domingo, 27 de abril de 2014

A VEINTE AÑOS DE LA MASACRE PLANIFICADA POR LA MAYORIA HUTU EN RUANDA

Duelo de cien días para recordar el genocidio


En el Memorial del Genocidio de Kigali, ciudad de las mil colinas y capital de Ruanda, yacen los restos de 250 mil ruandeses asesinados. Cientos de cráneos están en exposición y el resto de los cuerpos, enterrados en fosas comunes.


Por Gustavo Veiga

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Un joven observa las herramientas usadas como armas durante el genocidio de Ruanda que se exhiben en el Memorial de la Shoa en París.
En Ruanda transcurren hoy los cien días de duelo en memoria del genocidio. En la lengua local, el “itsembawoko”. Son cien días cuyo significado se resume en una palabra: “kwibuka” (memoria). A veinte años de la masacre planificada por la mayoría hutu contra 800 mil ruandeses ocurrida entre abril y julio de 1994, los protagonistas de aquel momento han reaccionado de modo distinto ante la evocación. La ONU acaba de pedir perdón una vez más por su inacción. Paul Kagame, el presidente de la pequeña nación africana, les echó la culpa a Francia y Bélgica de estar detrás de las muertes, la mayoría tutsis, de su propia etnia. El repaso de los hechos tampoco lo exime de acusaciones al mandatario, cuestionado en el exterior por crímenes semejantes a los que él denuncia, cometidos en su propio país y el Congo (ex Zaire). Por eso, analistas especializados en Africa hablan de dos genocidios: el “oficial”, que se conmemora en Ruanda y el que lo siguió, cuando Kagame tomó el gobierno después de derrotar a las milicias hutus Interahamwe.
“La comunidad internacional hizo todo lo posible para ignorar a Ruanda. No estaba en su radar, no era de su interés, no tenía valor estratégico.” Con estas palabras, el ex general canadiense Romeo Dallaire, a cargo de las tropas de la ONU en el ’94, definió lo que pasó hace veinte años. Senador en su país, recorre el mundo dando charlas sobre su experiencia y escribió un libro en 2004 que se llama: J’ai serré la main du diable (Yo he estrechado la mano del diablo). En él cuenta las atrocidades que vio y que lo llevaron a pensar en suicidarse por la depresión en que cayó.
Kigali es la capital del país de las mil colinas. Allí se levanta el Memorial del Genocidio, donde quedará encendida una llama votiva durante los cien días de evocación. En el lugar yacen los restos de 250 mil ruandeses asesinados. Cientos de cráneos están en exposición y el resto de los cuerpos enterrados en fosas comunes.
En el estadio Amahoro, también de la capital, hubo un acto oficial el 7 de abril, la fecha que el gobierno toma como comienzo del genocidio. Estuvieron el presidente Kagame, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon y el ex premier británico, Tony Blair, entre otros.
Una procesión que se repite todos los años, Caminar para recordar, finalizó en la cancha donde Ruanda jugó las Eliminatorias del Mundial de Brasil. Una mujer gritó, contagió a otras, varias se desmayaron, todas empujadas por el mismo dolor de la recordación. Así se vivió la ceremonia en el vigésimo aniversario del horror.
Ya nadie discute que en la pequeña Ruanda se produjo un genocidio. Pero hubo un momento que sí. Lo evocó el ex general Dallaire: “Los norteamericanos fueron los que se opusieron con más fuerza. Se negaban a que se usara ese término. Yo me preguntaba qué diferencia había entre lo que estaba ocurriendo allí y lo que hicieron los nazis en Alemania. No podía entender que después de que los occidentales dijeran tantas veces que eso no podía volver a pasar, ocurriera de nuevo. Por lo visto, nos estábamos refiriendo a los blancos, pero no a los negros” (http://soli daridad.net/noticia/2158/ruanda un-general-ante-800-000-muer tos-romeo-dallaire).
El militar fue un testigo clave de los hechos. Su presencia en Ruanda junto a apenas 2260 efectivos de la ONU se volvió inútil. Lo acaba de reconocer Ban Ki-moon en Kigali: “Habríamos podido hacer mucho más. Habríamos tenido que hacer mucho más. Los cascos azules fueron retirados de Ruanda en el momento en que más se necesitaban”.
El atentado del 6 de abril de 1994 contra el avión que conducía al ex presidente ruandés Juvenal Habyarimana –y en el que viajaba también el de Burundi, Cyprien Ntaryamira– fue el disparador de la matanza de 800 mil tutsis y hutus moderados. El ataque nunca se esclareció, aunque se atribuye al Frente Patriótico (FPR) que responde a Kagame y gobierna desde hace casi veinte años. También hay quienes sostienen que se trató de un autoatentado hutu para propiciar la masacre.
Las milicias Interahamwe se habían provisto de machetes con anticipación, el arma principal con que cometieron sus crímenes sin distinción de sexo, edad o condición social. Azuzadas por los medios, se lanzaron a la caza de sus víctimas. El resto lo hicieron integrantes del ejército que respondía a Habyarimana.
Simón Bikindi es un famoso músico ruandés acusado de incitación al genocidio y condenado a quince años de prisión por el Tribunal Penal Internacional con sede en Arusha (Tanzania). Su sentencia fue dictada por la jueza argentina Inés Weinberg de Roca, la única latinoamericana que participó del proceso. Una de las canciones de Bikindi, que se pasaba por las radios de Ruanda, decía: “Yo odio a los hutus moderados”. El suyo es uno de los casos más conocidos porque se trata de un artista.
El primero en ser juzgado y condenado por crímenes de guerra fue el ex coronel Theoneste Bagosora, uno de los planificadores del genocidio. Una de las últimas, Pauline Nyiramasuhuko, ex ministra ruandesa de la Mujer y la Familia, también recibió cadena perpetua como aquél. Se transformó en la primera mujer de la historia en ser condenada por genocidio. Los jueces la declararon culpable del secuestro y violación de mujeres y niñas tutsi, la etnia minoritaria.
La planificación del genocidio por los hutus todavía no es cosa juzgada. Nueve acusados se mantienen prófugos. De casi 90 imputados, 49 fueron condenados, 2 casos fueron retirados y 10 transferidos a jurisdicciones nacionales. Dos acusados fallecieron antes de la finalización de sus juicios y catorce resultaron absueltos. Los datos corresponden a un informe de la ONU fechado en marzo pasado.
Kagame, en cambio, aparece como el redentor que acabó con los genocidas. Esa imagen disimula una serie de hechos. Primero, que en un fallo de 2008, un juez de Madrid le atribuyó responsabilidad en 312.726 muertes, cuando investigó los asesinatos de misioneros y médicos españoles en Ruanda. Los crímenes que se le imputaron ocurrieron antes del genocidio y después de que tomara Kigali. Segundo, su papel de gendarme de Estados Unidos e Inglaterra en la región de los grandes lagos, hizo que estas potencias ignoraran un informe de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, publicado en 2010. En él se acusa al ejército ruandés de cometer “ataques sistemáticos y generalizados que podrían constituir crímenes de genocidio” contra la población hutu en el este de la República Democrática del Congo, entre 1993 y 2003.
El presidente Kagame, quien se formó militarmente en Fort Leavenworth, Kansas, intervino junto al gobierno de su aliado principal en la zona: el presidente de Uganda, Yoweri Museveni. Su presencia allí no es ajena al saqueo de minerales como coltan, oro, cobre, estaño y diamantes, ni a los casi cinco millones de muertos que se ha cobrado la guerra hasta ahora.
gveiga12@gmail.com
.pagina12.(20-04-2014)

Fundacion Luisa Hairabedian

UN HOMENAJE EN EL CONGRESO DE LA NACION

En recuerdo del genocidio armenio


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“Conocer lo que ocurrió”, planteó el diputado Horacio Pietragalla.
La Cámara de Diputados ofreció un homenaje a la comunidad armenia en el 99º aniversario del genocidio que sufrió a manos de los turcos. “No hay mejor manera de prevenir que conocer lo que ocurrió. Si no hay memoria, verdad y justicia, los exterminios se pueden repetir”, consideró el diputado del Frente para la Victoria Horacio Pietragalla, organizador del acto que tuvo lugar en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación.
“Nos sigue doliendo que Turquía no reconozca el genocidio, porque no entendemos que haya mejor mensaje para las generaciones de jóvenes que reconocer un error que cometieron los antepasados”, señaló Pietragalla, hijo de militantes desaparecidos durante la última dictadura cívico militar y nieto recuperado desde 2003. El Poder Legislativo reconoció la matanza en 2007 y declaró el 24 de abril como “Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos”. El referente de la comunidad armenia en la Argentina, Federico Gaitán Hairabedian, reconoció a su turno que “el proceso que inauguraron Néstor Kirchner y Cristina en 2003 nos sirvió a los armenios para aprender a denunciar el genocidio”, y brindó algunos datos del contexto histórico del exterminio.
El 24 de abril de 1915, el gobierno de Turquía detuvo y ejecutó a más de 600 dirigentes armenios en Constantinopla para terminar con lo que habían denominado como la “cuestión armenia”, que lo consideraba un factor a eliminar. La masacre del pueblo armenio costó más de un millón y medio de vidas, según coinciden los investigadores de la comunidad.
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sábado, 26 de abril de 2014

Claire Mouradian, profesora de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París

“El genocidio es un problema actual”

Hoy se cumplen 99 años del exterminio del pueblo armenio a manos de las autoridades otomanas, que comenzó en 1915 y que terminó con la vida de un millón y medio de personas. La experta explica por qué algunos países no lo reconocen.


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“El no reconocimiento del genocidio armenio está relacionado con intereses económicos.”
Existen grupos de extrema derecha en Turquía que quisieran exterminar a los armenios que quedan. Así lo aseguró Claire Mouradian, profesora de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París y experta en el genocidio armenio. “Todavía quedan grupos que dicen abiertamente que el trabajo no fue terminado. El genocidio no es sólo un problema del pasado, es un problema actual. Hay países, como Estados Unidos, que no quieren confrontar con Turquía”, sostuvo. Como cada 24 de abril, hoy se conmemora en todo el mundo un nuevo aniversario del exterminio del pueblo armenio a manos de las autoridades otomanas, que comenzó en 1915 y que terminó con la vida de un millón y medio de personas. “El no reconocimiento del genocidio armenio está relacionado con intereses económicos y estratégicos. Turquía es miembro de la OTAN, es un actor clave en la región”, explicó Mouradian sobre el hecho de que pocos países reconozcan el plan sistemático de aniquilación física y cultural de los armenios entre 1915 y 1923.
Estados como Argentina, Chile, Rusia y Canadá reconocen el genocidio armenio. Sin embargo, otros como Alemania, Estados Unidos, España e Israel no han tenido hasta la fecha un pronunciamiento concreto. El caso más llamativo es el del Estado judío, creado tras el Holocausto. “Hay israelíes que están luchando por el reconocimiento del genocidio armenio. De hecho, los primeros en prestar atención al genocidio armenio fueron los judíos, dentro y fuera del imperio otomano. Pero el Estado de Israel no lo reconoce, porque su posición en Medio Oriente es complicada y existen intereses comunes con Turquía. Esto no significa que los israelíes, o algunos israelíes no lo reconozcan. No todo es blanco y negro. Lo mismo pasa en Turquía”, destacó Mouradian. “No condeno a las generaciones jóvenes, porque en los libros escolares está escrito lo que el Estado quiere que aprendan. Pero muchos saben lo que pasó. Quedan iglesias armenias. En épocas del imperio, había casi dos millones y medio de armenios. Estaban en las principales ciudades del imperio. Ahora hay más información, más debate”, agregó.
Mouradian, que participó este mes del Congreso Internacional sobre Genocidio Armenio organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero, señaló que Turquía debe asumir su responsabilidad ante lo ocurrido. “Los turcos les quitaron todo a los armenios y deberían devolverles todo. Casas, bienes, iglesias, cuentas bancarias. En el tratado de Sèvres de 1920, cuando se hizo una repartición del imperio otomano y se crearon nuevos estados, se condenaron los crímenes de guerra y se elaboró una lista de reparación. Era una lista precisa. Los herederos del imperio otomano no quieren hacerse cargo de esas deudas”, aseveró, y dijo que Turquía no quiere aceptar este legado por una cuestión económica y de imagen. “Aceptarlo implica reconocer cómo fue construida Turquía. Les hicieron creer a los turcos que están allí desde siempre y que los armenios nunca existieron. Eso es negacionismo puro”, añadió.
El genocidio armenio, en plena guerra mundial, respondió a un intento por reconfigurar un imperio en decadencia, según Mouradian. “Hubieron distintos intentos de salvar al imperio otomano, que estaba el declive. El primer intento era darles iguales derechos a quienes vivían en el imperio. Hubo algunos cambios en la Constitución para reconocer los mismos derechos a musulmanes y no musulmanes. Finalmente no prosperó y el imperio seguía desintegrándose. Se decidió aplicar la islamización y a eso le siguió la creación de una nueva nación: Turquía. Había armenios, búlgaros, kurdos, albaneses y árabes. Se trataba de una creación artificial. Entonces decidieron turquizar a los no musulmanes”, contó. Los armenios eran considerados el componente más peligroso dentro del imperio porque –según la experta– eran cristianos y tenía contacto con los rusos a través de sus fronteras, principal enemigo de los turcos. Además, debido a masacres previas, se habían constituido movimientos armados y vivían en comunidades muy compactas.
“Los armenios ocupaban un buen lugar en la estructura económica del imperio, por lo que representaban un obstáculo para la turquización de la economía. Pero eran el primer eslabón. Los griegos, los caucásicos y los judíos también fueron un objetivo para los turcos. Hicieron una ingeniería territorial y demográfica”, prosiguió Mouradian. Talaat, el ministro del Interior del imperio, fue el que planificó el genocidio, el que vigiló pueblo por pueblo la actividad en la península de Anatolia y organizó el desplazamiento de los distintos grupos. “La idea era desplazarlos para que no constituyeran un grupo homogéneo y poder asimilarlos, convertirlos en turcos. Al final de la Primera Guerra Mundial, la mitad de la población de Anatolia había cambiado”, apuntó la experta francesa de origen armenio.
Una de las consecuencias del genocidio fue la gran diáspora armenia. “La mitad de la población armenia desapareció. Pero la consecuencia más notable fue la creación de una gran diáspora. Por eso hay armenios en Argentina, en Brasil, en Estados Unidos, en Francia. Es un problema para los turcos, porque adonde vayan siempre hay armenios. Un efecto bumerang”, bromeó Mouradian. Más allá de que los perpetradores del genocidio estén muertos, la investigadora consideró que el exterminio es aún un tema caro para los turcos. “Es difícil admitir que tus ancestros son asesinos, que tu casa fue usurpada, que tu pasado no fue tan glorioso”, reconoció.
Entrevista: Patricio Porta


REP   nos ilustra en pagina12

sábado, 19 de abril de 2014

Por Alfredo Zaiat

PANORAMA ECONOMICO

Precios de transferencia


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El concepto precios de transferencia no está incluido en el debate económico habitual pese a que es una cuestión muy importante para comprender aspectos vinculados a la elusión y evasión impositiva, la fuga de capitales y a las dificultades de la industrialización por sustitución de importaciones. Es una noción que debería adquirir mayor densidad política para abordar la restricción externa, expresión de la fragilidad de la estructura económica argentina. Los protagonistas son las firmas multinacionales en una economía abierta con elevada concentración, extranjerización y con un marco legal para la inversión extranjera marcadamente liberal, herencia de la dictadura cívico-militar consolidada en la década del ’90. Precios de transferencia es un concepto contable relacionado con los balances presentados al fisco donde opera la filial, pero tiene un efecto que excede la cuestión impositiva, debido a que ha pasado a ser utilizado como vía de fuga de capitales, e indirectamente para resistir políticas públicas promotoras del desarrollo de proveedores locales o de producción de componentes nacionales de esas mismas firmas. Una economía con una industria más amplia y compleja acotaría los márgenes de maniobra con los precios de transferencia.
Estados Unidos legisló sobre este tema en 1968 y los países europeos lo fueron haciendo en la década del ’70, mientras que en Argentina esta cuestión recién fue incorporada en diciembre de 1998 en la Ley 25.063 que reformó el Impuesto a las Ganancias.
Los precios de transferencia son los que se facturan en el comercio entre sí empresas subsidiarias de multinacionales. Al manipular esos valores –que incluyen intereses por préstamos o regalías por marcas y patentes, además de los precios de mercancías–, esas empresas pueden situar sus ganancias donde menos impuestos deban pagar por ellas. Permiten a las multinacionales transferir fondos de un país a otro utilizando valores más altos o más bajos en función de su conveniencia. Mediante la planificación fiscal internacional las multinacionales persiguen el objetivo de reducir la carga impositiva global del grupo. Como se sabe, el destino preferido de esas utilidades son los paraísos fiscales, alejadas así del radar del fisco local y el del país donde está radicada la casa matriz.
Las operaciones más usuales de manipuleo de precios de transferencia son cuando las filiales locales subfacturan sus exportaciones (cerealeras, mineras) y sobrefacturan importaciones (electrónicas, autopartes, bienes de capital) para hacer figurar así menores ingresos y mayores costos. Es la manera de disminuir utilidades o aparentar pérdidas, para evitarse así el pago del Impuesto a las Ganancias. Este “dibujo” de los precios en la contabilidad aumenta los beneficios de la subsidiaria de otro país, en la misma medida en que se reduce la de la argentina, maniobra que sólo le conviene a la multinacional si allí la renta estuviera menos gravada que aquí. Esta operatoria es más extendida en grandes trasnacionales distribuidas por todo el mundo, y cuyas filiales comercian entre sí intensamente.
Las características básicas de los precios de transferencia detalladas en el documento OECD transfer pricing guidelines for multinacional entreprises and tax administrations son:
- Es el precio que se pacta y realiza entre sociedades de diferentes países vinculadas económicamente de un grupo multinacional, por transacciones de bienes (físicos o intangibles) y servicios que pueden ser diferentes a los que se hubieran pactado entre empresas independientes.
- Se pactan entre firmas conducidas por el mismo poder de decisión, circunstancia que permite, a través de la fijación de precios convenidos entre ellas, transferir beneficios o pérdidas de unas a otras, situadas la mayoría de las veces en países distintos.
- En términos contables, el precio que carga un segmento de la organización (departamento, división) radicados en un país por un producto o servicio que proporciona a otro segmento de la misma ubicado en otro país.
- Por lo tanto, los dos elementos fundamentales que no deben faltar son la existencia de vinculación entre las empresas que efectúan las operaciones, y que estén ubicados en distintos países para realizar operaciones internacionales.
Como se mencionó, el flujo de esos fondos se canalizan en gran parte a través de firmas de multinacionales radicadas en paraísos fiscales, plazas que facilitan esos movimientos al brindar confidencialidad, lo que permite mantener datos en secreto ante requerimientos de autoridades del fisco. En el libro Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que se robaron el mundo (Fondo de Cultura Económica), Nicholas Shaxson menciona que el entonces ministro de Finanzas francés, Dominique Strauss-Kahn (después número uno del FMI, y destituido de ese organismo por denuncias de acoso sexual), estimó que más de la mitad del comercio internacional pasa, al menos en los papeles, por los paraísos fiscales. Shaxson indica que la Auditoría General de Estados Unidos (GAO, por sus siglas en inglés) informó en 2008 que 83 de las 100 corporaciones más grandes de ese país tenían filiales en paraísos fiscales. En ese año, en Europa, 99 de las 100 empresas más grandes tenían subsidiaria en una plaza offshore, según la investigación de la organización Tax Justice Network.
Los fondos obtenidos por la manipulación de los precios de transferencia son el equivalente corporativo de las cuentas secretas que abren individuos en paraísos fiscales con capital fugado obtenido por la evasión u otras actividades ilícitas. Shaxson interpela el concepto fuga de capitales porque “coloca la responsabilidad en el país que pierde el dinero: es una forma más de culpar a la víctima”, para precisar que “cada fuga de capitales que sale (de un país) debe corresponderse con una afluencia en algún otro lugar”. Aquí irrumpe el sistema extraterritorial (guaridas fiscales) construido por las finanzas globales. Es la contracara de la fuga de capitales. Shaxson sentencia que esas plazas financieras donde se ocultan billones de dólares “es el modo de funcionamiento del poder en la actualidad”. Afirma que el mundo extraterritorial “es un proyecto de las elites ricas y poderosas con el solo propósito de aprovechar los beneficios de la sociedad sin pagar por ellos”. Por eso concluye que los paraísos fiscales no son un apéndice marginal de la economía mundial, “sino que se halla exactamente en su centro” y, por ese motivo, “el offshore goza de obscena salud... y crece a toda marcha”.
El periodista e investigador Shaxson, miembro del Instituto Real de Asuntos Internacionales (Chatham House), una organización no gubernamental sin fines de lucro con sede en Londres, señala que cerca de dos tercios del comercio mundial transfronterizo se desarrolla en el interior de las corporaciones multinacionales. “Los países en desarrollo pierden aproximadamente 160.000 millones de dólares anuales sólo en concepto de la manipulación de los precios corporativos.” La investigación publicada por el CefidAr mencionada la semana pasada en esta columna (Fuga de capitales III. Argentina (20022012), de Jorge Gaggero, Magdalena Rua y Alejandro Gaggero), asegura que “el impacto consolidado de todas las maniobras que se practican en relación con el comercio internacional de las firmas que operan en Argentina debe estimarse en alrededor del 10 por ciento del total de su comercio internacional”, aunque señalan que prefieren ubicarla en un rango conservador del 7 al 9 por ciento. Calculan entonces que el impacto total de la fuga de capitales por la aplicación de precios de transferencia representó 8194 millones de dólares en 2010 (7 por ciento sobre el valor total anual del comercio exterior de alrededor de 117.000 millones) y, para 2012, 13.218 millones de dólares (9 por ciento sobre 147.000 millones).
Con esas ganancias obtenidas por la manipulación de precios de transferencia, ¿cuál es el incentivo de sustituir importaciones de las multinacionales? Esas maniobras actúan como una restricción del proceso de industrialización no contemplada en el análisis económico convencional.
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jueves, 10 de abril de 2014

Por Jorge Majfud *

Noam Chomsky y Tony Blair se cruzan en el aeropuerto





En octubre pasado, Noam Chomsky dio una conferencia en la Universidad de Florida titulada Policy and Media Prism (Las políticas y el prisma mediático). Durante más de una hora, con su voz pausada y su incansable osadía de desarticular narraciones oficiales, Chomsky analizó el uso del lenguaje en la prensa tradicional, la información mutilada con fines políticos por parte de los medios que repiten y ocultan como estrategia para crear o justificar una realidad. “Si el público estuviese realmente informado no toleraría algunas cosas”, comentó. Al menos parte del público.
Si los estudiantes de lingüística lloran por la complejidad de sus teorías, por lo hermético y abstracto de algunas de sus explicaciones, el público general que asiste a sus conferencias no puede decir lo mismo: nada hay en ellas de abstracto; cada una de sus afirmaciones es concreta y precisa. Se puede estar en completo desacuerdo con las interpretaciones que hace Chomsky de la realidad, pero nadie puede acusarlo de ser elusivo, cobarde, complaciente o diplomático.
Rara vez se puede decir lo mismo de un líder mundial. Si sus acciones son bien concretas, sus justificaciones abundan en la vaguedad y la distracción, cuando no son meras construcciones verbales. Lo cual no deja de ser una trágica paradoja: aquellos profesionales de lo concreto son especialistas en crear mundos virtuales, construidos en su casi totalidad de palabras. Son ellos los más importantes autores de ficción de nuestro mundo.
Exactamente 24 horas más tarde y a unos pocos kilómetros de distancia, el ex primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, dio su conferencia en una sala del Florida Times Union de Jacksonville. El día anterior recibí en mi oficina a alguien (un prodigio europeo al que estimo mucho y que conocía al líder británico) con una invitación especial para asistir.
En una elegante sala, Tony Blair se extendió por casi dos horas. A diferencia de Chomsky, Blair no bombardeó a los presentes con observaciones incómodas, sino con frases prefabricadas, complacientes hasta la indigestión, más una plétora de lugares comunes capaces de provocarle pudor hasta a un estudiante de secundaria. Todo sazonado con una dosis tóxica de bromas, algunas muy ingeniosas.
Ni siquiera tuvo un momento de autocrítica cuando alguien le preguntó si no se había sentido humillado por el fiasco de la guerra en Irak. Después de pensar por varios segundos, o fingir que pensaba para la risa de los que estaban allí, repitió el mismo menú de siempre: “Hay momentos en que un líder debe tomar decisiones difíciles...”. Una y otra vez, con palabras diferentes. En ningún caso consideró que el presidente o el primer ministro de una potencia mundial siempre tienen que tomar decisiones difíciles, que para eso están, pero que el hecho de que la decisión sea difícil no significa que estén excusados de cualquier error.
No obstante, ésta fue y ha sido repetidamente la actitud del ex premier británico: ni una sola vez en la noche tuvo una palabra de arrepentimiento, de autocrítica. Por el contrario, la misma soberbia de siempre: nosotros somos los que salvamos y cuidamos al mundo, los que debemos educar a las nuevas masas de jóvenes (los cambios demográficos fue uno de los temas que parecían preocuparlo especialmente) y somos tan buenos que hasta toleramos a los primitivos que no entienden lo que es una democracia. Nunca, jamás, el reconocimiento de toda la brutalidad antidemocrática de la que fueron capaces.
Ni una palabra que aceptara la posibilidad de algún error. El propio George Bush, con todas sus limitaciones intelectuales, llegó a reconocer que la guerra había sido lanzada en base a información errónea. Un error, compadre. El propio José María Aznar, con sus limitaciones intelectuales, llegó a reconocer sus limitaciones intelectuales. “Tengo el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes”, dijo en 2007 sobre los argumentos erróneos que se usaron para lanzar al mundo a una guerra de diez años.
El más dotado intelectualmente de la Santísima Trinidad que desencadenó el armagedón que costó cientos de miles de vidas y el descalabro económico, Tony Blair, en cambio, nunca tuvo este atisbo de humildad. Por el contrario, más de una vez repitió esa noche que no se arrepentía de nada. Su rostro parecía estar de acuerdo con sus palabras, que nunca alcanzaron el mínimo de autocrítica. Casi me daba la impresión de estar ante el Mesías, de no ser por su vocación de comediante: “Desde que dejé de ser primer ministro en 2007 he ido a Jerusalén más de cien veces. Mi esposa me dice que lo que cuenta no es la cantidad de veces que he estado allí, sino la cantidad de progreso que haya logrado en el conflicto. A veces ella no me estimula demasiado” (risas).
Ninguna autocrítica. Ninguna palabra de arrepentimiento. Ninguna muestra de imperfección humana. Sólo una broma tras otra, como si en realidad de eso se tratase su trabajo: hacer reír al público, como en algunos circos del siglo XIX se hacía reír a los asistentes usando anestesia.
Es interesante que a los intelectuales disidentes se los califique invariablemente de radicales por el mero uso de palabras, mientras que a los líderes que sumergen en la guerra a pueblos enteros se los considere responsables y moderados. Seguramente la respuesta es la del comienzo: la realidad está hecha de palabras, aunque otros la sufren con los hechos. El divorcio y la contradicción entre realidad y palabra no sólo es una forma de justificar los hechos pasados sino, sobre todo, la mejor forma de preparar los que vienen.
Esto, que debería llamarse dictadura, se llama democracia. El problema, entiendo, está en la democracia, pero no es la democracia. Hay esperanza: todavía se puede estimular la crítica, ese motor original de la democracia, aunque sea con abono. Tiemblo de sólo pensar en el día que nos falte Noam Chomsky, ese gran amigo, ese gladiador de nuestro tiempo. Porque los Tony Blair van a sobrar. Eso es seguro.
No, Chomsky y Blair no se cruzaron en el aeropuerto de Jacksonville. Me reservo las palabras del primero sobre ese hipotético encuentro.
* Escritor uruguayo, Jacksonville University, College of Arts and Sciences.
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miércoles, 2 de abril de 2014

Por Bernardo Kliksberg *

Una confrontación silenciosa


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Doscientas mil personas son actualmente los dueños, según un banco suizo, de casi la mitad del producto bruto mundial; el 50 por ciento, 3500 millones de personas, tienen sólo el uno por ciento. Mientras el uno por ciento más rico ganó en 2013 1746 millones de dólares promedio cada uno, los pobres recibieron menos de 1000. Tienen insuficiencias alimentarias, viven en tugurios lóbregos, carecen de agua potable, no tienen instalaciones sanitarias; los niños tienen que trabajar desde muy pequeños y la gran mayoría deserta de la escuela.
Las desigualdades resultan de determinadas políticas. Hay políticas que las aumentan y otras que las reducen. Los ciudadanos de América latina lo saben muy bien. Durante las dictaduras militares y los ’80 y ’90, en donde primaron los modelos económicos ortodoxos, vieron cómo aumentaban y hacían crecer la pobreza.
Se ha intentado legitimar el aumento de las desigualdades mediante paradigmas para los cuales son “inevitables para el progreso” o “sólo una etapa transitoria mientras se produzca el derrame”, y “atacarlas generaría el caos”.
No importa que la realidad haya desmentido dichos paradigmas, ha habido un “negacionismo sistemático” de las evidencias en contrario.
Los latinoamericanos vivieron sus efectos y por eso reclamaron en todo el continente, por diversas vías, economías que dieran respuestas colectivas y redujeran efectivamente la pobreza y las desigualdades. Se pusieron en marcha y, si bien falta mucho, las cifras cambiaron. La pobreza bajó de más del 40 por ciento al 28 para toda la región, mucho menos en algunos países. En ellos –como entre otros Argentina, Brasil, Uruguay– millones de personas salieron de la pobreza y se ampliaron las clases medias.
No “llovió inclusión”, sino que hubo reformas sociales profundas apoyadas por la mayoría de la ciudadanía, que significaron ingresar en otro paradigma diferente del pregonado por el uno por ciento más rico.
Por debajo de los grandes debates sobre políticas, hay hoy una confrontación silenciosa de paradigmas.
Así, entre otros aspectos, para el paradigma dominante en los ’90, que seguía puntillosamente el llamado consenso de Washington sobre cómo debía conducirse una economía, la pobreza era en definitiva parte de la historia. “Pobres hubo y habrá siempre”, decían algunos de sus líderes, a pesar de que no debería haberlos en una América latina que, además de un subsuelo inmensamente dotado de materias primas estratégicas, tenía la tercera parte de la superficie disponible para el cultivo sustentable y la mayor proporción de recursos hídricos renovables del mundo. Para la ortodoxia es inadmisible que haya crecido el gasto público en la región en la ultima década, más allá de que ello significó acercarse a lo que representa en los países más de-sarrollados y a que la mayor parte del crecimiento fue en inversión social, central para reducir la desigualdad.
El paradigma que propugna políticas de recorte profundo del gasto público enfatiza a voz en cuello cuánto va a significar ello en ahorro de recursos y reducción de déficit que “tranquilizará a los acreedores”, pero no es nada transparente respecto de los costos que ello representa para la vida diaria de la gente.
Estudios sobre Italia, España y Grecia encontraron que el aumento del desempleo al que contribuyó la receta de retracción del gasto público incidió en un aumento de la tasa de suicidios en los tres países.
Las obras incluidas en la Colección Cuestionando Paradigmas, que Página/12 publicará a partir del domingo, están dedicadas a confrontar paradigmas que se presentan con frecuencia como la “verdad infalible” frente a la cual toda pretensión de crítica sería anacrónica y técnicamente inaceptable.
No les interesa discutir evidencias, están mucho más confortables en la mera discusión sobre dogmas.
Tratan de que el debate permanezca siempre en los términos que lo plantean como “esto es una elección entre la libertad, el libre mercado o el populismo”, “la pobreza se combate con crecimiento, no con programas sociales”, “los programas sociales son asistencialismo”.
Se ven en dificultades serias cuando se les cambia el marco del debate. “La elección es entre economía para unos pocos o economía inclusiva”, “debe promoverse el crecimiento, pero no basta para eliminar la pobreza”, “los programas sociales participativos, y con buena gerencia social, empoderan a las comunidades pobres”.
Pero, sobre todo, tratan de eludir toda discusión ética seria sobre los resultados finales de lo que se está proponiendo. La ética “fastidia” a la economía ortodoxa. Trae mucho “ruido”, con su énfasis en los “muertos y heridos” que deja a diario en el camino. Para que no moleste se presenta a la economía como una cuestión “puramente técnica”.
Las políticas públicas cambiaron en muchos países de América latina, pero los cambios culturales son mas difíciles de hacer y más lentos. Los paradigmas ortodoxos siguen muy vigentes, desconociendo la crisis mundial de 2008/9 que mostró sus insuficiencias estructurales, negando sus causas, relativizando los niveles de desigualdad y pobreza y diseminando a diario estereotipos, prejuicios, mitos y falacias sobre los pobres y las políticas de cambio.
Parte de la lucha por construir países para todos pasa por “dejar al rey desnudo”, confrontando con hechos concretos las lógicas subyacentes en las doctrinas “infalibles” en que se ha tratado de inculcar en los ciudadanos en las últimas décadas.
La colección que empieza este domingo se dedica a hacer esa tarea de crítica desmistificadora, al mismo tiempo que a presentar, como siempre lo he hecho en toda mi trayectoria, experiencias y propuestas alternativas.
En la primera obra se introduce la presencia de Los parias de la Tierra; en la segunda se muestra Una lectura diferente de la economía; en la tercera, Discutiendo lógicas, se reexploran temas claves; en la cuarta, Otra economía es posible, se indaga sobre su perfil y, en la última, se trabaja sobre Herramientas para construir una economía con rostro humano.
Es posible salir del “túnel de la desigualdad y la pobreza” en que está atrapado gran parte del género humano. No es un destino irremisible de la historia. Pero para avanzar hacia una libertad real, en donde libres de pobreza los seres humanos puedan desarrollar sus capacidades a plenitud, es imprescindible librar la lucha por el conocimiento de la realidad. Ese conocimiento fue casi condenado a la “clandestinidad” por el paradigma ortodoxo. Es necesario recuperarlo.
* Gran Maestro de la UBA. Presidente de la Red Latinoamericana de Universidades por el Emprendedurismo Social. Este artículo está basado en la Introducción a la Colección Bernardo Kliksberg, Cuestionando Paradigmas, que Página/12 publicará a partir del próximo domingo.
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