo”. Empieza en la garganta y termina en la urna. Como si fuera posible una sociedad democrática sin intemperies o lagunas, o baches de demandas. Contra esa idea demasiado utópica, las cacerolas también reflejan un síntoma (no el único) de que la democracia incluye zonas vacías, aún vacías, de representación. Digámoslo así: quizá la gobernabilidad kirchnerista incluye ese sonido de intemperie.
Un detalle bastante elocuente de la cobertura del último cacerolazo es descriptiva de una de las dificultades de esa representación: no se podían poner testimonios. No se podía a riesgo de no poder filtrar a algún energúmeno o energúmena que destiñera la imagen colectiva. Porque toda protesta, aun las más espontáneas, intenta dar “una imagen”. El canal TN, vinculado afectivamente a la protesta, redujo la cobertura a un largo paño con imágenes de la masividad y las voces de los cronistas que iban detallando los acontecimientos, las movilizaciones, las consignas genéricas potables. La sensación que se desprendió de esa sana prudencia también incumbe al desafío de una oposición que tendrá –de algún modo– que hacer pedagogía sobre sus representados. Pasar a civilización ese runrún difuso al que TN escapó y que sí fue amplificado a propósito por el programa Duro de domar exponiendo las declaraciones más crudas de la gente al cronista.
Pero no se trata de invertir siempre la fórmula de civilización o barbarie, donde ahora los nuevos bárbaros del orden democrático son los sectores de clase media y media alta que no fueron barnizados por la pedagogía progresista de estos años. No. Esa plaza incluyó muchas cosas, claro que algunas por su consistencia tuvieron más volumen y densidad y se visibilizaron mostrando su relieve más nítido: el de los afectados por las restricciones al dólar. Pero la manifestación absorbió otras demandas en la vía de un reclamo de mayor “transparencia institucional”. La agenda liberal kirchnerista en lo político y su agenda intervencionista en lo económico, por contraste, deduce el perfil de la libertad amenazada que reclaman. Puedo tener el sexo que quiero, pero no puedo tener los dólares que quiero. Al revés que en los ’90. Liberales somos todos. Sin embargo, el telón de fondo estimable de esta protesta, lo que amenaza romper ese dique geográfico tan subrayado (Callao, teflon, dólar) es la inflación. Un malestar que puede alcanzar a sectores más populares.
Pero la embriaguez retórica que cifra gustosamente en clase media y clase media-alta la raíz del cacerolazo limita y condiciona una lectura de la naturaleza kirchnerista para la solución de los problemas argentinos: cuyo populismo real tiene que ver más con la clase media y su ampliación. Un discurso anticlase media puede ser negador de la movilidad social. La clase media es un resultado social, comprende una narrativa familiar de movilidades ascendentes. Y, algo más complejo, su demonización suele hacerse desde sectores de esa misma clase. Peleas de vecinos. Progres versus reaccionarios. Y aunque los energúmenos existen (el “mute” de TN lo confirma, el temor a que se escuchen los “¡yegua montonera!”) también es cierto que esa clase media urbana resulta una distinción excepcional en la región. Somos el país con más tradición de clase media del sur. Y si el peronismo –en versión romántica– es el hecho maldito del país burgués (como decía Cooke) también ahora, de un modo más real y con un peronismo de estricta raigambre pragmática, la clase media es el hecho maldito del país peronista. A su vez, es una clase media que tiene proporciones peronistas, frepasistas, católicas, radicales, laicas, consumistas, antipolíticas y así. Crisol de razas, cuya pertenencia corporativa más aproximada se dedujo en el consumo de ofertas del Grupo Clarín. Un consorcio líquido.
Pero volvamos al leitmotiv del día después: “que esa plaza se organice”, “que vaya a elecciones”. Ese planteo modula la crisis de partidos, más que la crisis de representación. ¿Habrá candidatos en un año que toquen música maravillosa para esos oídos? Seguro que los habrá, porque ya los hubo. Pero el desafío por esas reestructuraciones partidarias enfrenta una dificultad congénita de nuestra democracia: el peronismo, ese elefante que ocupa demasiado espacio, impide la partición republicana en dos partidos de centroderecha y centroizquierda. El peronismo es siempre el mismo, y regula a su modo cuanto de tradición y novedad haga falta, y se disciplina hacia el signo de cada tiempo. Hoy el kirchnerismo llevó esa estructura hacia la izquierda pero conservando su articulación territorial.
Una crónica militante que se extiende en redes y medios nac&pop dicta que esos cacerolazos están poblados con personas de menor cultura política, en la tradición de ocupación del espacio público, y cuya revelación del “sentido colectivo” por el que se manifiestan suele ser menos elaborado, más brutal y racista. Esas plazas tienen algo intraducible, algo de defensa de privilegios de clase en un primer plano y que convive más vagamente con el llamado a una universalidad nacional. Suenan más mezquinas y desafían a la construcción de un discurso más amplio, uno que sí o sí debería incluir –como mínimo– un lugar para los beneficiarios de la AUH. ¿Cuál es el borrador del programa por la positiva?
Pero atenuemos entonces la fantasía de creer en la representación total. La política no es una sábana flexible que no deja nota sin tocar. Y la demanda de representación (campanas que sonaron para el arco opositor) no significa la amplificación de ese abajo, sino la tarea más difícil de hundir las patas en ese yuyo, separar la paja del trigo y sacar sueños posibles en limpio. Porque una interpretación didáctica y simple de esas demandas puede acabar en riesgo de desfinanciamiento estatal. Una sensación: si se les da todo lo que piden, nos quedamos sin Estado. La política debería ayudar a traducir también en gobernabilidad la expectativa de ese sonido y esa furia.
* Periodista.

Marchas

Por Jorge Coscia *

En estos días se habla de una posible convocatoria en respuesta a las marchas y los cacerolazos a los que distintos sectores han adherido. Los medios han bautizado a esa hipotética convocatoria “la contramarcha”. ¿Contra qué marchar? Como en un vehículo, la historia y la política parecieran contar con distintas alternativas de marcha. Haciendo un poco de “parasociología” (como reconocía hacerlo Jauretche), descubrimos que la “caja de cambios de la historia” ha permitido marchas de avance a distintas velocidades, siempre en pos del adelanto económico y social, y la marcha atrás, que tantas veces nos retrotrajo a la dependencia y el retroceso.
Laclau ha explicado el modo en que algunos de esos avances se movieron en torno de múltiples demandas convergentes. Al hacerlo, reconoce la existencia de un populismo progresivo. El 17 de octubre de 1945 es, sin duda, un ejemplo en el que millares de trabajadores marcharon para adelantar la historia y su propia realidad, promoviendo sus demandas de justicia social, soberanía política y autonomía económica. De ese modo garantizaron avances que sólo se detendrían diez años después, aunque quedaron grabados a fuego como derechos irrenunciables de las mayorías.
¿Fue el 17 de octubre una contramarcha? Detenido Perón en la isla Martín García, los miles de movilizados, en realidad, marcharon contra el riesgo de perder las conquistas obtenidas. Lo hicieron defendiendo su derecho a agremiarse, las mejoras salariales, las vacaciones pagas y el aguinaldo, pero también con un sentido que excedía el interés de clase, para evitar el regreso del fraude político, la sumisión servil al imperio británico y la hegemonía de una clase terrateniente sin proyecto amplio de país. Un mes antes, entre el Congreso y la plaza San Martín había tenido lugar otra gran convocatoria, conocida como la Marcha de la Constitución y la Libertad. Fue multitudinaria y convocó a un amplio espectro de la sociedad argentina. También confluían en ella múltiples demandas, expresadas por la participación de todos los partidos políticos tradicionales: el conservador, el radicalismo, los socialistas y los comunistas.
Eran el esbozo amplio de lo que luego sería la Unión Democrática, con el común reclamo de destituir al gobierno de Farrell y Perón, y convocar a elecciones. Muchos de sus objetivos pueden considerarse válidos aún hoy, pero, como en todo reclamo colectivo y multitudinario, el vector de su dirección sería la resultante principal de las fuerzas entremezcladas. La presencia del embajador norteamericano Spruille Braden del brazo de la dirigencia política argentina, junto con la activa convocatoria realizada por las mismas fuerzas que habían sido protagonistas de la Década Infame, dio a la Marcha de la Constitución y la Libertad una dirección reaccionaria, que proponía el retroceso a épocas todavía recientes de injusticia, fraude y dependencia. Era lo que podríamos llamar una inequívoca propuesta de “marcha atrás”. Hubo otras marchas en los años siguientes, como pruebas de que la historia no se detiene. Claro que puede ir hacia atrás o hacia adelante, según cómo los conflictos se resuelvan en una sociedad en permanente construcción y, por qué no decirlo, indefinición de un proyecto perdurable de país.
Una gran convocatoria contra el peronismo fue la Marcha de Corpus Christi, surgida del conflicto entre el gobierno y la cúpula eclesiástica. En ella convivían sinceros creyentes, que sentían amenazada su fe, con militantes liberales, comunistas y ateos, que sólo querían “la caída del tirano”. La marcha haría retroceder a la Argentina a niveles inimaginables, anticipados días después por el bombardeo a la Plaza de Mayo, que masacró a cientos de ciudadanos indefensos.
Las marchas de septiembre de 1955 llenaron la Plaza de Mayo para celebrar la caída del peronismo. Muchos de los manifestantes ignoraban en ese momento que sus hijos, e incluso ellos mismos, terminarían apoyando el regreso de Perón 17 años después. Curiosa marcha la que, en nombre de la democracia, garantizaría la proscripción de más de la mitad de los argentinos durante una década y media.
En diciembre de 2001 las movilizaciones expresaron la diversidad de demandas que atravesaban la sociedad: desde la pobreza extrema y el desempleo hasta el secuestro de los ahorros de los sectores medios y altos. De allí surgiría la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. El kirchnerismo nace como fuerza política y frente nacional y popular para dar respuesta a gran parte de esas demandas insatisfechas y a la vez asumiendo conflictos irresueltos que, por supuesto, tocaron intereses cómplices, cuando no generadores de recurrentes crisis.
Diez años después, un ejercicio saludable de la memoria puede reconocer el avance de nuestra sociedad en indicadores irrefutables tanto económicos como políticos y sociales. Se advierten cuentas pendientes, pero estas mejoras se han distribuido entre amplios sectores de la Argentina, desde el campo empresarial y productivo hasta los sectores más excluidos, como lo determina la AUH.
Nuevos problemas aparecieron, no obstante, en una sociedad más productiva, justa y distributiva, pero amenazada ahora por una formidable crisis global.
Los recientes cacerolazos parecieran expresar el olvido de ciertos sectores medios del padecimiento compartido con los sectores más postergados durante la crisis de 2001. Como en la Marcha de la Constitución y la Libertad, probables demandas insatisfechas de sectores medios, razonables y justas, quedan disueltas en la “sopa reaccionaria” que pareciera hegemonizar las convocatorias actuales.
Del mismo modo en que Braden y la Sociedad Rural determinaron en 1945 el conservadurismo de una convocatoria con presencia masiva, en el cacerolazo actual, la propuesta supone una alternativa de retroceso frente a los avances indiscutibles que hacen contrastar a la Argentina con una Europa que se hunde en la crisis. Habría que recordarles a algunos sectores de la clase media que consumen las permanentes consignas del desánimo, la fábula del escorpión y la rana: ésta atravesará el río con el escorpión a cuestas, pero, invariablemente, será picada por la naturaleza inmodificable de su compañero.
Los sectores medios han sido víctimas de todos los modelos que implementaron los grupos más concentrados del neoliberalismo y la derecha política. Hay que saber que en la segunda década del siglo XXI no existe una Europa acogedora que reciba a nuestros hijos si fracasa el modelo nacional en curso.
Es válida la protesta, la disidencia y, desde ya, el uso de la calle para disentir con un gobierno. Pero siempre debemos ver con quién y para qué nos juntamos, a riesgo de que nuestro reclamo genuino sume fuerzas al vector del retroceso. También debemos prestar atención a esos “hombres brújula” que, con sus consejos, nos extraviaron desde los medios de comunicación en los ’90. Hoy muchos de ellos nos piden, una vez más, que “no los dejemos solos” y convocan a acorralar al Gobierno, que amenaza a sus empleadores. Si señalan que el rumbo es hacia el norte, un memorioso sensato debería dirigirse hacia el sur.
Una marcha podrá ser numerosa y hasta multitudinaria, pero lo que verdaderamente importa es a quién sirve su energía movilizada y hacia dónde podría llevarnos de lograr sus fines, no ya los de los que sienten un válido descontento, sino los de los melancólicos de los ’90 y hasta de los “años de plomo”, como lo demuestran los numerosos mensajes en la web que nos insultan, amenazan y rememoran los fracasos del neoliberalismo y el odio de la dictadura. Verdaderos adalides de la marcha atrás, cangrejos de la historia.
* Secretario de Cultura de la Nación.

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miércoles, 19 de septiembre de 2012

CONSTRUIR PUENTES

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A RAIZ DE LA CANTIDAD DE MAILS QUE

CIRCULAN ESTE DIBUJO DE DANIEL PAZ 

SIRVE PARA REFLEXIONAR.


No hay duda que todos queremos a la Argentina. Queremos ser felices, vivir  bien, que nuestros hijos progresen y estén mejor que nosotros.
El dilema está cuando nos peleamos entre los argentinos por elegir el camino que nos lleva  a estar mejor.
Tenemos reglas que hemos aceptado mayoritariamente para decidir ese camino. La democracia es el camino elegido. El respeto a las mayorías es su regla de oro.
No podemos dejarnos encandilar por falsos mesías que nos llevan al odio, al enfrentamiento entre personas que quizá deseamos lo mismo.
Los panfletos que circulan instando a terminar con el gobierno nacional son antidemocráticos. Los que quieren que “se vaya Macri ya”, también lo son.  El que tiene que decidir es el conjunto de los ciudadanos en el momento de votar en el 2013 y en el 2015.
La persona que me envía un panfleto anónimo  dejando de lado las reglas de la democracia està induciéndome a dejar los valores que tanto nos costó alcanzar. No les hagamos el juego.
Nuestra patria ha sufrido mucha violencia. Se ha tirado gente viva al mar, se ha torturado, se han robado bebes, y todo en nombre de Dios y de la patria. Son los falsos mesías de la intolerancia.
Si enviamos un mensaje con nuestras ideas pongamos nuestro nombre. Si escribimos en internet pongamos nuestro nombre. No se puede estar escondido en un alias y estar ofendiendo y opinando impunemente. Busquemos razones para rebatir lo que no nos parece bien. No insultemos, no menospreciemos. Es volver a la barbarie que tanto despreciamos.
Busquemos las cosas en las que podemos coincidir para luego discutir sin odio las diferencias.
Dediquemos todos , las mejores  energías a construir  PUENTES.
CUANDO ESTALLA LA INCOMPRENSIÒN Y SE VIVE UN CLIMA DE GUERRA YA ES TARDE Y NO ES POSIBLE HABLAR.
Solo se escucha el lenguaje de los violentos y todo se destruye. 
A todos nos conviene cortar con este clima que no construye.
Seamos todos constructores de puentes entre el 54% y el  46%  en  los ámbitos familiares, laborales, sociales de nuestra vida.

JOSE COTO