domingo, 30 de mayo de 2010

El pueblo del Bicentenario

El pueblo del Bicentenario

Por Ricardo Forster *
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Los días argentinos no dejan de sorprendernos. Lo esperado y el azar se entrelazaron para devolvernos la imagen de una historia abierta, compleja, laberíntica, tumultuosa y aluvional. De a centenares de miles, viniendo de todas partes, cruzando las fronteras que separan la ciudad de los suburbios, subiéndose a colectivos y trenes, a subtes y autos o simplemente caminando para apurar las cuadras que los separaban de un centro que, por cuatro días de una intensidad increíble, se reencontró con su pasado mítico, con sus leyendas de arrabales tangueros y de marchas obreras, la multitud invisible se transformó en el pueblo del Bicentenario. Vinieron de esas geografías tematizadas como zonas del peligro, sortearon las prevenciones y los prejuicios de todos aquellos que asimilan masas andantes con disturbios y criminalidad, con violencia y agresión. Multitud abigarrada y festiva, colectivo social multiplicado en millones de personas que manifestaron con alegría y serenidad, que gozaron y cantaron, que bailaron y conversaron, que miraron y preguntaron, que se emocionaron y se sorprendieron. Todos, cada uno de nosotros, fuimos sintiendo la potencia de la transfiguración; pudimos percibir que algo inusual y extraordinario estaba sacudiendo las entrañas de un país siempre anómalo y extraño pero siempre intenso y desafiante.
La ciudad se abrió y los cuerpos se movieron con libertad desprendiéndose de los miedos impuestos, de esos trazos de ficción mediática que apabullaron desde pantallas y rotativas la cotidianidad de los argentinos hasta construir la imagen de una sociedad en estado de guerra y de intemperie, asolada por la inseguridad y prisionera de una violencia autodestructiva que, siempre, asumía el rostro del oscuro habitante de esos arrabales transformados, gracias a las retóricas del amarillismo y el racismo, en las zonas del mal. Desde allí vinieron de a miles y miles desmintiendo, como lo han hecho en otras ocasiones memorables de nuestra historia, a quienes, desde el desdén y la más cruda violencia del lenguaje discriminador, no se cansaron de repetir que los mueve el clientelismo y el choripán, la promesa de alguna dádiva o la obligación de no quedar mal con el puntero del barrio. Los velos se cayeron, se derrumbó el discurso hegemónico y monocorde de la corporación mediática. Estalló en mil pedazos la palabra “crispación”. Y las calles del centro mutaron en calles de fiesta y regocijo, de asombro y participación. Así de simple y de complejo... la multitud, los negros de la historia, los incontables, los que pujan desde el fondo de los tiempos por el reconocimiento y la igualdad hicieron acto de presencia y lo hicieron transformando durante cuatro días a Buenos Aires en una magnífica alquimia de ágora y carnaval, de imágenes monumentales desplegadas sin medir riesgos estéticos por la fuerza bruta de la invención artística y la inquieta interrogación por aquello del pasado que sigue insistiendo en el presente. Fue alegría compartida y conmoción ante los dolores y los horrores de nuestra historia, que también estuvieron allí, sin ocultamientos ni narraciones edulcoradas. Y estuvieron junto a las clases medias de los barrios porteños y del Gran Buenos Aires desmintiendo la lógica de los abroquelamientos y los muros invisibles que se fueron levantando utilizando los recursos culturales de medios de comunicación atravesados de lado a lado por la retórica de la ciudad neoliberal, privatizada y fragmentada, de esa que vivió de rapiñar el espacio público poniéndolo a su servicio. Los cuerpos se mezclaron, lo individual y lo colectivo se entrelazaron al riesgo de romper prejuicios y paradigmas dominantes, como recordando otras ciudades en la ciudad del Bicentenario (ciudades de los conventillos y de las esperanzas, de caminatas míticas narradas por la literatura de Borges y Marechal, de Martínez Estrada y Cortázar, de Sabato y Oesterheld, de alquimias de poetas y de vagos, de movilizaciones populares y de tozudas resistencias, de tardes futboleras y de antiguas devociones barriales... ciudades escritas con la diversidad de mil escrituras por sus habitantes que, como si hubieran venido de todos lados y de todas las épocas, se reunieron para recobrarse y mirarse a los ojos en estos días de mayo).

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Allí, en la ciudad libre y lúdica, tumultuosa y festiva, no estuvo la “gente”, ese nombre forjado para excluir e invisibilizar al otro, para restarle su humanidad transformándolo en una amenaza o en la plebe oscura y sin nombre. La “gente” quedó atragantada en la garganta de aquellos periodistas formateados para diferenciar a los lindos de los feos, a los limpios de los sucios, a los ciudadanos que se manifiestan espontáneamente de los oscuros objetos del clientelismo o del piqueterismo. Allí hubo pueblo, diverso y múltiple, portador de lenguas y tradiciones, amalgama de lo distinto y de lo semejante, tumulto de colores y de grafías. Pueblo que recuperaba sueños olvidados, que se dejaba agasajar después de tantas frustraciones y que rompía en mil pedazos el discurso que nos enseñó a establecer una brutal equivalencia entre multitud y homogeneidad, entre pueblo y monotonía autoritaria, entre la masa oscura y las personas pensantes y autónomas. No estuvo un pueblo bucólico, ni un pueblo virginal. No hubo ni hay pueblo puro. Hay luces y sombras danzando a contraluz de la historia argentina como esa que pudimos ver desfilar entre vanguardismos estéticos, giros brechtianos y arquitecturas monumentales que cruzaban, de un modo desafiante, lo artístico y lo político. Allí estuvo el pueblo de la independencia y el de las dictaduras, el de los anarquistas soñadores y el de la locura especulativa, el de la Constitución quemada y el de la fiesta democrática, el del dolor inconmensurable de las Madres, el del infinito reclamo de justicia y memoria y el de los silencios resignados. Pueblo manchado y vital. Como si en los claroscuros de la historia, en el interior de sus pasadizos secretos, la palabra pueblo pudiera narrar lo mítico y lo soñado, lo esperado y lo perdido, la fuerza del acontecimiento que parte aguas y la monotonía de los tiempos de la resignación y el olvido. El pueblo es, también, lo que bordea el peligro, lo que a veces se aventura detrás de lo inesperado que brota haciendo saltar los goznes de una realidad enturbiada y estancada. Otras veces ese nombre fue pronunciado, y algo de eso se contó en los muros del Cabildo y en las avenidas capturadas por el desfile de las carrozas y la contemplación entre deslumbrada y fervorosa de la multitud, para legitimar las páginas más ignominiosas. El pueblo es movimiento, mutación, herencia y memoria, es cuerpo sobre el que las escrituras de la historia van dejando sus huellas indelebles aunque se las intente borrar.
Pero el pueblo es también el giro de los tiempos que interpela siempre de un nuevo modo aquello que lo constituyó. Cada generación reinterpreta el pasado de acuerdo a sus necesidades, a sus prejuicios y a sus ensueños de aquello siempre esperado como reparación y oportunidad convirtiéndolo en fuerza vital y en actualidad, dándole sentidos tal vez impensados en otras encrucijadas de nuestra historia. Como si algo de lo excepcional se hubiera derramado sobre este presente para iluminar de otro modo nuestra travesía como nación. Como si eso inimaginado se hubiera encontrado con ese sujeto olvidado y ninguneado produciendo un acontecimiento sobre el que todavía no alcanzamos a descifrar su proyección. Intuimos que lo desplegado en estos últimos años, aquello que fue invirtiendo la marcha decadente y brutal de una Argentina que había sido capturada por la cultura del egoísmo y la especulación del capitalismo neoliberal, tuvo mucho que ver en las jornadas multitudinarias del Bicentenario. Como si lo inaugurado otro 25 de mayo, pero de 2003, con sus intensidades y sus dificultades, con sus apuestas riesgosas, sus aciertos y sus errores, hubiera encontrado el difícil camino que nos fue llevando, tal vez sin preverlo ni imaginarlo de este modo y con tal magnitud, a la reaparición del pueblo.
Una reaparición que se vincula directa y decisivamente con el también arduo ejercicio de rescatar a la política de su envilecimiento, de volver a ponerla en el centro de lo democrático como un instrumento sin el cual las sociedades quedan prisioneras de los arbitrios de las “gestiones empresariales” y de los tecnócratas del establishment. La política como lugar del litigio por la igualdad y como lengua que se instala para desmentir las falsas e ilusorias retóricas de la unidad y del consenso que suelen ocultar la perpetuación de las injusticias y las desigualdades. Porque este 25 de mayo no es apenas un acontecimiento festivo, un baile de máscaras sin rostros por detrás. Es, ha sido, la emergencia de una posibilidad que parecía saldada o extraviada, la posibilidad de situar lo político en el corazón de la democracia sin renunciar a dar la batalla por la distribución de la riqueza, la refundación del Estado, la recuperación imaginativa del espacio público, la reparación de las injusticias del pasado en los tribunales del presente y de inscribir este tiempo argentino en nuestro muchas veces olvidado destino sudamericano.
Hemos sido testigos y partícipes de días luminosos. Días irrepetibles, únicos, que dejarán su impronta en lo por venir. Días que nos de-safían y nos ofrecen el raro privilegio de ser actores de la historia, de esa misma cargada de fantasmas que fueron convocados por el arte y la política, que estuvieron en esa maravillosa galería de los patriotas latinoamericanos, que pasearon entre nosotros bajo los rostros de José Martí, del Che, de Emiliano Zapata, de Túpac Amaru, de Artigas, de Evita, de Allende, de Sandino, de Bolívar, de San Martín y de tantos otros que hacen a la memoria y a la trama subterránea de un continente caliente, desmesurado y libertario. Días del pueblo que dibuja los trazos de una Argentina que quiere ir en busca de la igualdad, la libertad, la justicia y la fraternidad. Algo de eso pudimos sentir en la piel, en el corazón y en la reflexión mientras, como escribió Elías Canetti en la encrucijada de otra historia, nos dejamos llevar por el vértigo y la fiesta de lo colectivo.
* Filósofo, profesor e investigador de la UBA.
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sábado, 29 de mayo de 2010

Fiestas patrias

 Fiestas patrias

Por Luis Bruschtein
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Los ecos del Bicentenario todavía hacen ondas sobre la laguna de la política, pero es difícil entrever bajo el agua. Si la experiencia de estos días sólo sirve para contraponer a los políticos con las masas –todo lo malo de un lado, y lo bueno del otro–, se repite ese discurso autoprofético que tiende a separar las masas de la política. Y tiene bastante de falso, porque en general los políticos provienen y expresan esa complejidad tan diversa. No somos una sociedad tan ejemplar como la que se quiere exaltar tras las fiestas mayas. Es evidente que la cultura política todavía es pobre y así lo reflejan las estructuras de la política argentina. Pero también es cierto que así como hay momentos muy a la baja, hay otros bastante redondos como los que se protagonizaron esta semana.
No fue solamente mérito de la sociedad en general y en abstracto. Hay un mérito importante también en la convocatoria que estimuló y encarriló esa participación. Es cierto que no está directamente relacionado con el voto ni con el pensamiento político partidario de cada uno de los posibles seis millones de personas que pasaron por el Paseo del Bicentenario en la Avenida 9 de Julio. Justamente ése fue un mérito de la convocatoria, por su pluralismo, por su propuesta contenedora. Y el equipo de funcionarios que tuvo a su cargo la organización de todo lo que pasó esos días (Jorge Coscia, Tristán Bauer, Oscar Parrilli y Javier Grossman) bajo la mirada omnipresente de la presidenta Cristina Fernández, en pocos meses debió evitar los ritmos elefantiásicos y los nosepuede de la burocracia.
Las lecturas de lo que sucedió estos días se irán sumando y hasta contradiciendo, hasta convertirlos en leyenda, como sucede con los hechos sobresalientes de la historia. Pero ahora sus consecuencias todavía están calientes y la distancia corta es buena para sacar algunas conclusiones aunque sea mala para otras que son difíciles de ver con el escenario pegado a la nariz.
Se puede elegir, por ejemplo, la reacción extendida del público frente a algunas de las escenas que se plantearon en el desfile final a lo largo de todo su recorrido. Por ejemplo, en cada parada, cuando marchaban los Granaderos en el cruce de los Andes, todo el mundo cantó a todo pulmón la Marcha de San Lorenzo. Cuando pasaron los soldaditos de Malvinas y se escuchaban los bombardeos y los muchachos caían y se levantaban las cruces, primero había exclamaciones de asombro e inmediatamente se ponían a cantar “El que no salta es un inglés”. Y cuando llegaba la carroza impresionante con las Madres de Plaza de Mayo caminando bajo la lluvia con sus pañuelos luminosos, primero había un silencio imponente y después estallaban los aplausos.
El momento del desfile final fue cuando más personas se reunieron a lo largo de todo el paseo del Bicentenario, más Diagonal Norte y Plaza de Mayo. Dicen que había más de dos millones de personas. Cualquiera diría que es una muestra más que suficiente de ese mosaico multicolor que es la sociedad o el pueblo. Y en esa diversidad, por lo menos esas tres reacciones se repetían asombrosamente. Hasta el cantito con los ingleses. Fue bastante extraño como fenómeno ver cómo esas escenas producían efectos tan similares. Fue así y no había modo de que fuera preparado.
Que la gente aplaudiera a los granaderos y cantara la Marcha de San Lorenzo, y al mismo tiempo aplaudiera con tanto respeto la alegoría a las Madres, demuestra que diferencia con claridad una cosa de la otra. Que el juicio a los represores es a los asesinos y no a la institución. En todo caso rechaza la forma golpista en que fue instrumentada la institución, pero puede diferenciar una cosa de la otra.
Lo de los soldaditos de Malvinas demostró también que es un tema que debe ser visibilizado por los gobiernos. Malvinas fue una derrota llena de engaños, se usó el discurso patriótico para una guerra irresponsable y todo eso lo convirtió en un tema incómodo, antipático y muy doloroso y la misma sociedad reaccionó con negación, no solamente los dictadores y los gobiernos democráticos posteriores. El patrioterismo de los dictadores, de una patria en abstracto, es enemigo del verdadero patriotismo. Hubiera sido casi imposible que un festejo como el de estos días se hubiera podido hacer en los años ’80, con el recuerdo fresco de ese engaño sangriento. Hablar de patria resonaba a Galtieri. Hablar de Malvinas resonaba a engaño. Después de tantos años, el recuerdo de esos soldaditos muertos en Malvinas tenía que estar entre los momentos sobresalientes de la historia. La reacción popular demostró que fue un acierto. Una forma de separar el patrioterismo chauvinista para recuperar una patria con sentido, para revalorar la palabra patria en contraste con aquellas invocaciones huecas de dictadores y fascistas.
Entre la propuesta del Gobierno y la participación popular, el 25 hubo una expresión de patriotismo como identidad, como hogar, como pertenencia, como tierra, como cultura y comunidad plural. Lo patriótico como sentimiento de inclusión que, a diferencia de fascistas y dictadores, reconoce a pueblos originarios y a pueblos inmigrantes y no los excluye, hostiga ni desprecia. Es el patriotismo que contiene y acepta las minorías en todos los sentidos. El patriotismo que reivindica a los luchadores de las mayorías oprimidas y a las ideas que aportaron justicia, libertad y democracia a lo largo de la historia. El patriotismo que rechaza a usurpadores, dictadores y aprovechados. El patriotismo del Martí de “Nuestra América” o del San Martín del bando del Ejército de los Andes.
La dictadura y los generales golpistas se habían apropiado de un discurso supuestamente patriótico que en todos lados es de los pueblos y no de los dictadores. Aquí la dictadura lo vació, lo dejó sin contenido, lo usó para matar, para torturar, secuestrar y desaparecer a una generación de argentinos, para preparar una guerra con Chile, para lanzarse con motivos mezquinos a otra guerra y para entregar la soberanía y las riquezas del país. Usó un discurso patriótico para hacer todo lo contrario, lo más antipatriótico. Y creó desconfianza en esas palabras. O por lo menos confusión, como le sucedió a esa maestra de La Pampa que eligió al dictador Galtieri como una de las figuras destacadas de la celebración de Mayo.
La popularidad de los stands de las Madres y las Abuelas en el Paseo del Bicentenario, por donde pasaron decenas de miles de personas para expresar solidaridad, respeto, dolor o curiosidad, pero en ningún momento enojo o rechazo, demostró que ese sentimiento patriótico del 25 estaba desintoxicado, que había filtrado el bastardeo grotesco de ese discurso por la dictadura. Pero tenían que estar las Madres y las Abuelas para verificar esa reconversión, para alejar fantasmas. Y la misma constatación se vivenciaba en la celebración de los pueblos originarios y de los inmigrantes o en el festejo de la democracia en el desfile final. Eso es lo que no entendió la maestra de La Pampa.
Se había instalado también la idea de que las manifestaciones populares en espacios abiertos se convertían en batallas campales. Convocar a una muchedumbre en un paseo público fue una apuesta arriesgada, porque los medios describían un clima de rechazo masivo y violento al gobierno nacional. Si se creyera en esa ficción instalada y naturalizada en forma mediática, el peligro de peleas y confrontaciones violentas hubiera sido muy grande. En la convocatoria hubo confianza en el sentido de responsabilidad ciudadana a contrapelo de esa verdad mediática que sugería lo cerrado, lo elitista o lo mediático. Esa decisión fue rápidamente contrastada con la forma que eligió el macrismo para sus festejos en el Teatro Colón, en una especie de copia de la televisión chatarra que tiene altísimo rating.
Se ha interpretado también esa participación popular como una convocatoria a la unidad nacional. Podría ser, en los hechos esa multitud diversa convivió en paz, interactuó, la mayoría seguirá pensando como siempre, otros no. Esa actitud estaba, no fue algo que cambiara en forma consciente. Lo que quedó demostrado, en todo caso, es que el clima crispado de los grandes medios y la truculencia de algunos discursos políticos son forzados, no tienen una base social considerable, o por lo menos, si la tuvieron, la perdieron o no estuvo en el Paseo del Bicentenario.

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viernes, 28 de mayo de 2010

La leccion del Bicentenario






La lección del Bicentenario

  Desafiando a los pronosticadores del caos y el desánimo, una multitud sentó las bases de la Argentina que viene. Los dirigentes políticos, económicos y sociales recogen el reto.
 
La fiesta del Bicentenario.
Por Ricardo Forster

Cada generación se enfrenta, en algún momento de su travesía por la vida y por la historia, con la posibilidad o la necesidad de reinterpretar el pasado de acuerdo con sus propias vicisitudes, sus propios prejuicios y sus propias emociones y reflexiones. La historia no es un objeto muerto, una pieza de museo que permanece siempre igual a sí misma. Cada época la toma en sus manos y la resignifica, vuelve a escribir sobre sus páginas aquello que parecía clausurado. Interpretar es modificar la trama de lo acontecido desde las perspectivas incitadoras del presente pero es también descubrir y reconocer que el pasado es un territorio de conflictos no resueltos, de una actualidad que sigue dirimiendo en su interior aquello que permanece abierto. Somos, qué duda cabe, los sueños y las pesadillas, las apuestas esperanzadoras y las hondas frustraciones de lo que ha dejado marca en nuestros cuerpos y en nuestra memoria como pueblo.

Lo acontecido estos últimos días, el fervor increíble de millones de argentinos que se lanzaron con alegría y serenidad a festejar el Bicentenario, el amasijo de símbolos culturales y de expresiones artísticas que se entramaron para darle forma a la historia de estos 200 años mostrando poderosamente de qué modo los lenguajes del arte y de la cultura hacen centro en lo más profundo y afectivo de una sociedad sin eludir sus zonas oscuras, esas noches de una historia que también cuentan a la hora de hacer un balance como nación. Pero que también liberan la fiesta, el bullicio, el baile al ritmo de la murga, ese que nos recondujo a los días de la recuperación democrática del ’83, como recordándonos de dónde veníamos y hacia dónde queríamos ir. Todo estuvo allí: las madres en su eterna ronda de memoria y justicia; los pueblos originarios señalando una deuda que permanece impaga; las luchas obreras atravesadas por la pasión de los ideales; los sueños de millones de inmigrantes de llegar a una tierra pródiga y, seguramente, también la frustración de muchos al no poder alcanzarlos; la vanguardia artística entrelazada con los íconos de la industria nacional representada por el Siam Di Tella; la memoria de Malvinas, de la muerte absurda de cientos de jóvenes, la vileza y la desilusión en la curva final de la peor dictadura de nuestra historia; los golpes y la democracia junto con el éxodo jujeño y la gesta independentista, esa misma que volvió a colocar el destino latinoamericano y sureño de la Argentina diferenciando este Bicentenario de aquellos otros festejos del primer centenario en el que la invitada de honor fue la infanta Isabel y Europa era el faro que orientaba el imaginario de una Argentina opulenta y restringida. Lenguajes del arte para intentar decir lo difícil de ser dicho, para construir una extraña empatía con las multitudes que se derramaban a su alrededor festejando y emocionándose ante una recreación particular, como no podía ser de otro modo, de las vicisitudes argentinas de estos 200 años.

Días de multitudes abigarradas en las que las profecías de diluvios de violencia e inseguridad se transformaron en entusiasmo y festejo. Días para correr algunos velos que enturbiaban la visión de nuestra sociedad y que posibilitaron, en vivo y en directo, sin armados ni montajes televisivos siempre disponibles para retratar la supuesta territorialidad del horror y de la crispación, comprobar que lo popular está allí, que permanece a la espera de esas señales de la historia para salir a decir lo suyo. Que esas multitudes, que nos recuerdan nuestro fondo aluvional, se desplazan desplazando la actualidad hacia nuevas y todavía impensadas situaciones, como diciéndonos que lo ocultado, lo silenciado y lo ninguneado por las retóricas del establishment comunicacional, que esas mismas masas oscuras, los negros eternos de nuestra historia, los que sólo se mueven, eso no se cansan de repetir por todos los medios a su disposición, por el choripán y la dádiva, estuvieron allí para reencontrarse con lo que les pertenece, con el espacio público, con esas calles y plazas de un país que muchas veces los ha negado y reprimido o los ha transformado en el símbolo del peligro o de la violencia.

Una extraña e inusitada serenidad festiva reinó durante cuatro días mientras una alegría por la patria de la infancia parecía recorrer el ánimo de la gente-pueblo. Y escribo “patria de la infancia” para diferenciarla de esa otra “patria” envilecida y rapiñada por los falsos patrioterismos, de esos que supimos conocer tan bien en el pasado. Asocio infancia y patria porque tiene que ver con los afectos, con los arraigos, con aquellos símbolos que nos retrotraen a patios escolares, a imágenes guardadas en el fondo de la memoria, al barrio, a una tierra que es la nuestra, a los sueños y a los juegos. Esa patria regresó en estos días, se desplazó entre la multitud, se despertó de su letargo o de esos usos espurios que los poderosos han venido haciendo de eso entrañable que pertenece a nuestros recuerdos. Infancia y patria, pero también alegría y nostalgia en una danza de emociones compartidas.

Ventitres diario. 27de mayo 2010

lunes, 17 de mayo de 2010

“Vamos a una polarización institucional”

Entrevista con el filósofo Ernesto Laclau, autor de La razón populista

“Vamos a una polarización institucional”

Laclau sostiene que el proceso político en Argentina tiende hacia “un sistema relativamente estable” dividido en dos ejes, centroizquierda y centroderecha. Critica “la parlamentarización del poder” y aboga por presidentes fuertes como motor del cambio en Latinoamérica.

Por Javier Lorca
 
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Aunque hace más de tres décadas vive en Inglaterra, cada mañana Ernesto Laclau cumple con el rito de leer los principales diarios argentinos para seguir de cerca la política nacional. “La Argentina está evolucionando hacia una polarización dentro de un sistema institucional”, dice en esta entrevista, pero aclara que no cree que, por lo menos por ahora, las identidades mayoritarias se ordenen alrededor de la dicotomía kirchnerismo/antikirchnerismo. Con una mirada macro sobre la situación latinoamericana, y con afán polémico, aboga por “presidencialismos fuertes” para enfrentar los avances conservadores a través de “la parlamentarización del poder”.
–¿Las identidades políticas hegemónicas hoy en Argentina están configuradas en torno del eje kirchnerismo-antikirchnerismo? ¿Por qué?
–No creo que las identidades hayan llegado a constituirse en torno de ese eje, porque el kirchnerismo todavía no ha logrado crear una frontera interna en la sociedad argentina que divida al campo popular del otro campo. El peronismo clásico dividía a la sociedad en esos términos, el chavismo en Venezuela y Evo en Bolivia dividen a la gente en esos términos. El kirchnerismo no ha llegado al punto de cristalización de una identidad popular que divida a la sociedad de esa manera, aunque hay indicios de que el proceso está avanzando en ese sentido. Pero es un proceso que no está cerrado.
–¿Por qué se están produciendo esos indicios?
–¿En qué sentido?
–Por ejemplo, algunos discursos relacionan ese proceso con una voluntad belicosa del kirchnerismo, otros...
–Esa idea de una voluntad belicosa del kirchnerismo se liga a la idea de que hay un autoritarismo kirchnerista. Es un discurso frecuentemente presentado por la derecha, la idea de que hay una tendencia autoritaria en los regímenes populistas latinoamericanos. Mi respuesta es que, si hay un peligro de deriva autoritaria en los regímenes políticos latinoamericanos, esa deriva no está dada por el populismo sino por el neoliberalismo. Un régimen autoritario fue el de Pinochet en Chile, que fue la forma para que el programa de ajuste de los Chicago Boys fuera implementado. Un régimen autoritario fue el de Videla, la condición necesaria para aplicar el plan de Martínez de Hoz. Ahí es donde hay que buscar el peligro del autoritarismo, y no en los populismos, que han sido regímenes que han intentado incorporar a las masas y no han afectado las bases del sistema institucional.
–¿Hacia dónde cree entonces que va el proceso político nacional?
–El espectro político tiende a la polarización, pero la polarización no ha encontrado su límite ni su forma definitiva. La Argentina está evolucionando hacia una polarización dentro de un sistema institucional. Puede parecer un poco optimista, pero creo que es así. De a poco se está llegando a una situación de un país vivible, con un sistema político relativamente estable, en el que va a haber un centroizquierda y un centroderecha. De un lado y de otro va a haber también unos loquitos marginales. Por centroderecha estoy pensando que podría crearse un espectro opositor viable electoralmente, un tándem entre –menciono nombres tentativos, sólo como ejemplo– Ricardo Alfonsín y Hermes Binner. Me dirán que Binner no es de derecha; claro que su ideología no es de derecha, pero muchas veces una fuerza política puede jugar un papel estabilizador dentro del statu quo aunque su ideología no corresponda exactamente. Por ejemplo, el Partido Comunista era parte de la Unión Democrática de 1946. En la Argentina actual pienso que la derecha galopante no va a poder presentar una fórmula política viable, entonces puede mover su apoyo hacia una formación de centroderecha. Más a la derecha, puede haber figuras como Lilita Carrió o gente así, que va a representar un papel marginal, sin significación.
–¿Y del otro lado?
–En el centroizquierda, la única opción viable es el kirchnerismo. Con una transversalidad real y creíble –no como la que llevó a Cobos–, el kirchnerismo puede ser un factor aglutinante. Como con Carrió a la derecha, también habrá fórmulas de izquierda aberrantes. Mucho me temo que mi viejo amigo Pino Solanas está representando ese papel. Ahora, si llegáramos a un sistema político con una fuerza de centroizquierda y una fuerza de centroderecha, que configuraran el espacio del poder, la Argentina podría tener un sistema institucional bastante estable. Siempre los sistemas políticos oscilan entre las fuerzas institucionalistas, que tienden a mantener las relaciones de poder, y las fuerzas del cambio. Si el centroderecha gana las próximas elecciones, en ese caso las fuerzas del statu quo habrán predominado sobre las fuerzas del cambio, que han sido representadas por el kirchnerismo.
–¿Por qué sostiene que los presidencialismos fuertes son condición necesaria para el cambio en América latina y, por otro lado, que la parlamentarización de lo político es una modalidad de intervención conservadora?
–El antipersonalismo ha sido una línea de apelación a la derecha. Fue la línea que se opuso a Yrigoyen y a Perón. Hay una tradición por la cual el antipersonalismo y el antipopulismo son las formas a través de las cuales la derecha se va consolidando. El problema fundamental es que, cuando se da una ruptura, se precisa una cristalización simbólica, ideológica, que no está dada por las meras fuerzas que participan. Si pensamos en la crisis de la IV República en Francia, ahí había un sistema parlamentario donde las elites habían llevado el país al borde del caos y se necesitó la cristalización simbólica alrededor de la figura de De Gaulle para fundar la V República y un sistema viable de poder; ahí el momento del personalismo jugó un papel decisivo en la solución de la crisis. En América latina creo que vamos a tener regímenes presidencialistas fuertes como una posibilidad de cambio, porque cualquier régimen que sea una democracia diluida en una pluralidad de fracciones es incapaz de, como dirían los ingleses, delivering the goods (N.de la R.: entregar la mercadería, cumplir los compromisos). Todo régimen político democrático está en un punto intermedio entre el institucionalismo puro, que sería la parlamentarización del poder, y el populismo puro, que sería la concentración del poder en manos de un líder. Siempre ese espacio intermedio va a tener que jugar en las dos puntas. Pero en América latina, más que en Europa, el momento presidencialista, el momento populista, va a ser más fuerte que el otro.
–¿Cómo concilia esta apuesta al presidencialismo con los ideales pluralistas de la democracia, que parecen mejor representados por la diversidad de voces que admite el Congreso?
–El pluralismo se puede dar a nivel de las bases democráticas de un sistema, pero ese pluralismo no necesariamente coincide con el pluralismo del parlamentarismo, porque un poder parlamentario puede ser un parlamentarismo basado en formas clientelísticas de la elección de diputados o senadores. Esas formas clientelísticas pueden ser muy poco democráticas. Un ejemplo: si existe una demanda concreta de un grupo local sobre un tema como transporte y la municipalidad la niega, hay una demanda frustrada. Pero si la gente empieza a ver que hay otras demandas en otros sectores y que también son negadas, entonces empieza a crearse entre todas esas demandas una cierta unidad y empiezan a formar la base de una oposición al poder. En cierto momento es necesario cristalizar esa cadena de equivalencias entre demandas insatisfechas en un significante que las significa a ellas como totalidad: es el momento de la ruptura populista, cuando la relación líder-masa empieza a cristalizar. Pero hay todo un renglón intermedio que es el momento parlamentario. Ese momento muchas veces opera sobre bases clientelísticas y puede tratar de interrumpir la relación populista entre masa y líder. Cuando ocurre, entonces tenemos a un poder parlamentario, antipersonalista, que se opone a la movilización de bases. Por eso, no hay que pensar que la parlamentarización del poder significa una tendencia más democrática, puede significar lo opuesto: el ahogo de las demandas democráticas a través de los estratos intermedios que, de una forma corporativa, administran las instituciones.
–Un poder presidencial fuerte sería, desde esa perspectiva, un fenómeno coyuntural y necesario para producir un quiebre: ¿no sería luego difícil delimitar cuándo ese cambio ya se produjo y la apelación al líder se vuelve innecesaria?
–Es muy difícil decir cuánto debería durar, diría que por todo un período histórico. No necesariamente es antidemocrático. Nyerere lideró un régimen en el cual hubo amplia participación democrática (N. de la R.: en Tanzania). Pero la experiencia de Mugabe llegó a un efecto completamente diferente (N. de la R.: en Zimbabwe). ¿Hasta cuándo y cómo? No lo sé. Pero sí soy partidario hoy en América latina de la reelección presidencial indefinida. No de que un presidente sea reelegido de por vida, sino de que pueda presentarse. Por ejemplo, por el presente período histórico, sin Chávez el proceso de reforma en Venezuela sería impensable; si hoy se va, empezaría un período de restauración del viejo sistema a través del Parlamento y otras instituciones. Sin Evo Morales, el cambio en Bolivia es impensable. En Argentina no hemos llegado a una situación en la que Kirchner sea indispensable, pero si todo lo que significó el kirchnerismo como configuración política desaparece, muchas posibilidades de cambio van a desaparecer.

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domingo, 16 de mayo de 2010

DESMONUMENTAR


Por Osvaldo Bayer
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Una vez más sostenemos que en la Historia finalmente triunfa siempre la Etica. Aunque pasen siglos. Recuerdo cuando hace años comenzamos los jueves al anochecer, junto al monumento al general Julio Argentino Roca, demostrando que, documento tras documento, los argentinos honrábamos a un genocida, a un racista y a quien había restablecido la esclavitud en la Argentina, en 1879, esclavitud a la cual nuestra increíblemente progresista Asamblea del Año XIII había eliminado adelantándose en décadas a Estados Unidos y a Brasil. Pues bien, aquella iniciación se ve culminada ahora por el primer congreso nacional del movimiento “Desmonumentar a Roca, que se llevará a cabo el sábado próximo, 22 de mayo, día del Cabildo Abierto, y el domingo 23, en la ciudad bonaerense de Junín, al cual concurrirán delegaciones de todo el país de docentes, estudiantes, trabajadores, miembros de instituciones culturales, representantes de los pueblos originarios y todos los que quieran participar. Los actos serán públicos y culminarán con música del cada vez más joven conjunto Arbolito.
Cuando comenzamos hace años aquella tarea en el monumento a Roca de la Diagonal Sur fuimos demostrando lo que sosteníamos. Sobre el calificativo de genocida, mostramos el propio discurso de Roca ante el Congreso de la Nación, al finalizar su “Campaña al Desierto”: “La ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha sido por fin destruida... El éxito más brillante acaba de coronar esta expedición dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”. No puede haber mejor definición del concepto oficial de genocidio que estos conceptos del propio genocida. (Frase en la cual se nota su increíble racismo acusando a los seres humanos que habitaban desde hacía siglos esas regiones de haber “inundado las fértiles llanuras”. Cuando la verdad es que si alguien había inundado eran los descendientes de los conquistadores europeos que un buen día habían “descubierto América”.) Respecto del racismo de Roca están todos sus discursos en los que siempre emplea los mismos términos calificándolos de “los salvajes, los bárbaros”, mientras San Martín varias décadas antes siempre hablaba de “nuestros paisanos los indios”. Una diferencia abismal. Sobre el clima previo que preparó la matanza de Roca se pueden consultar los diarios de la época. Basta un ejemplo. El diario La Prensa del 16/10/78: “La conquista es santa; porque el conquistador es el Bien y el conquistado el Mal. Siendo Santa la conquista de la Pampa, carguémosle a ella los gastos que demanda, ejercitando el derecho legítimo del conquistador”. Racismo para obtener ganancias.
Respecto de que Roca restableció la esclavitud casi setenta años después de que ésta hubiera sido eliminada por la gloriosa Asamblea del año XII, lo demuestran los avisos publicados en los diarios de la época. Por ejemplo, el del diario El Nacional del 31-XII-78: “Entrega de indios”, como título. Y como texto: “Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia”. Con respecto a la crueldad empleada por Avellaneda, Roca y los miembros de ese gobierno, lo dice bien esta crónica del mismo diario porteño El Nacional de esa fecha: “Llegan los indios prisioneros con sus familias. La desesperación, el llanto no cesa. Se les quita a las madres indias sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos indios se tapan la cara, otros miran resignadamente el suelo, la madre india aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre indio se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización”. Esto lo hicieron los argentinos, como los españoles lo hicieron antes del glorioso Mayo de 1810. El mejor documento que nos habla de la traición de Roca y sus ayudantes del poder a esos principios de Mayo, por ejemplo, es si comparamos este estado de cosas con la declaración de Manuel Belgrano del 30 de diciembre de 1810, en su expedición al Paraguay, cuando proclamará la igualdad de derechos de los pueblos originarios, donde dice textualmente: “A consecuencia de la proclama que expedí para hacer saber a los naturales de los pueblos de Misiones que venía a restituirlos a sus derechos de Libertad, propiedad y seguridad, que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente a las rapiñas de los que han gobernado he venido a determinar los siguientes artículos, con que acredito que mis palabras no son las del engaño ni alucinamiento con que hasta ahora se ha tenido a los desgraciados naturales bajo el yugo de hierro: 1) Todos los naturales de Misiones son libres, gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode. 2) Desde hoy les liberto del tributo”. Y luego en los otros artículos los “habilita para todos los empleos civiles, políticos, militares y eclesiásticos” y les promete créditos para la compra de “instrumentos para la agricultura y para el fomento de las crías”. De la Igualdad y la Libertad a la esclavitud y la muerte. La absoluta traición a los principios de Mayo. Lo mismo hará ese extraordinario libertario que se llamó Juan José Castelli al llegar al Alto Perú, para no hablar de Mariano Moreno en su defensa valiente de la igualdad de los pueblos originarios de estas tierras americanas.
Pero, claro, con Roca comenzará el dominio del latifundio, luego de que después del exterminio de los pueblos del sur se repartan 41 millones de hectáreas a 1843 terratenientes. Al presidente de la Sociedad Rural –sí, la misma que sigue hoy representando a los estancieros– se le entregarán nada menos que 2.500.000 hectáreas.
¿Y quién era él? José María Martínez de Hoz, el bisabuelo directo del Martínez de Hoz que fue ministro de Economía de la última dictadura militar, la de la desaparición de personas. Cómo el verdadero poder siempre se mantuvo en las mismas manos en nuestra historia. Ya que jamás se llevó a cabo una reforma agraria. A todos los miembros de la comisión directiva de esa Sociedad, Avellaneda-Roca les otorgó un mínimo de medio millón de hectáreas. Y ahí están los apellidos clásicos del Barrio Norte: los Pereyra Iraola, los Oromí, los Unzué, los Anchorena, Amadeo, Miguens, Real de Azúa, Leloir, Temperley, Llavallol, Arana, Casares, Señorans, Martín y Omar.
En el primer congreso de “Desmonumentando a Roca” que comenzaremos el sábado próximo en Junín sentaremos las bases para una propuesta de profundo sentido ético, terminar con el endiosamiento del genocidio y propender a que se quiten los monumentos a la persona de Roca, se reemplace su nombre a todas las calles que lo ostentan en nuestras ciudades.
Y también que la ciudad patagónica de General Roca pase a llevar el nombre que esa zona ostentaba antes del paso del genocida: Fiske Menuco.
Los argentinos jamás hicieron congresos de historiadores para hacer una autocrítica de los crímenes oficiales que se cometieron contra los pueblos que durante siglos habitaron estas generosas tierras. Al contrario, glorificaron con los nombres de los asesinos oficiales lugares públicos. Cuando propusimos a los representantes del pueblo de la Capital quitar el monumento a Roca y reemplazarlo por una obra escultórica que represente a la mujer originaria –ya que en su vientre se originó el criollo que fue el soldado de nuestros ejércitos de la Independencia–, ese proyecto fue rechazado por el macrismo, que señaló que en “historia hay que mirar hacia adelante”. Ante tal argumento señalé públicamente: “Entonces, con ese criterio, Alemania tendría que tener todos los monumentos a Hitler”. Más todavía, que justamente el monumento a Roca es el más grande y céntrico de nuestra ciudad, apenas a metros del Cabildo, donde se declaró nuestra Libertad y se sostuvo la igualdad de todos como principio. Además, ese monumento fue llevado a cabo por resolución de un gobierno no democrático, en la Década Infame durante el período del general Justo, elegido –como es sabido– por el llamado “fraude patriótico”, término argentino que debería avergonzarnos a todos. ¿Y quién era el vicepresidente del general Justo? Nada menos que el hijo de Roca, Julio Argentino Roca (hijo), quien fue el verdadero inspirador de ese monumento a su padre.
Ese monumento es aún más injusto porque el general Roca, siendo presidente, aprobó la ley más cruel de la legislación argentina, la 4144, la llamada “Ley de Residencia”, por la cual se expulsaba a todo extranjero que perturbara el orden público. Que se aplicó principalmente a obreros que promovieron el avance de la justicia social, luchando por las ocho horas de trabajo. Pero la maldad de esta ley era que se expulsaba sólo al hombre y se dejaba aquí a su mujer y a sus hijos. Eso se hacía para que las esposas les aconsejaran a sus maridos no comprometerse en las luchas obreras porque corrían el peligro de ser expulsados y ellas quedaban aquí solas, con sus hijos, ¿y cómo podrían alimentarlos? También Roca fue el primer presidente que reprimió con extrema violencia un acto obrero del 1º de marzo, en memoria de los mártires de Chicago. Fue el 1º de mayo de 1904 y allí fue muerto el marinero Juan Ocampo, de 18 años de edad. El primer mártir del movimiento obrero argentino. De él no hay ni una callejuela en un barrio obrero. Pero el represor, Roca, tiene calles hasta en el último rincón urbano del país.
La ilustración de esta nota pertenece al libro Pedagogía de la Desmemoria. Crónicas y estrategias del genocidio invisible, de Marcelo Valko. Y es una caricatura de Roca hecha por la publicación Don Quijote del 25/10/1891, en pleno auge político del genocida. Caricatura que demuestra toda la crueldad de su persona. El reciente libro de Valko deja bien al desnudo la verdadera personalidad de Roca. Y demuestra que en el curso de la historia cómo se justificó lo injustificable que ha quedado siempre oculto por más de un siglo y medio y hoy recién comienza a debatirse. Además se traen las citas del lenguaje de los políticos notables de la época y su racismo insoportable, con expresiones como “Raza estéril”, “enjambre de hienas” o “gusanos” como se calificaba a los pueblos originarios para facilitar el genocidio. Toda la línea de los pensadores “liberales positivistas” de la época. Se quería terminar con la nación mestiza para lograr la llamada “civilización europea”. Y también, otros aspectos, la posición dual de la Iglesia en esa época. No deja el autor de demostrar la corrupción oficial en la que se destaca las prebendas de los dos hermanos de Roca: Rudecindo y Ataliva. Sarmiento inventó el verbo “atalivar” que suplantaba al de “cobrar la coima”. En resumen, un libro fundamental para llegar a la verdad de ese pasado argentino. Y para interpretar el fracaso argentino posterior a ellos, que culminó con la dictadura de la desaparición de personas.
Por eso, por fin, una reunión nacional, los próximos sábado 22 y domingo 23 de mayo, en Junín, donde se debatirán en sucesivos encuentros todos los temas que hacen al pasado argentino que nos lleva a preguntarnos: ¿qué nos pasó a los argentinos después de esos principios de Mayo, plenos de generosidad y de la búsqueda de la Igualdad por medio de la Libertad?
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viernes, 14 de mayo de 2010

lunes, 3 de mayo de 2010

Un poco más de respeto

Por Eduardo Aliverti

Sí, habría que tener un poco más de respeto por las palabras. Por algunas de ellas, mejor dicho. Y mejor todavía, por lo que connotan.

Estamos en democracia, para empezar por una perogrullada que, sin embargo, alguna gente parece perder de vista con extrema facilidad. Buena, mala, perfeccionada, empeorada, carente de demasiados derechos básicos, avanzando en otros. Pero estamos en democracia. Si en lugar de eso se prefiere hablar de “el régimen”, “sistema burgués”, “fantochada institucionalista”, “partidocracia”, “monarquía constitucional” u otros términos de vitupero, es legítimo pero hay que buscarle la vuelta a que se los puede vociferar sin problemas. Nadie va preso (apenas la segunda recordación primaria, ya apuntada por algunos colegas, y uno comienza a cansarse). También es atendible que esa prerrogativa, la libre expresión, no alcanza para vivir como se debería. Lo semantizó Anatole France: “Todos los pobres tienen derecho a morirse de hambre bajo los puentes de París”. Expresarse en libertad puede entonces no tener resultados prácticos, para quienes no comen ni se curan ni se educan con el decir lo que se quiera. Si además se afina la puntería para meterse con la libertad de prensa, por aquello de que todo ciudadano tiene derecho a publicar sus ideas sin censura previa, resulta que hay que contar con la prensa propia. Y en consecuencia pasamos a hablar de la propiedad de los medios de producción. Lo cual es igualmente legítimo, desde ya, pero con el riesgo de que se convierta en teoricismo si acaso no es cotejable con la época y circunstancias que se viven. Veámoslo a través del absurdo: si siempre es igual, democracia y dictadura también son iguales. En este punto el cansancio por las obviedades se incrementa. Y uno se pregunta si no se lo preguntan quienes sí viven de poder expresarse libremente por la prensa, pero para referirse al momento argentino como si continuáramos en plena dictadura.

Mataron a mucha gente acá. Picanearon, violaron, nos mandaron a una guerra inconcebible, robaron bebés, desaparecieron a miles, tiraron cadáveres al mar y adormecidos también, electrificaron embarazadas, regaron el país de campos de concentración, torturaron padres delante de los hijos. Se chuparon a más de cien periodistas acá. Si hasta parece una boludez recordar que estaban prohibidos Serrat y la negra Sosa, que las tres Fuerzas se repartieron las radios y los canales, que inhibieron textos sobre la cuba electrolítica, que en el ‘78 estaba vedado por memorándum criticar el estilo de juego de la Selección Argentina de fútbol. ¿Nos pasó todo eso y por unos afiches de mierda y una escenografía de juicio vienen a decirnos que esto es una dictadura? ¿Pero qué carajo les pasa? ¿Dónde están viviendo? ¿Cómo puede faltársele así el respeto a la tragedia más grande de la Argentina? Acá lo cepillaron a Rodolfo Walsh, ¿y hay el tupé de ir a llorar miedo al Congreso? Faltaría ir al Arzobispado. Si bendijo a los milicos, seguro que también puede dar una mano ahora que se viene el fin del mundo con el matrimonio gay.

Uno entiende que pasaron algunas cosas, nada más que algunas por más significativas que fueren, capaces de suscitar que sea muy complejo trabajar de periodista en los medios del poder. Lo de las jubilaciones estatizadas, lo de la mano en el bolsillo del “campo”, lo de la ley de medios audiovisuales y la afectación del negociado del fútbol de Primera. Ahora bien, ¿la contradicción aumentada entre cómo se piensa y dónde se trabaja justifica las sobreactuaciones? Es decir: puede pensarse que en verdad algunos dicen lo que pensaron toda la vida, y que otros quedaron presos de la dinámica furiosa de la patronal. Pero, ¿decir que estamos o vamos hacia una dictadura? ¿Que si esto sigue así puede haber un muerto? ¿Hace falta construir ese delirio para congraciarse? En todo el país, si es cuestión de propiedad mediática y de programas y prensa influyentes, bastan y casi sobran los dedos de ambas manos para contar los espacios que –con mayor o menor pensamiento crítico– apoyan al Gobierno. La mayoría aplastante de lo que se ve, lee y escucha es un coro de puteadas contra el oficialismo como nunca jamás se vio. La oposición es publicada y emitida en cadena, a toda hora. ¿Qué clase de dictadura es ésa? Ese libre albedrío, muy lejos de ser mérito adjudicable al kirchnerismo, ocurrió igualmente con Alfonsín, la rata, De la Rúa, Duhalde. Lo que no había sucedido es esta cuasi unanimidad confrontadora salvo por los últimos tiempos del líder radical, a quien por derecha se le cuestionaban sus vacilaciones y por izquierda también. Contra Menem recién cargaron en su segundo lustro, después de que completó el trabajo. La Alianza se caía por su propio peso. Con el Padrino pegar era gratis, porque el país ya había estallado. Pero en el actual, que después de todo es simplemente un gobierno más decidido que el resto en cierta intervención del Estado contra el mercado y en el perjuicio a símbolos muy preciados de la clase dominante, ¿qué tan de jodido pasa como para hablar de una dictadura? ¿Será que basta con tocar unos intereses para edificar en el llano la idea de que pueden empezar a matar? ¿Los Kirchner son Videla, Massera, Suárez Mason? Por favor, tienen que aclararlo porque de lo contrario hay uno de dos problemas. O se lo creen en serio y, por tanto, se toma nota de que desvarían. O saben que es una falsedad sobre la que se montan para condolerse y entonces se anota que está bien. Que no se justifica pero se entiende. Que quedaron tras las rejas de los medios en que laboran. Ojalá sea lo segundo, por aquello de que un tonto es más peligroso que un mal bicho.

Se cometieron varias estupideces en forma reciente. Se le dio mucho pasto a la manada, se perpetraron injusticias con colegas que no se lo merecen, se agredió a los que precisamente buscan victimizarse. Eso no es hacer política. Es jugar a la política. La diferencia entre una cosa y la otra es que cuando se ejecuta lo primero es bien medida la correlación de fuerzas. A quiénes se beneficia, cuánto se puede tensar la cuerda en la dialéctica entre condiciones objetivas y subjetivas; cómo no sufrir un boomerang, en definitiva, y si se produce cuánto de fuerte son las espaldas para sortearlo. En cambio, si se juega a la política todo eso es lo que importa un pito antes que nada, con el agravante de que las consecuencias las paga un arco mucho más amplio que el de quienes formularon la chiquilinada.

De ahí a que se tomen de esos yerros para hablar de peligro de muertos, de sensación de asfixia dictatorial, de avanzada totalitaria, media una distancia cuya enormidad causa vergüenza ajena de apenas pensarla. No es algo que no pudiera preverse. Como lo dijo allá por los ’80 César Jaroslavsky, otro sabio sólo que de comité pero muy ducho en transas y arremetidas: te atacan como partido político, y se defienden con la libertad de prensa.

Se sabe que es así. Pero igual uno ya está harto de los hartos que se hartaron ahora.

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Un día en que mandaba el Jallalla

SANDRA RUSSO PRESENTO EN LA FERIA SU LIBRO SOBRE MILAGRO SALA Y LA TUPAC AMARU

Fue un evento político, con banderas y muchas de las ideas que caracterizan a la protagonista del libro. Russo explicó su pasión por “encontrarse con experiencias populares de las que uno solamente puede aprender”.
Russo y Sala en la presentación del viernes, que desbordó por completo la sala en la Feria del Libro.


“Venimos de muy abajo, pero siempre supimos que si nos preparábamos podíamos llegar a ser algo en la vida”, expresó Milagro Sala ante una sala colmada. Lo hizo el viernes en la presentación del libro Jallalla: la Tupac Amaru, utopía en construcción, de la periodista Sandra Russo. “Los compañeros se empezaron a comprar motos, se pudieron comprar zapatillas, comenzaron a usar desodorante de marca. Los ricos estaban horrorizados. ‘¿Cómo que estos negros villeros se compran autos? Es una locura.’ Claro, los pobres empezaron a comprarse cosas porque empezaron a trabajar”, completó. La escuchaban con atención cuatrocientos asistentes –entre ellos, varios militantes de su organización– y varios más que se habían quedado afuera pero que no querían renunciar a estar cerca de la líder de la Tupac.

Media hora antes del comienzo de la charla, la fila para entrar ya se extendía más allá del propio ingreso a la feria. Los primeros militantes en llegar desplegaron una bandera del movimiento –con las caras de Evita, el Che y Tupac Amaru– por encima del elegante cubremantel rojo de la mesa, y dos más en las paredes. Era una verdadera instalación política, una feliz irrupción herética. “Llamame a seguridad”, se lo escuchó ordenar, nervioso, a uno de los organizadores de la Feria, mientras veía colmarse la capacidad del lugar, preparado para cuatrocientas personas. Entre los asistentes estaban el secretario de Cultura, Jorge Coscia, y el intendente de Quilmes, Francisco “Barba” Gutiérrez. Alguien preguntó si no se podía subir el volumen de los micrófonos para que todos los que se habían quedado afuera pudieran escuchar. Los sonidistas aseguraron que iba a ser imposible. “Encima en la sala de al lado hay un panel de Clarín”, explicaron.

Fuertes aplausos recibieron a los presentadores, el sociólogo Carlos Girotti, la autora del libro y la propia Sala. Girotti, también integrante de Carta Abierta, explicó que el libro era “todo un mérito de Sandra Russo, pero también de las mujeres y hombres anónimos de la Tupac”. “Es un mérito, también, de esta mujer indómita, que mal disimula su ternura en gestos aguerridos, en gestos duros, que nunca ha renunciado al combate. Esa mujer es Milagro Sala”, concluyó el sociólogo.

Russo, a su turno, comentó algunos detalles de la producción del libro. “Milagro no se parecía a ninguna de las entrevistadas que yo había conocido: no habla. Una sola vez logré sentarla frente al grabador y el resto del tiempo fue correr detrás de ella”, detalló. La columnista de Página/12 dijo que los tres meses que le tomó juntar el material fue la época posterior “a un tristísimo y angustiante 2008, con la crisis con los sectores ruralistas y con los medios concentrados que ya perfilaban la embestida. Estábamos muy solos”.

“Un día descubrimos que había un eje –continuó la escritora–, pero que para eso teníamos que permitirnos defender lo que queremos. Era necesario dar ese movimiento hacia adelante, porque nos habíamos pasado un año calladitos en el asiento trasero de los taxis porteños, bancándonos que nos dijeran cualquier cosa.” Hubo risas y aplausos. Russo sonrió y explicó que aquellas cosas que hacían falta la Tupac Amaru “ya las tenía muy trabajadas porque formaban parte de su identidad, como la autoestima”. “Es regocijante encontrarse con experiencias populares de las que uno solamente puede aprender –comentó la periodista–. Lo novedoso tal vez sea que no hay ninguna brecha entre lo que se dice y lo que se hace.”

Russo se guardó para el final la explicación del título de la obra editada por Colihue, que varias personas ya habían comprado en la feria y llevaban con ellos. “Jallalla es una voz quechua que yo le escuché decir a Milagro. Es como un ‘viva’, como una voz de empoderamiento, de coraje, de fuerza. Indica que acá hay verdad, que acá hay gente que está viviendo de acuerdo a lo que cree”, aseguró.

La última exposición quedó a cargo de la propia protagonista, Milagro Sala. La dirigente alternó comentarios distendidos sobre la experiencia de aparecer en el libro con un típico discurso político que cada tanto se colaba entre sus palabras.

“A Sandra le ha costado mucho escribir este libro, porque cuando ella hablaba de ‘mi libro’, yo decía que no, porque la Tupac Amaru no es Milagro Sala. Son miles y miles de compañeros que continuamente ponen el hombro para poder levantar el país, y en donde circunstancialmente estoy a la cabeza”, expresó con humildad.

“No fuimos arquitectos, pero supimos construir casas. No fuimos contadores, pero supimos administrar el dinero para que los compañeros pudieran trabajar y tener una vivienda digna. No fuimos licenciados en nada. ¿Saben lo que nos llevó a nosotros a hacer todo esto? La desesperación de vivir bien”, expresó la jujeña.

Fue entonces que Sala entendió que “nos teníamos que hacer cargo del futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos, de nuestros amigos y de nuestros hermanos. Por eso hicimos todo lo que hicimos: porque queríamos vivir mejor”, concluyó. En ese momento se observaron algunas lágrimas en el auditorio y el aplauso final a Milagro –con palmas en alto– duró más de un minuto. Al fondo de la sala, las jóvenes de Tupac Amaru se habían parado sobre las sillas y coreaban con megáfonos: “Vamos, vamos pibes a luchar / soy tupaquero, soy de CTA”.

Informe: Federico Poore.
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sábado, 1 de mayo de 2010

Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos, una relación impuesta

Por Horacio Verbitsky *


La relación de los organismos defensores de los derechos humanos con las Fuerzas Armadas no ha sido voluntaria sino impuesta por las más terribles circunstancias: el secuestro por parte de personal militar de miles de jóvenes que nunca reaparecieron con vida. Este es el caso del origen del CELS, fundado en 1979 por Emilio Fermín Mignone y Augusto Conte. Ambos eran padres de jóvenes detenidos-desaparecidos por la práctica represiva de la última dictadura y debieron hacer un proceso personal que los llevó a un compromiso absoluto y a una reflexión en profundidad, que se extendió por el lapso que les quedaba de vida y que fue asumido por quienes los sobrevivimos. Ese camino lo recorrieron junto con sus compañeras de toda la vida, Angélica Sosa de Mignone y Laura Jordán de Conte, en compañía de los demás fundadores del CELS víctimas de la misma o similar tragedia, como Carmen Lapacó, Boris Pasik, Alfredo Galleti y José F. Westerkamp.

Durante los largos años de la dictadura, la tarea del CELS abarcó tanto las gestiones ante quienes detentaban el poder como la denuncia nacional e internacional de sus crímenes y la documentación detallada de cada caso. Esta actividad resultó fundamental como apoyo para el trabajo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que visitó el país en septiembre de 1979 con el fin de investigar la de-saparición forzada de personas y sus responsables. Pero, además, permitió llegar a una reconstrucción de la estructura y la lógica del Estado terrorista de asombrosa precisión, como se vería después.

Mignone y Conte habían sido dirigentes políticos relevantes en la época previa al terrorismo de Estado y eran conscientes de la fragilidad de la vida democrática en el país antes del golpe de 1976. Por ello, con el colapso del último ciclo militar, el CELS participó en la tentativa de construir una democracia más sólida en comparación con ese período. Con esos fines, junto con los otros organismos de derechos humanos, aportó materiales que nutrieron a la labor de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en 1984 y de la Cámara Federal, que a partir de abril de 1985 juzgó a las tres primeras juntas militares. El CELS se planteó entonces hacer realidad la consigna que dio título al informe de la CONADEP y para ello se propuso incidir en la transformación de las Fuerzas Armadas y su forma de inserción en el aparato estatal. Por un lado exigió la separación de sus filas de quienes cometieron delitos de lesa humanidad, cuyo castigo procuró en los expedientes judiciales en que los abogados del CELS representaron a las víctimas y sus familiares. Pero al mismo tiempo planteó un cambio imprescindible en la formación de las nuevas promociones de oficiales y suboficiales.
Impugnaciones a los ascensos militares

Con estos objetivos, una de las tareas iniciales que asumió el CELS fue estudiar las listas de ascensos para sugerir a las autoridades políticas la no promoción de determinadas personas que tenían antecedentes de graves violaciones a los derechos humanos. El complejo mecanismo de ascenso de militares a los grados superiores articula a las Fuerzas Armadas, el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y la sociedad civil. La aprobación o desaprobación de los ascensos militares es una decisión política de designación de funcionarios públicos.

Una práctica de la Comisión de Acuerdos a partir de 1993 es requerir información sobre el listado de militares propuestos para ascender al archivo de la ex CONADEP de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, al CELS y a la Asamblea Permanente por los Derechos humanos (APDH). La Comisión solicita a estas instituciones que le remitan toda la información que posean sobre el desempeño de dichos militares. Los organismos de derechos humanos han participado de sesiones y audiencias públicas y han logrado que la Comisión de Acuerdos cite a declarar a testigos y produzca su propia prueba. Asimismo, el Ministerio de Defensa incorporó la práctica de adjuntar a las propuestas enviadas al Senado el legajo militar de los miembros propuestos. Esta información ha resultado de cabal importancia frente a la inexistencia de documentación oficial. De esta manera, el mecanismo de impugnación de ascensos militares se ha complejizado gracias a la participación de la sociedad civil y a las reformas tanto del reglamento del Senado en lo ateniente a la difusión y participación pública como de la información enviada por Defensa.

La posibilidad de impugnar los ascensos militares depende tanto de que exista un mecanismo institucional, como de la calidad y tipo de información con que se cuenta. Las limitaciones para recabar dicha información han estado determinadas por la clandestinidad y negación propias del terrorismo de Estado. De ahí la importancia de las acciones que han realizado los organismos de derechos humanos y las medidas posteriores para enfrentar los crímenes en el orden judicial, administrativo y político. Los organismos produjeron documentación sobre los crímenes en base a las denuncias de las víctimas. Durante muchos años, estos testimonios y archivos fueron la única información disponible. Y sin duda fue sobre la base de la información recabada por las organizaciones de derechos humanos que se construyó el relato de lo que era el terrorismo de Estado, del repudio a la dictadura y, con posterioridad, de la valoración de la democracia.

Las impugnaciones llevadas adelante por el CELS contrastaban con la actitud de gobernantes elegidos por el voto popular que no se decidían a ejercer la conducción de las instituciones armadas que la Constitución Nacional confiere al poder legalmente constituido. Los años ’80 pusieron de relieve la carencia de una política hacia las Fuerzas Armadas que separara de las filas castrenses a los oficiales consustanciados con prácticas de terrorismo de Estado. También mostraron un gobierno presionado por sucesivos levantamientos militares, que pactó con los sectores que pugnaban para poner fin a la posibilidad de hacer justicia por los crímenes de la dictadura. Además, ni el Poder Ejecutivo ni el Congreso realizaban consultas formales a los organismos de derechos humanos. Sólo algunos asesores parlamentarios lo hacían de manera informal. Sin embargo, como la prensa publicaba listados totales o parciales de los oficiales cuyos ascensos estaban en estudio, las organizaciones tomaban conocimiento de los nombres propuestos y enviaban los cuestionamientos al Congreso. Estas notas eran acompañadas de material documental, por lo general párrafos de testimonios o testimonios completos de sobrevivientes, artículos periodísticos y copias de documentos judiciales en caso de que estuvieran comprometidos con alguna causa. La debilidad del control sobre los uniformados y la inexistencia de una voluntad política por parte del gobierno para exigir autocrítica y cambios institucionales fue la característica central de esos años. Mientras que la CONADEP generaba pruebas para el esclarecimiento de los crímenes a través del juicio a los comandantes de las juntas militares, el gobierno radical esperaba que las Fuerzas Armadas realizaran su propia “depuración”. Esto no sucedió.

La tarea de monitoreo de los ascensos militares fue necesaria pero incompleta, porque una parte fundamental de los procedimientos represivos fue mantener en el anonimato a sus autores, aun al precio de colocar bajo sospecha a las instituciones militares en su conjunto. Los testimonios de los sobrevivientes y las investigaciones de civiles pero también de militares (como los hermanos Federico y Jorge Mittelbach y José Luis D’Andrea Mohr) permitieron un conocimiento extenso pero parcial del mapa represivo. Algunos ascendieron por decisión de un liderazgo político que no asumió la tragedia argentina en toda su dimensión y procuró conciliaciones inaceptables. Otros porque consiguieron pasar inadvertidos. Aun así, los grandes debates de opinión pública que varios de esos casos motivaron fueron de gran utilidad para que porciones cada vez mayores de la sociedad asumieran esta problemática que alguna vez fue exclusividad de las personas directamente afectadas e incluso dieron lugar al repudio de lo sucedido por parte de las nuevas conducciones castrenses.
Debates y confesiones

Uno de esos debates tuvo lugar en la década de los ’90, cuando los procesos de ascensos militares muestran una mayor complejidad. Un cambio sustancial se produjo a partir de los acontecimientos desencadenados por el tratamiento de los pliegos de ascensos de dos conocidos represores de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA): los marinos Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías. El 28 de diciembre de 1993 publiqué en el diario Página/12 la información brindada por las víctimas y los familiares sobre la actuación de ambos. El gobierno de Carlos Menem los respaldó, pero cuando reconocieron en su descargo ante la Comisión de Acuerdos del Senado los métodos que utilizó la Armada para torturar, desaparecer y asesinar, se logró el freno de los ascensos. El caso desató un intenso debate en la opinión pública, que se prolongó hasta 1995, cuando el ex torturador Adolfo Scilingo, en reacción frente a lo que calificó como la “injusta” situación de los marinos Rolón y Pernías, declaró públicamente sobre la metodología sistemática de la Armada de arrojar prisioneros vivos al Río de la Plata. Scilingo confesó que ese método atroz había sido consultado con la jerarquía eclesiástica, que lo aprobó por considerarlo “una forma cristiana y poco violenta” de muerte. Al regreso de cada misión, los capellanes calmaban el escrúpulo de los participantes con parábolas bíblicas sobre la separación de la cizaña del trigo, pasando por alto que en la teología católica ésa no es una tarea de los hombres en el mundo sino de Dios en el Día del Juicio.

Este hecho promovió que el 25 de abril de 1995 el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, general Martín Balza, hiciera pública una autocrítica con relación a los crímenes de la dictadura, proseguida por otra similar del jefe del Estado Mayor de la Armada, Enrique Molina Pico. El caso de Rolón y Pernías, a casi diez años de vigencia del régimen constitucional, demostró que era posible frenar la carrera de los represores sin recibir como respuesta una sublevación militar y sin dañar con ello a las instituciones castrenses, sino todo lo contrario.

El agujero negro de la última dictadura necesitaba medidas de separación categóricas de una etapa histórica con respecto a otra. Era imprescindible librar del peso de las responsabilidades de quienes habían conducido las Fuerzas Armadas en ese período a quienes comenzaban la carrera militar. Actualmente quedan muy pocas personas en actividad que lo hayan estado en ese momento. Durante la dictadura eran muy jóvenes, recién egresaban de sus estudios militares. Este hecho implica tomar conciencia de la distancia cronológica que separa una época de otra.
Los pedidos de hábeas data

Además de la tarea de análisis de los pliegos de ascenso militar, que se ha continuado hasta el presente, el CELS también ha respondido a pedidos originados en las Fuerzas Armadas. A comienzos de esta década, en marzo de 2001, 663 oficiales del Ejército interpusieron solicitudes de hábeas data donde requerían conocer qué información poseían la Secretaría de Derechos Humanos y los organismos acerca de ellos. El CELS aclaró que la ley 23.326 (de Protección de Datos Personales, comúnmente llamada Ley de Hábeas Data) no resultaba aplicable a la institución por no constituir un banco de datos destinado a dar informes. Sin embargo, fue la única organización que contestó, dentro de sus posibilidades, a ese requerimiento, porque comprendió que efectuar esa solicitud implicaba un paso adelante en el respeto a los procedimientos del Estado de Derecho y constituía un derecho de integración de los ciudadanos soldados en la democracia. Hubo otras entidades que lo rechazaron como si se tratara de la misma realidad de la década de los años ’70.

El CELS entregó la información recabada, de la cual se desprendía que menos del 1,5 por ciento del total de los militares que presentaron los pedidos estaban incriminados por graves violaciones a los derechos humanos: sólo nueve oficiales. Sin embargo, dentro de este porcentaje se encontraba el entonces jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, debido a su responsabilidad por el fusilamiento de un grupo de detenidos políticos en 1976 en la provincia del Chaco, conocida como “Masacre de Margarita Belén”.

Por otro lado, esa tarea permitió que el CELS descubriera que Brinzoni había encomendado preparar los pedidos de hábeas data a un abogado que era uno de los máximos dirigentes del partido neonazi “Nuevo Triunfo”, Juan Enrique Torres Bande. Ese hallazgo no formaba parte del propósito inicial, pero contribuyó a reflexiones como: ¿Qué quieren de sí mismas las Fuerzas Armadas? y ¿cómo se insertan en una realidad nacional que va a ser durante muchos años de subordinación al poder civil y de democracia?

El CELS también participó en forma activa en el proceso que condujo a la nulidad de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En 1996 luego de la confesión del capitán Scilingo, su presidente, Emilio Mignone, consiguió que la Justicia declarara el derecho de los familiares de las víctimas a conocer lo sucedido a partir de la desaparición de sus seres queridos, por más que las leyes de impunidad impidieran castigar a sus responsables. Los juicios por la verdad se extendieron así a todo el país. Cuando el gobierno del presidente Carlos Menem y su Corte Suprema de Justicia adicta intentaron cerrar este proceso, el CELS patrocinó a su directiva Carmen Lapacó ante el sistema interamericano de protección a los derechos humanos y consiguió que no se paralizaran esos juicios. También aportamos documentos y testimonios al proceso iniciado en España por el fiscal Carlos Castresana y el juez Baltasar Garzón, que redundó en la solicitud de extradición de un centenar y medio de represores. En 1998, año del cincuentenario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la Justicia española también detuvo en Londres al ex dictador chileno Augusto Pinochet. Devuelto a Chile, el Senado lo privó de su inmunidad y comenzó una causa judicial en la que fue procesado y que no concluyó por su muerte. Esto reactivó en la Argentina las causas por el saqueo de bienes y la apropiación de bebés de las personas detenidas desaparecidas, delitos que no habían perdonado las leyes de impunidad. En 2000, ex miembros de las Fuerzas Armadas argentinas habían sido condenados en Italia, Francia y Estados Unidos, y había procesos abiertos en Alemania y España. Los juicios por la verdad se habían extendido a todo el país y medio centenar de altos mandos estaban bajo arresto por saqueo de bienes y apropiación de bebés. El CELS consideró que no quedaban razones jurídicas, éticas, políticas, nacionales ni internacionales para que subsistieran las leyes de impunidad y ese año solicitó su nulidad a la Justicia en un caso paradigmático. Dos ex policías federales estaban detenidos por la apropiación de una criatura, hija de detenidos desaparecidos, pero no era posible procesarlos por el secuestro, tortura y ejecución clandestina de sus padres. Con la autorización de las Abuelas de Plaza de Mayo que llevaban el caso, el CELS se presentó en esa causa. Faltaba un año para el 25º aniversario del golpe de 1976 y era previsible que la intensa movilización social equilibrara las presiones de los poderes fácticos y permitiera a los tribunales fallar de acuerdo a derecho. Así fue, y en marzo de 2001 el juez federal Gabriel Cavallo fue el primero en declarar nulas esas leyes. Lo siguieron otros magistrados en el resto del país, varias cámaras federales y el Procurador General en un dictamen ante la Corte Suprema de Justicia. Ese era el cuadro de situación en mayo de 2003 cuando asumió el presidente Néstor Kirchner, el primero que no se opuso a ese proceso impulsado desde la sociedad civil. En 2005 la Corte Suprema de Justicia confirmó el fallo de Cavallo.
Defensa Nacional y Seguridad Interior

Por supuesto, los juicios a los responsables de los crímenes de lesa humanidad, reactivados entonces, son una forma imprescindible para permitir esa escisión, esa distancia entre dos etapas, pero no son la única. Afortunadamente, tanto en el gobierno nacional presidido por Cristina Fernández de Kirchner, como específicamente en el Ministerio de Defensa dirigido por Nilda Garré, hay conciencia respecto de este hecho. Asimismo, que se haya delimitado claramente la diferencia entre defensa nacional y seguridad interior, por obra de distintas fuerzas políticas que coincidieron en el Parlamento para sancionar las Leyes de Defensa Nacional, Seguridad Interior y de Inteligencia Nacional, implica que la confusión entre estos conceptos sea patrimonio del pasado. Estas leyes plasmaron un marco normativo que buscaba “privilegiar la defensa nacional como ámbito exclusivo de organización y funcionamiento de las Fuerzas Armadas, reformular sus misiones y funciones institucionales, y desarticular el conjunto de prerrogativas legales e institucionales que detentaban en materia de seguridad interior”.

Sin embargo, la ausencia de reglamentación de estas leyes otorgaba un margen para diversos proyectos que intentaban avanzar sobre la distinción entre seguridad interior y defensa. Un caso notable fue el de la realización de actividades de inteligencia interna en la Base Naval Almirante Zar en Trelew, provincia de Chubut, que involucró a altos funcionarios de la Armada, denunciado por el CELS en 2006. Este hecho promovió la reglamentación del Sistema de Inteligencia de la Defensa y del segundo párrafo del artículo 16º de la Ley de Inteligencia Nacional, que colocó definitivamente bajo la órbita del Ministerio de Defensa las actividades de inteligencia de las Fuerzas Armadas.

La sanción de la normativa que rige la diferencia entre roles de defensa y de seguridad interior planteó un nuevo ámbito de trabajo para el CELS. La sistemática intervención de las Fuerzas Armadas en cuestiones de política interior durante gran parte del siglo XX tuvo un alto costo en materia de violaciones a los derechos humanos y un legado de cultura autoritaria que penetró las instituciones del Estado. Por esta razón, se planteó un trabajo constante destinado a monitorear el cumplimiento de las normas que vedan cualquier rol militar en cuestiones de seguridad o política interior. Este trabajo se volvió particularmente importante a partir de la segunda mitad de la década del 1990 y cobró fuerza luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Los cuestionamientos más serios a la normativa sostuvieron que era ineficaz para enfrentar las denominadas “nuevas amenazas” tanto a nivel global como regional. Estas fueron definidas como el conjunto de riesgos y situaciones conflictivas no derivadas de los conflictos interestatales, limítrofes-territoriales o de competencias por el dominio estratégico. Esta “nueva agenda” incluiría desde el narcotráfico hasta el terrorismo, tomando también problemas de naturaleza social, política o ambiental. El impacto de este cambio de paradigma a nivel local llevó a que algunos sectores propusieran involucrar a las Fuerzas Armadas en acciones de contención de la crisis social. La propuesta de rever los límites de defensa y seguridad estuvo ligada a los intentos de otorgarle a las Fuerzas Armadas un rol de interlocutores políticos. Pretensión que se acrecentó entre los años 2001 y 2003 a medida que los juicios por violaciones a los derechos humanos tomaron un nuevo impulso y los sectores más conservadores de las Fuerzas trataron de recuperar un rol que asegurara la impunidad de los responsables.
El Partido Militar

La utilización de concepciones laxas y ambiguas de seguridad y de defensa y la asignación de tareas sociales para las Fuerzas Armadas en democracia conllevan un alto riesgo de violación de derechos fundamentales y pueden alterar la subordinación al poder civil. En términos generales, porque la capacitación, la lógica de acción y de eficacia de las Fuerzas Armadas es la opuesta a la que se necesita en seguridad. La indiferenciación de estas dos concepciones era para los militares argentinos la conclusión normal de un proceso que abarcó prácticamente sesenta años del siglo XX. A diferencia de lo sucedido en otros países de la región, los sectores económicos y sociales dominantes fueron incapaces de transformar su hegemonía y su prestigio social en poder político por medios democráticos. Esta incapacidad de las clases dominantes argentinas coincidió con el agotamiento del proceso de liberalismo político de fines del siglo XIX y con el fin de enfrentamiento con la Iglesia católica iniciado en 1884 por su resistencia a la secularización de la sociedad.

A comienzos del siglo XX, ese liberalismo que exaltó los valores del laicismo y el constitucionalismo liberal y confrontó por ello con el antiguo régimen se encontró sin discurso para enfrentarse con las nuevas tendencias mundiales y con la gran crisis que se manifestó con la fallida revolución bolchevique de 1905 y la exitosa de 1917. Convergieron entonces la incapacidad de esa clase para expresarse democráticamente dentro de un sistema institucional y el rechazo que, por razones dogmáticas, la Iglesia católica aún conservaba hacia la concepción de soberanía popular, que se oponía a aquella del origen divino del poder. Por un lado, sectores económicos que no podían llegar al poder por la vía electoral y, por el otro, un discurso de legitimación y justificación que derivó en una visión paranoica, perfeccionada más adelante por la doctrina contrarrevolucionaria francesa que ha tenido una influencia enorme en la Argentina, superior a la alcanzada en la mayoría de los lugares del mundo.

La Argentina vivió la formación de un nacional catolicismo que no produjo una guerra civil como la española de 1936-1939, pero que marcó a fuego nuestra vida política social y cultural. Entre 1930 y 1990, hubo más gobiernos originados en las botas que en los votos, por lo menos un golpe militar por década y golpes dentro de cada golpe. Esto ocurrió a partir de la utilización de las Fuerzas Armadas y su constitución en Partido Militar por parte de los sectores dominantes y la jerarquía católica y se reforzó después del golpe de 1955 con un adoctrinamiento intensivo de las Fuerzas Armadas. Esa doctrina, forjada en la guerra de Argelia por el Ejército y la inteligencia franceses, fue rechazada en ese país por la jerarquía católica conducida por el arzobispo francés y obispo castrense cardenal Maurice Feltin, ya que consideraba anticristiana la tortura y el asesinato de oponentes políticos. En cambio, en la Argentina esa doctrina fue introducida por el presidente del Episcopado y obispo castrense Antonio Caggiano y continuada por quien lo sucedido en ambos cargos, el arzobispo de Paraná, Adolfo Servando Tortolo.
La democratización de las Fuerzas Armadas

El remedio a estas consecuencias es el camino en el que la Argentina está empeñada en este momento: el de promover reformas institucionales con sentido democrático en el ámbito castrense y el de respetar el rol militar pero con definiciones precisas sobre cuál es su función, bajo la conducción del poder civil. Es por ello que otro eje de trabajo para el CELS es la demanda de un rol activo por parte de las instituciones gubernamentales encargadas del control sobre las Fuerzas y la concreción de reformas institucionales con sentido democrático. El CELS se ha pronunciado a favor de realizar dichas reformas en temas como educación, mecanismos de evaluación de cargos y libertad religiosa, y ha puesto especial énfasis en los mecanismos de aplicación de sanciones, procedimientos de la justicia militar y tribunales de honor.

También el CELS tuvo una posición clara frente a dos episodios que han sido muy conmocionantes en los últimos años. Uno fue la propuesta realizada al ex presidente Néstor Kirchner de retirar los cuadros de los represores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone del Colegio Militar de la Nación. Si bien hubo quienes recibieron esa propuesta en forma negativa, su intención era en beneficio de las Fuerzas Armadas, porque ese acto simbólico revestía una carga poderosa para marcar el deslinde entre un pasado inadmisible y un presente que debía ser distinto.

El otro episodio fue la construcción del Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos humanos donde funcionaba la ESMA. El CELS fue el único organismo de derechos humanos que propuso que de esas diecisiete hectáreas y cuarenta edificios sólo se tomaran el Edificio Central, las columnas y el altillo donde funcionaron los sectores conocidos como “Capucha” y “Capuchita”. En el resto del espacio, se consideró que se debía dar continuidad a las actividades navales. La idea rectora de esta propuesta era que, de este modo, la Armada de hoy le rendiría homenaje a las víctimas de la Armada de ayer, y esto no sólo sería una reivindicación para las víctimas de la dictadura sino que también implicaría un proceso formativo para los integrantes presentes y futuros de la Fuerza. Han pasado seis años de ese debate. Tal vez, si hoy se replanteara esa discusión, la posición del CELS ya no quedaría en rotunda minoría, porque parece haberse fortalecido la comprensión de la necesidad que los ciudadanos soldados sean incorporados a la sociedad de una manera distinta y que sus instituciones puedan librarse de ese peso heredado.

El indeclinable trabajo de los organismos defensores de los derechos humanos y el pueblo argentino ha logrado que la impunidad y el olvido no tengan ya lugar en nuestro país. Nos sentimos orgullosos de contribuir a juzgar las responsabilidades del pasado porque esto permite enfrentar el desafío de construir instituciones militares para la democracia. Pero esa democratizacion también implica, fundamentalmente, afirmar los derechos del presente y el futuro para quienes hoy integran las Fuerzas Armadas de la Nación.

* CELS. Periodista y escritor.

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