domingo, 28 de noviembre de 2010

Lo inesperado

Por Ricardo Forster
La historia muy pocas veces es lineal. Imaginar, entre nosotros, un recorrido causal y necesario es suponer que el hilo del tiempo discurre con placidez, alejado de tormentas y sorpresas, de situaciones inesperadas y de bruscos giros que suelen sacar de quicio aquello que supuestamente responde a una racionalidad subyacente. El tiempo, el de un país, el nuestro, zigzagueante y espasmódico, entrañable y trágico, suele responder a una extraña alquimia de materialidades realmente existentes y acontecimientos que dislocan lo previamente anunciado como esperable. Ruptura y continuidad se entrelazan marcando a fuego la complejidad de un presente anómalo; de un presente capaz de persistir atravesado de viejas matrices, a la vez que nos ofrece el panorama de lo nuevo que disloca lo establecido hasta configurar una escena inimaginable de acuerdo a la fuerza inercial de una historia que, eso parecía evidente e inmodificable, seguía una marcha hacia una decadencia siempre anunciada como destino irrevocable. Muy de vez en cuando, cuando no se lo espera, algo sucede, algo intenso, que viene a alterar las escrituras del poder. Algo de eso, en su excepcionalidad, aconteció a partir del 25 de mayo de 2003. Lo insólito, lo que no podía estar pasando, simplemente comenzó a derramarse sobre una época descreída que, en muchos que continuaron aferrados a su incredulidad, condujo a la teoría de la impostura. De una suerte de relato de ficción astutamente desplegado por el saltimbanqui y prestidigitador venido del sur y dispuesto a engañar para que todo siguiese igual. Hubo que esperar hasta su muerte, también inesperada, para terminar de desgarrar el velo de la impostura, de ese relato mentiroso y autoexculpatorio que tanto les sirvió a ciertos intelectuales y políticos supuestamente progresistas a la hora de consolidar su opción por el poder corporativo y la restauración conservadora.
El vértigo estaba marcado por la caída en abismo, por esa espera del cumplimiento de lo peor que venía arrojándonos, en tanto habitantes de esta geografía sureña y muchas veces destemplada, a la intemperie. Sin horizonte, pero también sin pasado a redimir. Puro presente de angustia, corroboración de un destino estrellado contra el muro de ilusiones vanas o de engreimientos ahuecados después de años de horrores, miedos, desilusiones, banalidades, fiestas dispendiosas, cualunquismos diversos y profetismos quiméricos. Años en los que los puentes entre las generaciones se rompieron y en los que lenguajes y tradiciones emancipatorios se transformaron en objetos arqueológicos, piezas de colección de un museo temático en el que el presente, como tiempo de llegada al fin de la historia, se volvía escenario de un mundo sin sueños ni esperanzas. Apenas entre sus pliegues, o en sus napas soterradas, persistían legados y herencias maltratados por las inclemencias de una realidad despojadora de ilusiones y de proyectos alternativos al de un capitalismo neoliberal que parecía devorarse todo a su paso.
Kirchner, su nombre, vino a invertir esa inercia, vino a enloquecer la marcha del tiempo argentino quebrando la repetición maldita y abriendo fisuras, cada vez más hondas, en el muro de un sistema (amasado entre la dictadura y el menemismo) capaz de aniquilar memorias de equidad y tradiciones populares al vil precio del consumismo y la exclusión como etapa final del miedo destilado sobre cuerpos y conciencias. Su impronta, su firma que era un jeroglífico para la mayoría de una sociedad que no sabía quién era ni de dónde venía (sabía, apenas, que era gobernador de Santa Cruz pero desconocía su pasado, sus antiguas lealtades, la persistencia, en él, de historias clausuradas por la violencia dictatorial pero a la espera de una reparación), su firma, decía, selló lo inesperado, aquello caudaloso que se liberó en un discurso alocado, inusual, antiguo y lozano, admirable y sorpresivo que pronunció, entre la seriedad de la investidura presidencial y la informalidad de un personaje subvertidor de todo protocolo, lúdico en momentos de extrema gravedad y serio para aliviar, con sus malabares simbólicos con el bastón de mando, la incredulidad de una sociedad demasiado lastimada y, también, envilecida.
Una doble reparación comenzó en un país incrédulo. Reparación del pasado, sobre la que volveré, al reabrir no sólo los expedientes cerrados por las leyes de la impunidad y los indultos, sino al destrabar una memoria que lograba, con esfuerzos pero con intensidad, interrogar críticamente por una época decisiva, preñada de utopías y de errores, de sueños revolucionarios y de violencias, de generosas entregas generacionales y de poderes asesinos que se preparaban para quebrarle el espinazo a un tiempo crepuscular y soñador pero potente en su capacidad para jugar a fondo los destinos del país. Una época que dejó una marca indeleble en cuerpos y memorias pero que había sido arrojada a la pieza de los trastos viejos, formas espectrales de un pasado tabicado y ausente que, pese a todo, seguían susurrando desde una lejanía que se volvió, en el giro loco de la historia abierta de nuevo, actualidad e interpelación. Kirchner, haciéndose eco y cargo de los mil hilos resistentes de los movimientos de derechos humanos y de antiguos mandatos que se guardaban en su propia deuda impaga, habilitó, como no se lo hacía desde los comienzos del gobierno de Alfonsín, la dimensión entrecruzada de la memoria, la verdad y la justicia. Pero también, y allí se guarda lo no previsto, oxigenó el debate sellado de los setenta y lo hizo recobrando las luces y las sombras de una extraordinaria apuesta generacional. Lo que parecía ya no tener lugar, lo destinado a ser invisible o a convertirse en polvo que se lleva el viento huracanado del “progreso”, interrumpió el presente reescribiendo las páginas de la memoria que siempre transforman lo heredado, lo guardado en lo recóndito del recuerdo y lo vivido como tiempo presente supuestamente alejado de esas deudas con un pasado “olvidado”.
En ese giro reparador hacia el pasado (en esa suerte de imposible redención de las víctimas devolviéndoles rostros, ideas, convicciones, sueños, pesadillas, cuerpos, justicia) también se abrieron las puertas de una casa que habían permanecido cerradas hacia el futuro. Una doble maldición pendía sobre Argentina: la maldición de un pasado irresuelto cuyas figuras espectrales permanecían irredentas, y el borramiento de toda esperanza en el mañana. Sin pasado y sin futuro, arrojados a un puro presente impiadoso y descreído. Kirchner, emergiendo de lo previo y de lo anómalo, heredero de fuerzas sociales y de tradiciones en disonancia con una época hegemonizada por la práctica y el relato de los vencedores, giró la inercia del tiempo histórico y le dio forma, en un mismo movimiento, a la reparación, todavía en curso, del pasado y del futuro. De ese modo, y los festejos del Bicentenario dan testimonio de lo caudaloso de ese giro en las sensibilidades y en las conciencias, el daño abisal causado por la dictadura y perpetuado por la impiedad del capitalismo neoliberal más las expresiones prostibularias emergentes de tradiciones que eran supuestas portadoras de ideologías populares pero travestidas en instrumentos de la reacción, inició su camino de reparación. El peronismo le debe demasiado al flaco desgarbado que inició su rescate del envilecimiento menemista; en él, en su lenguaje y en sus gestos, lo que se hizo presente fueron los espectros fundacionales del 17 de octubre, sus metamorfosis en la generación del setenta y los desafíos de una realidad, la actual, cargada de sus propias novedades. Allí, en esa alquimia renovadora, en esa apropiación salvaje de viejos y nuevos símbolos, se encuentra eso que llamamos, con cautela pero con entusiasmo, kirchnerismo. El pueblo, el olvidado y el dañado durante tantos años, lo supo y por eso dio testimonio caudaloso de su profunda tristeza entramada, como no podía ser de otro modo, con la fuerza del agradecimiento y del apoyo decidido a su compañera de toda la vida.

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De regreso, Mirtha

Por Eduardo Fabregat
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La escena se desarrolla en el blanco y negro televisivo de 1978 y el audio tiene su soplido, pero las palabras llegan con absoluta claridad. Almuerzan con la señora Mirtha Legrand el señor Claudio Levrino, actor; la señora Susana Giménez, actriz, vedette; la señorita Ginette Reynal, modelo; y el señor Laureano Brizuela, cantante. Y es Brizuela, precisamente, el que lleva la voz cantante con eso de la “campaña antiargentina en el exterior”, a lo que todos asienten enfáticamente: “Nadie sabe la tranquilidad que se respira acá, ahora más que nunca”, dice el muchachito de traje blanco, y Susana señala que “lo que detesto más en la vida es que la gente juzgue algo que no conoce”, y Mirtha repite que “estamos viendo una campaña organizada”. Y luego todos se emocionan por el Mundial, y por cómo “nos nacionalizó, nos argentinizó”, y la señora apunta que fue al último partido y todos lloraban y el presidente Videla también, el presidente tenía lágrimas en los ojos, y que se acuerda y se emociona de nuevo. Y cierra: “¿Qué tal está el postre, está rico, chicos?”
Esta semana, en un programa televisivo de Uruguay, Federico Luppi pateó el hormiguero: “No sé qué me irrita más de Mirtha: si su profunda y extensa ignorancia o el estado totalmente reaccionario de su alma. Un alma pobre. Dice cosas que son realmente agresivas y que desmienten la capacidad humana que tenemos de convivir”. Cuando se le mostró una foto de Giménez, el actor pidió permiso para utilizar términos fuertes y señaló que “Susana caga por la boca”. Dolida, la diva de los almuerzos pidió que la Presidenta “tome cartas en el asunto” y no dudó en apuntar al Gobierno por las declaraciones de un particular. “Utilizó el mismo término que Aníbal Fernández. ¿Quiénes les dan letra a los que hablan mal de las figuras? Jamás en mi vida vi algo así. Hay alguien que les da letra. El Gobierno debería fijarse cómo hablan los actores que promueven. ¡Dios mío! ¿Qué es esto? ¿Una dictadura?” Susana prefirió apuntar que “las declaraciones me sorprendieron... Me dijeron que no está muy bien, la verdad que no tengo nada que decir, para mí fue un gran actor y bueno, estará pasando un mal momento”. No faltó quien disparara munición gruesa sobre Luppi aludiendo a cuestiones de su vida privada, solapando las causas del brulote, el porqué de la referencia a esas dos figuras.
Hace un tiempo, en una nota con Oscar González Oro en C5N, Susana señaló que “la gente creía que sabíamos lo que pasaba y lo apañábamos, pero no sabíamos, sabíamos que hubo una cosa de los dos lados, una guerra. Pero ya basta de eso, hay que olvidar, lo que pasó, pasó”.
Mirtha Legrand se define como una persona de centro, adoradora de la democracia.
Laureano Brizuela, que en 1978 ya residía fuera del país, vive desde los ’80 en México, donde incluso pasó cuatro meses preso por una evasión fiscal que había cometido su manager. En un momento de su carrera se empezó a vestir de cuero negro y se hizo llamar “El Angel del Rock”. Sigue vistiéndose así. Su página de Facebook está llena de banderas argentinas.
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Algo está sucediendo en el mundo de la cultura. Después del episodio de Federico Luppi, Julia Zenko y Marilina Ross declinaron participar de un almuerzo de Mirtha, que admitió que le señalaron “diferencias ideológicas” y volvió a preguntarse con asombro “¿qué es esto, actores contra actores?” Pero la señora, como le erraba en la apreciación de lo que sucedía en el país en 1978, vuelve a errarle. Lo que está sucediendo no es un “enfrentamiento” entre artistas. En un momento en el que la militancia y la política vuelven a tener un valor perdido en años de vaciamiento ideológico o crisis terminal, el mundo de la cultura y el espectáculo también ha decidido dejar de guardar ciertas formas diplomáticas y marcar una diferencia. Tomar partido por un proyecto que cree más cercano a sus principios, y no guardarse su opinión cuando alguien del medio –alguien que celebró una dictadura genocida– homologa al actual gobierno con una dictadura, sugiere que las parejas gay violan a sus hijos u ofende a un muerto llorado por decenas de miles de personas ventilando delirios sobre su féretro, o deslizando que muchas de esas personas fueron “pagadas por alguien”.
En los días que siguieron a la muerte de Néstor Kirchner, Fernán Mirás apuntó que le resultaba muy significativo que entre todas las personalidades que ocuparon el estudio de 6 7 8 el 27 de octubre no había podido identificar “ni un solo hijo de puta”. No quería decir que la adhesión a la figura de Néstor los convirtiera en ángeles: aludía a la trayectoria de esas personas, a la integridad, a la imposibilidad de encontrar archivos en los que esos artistas adhieran a una dictadura asesina o aboguen por echar tierra sobre crímenes de lesa humanidad. A un compromiso con ciertos ideales de vida, de cultura, de educación y de contención social que encuentran un reflejo de inédito poder en la Rosada.
Resulta curioso que haya personajes escandalizados que se empeñen en conferirle a la palabra “oficialista” una carga peyorativa, descalificadora, por la que los muchos artistas e intelectuales que simpatizan con el proyecto deberían sentir vergüenza. Cuando fueron oficialistas de Jorge Rafael Videla, Leopoldo Galtieri, Carlos Menem o Domingo Cavallo, esos personajes no se escandalizaban ni le asignaban a la palabra oficialismo la misma carga. Ellos también se sintieron identificados con esos proyectos, y es válido: cada cual tiene derecho a creer en lo que quiera y sienta que está bien. Pero cabe preguntarse quién les extendió patente moral para señalar con desprecio a quienes se ponen la camiseta de Cristina.
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Corresponde un párrafo aparte para los músicos de rock, que a comienzos de octubre protagonizaron una movilización inédita para alertar sobre la situación en Buenos Aires con respecto a la música en vivo. Durante tres lunes consecutivos cortaron la Avenida de Mayo para difundir el estado de clausura que impera en la ciudad, y para exigir al gobierno de Mauricio Macri que ponga en marcha la Ley de Fomento a la Música, sancionada un año atrás. El ministro de Cultura, Hernán Lombardi, escribió y firmó una carta en la que se comprometía a reglamentar la Ley 3022 en un mes. El mes se cumplió el miércoles 10, pero Lombardi hizo su parte: al día de hoy, el expediente está en la Secretaría Legal del GCBA, esperando que Macri regrese de su luna de miel para firmarlo.
El 15 de noviembre, un nuevo grupo apareció en Facebook. No uno de esos grupos que se conforman con la virtualidad, sino uno decidido a que siga fructificando el espíritu de participación y militancia que desató la muerte de Kirchner. Uno que ya se mostró en el escenario de la Plaza en el homenaje del viernes. Hasta la fecha, Músicos con Cristina posee 1995 miembros: Isabel de Sebastián, Federico Gil Solá, Mavi Díaz, Tito Losavio, Celsa Mel Gowland, Leo García, Super Ratones, Gustavo Santaolalla, Fabiana Cantilo, Marcelo Moura, Hilda Lizarazu, Teresa Parodi, Rodolfo García, Víctor Heredia, Miguel Zavaleta, Peteco Carabajal, Manuel Moretti, Ulises Butrón, Marcelo Moura, Willy Crook, Rita Cortese, Kubero Díaz, Marián y el Chango Farías Gómez, Dolores Solá, Los 4 Vientos son sólo algunos de los firmantes y adherentes de una carta de intención que señala: “Sabemos que se ha avanzado mucho en la concreción de medidas que apuntan a la inclusión y la justicia social, al fortalecimiento de los derechos humanos, a la recuperación económica del país, a la integración latinoamericana y al desarrollo de medios libres y democráticos, entre otros logros. Creemos que todavía falta mucho por hacer y estamos convencidos de que la única posibilidad que tenemos de seguir avanzando está ligada a la continuidad del actual modelo. Estamos firmemente decididos a aportar desde nuestra experiencia, generando un espacio para debatir y convocar desde la música y la palabra, un lugar para ser testigo y parte de una batalla cultural que apunte a una sociedad cada vez más justa, tolerante y solidaria. Convocamos a quienes quieran acompañarnos, más allá de pertenencias partidarias, a que se sumen a nuestra propuesta para apoyar al mejor gobierno del que tenemos memoria”.
Como diría Mirtha: otra campaña organizada.
 

sábado, 27 de noviembre de 2010

lunes, 22 de noviembre de 2010

FESTEJO ANIVERSARIO de la EMEM N° 4 DE 21




 

2O AÑOS de la EMEM  4 "NORMA COLOMBATTO" 

Festejar es recordar, hacer presente, es vivir.
¡Qué sensación poder ver  a Norma en el video contando la historia 
de la escuela!
A mi lado Ana Lorenzo se quebraba  de emoción al escuchar como le había 
ofrecido el cargo de Directora a Norma , cuando creó las EMEM.
Siguieron los testimonios, los bailes, la donación de la nueva Bandera 
de ceremonias, el relato sobre el proyecto pedagógico magníficamente 
expuesto por Rodolfo Ghio.
La presencia de amigos , docentes , exalumnos 
y en especial de la familia Colombatto venida desde su querida 
Gualeguaychú le dieron un marco de calidez a la fiesta.
Tenía ganas de hablar  y felicitarlos a todos pero preferí callar y decírselos
desde aquí.¿Qué más se podía decir? Las fotos lo muestran todo. 

Norma estaría encantada viendo como su legado continúa. 
Ahí están los jóvenes diciendo su "palabra". Ahí están sus compañeros 
como Hector y Ricardo, excelentes animadores del festejo,
sus directivos , sus profesores y preceptores.

Agradezco a la vida haber conocido a Norma y a su equipo.
Cuando  subían al cielo los globos y el locutor decía 
"allí va nuestro saludo a Norma y a Roly", lo sentí realmente así. 

Gracias por haberme invitado a compartir el festejo.

El movimiento, los partidos y las instituciones

Por Rubén Dri *
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Tenemos en nuestra retina grabada la escena de Néstor Kirchner, tras recibir el bastón de presidente y jugar con él, como un niño travieso, sumergiéndose en la multitud para dar y recibir abrazos, inaugurando de esa manera el movimiento nacional, popular y latinoamericano en una nueva versión. No lo vimos entonces, pero eso era lo que inauguraba Néstor en el cercano o lejano 2003, según quién lo mire. Ese movimiento que Néstor ponía en marcha es el que Cristina retoma. Muestra clara de ello es el primer acto público que realiza tras la muerte de su esposo, pues se dirige directamente a los obreros de la fábrica Renault. El líder y el pueblo en relación directa y dialogal por sobre las instituciones, característica fundamental de los movimientos. ¿Qué son, pues los movimientos?
Los movimientos están constituidos por vastos sectores sociales populares que constituyen lo que en nuestra práctica política hemos denominado siempre como campo popular. Hablamos de sectores populares más bien que de clases sociales porque en las sociedades en las que se conforman los movimientos populares no se dan, entre los diversos grupos sociales, los contornos nítidos que son propios de las clases sociales.
Así, en nuestra sociedad es muy difícil ubicar en una clase social propiamente dicha a los cuentapropistas, a los villeros, a los que tienen trabajo temporario, a los desocupados. Esto no significa negar la existencia de las clases sociales, sino tomar cuenta que éstas se encuentran desdibujadas, con contornos confusos. Los sectores englobados por un movimiento van desde la clase obrera ocupada, a los trabajadores desocupados, a los villeros, pasando por los abigarrados y vastos sectores medios hasta los empresarios medianos. Si hay algo ambiguo, sumamente complejo, es todo lo que incluye el nombre de “clase media”.
En segundo lugar, los diversos sectores sociales para construir el movimiento se unen alrededor de grandes ejes que expresan sus problemas fundamentales y los de toda la nación. Así, cuando se forma el peronismo en la década del ’40, algunos de esos grandes ejes fueron la construcción de las organizaciones gremiales de los trabajadores, las obras sociales, la industrialización, la nacionalización de los resortes fundamentales de la economía, el voto de la mujer y otros.
En tercer lugar, los movimientos surgen de abajo, en un proceso de lenta gestación, alrededor de necesidades comunes de los sectores populares que se expresan en los grandes ejes que acabamos de citar. El proceso de gestación, en un determinado momento, encuentra la manera de expresarse, de salir a la luz y conformarse orgánicamente. El peronismo sale a la luz pública de una manera inesperada, el 17 de octubre de 1945.
Desde un punto de vista es correcto decir que nadie lo preparó. El 17 de octubre fue la reacción espontánea de los sectores populares ante la agresión de las clases dominantes. Pero desde otro punto de vista, se debe decir que tuvo un largo proceso de preparación. Desde la crisis del movimiento yrigoyenista al que suplantó, venía gestándose en las entrañas del pueblo.
En cuarto lugar, en la conformación del movimiento es esencial el surgimiento de un líder, un conductor que exprese cabalmente el sentimiento, los anhelos, las reivindicaciones, las utopías del pueblo. El líder no se elige, surge y se legitima por su accionar, su comprensión del proceso, su capacidad de dialogar con el pueblo.
Los partidos en cambio se conforman alrededor de determinados principios que se establecen en documentos que elaboran sus dirigentes. La pertenencia al partido depende de la adhesión a los mismos. Los partidos se constituyen desde arriba. Para formar un partido basta la voluntad de algunos ciudadanos. Naturalmente que el partido tendrá éxito si de alguna manera expresa intereses de las clases que lo componen, pero ésta es otra cuestión.
Cualquier grupo de ciudadanos con voluntad política puede formar un partido. Ello es absolutamente imposible si se trata de un movimiento. Por ello, es correcto decir que a los partidos se los forma, se los crea, mientras que los movimientos nacen por las necesidades de los sectores que los conforman, pero triunfan sólo cuando encuentran los instrumentos necesarios para ello. Nos referimos a las estructuras, las organizaciones, los análisis, etc. Los movimientos pueden ser ahogados en su mismo nacimiento si los sectores populares capaces de conformarlo, al salir a la superficie, no encuentran la manera de organizar su fuerza numérica. Sólo cuando ésta logra organizarse se puede decir que surgió el movimiento que venía gestándose.
- Los frentes y las agrupaciones políticas. Los frentes están constituidos por diversas agrupaciones políticas. Estas diversas agrupaciones se unen mediante un pacto, contrato o alianza que se realiza de acuerdo con un determinado programa, en el cual se especifican los límites precisos del frente, determinados por los objetivos que se persiguen. El frente puede ser hecho tanto para concurrir a una elección o para enfrentar determinado problema, como para plantearse objetivos de mayor profundidad. Pero cada sector o agrupación conserva su propia identidad, su propia libertad para actuar en todos aquellos problemas que no figuran expresamente en el programa conforme al cual se construyó el frente.
El movimiento es una unidad, actúa como un todo en todos los problemas fundamentales, aunque son admitidas las corrientes internas. Esto es sumamente importante. La unidad como un todo del movimiento puede degenerar en la dictadura corporativa si no se respetan las diferencias. Debe ser unidad en la diferencia, totalidad dialéctica de universalidad y particularidades. El frente, por el contrario, actúa unitariamente sólo en los problemas explícitamente contenidos en el programa que se ha pactado.
Vemos así al movimiento como una etapa distinta al frente. En el movimiento los diversos sectores sociales encuentran la manera de superar sus diferencias circunstanciales y unirse en todo aquello que les interesa vitalmente. No significa ello que el movimiento descarte al frente. Ello no puede ser, porque es prácticamente imposible que todos los sectores confluyan en el movimiento. El movimiento se planteará el frente con los sectores populares que no han entrado en él.
- Yrigoyenismo y peronismo. En la Argentina moderna, la que entra en la órbita del capitalismo iniciando su proceso de industrialización, los sectores populares siempre que lucharon eficazmente por sus intereses, lo hicieron en movimientos populares. Así aconteció con el yrigoyenismo y el peronismo. Ello no significa menoscabar o desconocer las luchas por la liberación que diversos sectores populares libraron en el seno de otras agrupaciones políticas, sino sólo señalar que los sectores populares pudieron reivindicar eficazmente sus derechos cuando se organizaron en vastos movimientos populares.
El primero de estos movimientos en la Argentina moderna fue el yrigoyenismo. Formado a fines del siglo pasado, llegó al poder a principios de este siglo, para entrar en crisis en la década del ’20, con el triunfo del alvearismo en su seno. Esta crisis tiene un lento y largo desarrollo que encuentra su solución recién en la década del ’40, cuando los sectores populares, con su fuerte componente obrero, logran organizarse en un nuevo movimiento, o logran pasar a una nueva etapa superior a la anterior.
El peronismo es este nuevo movimiento. Su gestación y lento desarrollo abarca desde la década del ’20 a la del ’40. El 17 de octubre constituye su salida a la luz, su emergencia a la superficie, “El subsuelo de la patria sublevada”, como diría Raúl Scalabrini Ortiz. Ese 17 de octubre no fue un milagro. Fue repentino, inesperado, pero conoció una larga gestación que sólo esperaba el momento oportuno para aparecer.
El movimiento repentinamente salido a la luz logra imponerse porque el trabajo de Perón, de Evita, de los integrantes de Forja y de otros compañeros le habían preparado los instrumentos necesarios. En la década del ’50, el peronismo entró en crisis como movimiento popular, como movimiento de liberación. La crisis se prolonga hasta la década del ’70, en la que finalmente se resuelve con la derrota del proyecto de liberación en su seno.
Por largos años el grueso de los sectores populares tuvo en el peronismo su referente político natural y la mayoría de sus cuadros populares se alistaron en sus estructuras para lograr eficacia en sus reivindicaciones. Finalmente, en los ’70, el proyecto de liberación es derrotado en el seno del peronismo. Ello creó la necesidad de que surgiese la nueva etapa del movimiento popular.
- Kirchner y la pueblada de diciembre de 2001. La pueblada del 19-20 de diciembre de 2001 significó un quiebre profundo en la conciencia de gran parte de los sectores medios que se unen, de esa manera, a los sectores populares que ya venían resistiendo con sus MTDs, piquetes, marchas, y cortes de ruta. El movimiento popular estaba ahí pero sólo en-sí, como diría Hegel.
El grito que atruena en Plaza de Mayo y se expande por las calles, plazas y parques de Buenos Aires y de otras ciudades del interior es “¡que se vayan todos!, ¡que no quede ni uno solo!”. En ese grito se expresa el quiebre el neoliberalismo, de los partidos políticos que lo habían asumido y, con ello, un rechazo visceral a la política. Como nunca se marcha, se forman grupos, surgen asambleas en las que se debate política al mismo tiempo que se rechaza la política.
De esa manera se tiraba al bebé, o sea, la política, con el agua sucia, es decir, los partidos políticos y los dirigentes políticos, responsables de la debacle. Poco a poco el movimiento se va apaciguando. Las asambleas, numerosas, bulliciosas, llenas de debates, al principio, se van apagando. A los tres años sólo quedan algunas, mientras que los políticos a los que se los conminaba a irse, volvían. Quedó la sensación muchas veces expresada de que no sólo no se fueron, sino que volvieron todos.
¿Fue ésa entonces una pueblada fallida? ¿No quedó nada de ella? Hubo alguien con un olfato político especial que leyó correctamente lo que había sucedido en 2001, y ése fue Néstor Kirchner. Por caminos azarosos llega a la presidencia en 2003 e inmediatamente comienza dar respuestas a los problemas que se encontraban implícitos en el “¡que se vayan todos!”. Limpieza de la Corte Suprema, descabezamiento de la cúpula militar, política de derechos humanos, no represión de la protesta social. Podemos seguir con las medidas, profundizadas luego durante la presidencia de Cristina, pero ello no es necesario. Lo que sí es necesario es tener claro que de lo que se trataba era de retomar el proyecto nacional, popular, latinoamericano, destrozado cruelmente desde la dictadura militar genocida con su culminación en la nefasta década del ’90.
Es el proyecto nacional y popular autocentrado, es decir, que mira en primer lugar al mercado interno, lo que supone industrialización, plena ocupación y amplio desarrollo de la cultura a partir de la promoción y defensa de la escuela pública en todos sus niveles. El proyecto no se restringe a los meros límites de la nación. Esta es la patria chica que sólo se podrá realizar en el horizonte de la Patria Grande Latinoamericana. Los pasos que se dieron en ese sentido son más que evidentes y prometedores.
¿Qué pasa entonces con las instituciones? Estas son instrumentos necesarios del movimiento. Si éste es vigoroso también lo serán las instituciones. Cuando se hace la prédica del salvataje de las instituciones, de hecho lo que se pretende es la derrota del movimiento. Quieren instituciones sin movimiento popular, es decir, instituciones que sirvan de pantalla a los grandes intereses monopólicos que se pretenden democráticos.
Es revelador ver a nuestros defensores de las instituciones, de la calidad institucional, asaltar las comisiones de la Cámara de Diputados para luego proclamar, como lo hizo Pino, que se trata de un “día histórico”. El triste espectáculo de la legislatura, obediente a las órdenes de la profetisa de los Apocalipsis, tratando de poner obstáculos a la gestión de gobierno es la realidad de los defensores de las instituciones o de la calidad institucional.
* Filósofo, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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sábado, 6 de noviembre de 2010

La noble igualdad

Por Osvaldo Bayer
Voy a recordar siempre aquel día de julio de 2004. Llamado por teléfono; me dice una voz: “El señor presidente de la Nación, Néstor Kirchner, lo invita para mañana al Salón Blanco de la Casa de Gobierno, como homenaje por el treinta aniversario del estreno del film La Patagonia Rebelde. También se va a invitar al director del film y a los protagonistas”. Cuando colgué el tubo, sonreí y me dije: “Fantasías de la realidad, después de estar prohibida durante diez años, después de haber salido yo condenado a muerte en las listas de las Tres A de López Rega, luego ocho años de exilio sufrido por ese film y luego de que los tres primeros tomos de mi obra del mismo nombre fueran quemados por el teniente coronel Gorleri por ‘Dios, Patria y Hogar’”. Sí, después de todas esas bajezas y cobardías del poder, ahora nos hacían un homenaje nada menos que en el Salón Blanco de la Presidencia de la Nación, en la Casa Rosada. Fantasías argentinas.
Y fue así. El presidente Kirchner nos dio un abrazo a todos los “culpables” de aquel film y nos contó que él siempre había sentido como un deber reivindicar a quienes se habían atrevido a denunciar en la pantalla aquel crimen atroz cometido contra los pobres peones rurales de la Patagonia, que habían pedido sólo un poco más de dignidad y que por eso habían sido muertos por los máuseres del 10 de Caballería.
El de Kirchner fue un acto de coraje civil frente a tanta ignominia del pasado. Ya antes habíamos podido inaugurar en Santa Cruz el monumento a ese gaucho de increíble coraje llamado Facón Grande que se puso delante de las columnas obreras porque era justa su demanda y que, en el momento de ser fusilado, le gritó al teniente coronel Varela: “Así no se mata a un crioyo”. Allá está ahora su monumento donado por la Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores. Lo mismo ocurrió con los monumentos a Albino Argüelles, en San Julián; a Ramón Outerello, en Puerto Santa Cruz, asesinados por el Ejército. Una calle de Río Gallegos se llama Antonio Soto, el gran orador de las asambleas obreras. Ya no es un secreto la increíble masacre ocurrida en esas tierras llamadas nada menos que Santa Cruz.
La otra vez que me encontré con Kirchner fue en la ESMA cuando Cristina Fernández me otorgó el Premio a los Derechos Humanos. Otra fantasía de la realidad. Nada menos que en la ESMA, el más despiadado centro de la tortura y la humillación para con los prisioneros de la Marina de Guerra argentina. Argentina. ¿Alguna vez sabremos el porqué de tanta indigna y cobarde crueldad?
Que esa ESMA se convirtiera hoy en un Centro de los Derechos Humanos es la obra directa del sacrificio y el coraje de las Madres, de las Abuelas y de los organismos de derechos humanos, para cuyo clamor y lucha tuvo comprensión Néstor Kirchner. Es otro de sus títulos.
Kirchner no fue un revolucionario, pero sí el presidente que más se atrevió a proponer un verdadero Nunca Más a las dictaduras militares y sus crímenes; eliminar las vergonzosas leyes de obediencia debida y punto final (quienes en el Congreso levantaron el brazo para aprobarlas pasarán a la historia como representantes de la cobardía moral más profunda de nuestra historia).
También se lo va a recordar a Kirchner porque se atrevió a terminar con la ley de medios de la dictadura militar, que fue aceptada por todos los presidentes surgidos desde el ’83 por temor a los omnipotentes medios dominadores de la comunicación. Además, Kirchner sembró otras semillas como la de devolver a la administración estatal las jubilaciones, la conformación de la Corte Suprema y otros temas que ya han sido citados en la multitud de notas de diversos comentaristas.
Reconocimiento justo. Pero no debemos quedarnos allí sino seguir empujando para lograr las bases de una verdadera democracia. Por ejemplo, hace unos días el gobernador de Misiones reconoció que 204 niños misioneros murieron últimamente por desnutrición. Y lo voy a repetir en todas mis notas, hasta el cansancio: no hay verdadera democracia en un país donde existen niños con hambre. No sólo eso, que desde ya nos debe avergonzar a todos los argentinos, sino también la existencia de villas miseria en nuestro país. No hay democracia cuando un país no es capaz de dar un techo digno por lo menos a las familias con hijos. Cuando era un niño visité con mi padre y mis hermanos las villas de desocupados que se habían levantado en Puerto Nuevo. Ocho décadas después, las veo por todas las ciudades argentinas. Pero eso sí, los countries en el Gran Buenos Aires siguen creciendo con más lujos y más agentes de seguridad privados.
Nuestro verdadero papel es seguir empujando para lograr cada vez más, más democracia; ese es el único camino a la sociedad no violenta. La actual oposición debe comprender esto y dejar el juego inexplicable de que todo está mal y que el único camino es llegar al poder sobre la base del descrédito de los actuales gobernantes. Lo constructivo finalmente se valora. El objetivo fundamental de la política es llegar a la sociedad en paz y sin violencias. Llegar por fin a lo que cantamos en nuestro Himno desde 1813: “Ved en trono a la noble Igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”.
No nos conformemos con lo logrado hasta ahora. Por ejemplo, mientras escribía esta nota recibí una carta de los presos paraguayos que fueron entregados por el gobierno argentino al Paraguay, acusados por un hecho que no cometieron, pero que tienen el “delito” de pertenecer a un grupo campesino que pide lo mínimo: tierras para quien la trabaja. Estaban en la Argentina, fueron pedidos por el gobierno paraguayo de Lugo y el gobierno argentino los entregó. Desde ese momento sufren una cárcel sin ninguna garantía. Lugo, a pesar de ser obispo católico y llamarse de izquierda, ha pactado con lo más despiadado y feroz de la derecha y mira para otro lado. A estos cinco trabajadores de la tierra los conozco, he hablado largamente con ellos. Me escriben desde su más que penosa cárcel paraguaya: “Te escribimos desde esta cárcel de Tacumbú para explicarte nuestra situación a casi dos años de nuestra extradición. Nos hallamos esperando el juicio oral con todas las arbitrariedades por la presión política que ejerce la familia Cubas Gusinsky sobre los jueces y fiscales para que seamos condenados. Denunciamos por tu intermedio que el Estado paraguayo nos expone a un juicio parcial con jueces digitados por la querella, que manejan la mafia en el Poder Judicial de nuestro país. No podemos esperar un juicio justo con jueces que tienen presión del jurado de enjuiciamiento de magistrados cuya presidencia está a cargo nada menos que del abogado de la familia Cubas. Ningún juez podrá atreverse a darnos la absolución en esta injusta causa. Por todo esto recurrimos a tu espíritu solidario y tenaz para hacer saber al mundo tanta injusticia que enfrentamos por defender nuestra posición política e ideológica. Te dejamos todo nuestro cariño, nuestro abrazo, nuestra ternura, confiados en tu espíritu internacionalista. Hasta la Victoria Siempre. Los seis dirigentes campesinos: Agustín Acosta, Roque Rodríguez, Basiliano Cardozo, Arístides Vera, Gustavo Lezcano y Simeón Bordón”.
Estos cinco dirigentes campesinos fueron acusados de un crimen que no cometieron en absoluto y fue para sacárselos de encima. Cuando fueron perseguidos cruzaron la frontera y aquí luego se los detuvo por pedido de la policía paraguaya y luego el gobierno nacional los entregó. Esperamos que ahora todos los organismos argentinos de derechos humanos, las iglesias, la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores, la CGT, la CTA, envíen la protesta al gobierno paraguayo. Este hecho nos recuerda a lo que hicimos los argentinos con nuestras peonadas patagónicas en el ’21.
Pero no sólo los paraguayos hacen injusticias. También nosotros, los argentinos, tenemos de qué avergonzarnos. El caso Martino es inexplicable desde cualquier punto de vista. A Roberto Martino, del Movimiento Teresa Rodríguez, se lo detuvo el 15 de mayo del año pasado por protestar por el bombardeo que acababa de realizar la aviación israelí contra poblaciones palestinas.
En su alegato ante el tribunal argentino, el 6 de julio del 2010, Martino fue bien claro. Dijo ante la Justicia: “La agresión militar contra civiles, que Israel denominó ‘Plomo fundido’, contradice los tratados internacionales suscriptos por nuestro país, además de violar los más elementales derechos humanos, tal cual lo confirma el informe de la Misión Gladstone de Naciones Unidas. Según dicho informe, Israel cometió crímenes de lesa humanidad, destruyó 200 escuelas y jardines de infantes, destruyó hospitales y ambulancias bajo el pretexto de que eran de Hamas, cuestión que el informe desmiente categóricamente. Ahora, frente a los flagrantes crímenes llevados adelante con total y absoluto desprecio por la vida humana, con la utilización de bombas de fósforo blanco y bombas tipo racimo ¿no era acaso un deber humano elemental ganar la calle para denunciar el genocidio? Allí radica la explicación de nuestro racismo y mi conducta. Si se considera que por denunciar el genocidio soy merecedor de condena, adelante pues”.
Más adelante dice que ellos eran apenas una decena de personas que portaban pancartas, pasacalles, banderas y volantes que son acusadas de “agredir a 500 miembros de la seguridad del embajador israelí, de la Policía Federal y miembros de la OSA (Organización Sionista Argentina)”.
El caso Martino toca a todos los argentinos que salimos siempre a la calle en la constante lucha contra la violencia, provenga de donde provenga. Porque condenarlo es condenar a todos aquellos que ganan la calle contra la violencia. Sin esos protestantes, la democracia se convertiría en un mito. Así lo han comprendido un conjunto de organizaciones sociales, políticas, de derechos humanos y estudiantiles, que comenzarán el 15 de noviembre una huelga de hambre por la libertad de Roberto Martino. La lucha interminable, pero necesaria.
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jueves, 4 de noviembre de 2010

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Las dos plazas

 

Por Vicente Battista *
 
Mi padre fue antiperonista, aunque lejos estaba de ser gorila. Carpintero y socialista, en 1946 votó por la fórmula Tamborini-Mosca. Poco después, frente a cualquier progreso social impuesto por el flamante gobierno peronista, aseguraba que esa conquista integraba la agenda de Alfredo Palacios. Me crié en una familia de clase obrera que, paradójicamente, no celebraba las mejoras cosechadas para su clase. En septiembre de 1955, con mis victoriosos 15 años, deambulaba por plaza San Martín festejando la caída de Perón cuando de pronto alguien clavó un distintivo en mi solapa. Era de metal dorado, mostraba una V y sobre la V una cruz. ¿Qué hacía esa insignia en la solapa de alguien que se proclamaba ateo de izquierda? Aquella tarde comprendí que estaba en el sitio equivocado, tiré el distintivo a la basura y me marché de esa plaza.
Nunca me consideré gorila, pero siempre evité votar al peronismo. En 2003, y ante la posibilidad de un nuevo gobierno de Menem, busqué la boleta de Néstor Kirchner, aunque dudé a la hora de colocarla en la urna: el hombre venía de la mano de Duhalde, una circunstancia que auguraba futuros desastres. Un año después persistía en mi condición de no ser peronista, pero no me molestaba que me consideraran K. Esa letra inevitablemente remite a Kafka; a Joseph K, que será juzgado y condenado sin entender nunca por qué, y al agrimensor K, que jamás logra entrar al castillo, quizá porque siempre estuvo allí. Aquella K que era sombra y angustia, ahora podía leerse desde la esperanza y la alegría: nucleaba muchísimas propuestas por las que había bregado toda mi vida. En 2007 voté a Cristina Fernández, sin el mínimo asomo de duda.
Lamentablemente, hoy cierta izquierda, con idénticos genes de aquella que en 1946 se acopló a la Unión Democrática, hace causa común con la peor derecha. Repite los errores de ayer. Esto escribió Scalabrini Ortiz en 1943: “No debemos olvidar en ningún momento –cualesquiera sean las diferencias de apreciación– que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el Gral. Perón y el Arcángel San Miguel. Se trata de optar entre el Gral. Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón fortifica a Pinedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opuesto al pensamiento vivo del país”. Vale la pena recordarlo para no tropezar una vez más con la misma piedra. Sabíamos que en 2011 la presidencia iba a estar en manos de Néstor o de Cristina. Poco importaba que fuera él o que fuera ella, ambos respondían al mismo modelo y ambos habían formado una dupla admirable. Y de pronto, a Néstor Kirchner se le da por morirse.
El miércoles 27, camino a Plaza de Mayo, recordé la plaza San Martín de medio siglo antes. Aquella vez bastaba con mirarles las caras y los gestos a quienes festejaban la caída de Perón para descubrir que detrás de esa presunta alegría faltaban las ilusiones y sobraba el rencor. Entonces yo tenía 15 años pero me sentí cargando el desasosiego de un hombre de 70. Ahora, a lo largo de tres días de octubre, en la Plaza de Mayo se lloró la injusta muerte de un hombre justo. Hubo muchas lágrimas, es cierto, pero detrás de esas lágrimas conmovió el fervor de una juventud cargada de futuro que de pronto, y sin más vueltas, recuperaba la esperanza. Era obra de ese hombre que estábamos despidiendo, de ese político tozudo y desprolijo, alegre y apasionado, que vino del sur para hacernos ver que no todo está perdido. Entonces, con mis 70 años me sentí un joven de 15.
* Escritor.
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El legado

 de Néstor Kirchner

 
 
 
Por Ernesto Laclau *
 
 
A medida que los días vayan pasando, el país comprenderá crecientemente las verdaderas dimensiones de la tragedia que representa para los argentinos la súbita desaparición de Néstor Kirchner. Con él hemos perdido al estadista de mayor envergadura que nuestro país haya producido en los últimos cincuenta años. A él estará siempre ligada la transformación profunda del Estado que la Argentina experimentara a partir de 2003.
Hay que situarse mentalmente en el umbral de aquel año para advertir todo lo que ha cambiado. El 2003 no está tan lejano en el tiempo y, sin embargo, lo que lo precediera parece pertenecer claramente a otra época. El país venía de una serie de experiencias traumáticas: la dictadura militar, con la que, en razón de una serie de leyes y amnistías, la ruptura había sido tan sólo parcial; el neoliberalismo menemista que, a través de sus privatizaciones y desregulaciones, había puesto a la Argentina al borde de la bancarrota; el fracaso estrepitoso del gobierno de la Alianza, que condujo a los estallidos de 2001. Había un cinismo y un desencanto generalizados respecto de la política, que encontraría su expresión en el notorio lema “que se vayan todos”.
Ya las movilizaciones sociales subsiguientes a la crisis –las fábricas recuperadas, la extensión del movimiento piquetero y otros fenómenos concomitantes– estaban preanunciando que el ciclo del neoliberalismo estaba llegando a su conclusión. Pero lo que muy pocos esperaban era que esas movilizaciones fueran a encontrar eco y simpatía al nivel del Estado nacional. Fue contra todas las expectativas que ocurrió el 2003. Al principio, el nuevo tipo de discurso fue recibido con un considerable grado de escepticismo. Se trataba, en la apreciación de muchos, de mera retórica, tras la cual habrían de ocultarse las habituales componendas de trastienda. Pero pronto hubo que rendirse a la evidencia: el nuevo gobierno estaba comprometido con un programa total de reestructuración de la sociedad argentina a sus distintos niveles. Programa que no podía dejar de suscitar la adhesión popular, a la vez que herir intereses creados que se habían consolidado a lo largo de decenios. En poco tiempo pudimos verificar el apoyo brindado por el Gobierno a las organizaciones populares; la decisión de operar, a través de los juicios a los represores, el desmantelamiento de la ESMA y otras medidas similares, la ruptura más radical con el pasado dictatorial que haya tenido lugar en el continente latinoamericano; la reorientación nacional de la economía, en el proceso que va desde la ruptura de facto con el FMI hasta el reforzamiento del Mercosur y el rechazo del plan del ALCA de Bush en la reunión de Mar del Plata de 2005; la democratización de la Corte Suprema y de la cúpula militar, etc. Como es sabido, toda esta corriente profunda de cambio fue continuada y radicalizada a través de una serie de medidas legislativas durante el gobierno de la presidenta Cristina Fernández, que ha representado uno de los esfuerzos más ambiciosos y sistemáticos en nuestro continente por reestructurar al Estado y redefinir sus relaciones con la sociedad civil. Todo esto se ha hecho en el marco de una integración cada vez mayor de la Argentina al espectro de los nuevos gobiernos progresistas de América latina. El país está menos solo que nunca en el pasado.
No voy a entrar a discutir la minucia de este programa legislativo. En los últimos días otros –Mario Wainfeld y Horacio Verbitsky entre ellos– lo han hecho en artículos excelentes. Pero sí quisiera referirme a un aspecto clave, que revela la naturaleza del legado de Néstor Kirchner, a la vez que su estilo particular de liderazgo. Me refiero a las resistencias que toda tentativa de cambio profundo suscita y al coro de infundios con el que las fuerzas reaccionarias pretenden combatirla. Hace unos días, los plumíferos de La Nación caracterizaban al kirchnerismo como “populismo autoritario”. La fórmula misma ya es, desde luego, problemática y ambigua, pero cuando se la usa para caracterizar la situación argentina es doblemente absurda. Un populismo autoritario sólo podría ser uno en el que las masas fueran enteramente pasivas y sometidas a un liderazgo que tomara las decisiones sin compartir el proceso deliberativo con nadie. Esto puede llegar a ocurrir en ciertas sociedades –pensemos, por ejemplo, en el Zimbabwe de Mugabe–, pero cuando esto ocurre, la deriva autoritaria es cada vez menos populista, ya que las masas son sustituidas por pequeños grupos de matones reclutados y organizados desde el poder. En tales condiciones lo que prima es el autoritarismo, en tanto que el populismo se limita a una cáscara vacía, a una interpelación meramente retórica, sin participación activa alguna de las masas.
Ahora bien, cualquiera que conozca mínimamente lo que está pasando en la Argentina, sabe muy bien que en ella se da la situación exactamente opuesta. Todas las medidas legislativas han sido tomadas sobre la base de la movilización autónoma de uno u otro sector de la sociedad. ¿Cómo explicar entonces esta insistencia en los peligros autoritarios del kirchnerismo? La respuesta es obvia. Se trata de crear una cortina de humo, por la que la supuesta “defensa de las instituciones” frente al “avance autoritario” no es sino un burdo intento por defender un statu quo en el que las corporaciones medran, frente al intento de democratizar a estas instituciones desde dentro. ¿Recuerdan ustedes la reunión reciente del Sr. Magnetto con líderes de la oposición para planificar algo no claramente especificado pero que, en todo caso, implicaba a claras luces organizar la confrontación con el Gobierno? ¿Y recuerdan ustedes esa otra reunión, mucho más siniestra, en la que se obligó a Lidia Papaleo a resignar el control de Papel Prensa bajo amenazas de muerte? La misma historia acerca de la sórdida acción del poder corporativo frente a la voluntad popular se repite en todas las instituciones. El gran dilema a ser dirimido en los próximos años, comenzando por las elecciones de 2011, es quién va a prevalecer: la Argentina corporativa del pasado o la Argentina popular que comenzó a emerger con las movilizaciones de 2001, que se consolidó en 2003 y que desde entonces ha ido ganando batalla tras batalla.
Es en el umbral de esta confrontación que el nombre de Néstor Kirchner permanecerá siempre como un signo liminar y señero. Ya no será una bandera para las luchas, pero se ha transformado en algo más importante: en un símbolo para las conciencias. Quiero recordar tres aspectos de su obra y de su mensaje. El primero es que fue uno de los demócratas más radicales que la Argentina haya producido en años recientes. Nunca intentó imponer una voluntad burocrática, sino que siempre buscó en las movilizaciones espontáneas de los grupos de base los aliados naturales a través de los cuales pensar, repensar y matizar su proyecto. El segundo es que nunca hizo una interpelación fácil a masas inestructuradas, sino que comprendió que, en las complejas sociedades contemporáneas, cualquier proyecto de cambio tiene que pasar por la transformación interna de las instituciones. No sé si Néstor habrá leído a Gramsci, pero en todo caso su acción política muestra algo que es profundamente gramsciano: la comprensión de que, en las sociedades contemporáneas, no hay populismo fácil; que, sin la mediación institucional, no hay proyecto político coherente. En tal sentido él mostró, a través de su acción política, algo que siempre pensé: que entre institucionalismo y populismo siempre hay una compleja negociación, los resultados de la cual presentarán matices distintos en diferentes sociedades.
Hay, finalmente, una tercera dimensión que es decisiva para entender el legado de Kirchner: su firmeza de acero, su compromiso total con las causas que abrazaba. Era un hombre de lucha, no de transacciones. Esto es lo que indignaba a sus detractores y lo que denominaban su tendencia “a doblar la apuesta”. Creo que se trataba de algo más importante que eso. El tenía perfecta conciencia de la naturaleza de las fuerzas con las que se enfrentaba, y sabía que sólo una voluntad inquebrantable sería capaz de confrontarlas.
¿Qué nos queda por hacer ahora, hacia adelante, después de Néstor? La respuesta es clara: proseguir su obra y completar su tarea. El nos ha legado objetivos que son más vastos que su vida y que la nuestra y que incluyen a todo nuestro continente. América latina ocupará su puesto en esta marcha general de los pueblos que habrá de conducir, desde la barbarie neoliberal, al establecimiento de formas justas, libres y racionales entre los hombres. Ya hemos oído estos últimos días las voces melifluas y viscosas de aquellos que, restregándose las manos de satisfacción, dicen que ahora Cristina está sola y tendrá que contemporizar con la oposición. Los que eso piensan van a encontrarse con una sorpresa. En primer término, parecen no conocer el temple de nuestra Presidenta, cuya determinación militante se ha mostrado en todas las pruebas –muchas duras– que debió pasar durante su gobierno. En todas las circunstancias mostró una claridad de propósitos y una determinación en su ejecución que la coloca en situación de total paridad con su predecesor.
En segundo lugar, Cristina no está sola. Ha perdido, es verdad, al compañero de su vida y la acompañamos todos en su dolor. Pero la acompaña también todo un pueblo, el cual se ha manifestado en los últimos días en una de las expresiones de pesar colectivo más inmensas –quizá la más inmensa– de la historia argentina. Debemos hacerle a Néstor, en las palabras de Antonio Machado, “un duelo de labores y esperanzas”. Cada fábrica, cada escuela, cada hogar, deben erigirse como la expresión de la voluntad colectiva de que la llama que se encendió en 2003 no se extinga jamás. Que todos los argentinos nos identifiquemos con aquellas palabras que José Gervasio de Artigas pronunciara en su lecho de muerte: “Amanece, ensíllenme el caballo”.
* Profesor de Teoría Política (Universidad de Essex).
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