viernes, 27 de febrero de 2015

“Caso Nisman"


Rafecas, Sharp, la política, el odio y la paz

Por Mempo Giardinelli

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Y la Presidenta salió a responder con Política, nomás. Y es que era inadmisible que el “Caso Nisman” dominara todos los escenarios por más de cuarenta días. La ciudadanía de una nación democrática tiene muchas otras cosas que hacer y los gobiernos también. En primer lugar, y en estos tiempos, Política. Unica vía superadora de crisis institucionales como la que planteó la muerte del desdichado fiscal de la por veinte años congelada Causa AMIA.
A la par, la valiente resolución del juez federal Daniel Rafecas determinó que no están dadas las mínimas condiciones para iniciar una investigación penal a partir de lo presentado por quien en vida fuera el fiscal Alberto Nisman. “Ha quedado claro –establece en 62 páginas– que ninguna de las dos hipótesis de delito sostenida por el fiscal Pollicita en su requerimiento se sostienen mínimamente.”
No obstante, y todo el país lo sabe, es absolutamente previsible que la Cámara de alzada va a rechazar esta decisión y ordenará la continuación del proceso, a cargo de magistrados “amigos”. Y es muy probable que la Corte Suprema, en su nuevo estilo pas de quatre, zafe o dilate.
Con lo que el odio seguirá instalado en primeras planas insidiosas y en la pequeña farándula de odiadores que intentan confundir al pueblo desde programas de la telebasura.
No hay duda de ello, y es lógico que así será porque el otro gran protagonista del presente argentino –oculto– es el todavía casi desconocido Sr. Gene Sharp, un veterano dizque filósofo estadounidense especialista en derrocar gobiernos a través de métodos no violentos, que sustituyen bombas y fusiles por mentiras, desobediencia y boicot.
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Massachusetts, fundó en 1983 la así llamada Albert Einstein Institution, cuya misión es el uso de la acción no violenta para “democratizar” el mundo. Le guste o no a quien sea y cueste lo que cueste y caiga quien caiga, claro está, pues se trata de una “democratización” anticonstitucional mediante la manipulación del humor social.
En su ensayo “De la dictadura a la democracia”, traducido a decenas de idiomas, el Sr. Sharp propone la acción no violenta como método ideal para manipular conflictos cuya gravedad se estimula hasta límites intolerables y en los que sí puede estallar la violencia, pero en ese caso “justificada” porque “los pueblos anhelan la libertad”. De ahí la necesidad de caracterizar primero a los gobiernos a derrocar como “dictaduras”. La viveza de Sharp y sus seguidores locales es que, así, ellos estarán libres de culpa porque son, claro, “pacifistas”.
El principio rector es lo que Sharp llamó “political jiu-jitsu”. Empezó con ello en 1973 con su primer libro: Política de la acción no violenta. Propone allí 198 caminos, acciones o métodos para derrocar gobiernos y los divide en tres fases: la protesta, la no cooperación y la intervención. Las cuales siempre son aplicadas antes o después de procesos electorales.
Son innumerables las crisis políticas y sociales en las que hubo personeros locales de este “método”. En Latinoamérica lo aplicó hace poco la derecha venezolana, con Henrique Capriles a la cabeza. Pero también se practicó en Siria, Libia, Irak y muchos otros países de Asia y Africa, y acaso también en el Chile de Salvador Allende.
El llamado “Método Sharp” comienza casi siempre por el no reconocimiento y/o el duro cuestionamiento de los resultados de las elecciones presidenciales, a lo que le siguen muchas pequeñas y grandes acciones deslegitimadoras de la institucionalidad. En ese contexto debería leerse el capítulo que atraviesa hoy la Argentina. Y para continuar la meditación sobre el odio que esta columna viene describiendo, hay que recordar que a la cabeza de los odiadores están los medios dominantes y sus discípulos, la enorme mayoría de los dirigentes políticos argentinos. Lo que es una vergüenza por el flaco favor que le hacen a nuestra ardua democracia, pero hasta esos extremos llega su odio.
El cual, por cierto, a la vez es inexplicable desde el punto de vista económico y social, porque es un odio que carece de sentido en una sociedad como la nuestra, con múltiples problemas, pero también con soluciones y paliativos que en los últimos diez o doce años han venido mitigando muchos dolores sociales. Aunque buena parte de la clase media no lo quiera reconocer, los trabajadores argentinos en general han prosperado y asumen sus derechos. Y si bien muchísimas víctimas del horror social menemista y de 2001 todavía no se recuperaron (y son entre un 10 y un 20 por ciento de la población total, o sea entre 4 y 8 millones de argentinos), esos sectores no son hoy mera clientela sino que saben, se enteran y se dan cuenta de que por primera vez en décadas sus derechos son atendidos, poco o mal pero atendidos. De ahí que no sean ellos los argentinos enfermos de odio.
La virulencia y el ciego rencor antiperonista (aunque pasaron 60 años) pueden basarse hoy en la desinformación sistemática y en el hecho de que el gobierno se equivocó mucho y venía perdiendo la batalla, por la sencilla razón de que no es con respuestas nerviosas y pura irritación como se responde al Sr. Sharp.
De ahí el acierto de cambiar a tiempo y haciendo Política, que es lo que mejor hizo siempre el matrimonio Kirchner. Así lo prueba el doble regreso de Aníbal Fernández a la Jefatura de Gabinete y de Jorge Capitanich al gobierno del Chaco. El despido del gris Juan Manzur del Ministerio de Salud hace plausible el nombramiento de un sanitarista respetado como parece ser Daniel Gollán.
Con el obvio guión del Sr. Sharp, la corporación judicial destituyente, asociada a la prepotencia desinformativa y la estolidez de las dirigencias opositoras que padece este país, es capaz de todo en su afán destituyente. Lo seguiremos viendo.
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sábado, 7 de febrero de 2015

Por Sergio Kiernan

Anuncios, inundaciones, fotos


Aunque es verano, el gobierno porteño trabaja para la campaña y hace obras para la foto, mientras se descuidan como siempre las cosas aburridas, municipales. Y lo que se hace se hace tan mal que hasta se inundan librerías.


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Allá por el Renacimiento inventaron la noción de la ciudad ideal como concepto de urbanismo. Ya existía la Ciudad de Dios, teológica pero no material, y ya se hablaba hacía rato de la belleza de tal o cual ciudad. La novedad era la de crear o imaginar espacios urbanos de armonía planeada, utópicos pero de ladrillo y piedra, construidos por las reglas del arte y con la proporción áurea, recién descubierta. Esta idea formidable fue el nacimiento de una manera nueva de ver la vida común, y otra manifestación de la nueva manera de ver al hombre.
Por desgracia, Buenos Aires es gobernada con una utopía mucho más ramplona: que su jefe de Gobierno sea electo presidente, que sus amigos y colegas de la industria hagan negocios, que su ministro de Planeamiento se sienta un creador. La ciudad es pensada publicitariamente, la prioridad es la foto y a nadie le importa en absoluto que las cosas duren lo que un suspiro, de tan malhechas y pensadas. Como es año electoral, la cadena de la felicidad se acelera en los tiempos porque hay que hacer muchos anuncios, “estar en los medios” y mostrar gestión. El futuro es una abstracción, cosa del sucesor de Macri.
Lo que explica que en un diario amigo el macrismo en gestión anuncie que va a acelerar su plan “prioridad peatón”, arruinando 76 cuadras más con baldosas malas y mal puestas, luces compradas de saldo en China y bolardos de metal, de los que hay que poner para salvar la confusión de nivelar innecesariamente acera y calle. Las obras se hacen tan mal que al diario amigo le costó encontrar un tramo de semipeatonal donde no se notaran los baldosones flojos, juntando agua los días de lluvia.
Todo el proyecto es ejemplarmente macrista, en su concepción del espacio público y de la gestión urbana. Como está de moda combatir el tránsito pero nadie en el gobierno porteño tiene un plan coherente para moderar el problema sin fastidiar al votante, se opta por el gesto para la foto. Como el gesto implica gastar millones sin cuento en obras para la industria mimada del Jefe, todo “cierra” de inmediato. No se busca que menos coches lleguen al centro, ni se crean opciones nuevas de transporte, ni mucho menos se le cobra al que lleve un auto a la zona, como hace Londres. Simplemente se ponen todas las líneas del barrio en la Nueve de Julio, en el suculento metrobús cada vez más costoso, y se crean semipeatonales.
Pese a que técnicamente la obra pertenece a Espacio Público y el que da la cara para defenderla con argumentos penosos es su subsecretario de Uso, Patricio Di Stefano, la idea es una mascota de Daniel Chain. El arquitecto y ministro de Desarrollo Urbano es el tipo de persona que no ve ningún problema en seguir construyendo en la misma ciudad donde sus subordinados inspeccionan y autorizan, porque es un “orgánico” de la industria. También tiene la curiosa fijación de nivelar las calles y poner bolardos, que en su imaginación es una firma de autor. Esta obsesión la empezó a mostrar cuando quiso peatonalizar Defensa y se enteró de que no podía sin una ley de la Legislatura –¿no hay abogados en Desarrollo Urbano?– e inventó el uso mixto, ahora rebautizado Prioridad Peatonal, que sirve para hacer las obras por decreto.
Lo que no tienen ni Chain ni sus colegas de Espacio Público es un standard de calidad aceptable, con lo que los resultados son bastante penosos. Los materiales usados son muy malos, comparados con los que usan por ejemplo en Ciudad del Cabo, donde de alguna manera pueden pagar baldosones más resistentes y ladrillos más duros. Las luminarias públicas son simplemente ofensivas en su baratura, sobre todo cuando terminan frente a alguno de los muchos edificios de buen padrón y valor patrimonial del centro. Todo tiene un cierto aire de inutilidad y muestra el principal síntoma de rechazo de las peatonales de todo el mundo: se usan como estacionamiento de motos. Los vecinos piden que las despejen y pongan multas, pero el problema es que no hay dónde ponerlas.
La baratura y el descontrol de las obras quedó simbolizado en diciembre cuando los contratistas rompieron un caño de agua e inundaron varios sótanos de la calle Esmeralda, a la altura de Córdoba. Si alguien hubiera planeado el incidente para perjudicar al macrismo, no le hubiera salido mejor, porque en la inundación se anegó el sótano de la librería Helena de Buenos Aires, especializada en ediciones antiguas y grabados, con un fuerte gusto por los temas porteños. Hacer obras nuevas destruyendo libros...
Y también el patrimonio que yace enterrado bajo el asfalto o el empedrado. El centro, no les importa a los macristas, es de lo más viejo que tiene Buenos Aires y guarda rastros de su evolución. Al arrancar superficies aparecen, por ejemplo, líneas ferroviarias del siglo XIX, como la que resulta que bordeaba el Círculo Militar por el lado de Marcelo T. de Alvear. Los durmientes y las vías no sólo fueron arrancados sin contemplaciones y llevados como escombro por los contratistas, sino que ni siguiera fueron medidos, fotografiados o registrados como corresponde a una ciudad civilizada. El ministro de Cultura, Hernán Lombardi, nunca protestó por este descaso.
Mientras tanto, las aburridas y municipales necesidades de la Ciudad no son prioridad. Los baches siguen ahí, las plazas se remodelan pero no se mantienen –no hay contratos para los amigos– y, como sobra la basura, se culpa a los vecinos “por sacarla fuera de hora”. Es que la campaña manda y gobernar realmente la capital de los argentinos nunca fue verdaderamente el tema del macrismo.
suplementom2@yahoo.com
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SOBRE EUROPA Y GRECIA

Hormigas y cigarras

Por Sandra Russo

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Después de una primera ronda de entrevistas para plantear su posición ante diferentes mandatarios europeos, el gobierno griego recibió el primer apriete de la troika, que considera a la austeridad como parte de los tratados ya vigentes. La respuesta de Tsipras fue inmediata: “Grecia no aceptará más órdenes, especialmente las enviadas por correo electrónico”, refiriéndose al estilo de “gobierno” que ejercen los tecnócratas de las entidades de crédito. Según el diario El País, “el único bálsamo que recibió fue la masiva manifestación ciudadana en apoyo al gobierno”, en referencia a los miles y miles de griegos que salieron el jueves a decir “sí” a su soberanía en las calles. No lo hacen por el chori. Lo hacen porque el nuevo gobierno griego los defiende a ellos. El apoyo popular no es “el único bálsamo”, sino la base de su legitimidad.
Fue una semana muy intensa. El martes, el primer ministro italiano, Matheo Renzi, y Tsipras sorprendieron al término de una reunión privada, cuando, con cámaras y micrófonos delante, Renzi le extendió a Tsipras su regalo: una corbata italiana. Se sabe que los miembros del gabinete griego –todos varones, dicho esto sea de paso– no la usan. Tsipras había declarado que no se pondrá corbata hasta que Grecia inicie su etapa de crecimiento, y Renzi le regaló una, a modo de buen augurio. Se rieron. Renzi, de 41 años, habló entonces de algo más sustancial, dijo: “Una nueva generación se hace cargo de la política europea”. Y Tsipras agregó: “Nuestra generación ha sido el blanco de políticas equivocadas, es una generación que ha sufrido y que ha tenido que emigrar para soñar y vivir con dignidad”. Eso puede cambiar, siempre pudo cambiar, no es ni un designio divino ni una catástrofe meteorológica. Hasta las elecciones todo parecía, a los ojos de muchos, pura campaña y “desgrecia”, como manipulaban los diarios españoles, que es donde Syriza despierta más revulsión, con Podemos ahí nomás, creciendo y creciendo. Pero el proceso que está en marcha es vertiginoso, y Syriza, en sus primeras dos semanas de gobierno, arrancó con un ritmo ejecutivo frenético, y con objetivos puntuales que ya están sacudiendo a Europa desde su tuétano, que es Alemania.
Habían tratado a Grecia como a un país menor que, en todo caso, si se iba del euro por las suyas saldría perdiendo, y si no se iba perdería igual, siendo expulsado. Pero lo que nadie creyó, lo que todavía nadie en los respectivos establishments empresarios y mediáticos termina de aceptar –y es el quid, la cuestión, el hueso de este asunto–, es que el gobierno de Tsipras levanta la política por sobre la economía, y eso es tanto discursivo como fáctico: es con política y no con antipolítica que Syriza pretende no sólo recuperar la economía social griega, sino algo mucho más ambicioso y sin lo cual no se puede empezar a hablar en serio: el eje del programa económico ideado principalmente por el actual ministro de Economía, Yanis Varoufakis, es interpelar y plantear a la dirigencia política europea que es necesario reconocer que hay un ciclo declinante de “un proceso del reciclaje del excedente global” que tributaba a equilibrar las finanzas mundiales merced al déficit norteamericano (la hipótesis que defiende desde 2010, cuando la vertió en su libro El Minotauro Global), y es hora de comenzar a discutir otro modelo. Un new deal paneuropeo. Otro tipo de Estados. Otro tipo de asociación. Otro tipo de mundo.
Tendrán obstáculos y les jugarán sucio, naturalmente. La troika y los grandes medios. “En el primer día en nuestros ministerios –escribió Varoufakis en su blog el 29 de enero– el poder de distorsión de los medios me impresionó de nuevo. La prensa mundial estaba llena de informes sobre cómo el primer ‘acto’ de política exterior del gobierno de Syriza había sido vetar nuevas sanciones contra Rusia. No estoy calificado para hablar sobre asuntos exteriores, pero sin embargo, no tengo más remedio que compartir esto con ustedes a nivel personal.” Luego narra que el canciller griego, Nikos Kotzias, informó que en su primer día de trabajo escuchó en las noticias que la “UE había aprobado nuevas sanciones a Rusia por unanimidad”. El problema era que a él nadie le había preguntado. Habían dado la posición de Grecia por sentada, sin consultarlos. “Desde mi punto de vista –sigue Varoufakis– el fondo de la cuestión es si se respeta o no nuestra soberanía nacional. ¿Podrían los periodistas de todo el mundo tratar de hacer la importante distinción entre protestar por ser ninguneados, o protestar contra las sanciones? ¿O es demasiado complicado?”
Estamos siendo testigos del arribo, junto con dirigentes de una nueva generación y quizá por eso más inmunes al relato de la troika (el concepto lo usa Varoufakis pero no es el único: ese relato se basa en el “fingir y seguir”. Fingir que la crisis tal como está planteada tiene salida, para seguir endeudando más a algunos de sus miembros débiles), de un nuevo punto de vista que resulta revulsivo, pero por lo razonable. Es sencillo: el gobierno griego anunció que no aplicará más políticas de austeridad, y que necesita llegar a un acuerdo entre socios, que le permita cumplir sus obligaciones con su propio crecimiento. No importa lo que digan los medios. Lo que importa es que escuchen ese punto de vista los pueblos europeos que siguen rehenes de “lo inevitable” de su sufrimiento. Si el nuevo rumbo llega desde la política en serio, serán los electorados los que deban expresarse.
En lo discursivo, el ministro de Economía griego, un académico con trayectoria en Grecia y en Estados Unidos, es una figura clave porque participa de esa noción de la que en estos días estuvo hablando por aquí Thomas Piketty: “La economía es algo demasiado importante para dejarla en manos de los economistas”. Es un divulgador interesante, y aquí van dos ejemplos.
El primero, la manera en la que Varoufakis explicaba a una revista austríaca, apenas dos semanas antes de convertirse en miembro del gabinete, por qué cree que en la Europa septentrional no se visualizó, en los ’90, que los recortes de los derechos laborales podían ser un presagio de fenómenos que están ocurriendo ahora, con cifras de desempleo record. Varoufakis respondía que eso se explica con la fábula de Esopo. “La hormiga trabaja duro, no disfruta de la vida, guarda dinero, mientras la cigarra se dedica a cantar y a no hacer nada. Después llega el invierno y pone a cada quien en su sitio. Es una buena fábula. Desgraciadamente, en Europa predomina la idea de que todas las cigarras viven en el Sur, y todas las hormigas en el Norte. En la realidad, lo que hay son hormigas y cigarras en todas partes. Lo que ocurrió antes de la crisis es que las cigarras del Norte y las cigarras del Sur –banqueros del Norte y banqueros del Sur, pongamos por caso– se aliaron para crear una burbuja financiera que los enriqueció extraordinariamente, permitiéndoles cantar y holgazanear, mientras las hormigas del Norte y las del Sur trabajaban a la vez más y en condiciones más difíciles. Después, cuando la burbuja estalló, las cigarras del Norte y las del Sur se volvieron a poner de acuerdo en que la culpa la tenían las hormigas del Norte y del Sur. La mejor forma de recomponerse era enfrentar a las hormigas del Norte con las del Sur y Europa empezó a fragmentarse. El alemán medio odia al griego medio, y el griego medio odia al alemán medio. No tardará el alemán medio en odiar al alemán medio, y el griego en odiar al griego medio. Eso ya empezó, y es exactamente igual a lo que ocurrió en los ’30. Karl Marx estaba completamente equivocado cuando decía que la historia se repite como farsa. La historia, simplemente, se repite.”
El otro ejemplo del carácter netamente político de estos nuevos dirigentes es la forma de confrontar con Angela Merkel. No la han visitado todavía, no la admiten virreina, pero en esa entrevista reciente, Varoufakis, después de recordar que en alemán una misma palabra (Schuld) sirve para nombrar “culpa” y “deuda”, y es usada no casualmente cono antónimo de “crédito”, opinaba que a su criterio Merkel está atenta a la división alemana, y que ella sabe perfectamente que una cosa son las empresas alemanas, de cualquier tipo y tamaño, y otra cosa “son la Siemens o la Volkswagen”, que cuando el viento sople en contra enviarán sus ganancias a cualquiera de sus bases. “La señora Merkel es una política muy astuta, que no moverá una pieza hasta que haya consenso que le garantice su supervivencia política.” Y como es política la pelea que libran hoy los griegos y quienes se les sumen, Varoufakis concluía con su eje estratégico: “Ella está calibrando las placas tectónicas bajo sus pies. A lo que yo la invitaría es a pensar en su legado más allá de la mera supervivencia. Y me gustaría que considerara la posibilidad de que de acá a 10, 20, 100 años, Europa pudiera hablar no sólo de un Plan Marshall que salvó a Alemania, sino también de un plan Merkel que salvó a Europa”.
Si Merkel escucha, puede dar vuelta su rol histórico. Si no lo hace, Grecia explorará otras salidas, porque el mundo ya es multipolar.
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