La anticipación, de la que escribía –sin ser portador de  ningún don profético– en esta misma columna la semana pasada, se ha  consumado. El triunfo de Cristina ha sido extraordinario, de una  contundencia novedosa para lo que va de este ciclo democrático abierto  en 1983. Hay que retroceder muy lejos en la historia nacional para  recordar un tercer mandato consecutivo de la misma fuerza política (eso  fue en 1928 cuando Hipólito Yrigoyen logró ser electo por segunda vez y  sucediendo, en esa ocasión, a Marcelo T. de Alvear que si bien provenía  del mismo partido se había convertido en su antagonista). El Frente para  la Victoria ha logrado transformar el mapa político argentino de un  modo hasta ahora desconocido allí donde la diferencia entre la primera  fuerza y la segunda ha sido de más de 37 puntos, arrojando al resto de  los candidatos a una intemperie que amenaza con descargar sobre ellos  una severa tormenta. La novedad del acontecimiento exige eludir las  simplificaciones y buscar, en el vértigo de lo desplegado en estos  caudalosos ocho años, los motivos de este respaldo inédito que le ha  brindado la mayoría del pueblo a Cristina. 
En todo caso, estamos ante una nueva etapa de un ciclo histórico con  características excepcionales que, de una manera insospechada, le ha  cambiado la fisonomía a la vida argentina. Si quisiéramos mirar en  espejo la historia tratando de buscar algún equivalente tendríamos que,  tal vez y salvando distancias y diferencias, regresar sobre el primer  peronismo que constituyó, de eso no hay ninguna duda ni polémica entre  los historiadores, una profunda y decisiva inflexión que modificó de  cuajo identidades, cultura, mundo social y geografía política y  económica dándole forma, en sus zigzagueos, ambivalencias,  realizaciones, sueños, esperanzas, tragedias y frustraciones a la  Argentina de los últimos 60 años. Lo cierto es que partiendo de un magro  22 por ciento de los votos y en circunstancias harto difíciles en las  que cualquier decisión constituía un riesgo y una incertidumbre, el  proyecto inaugurado por Néstor Kirchner en mayo de 2003 llega a una  legitimación social, con las elecciones del 23 de octubre, que marca un  verdadero hito histórico. 
El nivel de las iniciativas y la intensidad de los cambios producidos  señalan la excepcionalidad de este momento y su altísima capacidad para  romper la inercia de crisis y decadencia que se había instalado como un  mal crónico entre nosotros. Pero esas transformaciones asumieron un rol  completamente distinto del de los años ’90, década también atravesada  por un proyecto (asociado oscuramente y deudor de lo iniciado y no  concluido por Martínez de Hoz y la dictadura) que conmovió  desgarradoramente la vida de los argentinos dejando marcas profundas en  una sociedad que recién ahora comienza a salir de las determinaciones de  ese tiempo dominado por la quimera de la globalización, el  individualismo consumista, el sueño de ingresar al primer mundo y las  relaciones carnales. Nunca estará de más recordar la persistencia, entre  nosotros, de esas marcas que le dieron forma a un sentido común  hegemonizado por los valores emergentes de una trama económico-social  construida para terminar de destruir lo que quedaba de la Argentina  heredada, con idas y vueltas, desde la irrupción del peronismo. En un  sentido no menor, y bajo la imperiosa necesidad de reparar lo dañado, el  kirchnerismo tuvo que remontar una cuesta muy empinada que, entre otras  cosas, exigía reconstruir relato, valores y memoria. 
Invirtiendo radicalmente la matriz neoliberal que dominó la etapa del  menemismo, lo abierto el 25 de mayo de 2003 vino a sorprender a una  sociedad que, esto hay que decirlo, no imaginaba que ese hombre alto,  flaco y desgarbado se pondría a la altura de su discurso inaugural. Una  sociedad fragmentada, moral y socialmente dañada, con un nivel de  desconfianza proporcional a las vastas desilusiones de una democracia  que languidecía mientras crecían exponencialmente la miseria, la  exclusión social, la desigualdad y lo sombrío dominaba a las almas  cabizbajas de un país en llamas, no parecía muy dispuesta a creerle a un  desconocido gobernador santacruceño que venía en nombre de “una  generación diezmada” y afirmaba, como se había hecho recurrentemente en  el pasado pero invirtiendo después esa promesa, que “no pensaba dejar  sus convicciones en la puerta de entrada a la Casa Rosada”. Entre la  sorpresa, el azar que hizo lo suyo, la incredulidad y el coraje para  quebrarle el espinazo a la profecía autocumplida de la catástrofe, ese  desaliñado caminante del viento patagónico, acostumbrado a inclinar el  cuerpo hacia adelante para seguir avanzando, inició un giro espectacular  de la historia nacional que encontró su punto de máximo reconocimiento  en el cierre, provisorio, de esa tremenda etapa de reconstrucción y de  reparación de la vida argentina. Cristina, con su triunfo aluvional,  vino a sellar lo que previamente había inaugurado su compañero de toda  la vida. Ahora, consumada la hazaña de remontar la derrota de junio de  2009, se abre, bajo la lógica de la continuidad de un proyecto poderoso,  una nueva etapa en este complejo y apasionante camino. 
El kirchnerismo, porque de él se trata, ha logrado, remando  contracorriente, torcer el rumbo de un país que no podía salir de su  eterna frustración y que no acababa de reponerse de la peor crisis  social de su historia. Y lo hizo, en primer lugar, gracias a la voluntad  inquebrantable y a la potencia política de Néstor Kirchner que llegó  inesperadamente y en condiciones de extrema fragilidad a un lugar que  quemaba a todo aquel que se le acercaba. Tomó un país incendiado, sin  brújula y corroído económica, política e institucionalmente y lo hizo  sabiendo de las dificultades y de los escollos con los que no dejaría de  toparse, en especial los que vendrían, como casi siempre en nuestra  historia, del poder económico. Supo, Kirchner, entrelazar, como no se  hacía desde tiempos lejanos, convicciones con acción de gobierno;  comprendió que era indispensable reconstruir tanto vida económica y  social en conjunto con una reconstrucción de la memoria y la justicia.  Pero también supo mirar más lejos y afianzó los lazos estratégicos con  el Brasil de Lula que fue el punto de partida para la definitiva  inserción de la Argentina en América latina y, a la par, avanzó con  audacia en un proceso de desendeudamiento que terminó por ser decisivo a  la hora de proteger al país de la inclemente crisis económica mundial  (también, junto con Lula, canceló la deuda con el FMI rompiendo una  dependencia histórica que los gobiernos democráticos tenían con esa  entidad financiera). La impronta de Kirchner ha sido fundamental y es el  punto de partida sin el cual no hubiera sido posible alcanzar una  victoria tan contundente. 
No fue, entonces, casual que en su discurso del domingo a la noche,  discurso tocado por recuerdos y fantasmas, potente y medular, y  testimonio de tanto camino recorrido, Cristina, como respondiendo al  coro mediático opositor que buscaba separar su aplastante triunfo de la  impronta abierta el 25 de mayo de 2003, le dedicase su parte más emotiva  y políticamente intensa a resaltar a Néstor Kirchner, a su voluntad y a  su tozudez para ir contra lo que el poder y el sistema buscaron  imponerle desde un comienzo. Cristina rescató al militante, al estratega  y al arquitecto de un proyecto que, muy poco tiempo atrás, resultaba  apenas un sueño trasnochado, una quimera inalcanzable. Pero también  selló la profunda y decisiva imbricación entre su gobierno y lo que, en  otro lugar, he denominado el “nombre de Kirchner”, es decir la  emergencia excepcional de una figura que vino a enloquecer la historia  argentina abriendo lo que parecía imposible de abrir. Voluntad, coraje,  audacia, invención, determinación y una pizca de locura están en la  alquimia de este tiempo nacional en el que tantas cosas sorprendentes no  han dejado de impactarnos e interpelarnos. 
El país fue testigo de un emocionado homenaje que se convirtió, al mismo  tiempo, en un extraordinario reconocimiento de quien fuera, según las  palabras de Cristina, “uno de los cuadros políticos más potentes de la  historia argentina”. Por fuera de las especulaciones morbosas o de las  lucubraciones mezquinas y descalificadoras de algunos intelectuales que  suelen despacharse a gusto en las páginas de La Nación, lo que  simplemente hizo Cristina, en la noche del triunfo y el recuerdo  emocionado y aclarando que no hablaba en su condición de viuda sino de  militante, fue reconstruir el largo camino recorrido junto a Kirchner,  un camino que logró lo que parecía una quimera: darle forma a una fuerza  política capaz de reencontrarse con el apoyo y el fervor de una parte  sustancial del pueblo argentino no a través de las trampas pospolíticas y  espectacularizantes de los estetas noventistas sino a partir de  decisiones y acciones de gobierno que modificaron de cuajo la  persistencia del modelo neoliberal. Lo que reivindicó fue lo olvidado  por quienes siguen creyéndose los sutiles intérpretes de la actualidad:  la dimensión esencialmente política de Néstor Kirchner, su voluntad para  ponerse al hombro un país estallado y su coraje para sacarlo de su  indigencia económica, política y moral. Nada más insustancial y vacío de  ideas que interpretar el triunfo del 23 de octubre como si fuera el  resultado de las dotes, como lo señaló sin pudor Beatriz Sarlo en el  diario fundado por Mitre, de consumada actriz de Cristina, capaz, con un  puñado de “publicistas e ideólogos”, de diseñar el camino que,  apropiándose de su condición de viuda, le permitió llegar a donde llegó.  Sarlo no ha logrado salir de la matriz despolitizadora que contaminó,  como una epidemia, al progresismo en los años ’90 y que sigue presente  en algunos de sus actuales representantes tan fervorosos y nostálgicos  de la “República perdida” y de las estéticas posmodernas. 
También, en esta hora de consolidación exponencial, hay que recordar las  dificultades, la inclemencia de la corporación mediática que se lanzó,  sin contemplaciones, a horadar al gobierno de Cristina. A veces la  actualidad suele velar lo previo y nos hace olvidar lo que sucedió entre  marzo de 2008 –cuando estalló el conflicto con las patronales agrarias  que encontraron en los medios de comunicación concentrados sus mejores  aliados– y junio de 2009, cuando las elecciones de medio mandato  expusieron la debilidad, en ese momento, del apoyo popular al Gobierno.  Y, sin embargo, en cada uno de esos momentos extremadamente difíciles y  complejos la respuesta del kirchnerismo, de Cristina y Néstor, fue no  sólo no retroceder sino, con una contundencia innovadora en la vida  política democrática, doblar la apuesta como respuesta a las presiones y  a los chantajes de las corporaciones. Así se hizo después del voto no  positivo del invisible Cobos que motivó, para sorpresa del poder, que  Cristina no se replegara sino que, en una decisión desafiante y  estratégicamente inobjetable, produjera un cambio estructural de la  economía al reestatizar el sistema jubilatorio. La respuesta a la  derrota de junio de 2009 fue la aprobación de la ley de servicios  audiovisuales después de amplificar en todo el país un debate  excepcional, la decisión de implementar la asignación universal que  cambió el mapa de la pobreza y de la indigencia habilitando una  transformación fundamental en la relación entre el Gobierno y esos  sectores dañados hasta la médula por un sistema reproductor de  injusticias, desigualdades y exclusiones que la implementación de la  asignación vino en parte a reparar. Ese año terminó con el cambio de  mando en el Banco Central que llevó a Mercedes Marcó del Pont a su  presidencia eyectando al Golden Boy y redefiniendo lo que hasta ese  momento había sido una supuesta matriz intocable respecto del uso de las  reservas. 
Y qué decir del inolvidable 2010 que contuvo, en su interior, tanto como  para ocupar la totalidad de un tiempo apasionante: desde los  impresionantes y multitudinarios festejos del Bicentenario hasta ese  acontecimiento parteaguas que fue la muerte sorpresiva de Néstor  Kirchner, pasando previamente por la ley de matrimonio civil  igualitario. Un año de intensidades extremas, de alegría y tristeza, que  mostró hasta dónde había desplegado el kirchnerismo una profunda  ofensiva contracultural que, a caballo de un proyecto capaz de ir  generando cambios estructurales en la vida de los argentinos, le había  logrado torcer el brazo a la hegemonía cultural ejercida por la  corporación mediática. Cristina, en un sentido incluso más radical que  Néstor, jugó a fondo la carta de la disputa por el relato. Ella estuvo  en cada detalle y se hizo cargo de darle contenido político a esa  disputa. 
El resultado electoral no es, entonces, y como intentó presentar el arco  opositor junto con el “periodismo independiente”, la consecuencia  unilateral de los altos índices de consumo y de la marcha exitosa de la  economía. Es en parte eso y muchísimo más: la consolidación de una  figura extraordinaria de la política como lo es Cristina, la presencia  poderosa de Néstor Kirchner en lo más entrañable y profundo del  sentimiento popular, la capacidad para salir a disputar sentido y relato  de la mano de una decisiva reescritura de la historia nacional que se  conjugó con la emergencia de actores cultural-políticos que le aportaron  mucho al proceso de construcción del kirchnerismo, el  desenmascaramiento de las estrategias engañosas de la corporación  mediática, la puesta en evidencia de una oposición política famélica de  ideas y cooptada hasta los huesos por la agenda armada por esos mismos  medios, la audacia para enfrentar la crisis económica mundial, la  política científica y de recuperación de la industria, la inversión  inédita en educación, y tantas otras cosas que la autoceguera le impidió  ver a una oposición que leyó un diario especialmente escrito para ella.  
Ahora se abre una nueva y compleja etapa cuyo eje, así lo ha dicho con  elocuencia Cristina, será avanzar en la construcción de una sociedad más  igualitaria. Ese es el desafío de los cuatro años que se abren, desafío  que tendrá la impronta de quien sellara a fuego un nuevo tiempo  argentino un día de mayo que, cuando la distancia lo permita, será  recordado como un parteaguas de la historia. Entre el 23 y el 27 de  octubre, y por esos caprichos del almanaque, en lo que va de una a otra  fecha, la del triunfo y la del recuerdo, la del compromiso y la de la  tristeza, se conjuga la pasión política que le abrazó el alma a Néstor  Kirchner y la voluntad de seguir ese mandato guardado en la memoria  popular y nacido en otro tiempo argentino por quien hoy, sola y  acompañada por millones, seguirá su propio camino para consolidar lo que  soñaron, siendo muy jóvenes, con su compañero de amor, vida e ideales.