sábado, 16 de mayo de 2015

ELECCIONES NACIONALES

Capital político

Por Luis Bruschtein

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Si hay dos candidatos peronistas y otro que no lo es, y se baja o se pincha uno de los peronistas, el que se favorece es el otro peronista. Los votos no peronistas y los peronistas más anti k de Massa hace mucho que se fueron a Macri. Lo que le queda es un voto que está más cerca de Scioli o de Randazzo que de Macri. En ese contexto, las encuestas ya dan por ganador con varios puntos de diferencia (pero pasando a segunda vuelta) al candidato oficialista. Al bajarse o pincharse Massa, sus votos se reparten, pero van a aumentar la diferencia del oficialismo sobre Macri. Si Massa se uniera a Macri, sucedería lo mismo, porque los votos de Massa son más peronistas que su candidato. Y la imagen laboriosamente construida de Macri tiene tanto de atractiva para el electorado porteño como de rechazo para el peronista clásico.
Más allá de las internas en el Frente Renovador y de las ambiciones personales de sus principales figuras, Darío Giustozzi, el dirigente de Almirante Brown, en la tercera sección electoral bonaerense, la más grande de la provincia, y el intendente que le proporcionó más votos a Massa, no se pasó a la trinchera de Macri, sino que como pudo regresó al espacio peronista. Lo hizo siguiendo sus votos. En 2011, cuando Cristina Kirchner obtuvo el 54 por ciento, Giustozzi había ganado con poco más del 70. En el 2013, cuando se fue con Massa, ganó con poco más del 40 por ciento, a diez puntos del FpV. Tras la sangría en sus filas hacia el macrismo, las últimas encuestas lo mostraban un poco por abajo del Frente para la Victoria. Si seguía con Massa perdía su distrito, razón por la cual el actual intendente Daniel Bolettieri había empezado a negociar una forma elegante de volver al redil.
La declinación de Massa y la anterior de Francisco de Narváez ponen en duda la idea de un peronismo ubicuo y oportunista detrás de ganadores con poder independientemente de sus propuestas. Es una imagen que se mereció el peronismo cuando se encolumnó masivamente detrás del liderazgo desperonizante de Carlos Menem, una versión de folklore peronista de patillas y astucia pero de un neoliberalismo extremo. El peronismo tiene otros defectos, pero nunca antes había ido en ese rumbo que pudo significar su muerte. Sin embargo, que no se haya congelado en esa etapa de despersonalización lo redime en parte también y abre una discusión hacia el futuro. El kirchnerismo no es todo el peronismo, pero comparte la mayoría de sus genes con el amplio espacio de lo que se llamó movimiento peronista. Hay allí una identidad en tensión con los vicios del conservadurismo neoliberal que dejó el menemismo. La diferencia es grande. En el peronismo interactúan los sectores populares a partir de un proyecto de nación inclusiva que contiene sus intereses y reclamos. El conservadurismo neoliberal, en cambio, usa la demagogia para atraer a esos sectores a políticas que van en contra de sus intereses, como si fueran una masa amorfa en alquiler, que es la imagen “populista” –como degradación de lo “popular”– con la que describen al pueblo peronista los antiperonistas, incluyendo los que se definen como progresistas.
La declinación de candidaturas que en su momento parecieron imbatibles, como las de Massa y De Narváez, sin que se produjeran fugas masivas en las bases ni cuadros medios del oficialismo, tiende a demostrar que la identidad peronista no es tan superficial. A su vez, el surgimiento abrupto y las deserciones aceleradas que sufrieron estos liderazgos tan fugaces tienden a demostrar que al mismo tiempo subsisten rasgos que dejó el menemismo. Esa tensión definirá la potencialidad del peronismo como una opción nacional y popular dentro de los cauces en los que fue fundado, a la que el kirchnerismno agregó nacional, popular y democrático.
Pero no se trata de un tablero de ajedrez de negras contra blancas, sino que los escenarios tienden a invadirse y superponerse. Hay entradas y salidas y actitudes cruzadas dentro y fuera. La candidatura de Scioli activa esas zonas grises porque él mismo se define más como aliado del kirchnerismo y no tanto como parte de él y además porque es un candidato que se propone atraer votos ajenos a ese espectro que deberá disputárselos a Macri. Tendrá que reafirmar la confianza del voto kirchnerista sin perder su capacidad de atracción del no peronista. Dos maniobras simultáneas que no serán fáciles.
Su aparición en el programa de Tinelli fue un ejemplo. Le hace perder puntos por un lado y ganarlos por el otro. La llegada de Scioli a la política durante el menemismo le hace más costosa esa tarea porque su presencia en el programa retrotrae a ese recuerdo y a la farandulización del menemismo. Es difícil saber si ganó algún punto, pero demostró que, si bien es fiel a su recorrido junto al kirchnerismo, tiene su propio camino.
Florencio Randazzo, su adversario en la interna presidencial del oficialismo, no carga ese lastre. Si iba, no detonaba ninguna historia de su pasado, pero prefirió enfatizar la diferencia negándose a participar. La apuesta del ministro está en su capacidad como administrador, en la gestión de pasaportes y DNI y en los ferrocarriles.
Son los dos aspirantes a la máxima candidatura en el Frente para la Victoria que mejor miden en las encuestas y los que finalmente quedaron en carrera después de la exhortación de la Presidenta a reducir la oferta electoral a los más competitivos. En los sondeos Scioli lleva la delantera, y Randazzo ocupa un lugar que lo mantiene en carrera.
Hay una diferencia todavía grande en el conocimiento popular. Scioli construyó su imagen en el deporte desde los años ’80 y su bella mujer era modelo desde aquella época, fue ministro en los ’90, vicepresidente de Néstor Kirchner y gobernador bonaerense. Randazzo se proyectó como el ministro kirchnerista que facilitó y abarató requerimientos ciudadanos como la documentación, que antes era una obligación burocrática, compleja y cara para el Estado. Y abordó la problemática supuestamente imposible de los ferrocarriles con lo que benefició a millones de pasajeros.
Son dos candidatos en carrera y los dos (o ninguno) juegan con aval presidencial. Cristina Kirchner no ha intervenido en esa competición. En Brasil, Lula terminó su mandato con una alta imagen positiva, igual que Cristina Kirchner, y a pesar de que su partido es más chico que sus aliados del PMDB, tuvo la posibilidad de designar a Dilma Rousseff como su sucesora. Es cierto que el mismo PMDB se retiró de esa discusión. En la historia argentina, Cristina Kirchner culmina su mandato con una imagen positiva mayor al 50 por ciento. Una fortaleza que sólo comparte como presidenta democrática con su antecesor Néstor Kirchner. Esa cualidad es nada más que el síntoma de algo más, es la punta del iceberg que cualquier político hubiera querido tener, de una energía política que se proyecta mucho más allá de su gestión. Y además, a diferencia de Brasil, la fuerza que representa será sin duda la mayor de cualquier alianza que conforme. Sin embargo, las circunstancias determinaron que no haya podido ser la que designe a su sucesor.
El poder tiene esos recortes en política porque depende de infinidad de factores. La Presidenta está en condiciones de pedir “un baño de humildad” para reducir la oferta electoral del FPV y en menos de 48 horas se bajan tres candidaturas presidenciales y tres a gobernador bonaerense. Pero no va a inclinar la balanza entre los candidatos que queden, aunque como jefa política puede reclamar el derecho a intervenir en el armado de las listas legislativas y en lo equipos de colaboradores.
Como no se instaló previamente un candidato visibilizado y consensuado, al no intervenir ahora en su designación directa, resguarda su liderazgo de las heridas y resentimientos que provocaría esa elección. También preserva ese lugar de conducción pospresidencial al intervenir en la confección de las listas de legisladores y colaboradores.
Es cierto que hay una disposición de neutralidad en la competencia por la candidatura presidencial. Pero si se toma en cuenta el contexto, esa actitud pierde el aspecto de un movimiento de retirada y se muestra más bien como de consolidación y preservación para un cambio de lugar. Cristina Kirchner está resguardando su fuerza, quiere sumar y no restar porque se prepara para otra tarea. Toda la atención está puesta en las candidaturas y ella no está eligiendo a su sucesor, está fuera de foco, a un costado de ese escenario que ha capturado el interés de amigos y enemigos. En ese escenario se mantiene al costado porque prepara el terreno para mantener una conducción estratégica. Es un lugar difícil que está vacante en el peronismo desde hace varias décadas, pero cuenta a su favor con el fuerte impulso de estos doce años de gestión, un inmenso capital político que sólo ella puede usufructuar.
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