sábado, 13 de diciembre de 2014

derechos humanos y democracia

Nabo frito

Por Luis Bruschtein

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El ajetreo electoral es intenso, por momentos caótico, con metas cambiantes, candidatos todavía en prospecto y otros fugaces, pero se sucede a la velocidad de la luz porque hay un clima de incertidumbre alimentado porque ninguna boleta llevará el apellido Kirchner. Los candidatos ensayan estrategias y outsiders inesperados intentan pescar en el revuelo. El Nabo Barreiro tiene tendencia a la verborragia y la figuración. Su intento patético de torturador travestido en prócer victimizado funcionó a la salida de la democracia, fue el disparador del levantamiento carapintada que le manoteó a la Justicia la ley de Obediencia Debida. Casi treinta años después la misma actuación debería causar indignación o vergüenza ajena. Pero aparece en medio del jaleo del kirchnerismo y el antikirchnerismo enfrascados en dilucidar futuros próximos y lejanos. Da señales contradictorias. Ofrece información sobre secuestros y torturas y después dice que nunca existieron. Se queja de que Cristino Nicolaides haya ordenado destruir toda la información que le hubiera servido para demostrar lo que dice, pero si la tortura y los secuestros no existieron, no se entiende la orden de Nicolaides.
No es que el Nabo sea inteligente, pero es un ex oficial de inteligencia, era el jefe de los torturadores-interrogadores de La Perla, sabe embarrar la cancha, aprovechar debilidades, engrosar dudas, crear falsas expectativas. Habla entre mentiras y verdades, construye un discurso que busca sondear a la sociedad. En psicología se lo define como “psicopatear”, que en criollo sería algo así como “patear la cabeza” a la sociedad. El torturador es un psicópata, que no es lo mismo que loco. La diferencia con otras patologías es que el torturador es irrecuperable, la tortura destruye también al torturador, no tiene retorno, sabe la diferencia entre el bien y el mal y la usa a su antojo, es esencialmente un amoral.
El torturador busca extraer información de su víctima, necesita quebrar su voluntad, romper su moral. La pregunta es cuál es la información que Barreiro trata de extraer de la sociedad en este contexto de agitación, de expectativas exacerbadas por un año electoral. La pregunta entonces también es cuál es la moral de la sociedad, cuál es la firmeza de su voluntad, si es que existe en forma unívoca, o mayoritaria o sólo minoritaria. La pregunta es si está incorporado ya como moral y voluntad de esta nueva democracia que el torturador debe ser castigado, separado del resto de las personas y que no cumplió con ningún deber.
Quizá se trate del acto solitario de un patán. Pero es un patán que representa un sentido común que fue muy extendido en el país durante muchos años, incluso después de la dictadura. Junto con Seineldín, Barreiro fundó la Logia Integralista de militares de ultraderecha, después fundó el Modin con Aldo Rico y más tarde participó en la campaña de Carlos Menem. Algunas de sus víctimas, sobrevivientes de La Perla, recuerdan que se autodefinía como antisemita y peronista de ultraderecha. Como buen nacionalista de derecha, eligió Estados Unidos como segunda patria para huir cuando el peronismo logró la anulación de las leyes de impunidad que lo habían favorecido.
Barreiro manipula la necesidad de verdad de los familiares de las víctimas y de la sociedad. Amaga con romper el pacto de silencio y aprovecha para ganar espacio en los medios. Entrega algunos nombres, especula: verdad a cambio de impunidad, como contracara de justicia pero con silencio. En verdad no entrega nada. Los 25 nombres corresponden en su mayoría a militantes populares que habían caído antes del 24 de marzo de 1976. Son víctimas del accionar represivo de su antecesor en La Perla, el ex capitán Héctor Vergez, otro “nacionalista” que fue guardaespaldas de María Julia Alsogaray durante el menemismo. Vergez es el típico psicópata: había creado una fundación para ayudar a los jubilados y en realidad la usaba para estafar y apropiarse de sus casas. Barreiro desprecia a Vergez con quien mantiene diferencias desde la época de la represión. Por eso, la información que entregó tiene muy poco valor real. Lo único que hace es generar una expectativa y abrirle espacios en los medios.
Pero algo pasó por su cabeza. Su jefe, el dictador Jorge Rafael Videla, dijo poco antes de morir que “lo peor que le había pasado eran los Kirchner”. El apellido no estará en las boletas del año que viene. Mauricio Macri ha dicho que si gana “se acabará con el curro de los derechos humanos”. Otros candidatos hablan, sugieren, entredicen y no terminan de ser claros, pero suena una definición capciosa: “Justicia completa” o “memoria completa”, incluso entre la madre de un desaparecido que militó a favor de la guerrilla. El concepto se emparienta con los Juicios de la Verdad, como los de Sudáfrica y Brasil, donde a cambio de la verdad, asesinos y torturadores quedaron en libertad. Y ese concepto se roza con la sonda que envía el torturador Barreiro. Es una sonda que entrelaza complicidades en los dichos de Macri, en la necesidad de verdad de los familiares de las víctimas, o en el discurso justificador del terrorismo de Estado de la “justicia completa” o la “memoria completa”. La oposición no ha sido clara y en algunas alianzas, como FA-Unen, ni siquiera hay una definición en común entre lo que pueda pensar Pino Solanas y Ernesto Sanz u Oscar Aguad. La misma opacidad estaba en los discursos de campaña de Carlos Menem en 1989 cuando se le preguntaba por la amnistía. Era obvio que la iba a decretar, pero en la campaña no lo decía con claridad. Cuando habló Cristina Kirchner en el Día Internacional de los Derechos Humanos pidió que los candidatos presidenciales expresaran cuáles serán sus políticas de derechos humanos.
Como la mayoría de los políticos han sido interpelados alguna vez por el movimiento, lo miran con recelo y no aciertan a darse cuenta de la trascendencia que tiene esta temática en la construcción institucional de estos años. En una sociedad sin tradición democrática, la legitimidad democrática no surge de la clase política, ni gremial, ni de la Iglesia, ni mucho menos de las Fuerzas Armadas, sino de la resistencia pacífica y democrática de los organismos de derechos humanos contra la dictadura. En esa epopeya está la reserva más importante de valores éticos y democráticos que hay en esta sociedad. Desde el 10 de diciembre de 1983 hasta ahora los gobiernos han tomado esta problemática o han tropezado con ella, y la democracia se fue delineando en gran medida en esa serie de encuentros y desencuentros. Está más allá de la decisión de los gobiernos: si no se le quiere dar importancia, se convierten en importantes por eso. Y si se le da importancia, también. Es el contrapeso a la gran noche de la dictadura: lo que más se violentó y negó en ese momento es lo que más pesa ahora.
Ni siquiera Mauricio Macri se puede dar el lujo de ningunear esta problemática porque se le podría convertir en el peor clavo de su cruz. A pesar del peso que tienen los derechos humanos en la conciencia de la sociedad, la mayoría de los gobiernos –con excepción de la primera etapa del alfonsinismo y de los actuales gobiernos kirchneristas– buscaron formas de impunidad para los represores. La anulación de las leyes de impunidad y la realización de los juicios a los represores constituyen un logro estratégico en la construcción de sustentabilidad y ciudadanía de esta democracia. Los medios concentrados de comunicación en general fueron contrarios a este proceso al igual que la mayoría de los políticos que se declaman republicanos o democráticos.
Solamente está claro lo que haría el kirchnerismo –peronistas o no– porque ni siquiera es posible saber lo que harán algunos de sus aliados. Cuando la oposición pasó por el gobierno –desde la derecha peronista y radical hasta algunos progresistas moderados–, buscaron la impunidad de los genocidas. Es difícil saber lo que piensan ahora, ya que consideran que el kirchnerismo ha monopolizado los derechos humanos. La frase de Macri daría la impresión de que la búsqueda de impunidad pasaría por un discurso para desacreditar a los organismos de derechos humanos. Esa ha sido la estrategia de estos años: desacreditar a los protagonistas de políticas activas y progresivas como principal curso de acción, sin plantear opciones concretas, y muchas veces escondiéndolas por su carácter impopular.
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viernes, 12 de diciembre de 2014

ENTREVISTA A JORGE CASTRO RUBEL, EL ULTIMO NIETO EN RECUPERAR SU IDENTIDAD


“Hay una necesidad vital de saber los orígenes”

Es sociólogo, hace una semana supo que era hijo de los desaparecidos Hugo Castro y Ana Rubel y que había nacido en la ESMA. “Es una bomba, una conmoción que te digan que la historia que conocés está incompleta o está equivocada, pero te lo tienen que decir.”

Por Victoria Ginzberg

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El 24 de marzo de 2004, Jorge Castro Rubel estuvo en la ESMA. Fue al acto en el que se anunció que el lugar se iba a convertir en un Espacio para la Memoria y que terminó con una multitud entrando al lugar que los marinos habían intentado preservar como un santuario. El estaba volviendo, pero no lo sabía. Había nacido ahí, en junio o julio de 1977, en una piecita del Casino de Oficiales. Fue un bebé prematuro y de poco peso que los represores llevaron a la Casa Cuna. Jorge se enteró de esta historia, la suya, hace una semana. Hasta que una tía se acercó para decirle que quienes creía que eran sus padres no lo eran, nunca había tenido dudas sobre su identidad. Pero en ese instante supo que podía ser hijo de desaparecidos. Lo siguiente fue llamar a Abuelas de Plaza de Mayo. “En un primer momento me moviliza pensar que no podía ser egoísta si había una familia que me estaba buscando. Sentí una responsabilidad con ellos. Pero después fui entendiendo que también era por mí, que era muy importante conocer mis orígenes”, le cuenta a Página/12.
Jorge Castro Rubel es sociólogo. Estudió en la UBA y ahora es investigador asistente del Conicet. Hizo su tesis sobre el proceso de lucha sindical en el subte y ahora está indagando en la relación entre conflicto social y cultura. Es rubión y disimula que le faltan tres años para los cuarenta. Vive en un sencillo departamento en Villa del Parque con su mujer y sus dos hijos. En las paredes hay unos pocos cuadros y varias calcomanías que dejaron a su paso los pequeños. Los libros son los otros objetos que se destacan en el ambiente.
Jorge es hijo de Ana Rubel y Hugo Castro, militantes de las FAL, que fueron secuestrados en enero de 1977 por el Ejército y estuvieron en algún centro clandestino de detención dependiente de esa fuerza hasta que Ana fue llevada a la ESMA para dar a luz. “El hijo nació sietemesino: tenía dos kilos, era varón y dos días después ella gritaba, preguntaba, quería saber y trajeron una incubadora para la criatura, pusieron al chiquito y ella me pedía por favor que mirara si tenía todos los dedos, los piecitos, si tenía alguna característica particular, y dos días después fueron trasladados”, contó al declarar en el juicio por el plan sistemático de apropiación de bebés Sara Solarz de Osatinsky, una sobreviviente de la ESMA que junto con Alicia Milia estuvo en el nacimiento de Jorge.
“Había en mi mamá una gran voluntad de que yo naciera y se ve que en mí, una gran voluntad de vivir”, dice ahora Jorge.
–¿Cómo te enteraste de que eras hijo de desaparecidos?
–Nunca tuve dudas sobre mis orígenes. Tampoco era un tema que se hablara demasiado. En cualquier familia se da por hecho, si no se habla algo en contrario, de que los hijos son los hijos. Hasta que en agosto una tía se acercó y me dijo que entendía que un chico... o más bien un joven de 37 años no podía no saber sus orígenes y que me quería contar que era adoptado.
–¿Ella sospechaba que podías ser hijo de desaparecidos?
–No. Ella no sabía más que eso. Por la edad que tengo, era una posibilidad. Pero los chicos que atravesaron mi situación son estadísticamente pocos. Inmediatamente le dije: “Yo nací en el ’77, ¿soy hijo de personas desaparecidas?”. “No lo sé”, me dijo.
–Fue bastante automática tu suposición.
–Fue bastante automática porque sé bien lo que fue la dictadura cívico-militar, el plan sistemático de robo de bebés. Era una posibilidad que evaluaba desde el conocimiento de lo que había pasado en la Argentina. Fui a hablar con mis padres. Hubo algunos chisporroteos y una dificultad muy grande de ellos de abrirse y contarme que no eran mis padres biológicos. Después de unos días de tensión, me confirmaron que no era hijo biológico de ellos, que para ellos no significaba quererme menos y que no conocían mi origen. Me contaron lo que ellos sabían: que un día, cuando mi papá estaba de guardia en la Casa Cuna –es médico–, llegaron dos personas y dejaron un bebé en muy malas condiciones.
–¿Eran dos hombres de civil?
–Eran dos hombres entre veinte y treinta años vestidos de civil. El me atiende –es pediatra endocrinólogo– y se da cuenta de que yo era muy chiquitito, muy prematuro. Ellos no tenían hijos, y ahí decide llevarme con él y con mamá. Y es todo lo que ellos me transmitieron que saben.
–¿Vos sabías que habías sido prematuro?
–Yo sabía que había nacido con bajo peso. Esa es la información que tenía. Mi papá me lleva al departamento donde vivían y me engordaron a lo loco, me hicieron una incubadora artesanal y salí adelante.
–¿Te enojaste con ellos porque te mintieron?
–Sí. Me enojé desde el lugar de que una persona de 37 años no puede vivir sin saber cuáles son sus orígenes. Además de todas las repercusiones que puede tener, por ejemplo cuando vas al médico y te dicen si tenés herencia de tal o cual cuestión, decís que no la tenés, pero la respuesta en realidad es que no sabés. Sí, me enojé. Me parece que el silencio de ellos tiene que ver con un prejuicio muy dominante en otra época, de “pobrecito, no le digamos a este chico que es adoptado”, que por suerte hoy en día ya no existe y se estimula que desde chicos sepan la verdad. Sabiendo que no era hijo biológico de ellos, lo que hice fue pensarlo... un poquito; pero yo tenía la convicción de que me tenía que hacer los análisis con el Banco Nacional de Datos Genéticos. En un primer momento lo que me moviliza es pensar: “Si hay una familia que me está buscando, yo no puedo ser egoísta y hacerme el tonto, por ahí hay familia, amigos de quienes me gestaron que están hace una vida buscándome”. Yo sentí en primer lugar una responsabilidad con ellos. Pero después, en terapia, fui entendiendo que también era por mí, que era muy importante conocer mis orígenes. Junté coraje y seguí el camino establecido por Abuelas y Conadi.
–¿Sabías lo que tenías que hacer o te pusiste a averiguar?
–Sabía cuál era el trabajo de Abuelas. Me crié en una familia en la que las Madres y las Abuelas eran bien vistas. El diario en la casa siempre fue Página/12. Me metí en la página de Abuelas, llamé, me bajaron un poco el copete. Me dijeron que después de Guido estaba todo desmadrado. Después me derivaron a la Conadi. El 11 de noviembre me fui a analizar. Ahí empezó la ansiedad en serio. Los resultados me los dieron el 4 de diciembre. Confirmar o descartar: cualquier respuesta iba a ser impactante para mí. Pero la respuesta positiva fue la mejor. Además es sentir que uno de algún modo lleva una felicidad enorme a un montón de gente, y todo lo que significa el proyecto de Abuelas y de restitución de las historias.
–También te encontrás con que tus padres están desaparecidos, que fueron asesinados.
–Sí, es muy difícil. De a poco los estoy conociendo por relatos. Estoy en la vorágine.
–¿Cómo te informaron los resultados?
–Me llamó Claudia Carlotto (la titular de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, Conadi) y me citó. Le dije que si no me decía, no iba a llegar vivo y que si me estaba llamando ella era porque había dado positivo. Me dijo que vaya en ese momento y le pregunté en qué grupo familiar había dado, e inmediatamente fui a la compu y vi quiénes habían sido mis viejos. En todo este proceso yo miraba mucho la página de Abuelas, buscaba los parecidos, me había detenido en ellos, pero no eran por quienes daba más fichas. Claudia me contó quiénes eras mis viejos y nos fuimos para el centro con mi mujer. Le dije que manejara ella porque íbamos a tener un accidente. En la Conadi me recibieron muy bien. La verdad es que en todo el proceso encontré calidez, contención y respeto. El mensaje para los que tienen miedo es que no lo tengan. Claudia me mostró las fotos de mis padres.
–¿Ahí conociste a Alicia Milia, la sobreviviente que presenció tu parto?
–Primero me preguntaron si quería conocer a mi familia biológica. Yo dije: “Totalmente”. Después me dijeron si quería conocer a Alicia. Ella me vio y se emocionó mucho. Buscaba obsesivamente mi lunar porque se acordaba mucho de eso.
–Algunos nietos empiezan a resignificar algunas cosas luego de recuperar su identidad, encontrar coincidencias o diferencias con sus padres. ¿Te pasó algo así?
–No creo mucho en la cosa mística. La entiendo y la respeto, mi familia está un poco en eso, en fijarse si compartimos rasgos de personalidad. Pero sí están los parecidos físicos. Obviamente, mi familia Castro me encuentra totalmente parecido a mi papá y mi familia Rubel me encuentra parecido a mi mamá. Yo creo que soy una mezcla de los dos. Vamos a decretar un empate. En cuanto a la personalidad, voy conociendo de a poquito. Pero mi identidad se fue construyendo en 37 años. Esto me viene a enriquecer la vida. Me parece una información esencial conocer mi origen. Pero esto no desplaza mi historia, no empiezo de nuevo, esto me enriquece. Y reformulo muchas cosas.
–¿A quiénes conociste de tu familia?
–Avancé mucho. Me encontré con mi tío Ruben y su esposa, mi tía Mari. Estuve con mi prima Andrea, del lado Castro, y pegamos una onda bárbara. Y me había encontrado con mi tía Perla Rubel, su marido Samuel y mi prima Mariana. En el juzgado, en un contexto un poco adverso, conocí a la prima de mi mamá Susana, que fue la última persona que la vio viva y a quien le contó que estaba embarazada. Todo es muy emocionante.
–¿Te acordás de cuando supiste que había habido desaparecidos? ¿Eras de ir a marchas?
–A marchas del 24 de marzo fui a muchísimas. Estuve el 24 de marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner hizo el acto. Estaba detrás del corralito sacando fotos y escuchaba a Juan Cabandié contando su historia. La verdad es que me emocionaba mucho, me parecía increíble lo que había pasado en la ESMA y me parecía muy fuerte la materialización de ver a un chico, ya en ese momento un pibe de 25 años, que habló con esa fortaleza y contando esa historia tan cruda.
–Y vos habías nacido ahí también. ¿Volviste?
–No volví. Quiero volver más tranquilo. Seguramente va a ser la parte más dura, espero estar fortalecido para hacerlo.
–Decías que lo que pasó en los ’70 no te es ajeno, pero, ¿cómo te llevás con el tema de la militancia? ¿Cuál es tu lectura? ¿La cambiaste ahora?
–No, la lectura no la cambié. Siempre respeté y reivindiqué los procesos de transformación social, y en ese sentido siempre me sentí cercano a ese proceso de lucha.
–¿Seguiste las noticias sobre el encuentro de Ignacio Guido Montoya Carlotto?
–Sí. Miraba la conferencia de prensa y se me caían las lágrimas.
–Pero no dudabas.
–No. Incluso a mi compañera le decía: “Si yo no tuviera certeza de que soy hijo biológico de mis padres, me haría el análisis”.
–Entonces había algo.
–Se me pasó ese pensamiento, pero lo dije como una hipótesis: “Si yo no tuviera la certeza de ser hijo biológico de quien soy, me haría los análisis”. Porque soy del ’77. Cuando fue el caso Noble Herrera, yo entendía las repercusiones que había alrededor, pero me preguntaba cómo podía ser que habiendo tantas personas buscándote tantos años no tengas el compromiso de ir a hacerte el ADN para reparar tanta tragedia. Entendía las contradicciones que podían tener, pero me parecía que tenían una obligación de aportar lo suyo.
–Cuando viste a Ignacio, te conmoviste, pero no tuviste dudas. ¿Creés que tu tía, que te contó que eras “adoptado”, pudo haber influido ese caso?
–Puede ser. El día que se confirmó la historia de Guido, ella me mandó un mensaje que decía: “La puta madre, apareció el nieto de Estela”. Puede ser que haya incidido. Pero creo que nadie de mi familia de crianza sabía que yo podía se hijo de desaparecidos.
–¿No se lo imaginaban por la época?
–Son gente informada. Pero somos 400 que nacimos en esas condiciones sobre 40 millones, las probabilidades son pocas.
–¿Y cómo tomaron tus “padres de crianza” el hecho de que sos hijo de desaparecidos?
–Se están acomodando a la idea. Mi mamá de crianza inmediatamente se puso contenta porque había encontrado mis orígenes. Y seguimos en un contacto cotidiano, porque no me voy a desvincular de ellos.
–Y tenés tu propia familia, mujer, dos hijos. ¿Cómo fue el proceso para ellos?
–Ellos absorben toda la vorágine que estoy viviendo. Vamos a buscar asistencia para introducir a los chicos en la historia. Para la más chiquita es más fácil, tiene un año y siete meses, pero el que tiene cuatro ya entiende mucho de lo que pasa. Ve mis cambios, por momentos estoy feliz y por momentos me bajoneo, pienso en las condiciones en las que nací y cómo sobreviví, y eso me pone muy mal.
–Estela Carlotto dijo que había sido un milagro.
–Sí. Había en mi mamá una gran voluntad de que yo naciera y se ve que en mí, una gran voluntad de vivir.
–¿Por qué es importante para vos saber la verdad?
–Porque creo que no se puede vivir sin conocer la historia y los orígenes de uno. Uno tiene la obligación y la necesidad vital de saber cuáles son sus orígenes. Y las familias deben saber si el chico que están buscando está, y si está bien. Luego, las historias de cada uno son particulares y cada uno las procesa a su modo. Cada uno hace lo que puede y quiere con eso. Yo elijo profundizar en el conocimiento de mis viejos, de su historia y conocer a mi familia. Es importante que la gente que tiene información o dudas sobre los orígenes de un familiar se las transmita ya directamente a ellos, porque somos gente que estamos cerca de los cuarenta. Es una bomba, una conmoción que te digan que la historia que conocés está incompleta o está equivocada, pero te lo tienen que decir.
–¿Te molestó no haberlo sabido antes?
–Cuanto más rápido se sabe, es mejor. También me encuentra con una fortaleza que me permite atravesar situaciones difíciles, aunque se me han desacomodado los muebles. Pero sí, uno siente que perdió tiempo y eso no se puede recuperar.
–El secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, dijo que la Presidenta te quería conocer. ¿Vos tenés ganas?
–Sí. Claro que sí. El gobierno desde Néstor Kirchner ha aportado mucho en distintos sentidos, entre ellos cambiar un clima cultural. Lo que se ha hecho desde el gobierno es una pata importante para que se hayan profundizado estos procesos de búsqueda y reivindicación.
–Sos mayor de lo que eran tus padres cuando murieron. ¿Te da impresión?
–Ellos eran unos chicos con relación a lo que soy hoy yo. Choca mucho. Si bien los veintipico de antes no son los veintipico de ahora, hubo una generación muy joven que perdió trágicamente la vida cuando la tenía por delante. Ver esa juventud es muy difícil.
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martes, 9 de diciembre de 2014

Documento de los Curas en Opción por los Pobres sobre la Iglesia y la dictadura


“Aún hay cuentas pendientes”


Por Washington Uranga


En un extenso y categórico documento a propósito de la Navidad que se acerca el grupo de Curas en la opción por los pobres reconoció los pasos dados por el Episcopado católico en relación con los temas de derechos humanos, pero subrayó que “todavía hay muchas cuentas pendientes” y exige de los obispos gestos y manifestaciones concretas que apunten, por una parte, a asumir institucionalmente la responsabilidad que le cupo a la Iglesia en las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura y, por otra, a reparar de manera efectiva los daños causados. En el texto se reclama la apertura de todos los archivos de la Iglesia vinculados con presuntas violaciones a los derechos humanos, que se exija a capellanes castrenses el aporte de información y se sancione eclesiásticamente a miembros de la Iglesia a quienes se considere responsables de delitos contra los derechos humanos.
Los sacerdotes piden que definitivamente el Episcopado se aparte de la llamada “teoría de los dos demonios”, y si bien señalan que hablar de “dos Iglesias” es “falso y superficial”, sostienen que existen “dos modelos de Iglesia”, recordando que así como hubo complicidades con las atrocidades de la dictadura, también hubo cristianos, incluso miembros de la jerarquía, que lucharon contra la dictadura y cayeron como víctimas de violaciones a los derechos humanos.
“La Iglesia no fue un actor más en este oscuro período de nuestra historia (la dictadura), sino ciertamente un protagonista central. Su participación fue compleja y la ubicación de sus miembros, diversa. El apoyo político de la mayoría del Episcopado a los que deben sumarse nuncios y capellanes militares fue fundamental para la ejecución del plan represivo de la dictadura, que actuó en nombre de los valores del Occidente cristiano”, dicen los curas en el texto titulado “Las responsabilidades de la Iglesia en el proceso de memoria, verdad y justicia”.
Reconocen que “también una Iglesia víctima del terrorismo de Estado que padeció torturas, asesinatos, desapariciones”, y entre ellos hubo laicos, religiosos, curas y obispos cuyo “compromiso con el evangelio de la vida, la opción por los pobres y el acompañamiento a las luchas populares los convirtió en enemigos de los defensores de la nación católica y de la divinización del mercado”. Pero los firmantes del documento subrayan que pasados casi 40 años del martirio del obispo riojano Enrique Angelelli, “los obispos no emitieron palabra”, así como “llama la atención que la Iglesia jerárquica no se haya sentido perseguida en la dictadura, habida cuenta de que muchos de sus miembros fueron torturados, asesinados o desaparecidos”. Y manifiestan que “es más llamativo todavía que la misma Iglesia sí afirme sentirse perseguida en períodos democráticos”.
Respecto de recientes gestos de los obispos, los curas dicen que “parecería haber una conciencia repentina del Episcopado, manifestada por algunos de sus miembros, de la urgencia de prestar colaboración con el esclarecimiento de los crímenes de la dictadura y el paradero de los desaparecidos y niños apropiados”, si bien advierten que quizás este cambio de actitudes esté “motorizada por las inquietudes del papa Francisco”.
Reconociendo la importancia de tales gestos los curas señalan, no obstante, que “suena muy contradictorio que los que llevan décadas ignorando a los organismos de derechos humanos y resistiéndose a reconocer una complicidad manifiesta con los crímenes de la dictadura sean ahora los que pidan colaboración”. Y se preguntan los curas si “¿no tendría que haber un reconocimiento explícito de no colaboración con el esclarecimiento de los crímenes de la dictadura hasta el pasado reciente? ¿No tendría que haber explicaciones acerca de por qué la Iglesia no ha participado nunca oficialmente de los actos conmemorativos del 24 de marzo?”. Y en otro párrafo, después de señalar la responsabilidad de los capellanes militares y de fuerzas de seguridad, agregan que “seguramente el Episcopado argentino puede mucho más que ‘exhortar’ a que se sientan ‘moralmente obligados’ a brindar información y manifestarse responsables de sus delitos”.
Hay también una mirada sobre las complicidades de la institución eclesiástica católica con el modelo económico impuesto por la dictadura. Y recuerdan en este caso que “la negativa sistemática del Episcopado argentino a manifestarse críticamente ante la extorsión de la Deuda Externa, la sintonía con la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa y alguno de sus miembros relevantes, como José Alfredo Martínez de Hoz, la presencia permanente de empresarios del mundo cerealerosojerorural en organismos laicos del Episcopado, como la Comisión Episcopal de Pastoral Social, son síntomas preocupantes de esta cercanía” de los obispos con el poder económico.
En las conclusiones del documento los curas vuelven a valorar los gestos recientes del Episcopado, pero insisten en que “un sincero pedido de perdón debe ir acompañado no solamente de reparación sino de gestos y actitudes concretas que manifiesten visiblemente el cambio de actitud”. Porque “pedir perdón por ‘si hubiéramos hecho’ algo, y seguir eligiendo modelos económicos coherentes con el genocidio por ser genocida también el modelo, es algo incoherente con el perdón requerido”.
Los Curas en la Opción por los Pobres sostiene que “la exhortación a colaborar con información a quienes la tuvieran debería ir acompañada de un transparente gesto de apertura de archivos, exigencia a los capellanes militares, policiales y otros que tuvieran información a que la brinden sin ninguna reticencia, e incluso ‘exhortarlos’ a que se entreguen a la Justicia si hubieran delinquido”. Se reclama “aplicar hacia ellos sanciones canónicas correspondientes” dado que, por ejemplo, Christian von Wernich “no haya sido expulsado del estado clerical y siga celebrando la eucaristía” resulta “un escándalo que clama al cielo”. Los Curas cierran su mensaje navideño reiterando que “queremos ser una Iglesia pobre y de los pobres”, capaz de construir “otro mundo” donde “la vieja pregunta de nuestros hermanos mayores, los Curas del Tercer Mundo, ‘Feliz Navidad ¿para quién?’, la podamos responder mirando cara a cara a los pobres, a los despreciados, a las víctimas para brindar con ellos por un mañana mejor. Y caminar juntos”.
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