Entrevista a Eduardo Galeano
“A Vargas Llosa no hay que hacerle el favor de atacarlo ni de tirarle huevos podridos”
El escritor uruguayo opina sobre la polémica que surgió con el Premio Nobel de Literatura, analiza el surgimiento del kirchnerismo en la Argentina y critica la decisión de “Pepe” Mujica de seguir instalando pasteras en Uruguay.
A partir de las primeras décadas del siglo XIX, Occidente comenzó a engendrar uno de los parásitos indisolubles del capitalismo contemporáneo: la burocracia. La literatura rusa de esa centuria, con Nikolái Gógol y Fiódor Dostoievski como referentes esenciales, puso en el centro de la escena a ese hombre aparentemente anónimo, apático y gris que era el empleado administrativo. Pero fue, posteriormente, en la obra de Franz Kafka, cuando lo burocrático apareció como un elemento omnipresente, capaz de atravesar todas las esferas de la vida social. A los tres escritores, la historia del siglo XX les daría la razón con creces. Los tres, sin dejar de estar condicionados por las complejidades de las distintas épocas que transitaron, fueron capaces de desentrañar uno de los rasgos más trágicos e inevitables de la era moderna.
Sin que sus reflexiones apuntaran directamente a un horizonte político, vislumbraron el sombrío desenlace que le esperaba a la humanidad a lo largo del siglo XX. El poder burocrático, el saber técnico-racional que le otorgó razón de ser no sólo se puso al servicio de dos guerras mundiales, sino que desfiguró a revoluciones que emergieron llenas de potencialidad creadora.
Pasada una década del siglo XXI, un escritor nacido en orillas alejadas y sureñas, de importancia ineludible para los pueblos que luchan y no se resignan, resiste a esa forma de vida desapasionada y gélida. Lejos de sentir indiferencia por el orden desigual que impone el sistema, en su faceta neoliberal actual, alguna vez Eduardo Galeano expresó que “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Caminante incansable a través de diversos géneros literarios, constructor de frases que se arraigaron en el imaginario militante, geólogo de la memoria olvidada de un continente debajo de capas cimentadas durante 500 años de opresión, Galeano mantiene una frescura y una sensibilidad extraordinarias. Llano y fraterno, simple y hondo, a la vez, de hablar pausado como buen oriental, el autor de El libro de los abrazos se entregó a una entrevista a fondo con Tiempo Argentino. Sin perder de vista el rumbo, se embarcó en un viaje con varias escalas: su relación con la escritura, la infancia, el exilio, la vida en Montevideo, la polémica que disparó la presencia del premio Nobel en la inauguración de la Feria del Libro, la actualidad política que vive Latinoamérica, los sucesos que conmueven a Medio Oriente y al Magreb e, incluso, motivado por su amor a la redonda, habló sobre el fútbol uruguayo, jugó para el lado de los que defienden la técnica y la fantasía, y les tiró un caño a los que sólo piensan en ganar a cualquier precio.
–En varias ocasiones afirmaste tener siempre el mismo pánico a la hoja en blanco, que escribir te cuesta tanto como la primera vez, ¿ese rasgo explica la vitalidad que mantiene tu escritura?
–Así parece. Siento el mismo pánico de la primera vez. Es la prueba de que no me jubilé ni me burocraticé. En el momento de ponerme a escribir me tiemblan las rodillas, transpiro y se me seca la boca como la primera vez. Es como no perder las ganas de hacer el amor e, incluso, sentir como sí fuera la primera vez. Al margen del paso del tiempo, de los muchos libros que escribí, cada página en blanco siempre va a ser la primera página, la primera vez, y así logro que mi escritura le escape a la rutina.
–¿Cuál es el recuerdo del botija que fuiste?
–Tuve una infancia muy mística. Tenía metida la certeza de una especie de deber espiritual. Estaba muy influenciado por la educación católica que recibí. Pero ya de adolescente tomé nota de que lo mío era el pecado (risas). También, como todos los uruguayos, quise ser jugador de fútbol pero era un patadura sin redención. Y ahí me quedé navegando sin agua, hasta que empecé a tratar de dibujar y escribir. Lo primero que publiqué fueron caricaturas políticas, a los 14 años, en el semanario socialista El Sol. Pero por ese lado no prosperaba mucho la cosa y empecé a escribir y a sentir ese pánico a la hoja en blanco que me persigue hasta hoy en día…
–¿Qué es lo que perduró de aquel niño y de aquella formación inicial en tu relación adulta con la escritura?
–Supongo que uno es la suma de todas esas búsquedas, que uno anda en la vida dando palos de ciego, hasta que encuentra algo que lo envuelve y lo apasiona. Lo que más me ha marcado son las ganas que tuve y sigo teniendo de pintar y dibujar. Eso lo pude resolver porque pinto escribiendo. Así sea narrar un hecho que ocurrió, una sensación o una idea, tengo que cerrar los ojos y verla como imagen. Si no consigo convertirla en imagen, no logro escribir sobre ella.
–¿Cuáles son los ejes y elementos más esenciales de tu obra?
–Ante todo, la libertad. Nunca me obligué a escribir nada, escribía y sigo escribiendo lo que voy sintiendo. Las pocas veces que cometí el imperdonable pecado de obligar a la mano a escribir lo que la conciencia dicta, nunca me sentí bien. El resultado no era espontáneo ni verdadero. Con los años fui adquiriendo ese derecho a escribir lo que siento de veras, y también la posibilidad material de hacerlo, porque tengo la suerte, el privilegio en este mundo, de que mi vocación coincide con mi trabajo. Vivo de lo que escribo. La mayoría de la gente vive a contracorazón, en actividades que no tienen nada que ver con lo que quisieran hacer.
–¿Cómo vas desarrollando el proceso de la escritura?
–Cada texto minúsculo, chiquito, de esos que me gustan escribir a mí, es el resultado de muchas tentativas. Escribo tachando. Eso me lo enseñó Juan Rulfo. El escritor admirado y el amigo fraterno. Nos conocimos hace muchos años, entre largas caminatas, charlas y silencios. Rulfo me mostraba los lápices que tienen la goma de borrar atrás y el grafo del otro lado, y señalando el culo del lápiz me decía: “Se escribe con este lado, y señalaba la goma, más que con este, y señalaba el grafo.” Luego, fui descubriendo un estilo propio. Construyo mosaicos en baldositas pequeñas, de diversos colores, que van armando una historia grande cuando se juntan entre ellas.
–¿Estás preparando un nuevo libro?
–Sí, escribo sin cesar porque es lo único que sé hacer. Pero soy muy lento, como las vacas uruguayas que son de parición lenta. Cada libro me lleva cuatro años, cinco, a veces más. Y no me gusta hablar de lo que escribo, porque después pierdo las ganas de escribir y de contar historias sí las cuento demasiadas veces.
–¿Qué significó el exilio en tu vida?
–El exilio nació como una penitencia y terminó como una etapa de creación muy importante. “Gracias” a la dictadura militar de mi país pude escribir la trilogía Memoria del fuego. Los milicos fueron casi los coautores, porque me obligaron a desprenderme de mis ocupaciones diarias. Ocurre que cuando uno está tan enganchado en las urgencias de la tarea cotidiana y, en aquel entonces yo estaba muy ocupado por el oficio periodístico y por tareas militantes, cuesta encontrar los huecos para la escritura más libre. Y el exilio me permitió armar ese rompecabezas de la historia americana que es Memoria…
–¿Por qué volviste a elegir a Montevideo como tu lugar en el mundo?
–Me gusta vivir en Montevideo. Es la ciudad donde nací, aunque no es por eso porque nadie te pregunta donde querés nacer. Pero, en verdad, elegiría una y otra vez a mi ciudad porque se puede respirar y caminar, dos derechos que no existen en otras ciudades importantes.
–Grandes escritores, de diversas ideologías, lograron que sus prejuicios, su mirada individual del mundo e, incluso, su posición política se vieran superados por la profundidad y amplitud de su obra. En el caso de la llamada literatura comprometida, ¿cómo lograr que la palabra no quede aprisionada por la realidad inmediata?
–Yo hago literatura comprometida, es lo mío. Me siento muy comprometido con el oficio literario que, para mí, es un oficio solidario. El peligro está siempre en el discurso de cotillón, en convertir lo que uno escribe en una pancarta y eso es completamente inútil, porque uno terminaría escribiendo mensajes para los convencidos. Y nada más que eso. La literatura que llega realmente es la que transmite misterio, electricidad de vida, y las ideas están adentro pero no se tienen que notar de un modo implícito. Por eso siempre digo que trato de plasmar una literatura senti-pensante. Mi lenguaje quiere ser capaz de unir a la razón y el corazón porque la literatura, cuando es nada más que pensante, corre el riesgo de ser frígida, y cuando es sólo sentimental, corre el riesgo de volverse cursi.
–En los últimos días se desató una polémica, en el ámbito intelectual y cultural nacional, acerca de la presencia de Mario Vargas Llosa en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires, ¿cuál es tu mirada al respecto?
–Creo que, en todos los planos de la vida, las prohibiciones prestigian lo que prohíben. A este señor no hay que hacerle el favor de atacarlo ni de tirarle huevos podridos porque, probablemente, es lo que más le conviene. La mejor publicidad que puede tener algo o alguien, un producto o una persona, lo que sea, es la prohibición. Los ejemplos históricos abundan. La ley seca fue el origen de la fortuna de Al Capone. Recuerdo, en mi caso, lo que paso con Las venas abiertas de América Latina. Apenas se publicó, nadie le hizo caso, ni mi familia lo leyó (risas). Hasta que las dictaduras militares lo prohibieron y, a partir de ese momento, súbitamente el libro empezó a ser interesante, y eso ocurrió como un año y pico luego de salir la primera edición.
–En esta última década, en esta parte del mundo surgieron varias experiencias políticas novedosas y transformadoras. ¿Cómo creés que se insertó, en esta época, la Argentina gobernada por el kirchnerismo?
–Es parte de una ola existente que me parece muy positiva. Por suerte, esto está ocurriendo en muchos lugares de la región. Hay una energía de cambio que está dando resultado, con las formas y realidades propias de cada país.
–¿Y por dónde pasan las posibilidades de cambio estructural para Latinoamérica?
–Hay que recordar que el país más independiente, del siglo XIX, fue el Paraguay de los López, aniquilado por no estar atado a la banca británica, sin depender de esos préstamos que estrangulaban la libertad. Fue el primer país que tuvo un desarrollo hacia dentro, no orientado al mercado mundial dominado por el imperio de turno. Este es un momento muy importante, porque después de aquellos años, se está recuperando progresivamente esa tradición de dignidad. Hay numerosos signos de que este es el camino para seguir avanzando. Hay que decir, también, que el patriotismo parece un privilegio de los países ricos, que predican el librecambismo para afuera pero son ultraproteccionistas puertas adentro. Cada vez que empezamos a preocuparnos por nosotros mismos, a defendernos, nos acusan de populistas, demagogos, porque buscan desgastar estos procesos políticos.
–¿Cuál es tu balance de lo que viene siendo la presidencia de Pepe Mujica en Uruguay?
–El balance es positivo, sin duda. Pero Uruguay está teniendo la contradicción que más me preocupa y que se encuentra en todos estos gobiernos con ganas de cambiar la Historia. Es la contradicción entre búsqueda de más justicia social y la causa ecológica. Les cuesta reconocer que los derechos de la naturaleza y los Derechos Humanos son dos nombres de la misma dignidad. Entonces, uno se encuentra con gobiernos que están aliviando la pobreza pero, por otro lado, siguen incurriendo en el tradicional pecado latinoamericano de entregar sus recursos a cambio de nada. En Uruguay, el gobierno de izquierda sigue recibiendo, como si emanaran del cielo, a las plantas de celulosa que arrasan la tierra, que envenenan el aire y te secan el agua. Eso es pan para hoy y hambre para mañana. Es algo que debe cambiarse en toda la región. Por suerte, ahora, países como Bolivia y Ecuador establecieron constitucionalmente que la naturaleza tiene derechos.
–¿Cómo analizás lo que está ocurriendo en Medio Oriente y en el norte de África actualmente? ¿Cuál es la responsabilidad de Occidente en esos acontecimientos?
–Es una sorpresa muy estimulante. Me parece estupendo ese reguero de fuego tan contagioso, que no hay quien lo pare. Nació de la paliza que recibió un vendedor ambulante de frutas y verduras en las calles de Túnez y se convirtió en un fuego popular que está quemando las estructuras de poder de un mundo muy despótico, enemigo de la libertad. Es un incendio emancipador que lleva adelante la gente que se hartó de ser nadie. Es una manera de decir que tienen derechos, que existen y que quieren terminar con esos regímenes absolutistas, absurdos. Dictaduras mimadas por los Estados Unidos y Europa por su riqueza petrolera.
–¿Cuáles son los mayores desafíos que atraviesa la izquierda contemporánea?
–La izquierda debe revitalizarse en la diversidad. Dejar atrás definitivamente los dogmas, la verdad única, los fundamentalismos y abrirse a la diversidad de la realidad. En eso me parece que se avanzó mucho. Se diluyeron ideas ridículas como aquella que sostenía que las mujeres se iban a liberar automáticamente cuando la clase obrera tomara el poder. Es una idea que ya no defiende nadie porque está claro que las mujeres se defienden por su cuenta. Otro dogma insostenible era el que profesaba que la única respuesta ante la omnipotencia del mercado era la omnipotencia del Estado. Esto derivó en la burocratización total de esos países. Por suerte, la Historia no dice adiós, dice hasta luego, y las experiencias resucitan y se transfiguran.
TIEMPO ARGENTINO
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