sábado, 28 de enero de 2012

Otra vez los rulos




Poquísimas personas pueden saber hoy si Cristina Fernández aceptaría tras un eventual operativo clamor, habilitar de uno u otro modo la posibilidad de un nuevo mandato. 
 
El vicepresidente Amado Boudou dice que una reforma constitucional no está hoy en agenda, pero desconoce si lo estará mañana. Obviamente no es adivino y eso sólo lo sabe Cristina Fernández, que el 1 de marzo pasado les dijo a diputados y senadores reunidos en la Asamblea Legislativa que “no se hagan los rulos”, porque aún no había anunciado siquiera si sería candidata a la reelección.
Pero luego no sólo fue candidata, sino reelegida con el 54% de los votos. Era sensato que la presidenta no quisiera poner los caballos delante del carro, pero la situación es hoy un tanto distinta.
También advirtió aquella mañana en el Congreso que no podía imaginar una reforma constitucional como la que había planteado la diputada Diana Conti y que requiere los votos de los dos tercios de ambas cámaras legislativas, si ni siquiera había tenido los votos de la Cámara Baja para aprobar el Presupuesto Nacional. Pero ese escenario también fue trastocado por la arrasadora elección que acercó al oficialismo al quórum propio en ambas cámaras. En fin, una de aquellas limitaciones desapareció y la otra se diluyó considerablemente.
La estrechez que impone la  crisis del capitalismo mundial puede resultar ahora el mayor impedimento para la viabilidad política de una reforma constitucional, que obviamente debe contar con un amplio apoyo popular.   
Pero mientras el gobierno intenta amortiguar el impacto de la crisis, no pocos kirchneristas padecen el síndrome del boleto picado. Nadie sabe hoy cómo seguiría la película más allá del 2015 y muchos temen un retroceso.
Algunas filtraciones del almuerzo que el jueves pasado compartieron en Mar del Plata, Boudou, Aníbal Fernández, Gabriel Mariotto, Carlos Kunkel, dirigentes de La Cámpora y una veintena de intendentes, indicaron que allí sobrevoló la idea de una reforma constitucional y se evaluó que para instalar la cuestión no se deberían esperar tres años.    
En verdad, es difícil que semejante posibilidad se debata francamente antes de la elección legislativa del año que viene.
Amortiguados los efectos locales de la crisis internacional y con un nuevo triunfo oficialista en la mano, la instalación de una reforma constitucional tendría más plafond que hoy.  No sólo porque el kirchnerismo podría al menos acercarse entonces a los dos tercios requeridos constitucionalmente para votar en el Parlamento una ley de necesidad de la reforma, sino por el efecto político de una eventual nueva victoria.
Con 84 diputados conjurados contra la reforma, el radicalismo podría haber vetado  la reelección de Carlos Menem en el Congreso en 1994. Pero los triunfos electorales del ’89, ’91 y ’93 le dieron al riojano una preeminencia política que instaló el clima favorable para el Pacto de Olivos. Raúl Alfonsín prefirió negociar espacios institucionales para la UCR, antes que mantenerse en la negativa. Pero sea como fuere, sólo con un marco político propicio, puede llegarse con éxito a una operación de ingeniería institucional mayúscula, como es modificar la Constitución.  En cambio, cuando Menem se atrevió a aspirar a la re-reelección, las condiciones político-económicas ya eran otras y el riojano no obtuvo el plafond que había conseguido cuatro años antes. Con sus diferencias, el recuerdo vale al menos de experiencia.
El primero en hablar el año pasado de una reforma constitucional fue el ministro de la Corte Suprema de Justicia, Eugenio Zaffaroni. El prestigioso jurista cree que a la Argentina le iría mejor un sistema parlamentario que el presidencialismo actual.
Zaffaroni fue convencional constituyente por el Frente Grande en 1994, pero la redistribución del poder político en aquella reforma fue blindada por radicales y menemistas, en un container que se llamó “núcleo de coincidencias básicas”, en el cual nadie podía meter mano.
Hoy la historia le daría a Zaffaroni un espacio totalmente distinto y ello explica que haya dicho que renunciaría a la Corte Suprema para dedicarse a ese proyecto. En términos personales, coronaría una carrera profesional brillante. Pero aunque con independencia, Zaffaroni tiene ideas afines a las que hoy expresa el kirchnerismo. Por otra parte, cualquier jurista de peso sabe que plantear una reforma constitucional sin el consiguiente liderazgo político que lo avale, es como un saludo a la bandera.  
El magistrado imagina un sistema institucional similar al de algunos países europeos, en el que la centralidad de las decisiones recae por delegación del Congreso en el primer ministro. Para ese nuevo rango constitucional, no existirían las limitaciones que hoy pesan sobre Cristina Fernández.
Por el momento, los tanteos entre los dirigentes kirchneristas son sumamente sigilosos, porque ningún dirigente oficialista quiere exponerse por desbocado a un reto presidencial.
Poquísimas personas pueden saber hoy si Cristina Fernández aceptaría, tras un eventual operativo clamor, habilitar de uno u otro modo la posibilidad de un nuevo mandato. Se trata de una dirigente a la que la política le dio ya los más altos honores, y de una mujer a la cual la misma pasión le quitó a su compañero. La presidenta confesó que lloró cuando su médico le dijo después de la operación que no tenía cáncer. Acababa de transitar una experiencia límite que ha llevado a muchos pacientes a repensar su vida por completo. Pero no es para nada descartable que las circunstancias la presionen en el sentido opuesto a sus deseos, como puede haber ocurrido al aceptar la reelección.
El año pasado, a poco de anunciar que volvería a postularse, Cristina confesó que no podía tirar por la borda todo el esfuerzo realizado por Néstor Kirchner y por ella misma. La muerte de su compañero quebró la estrategia de alternancia que habían imaginado y la dejó sin chances.
La historia muestra que los avances producidos por los gobiernos populares fueron borrados de un plumazo por los conservadores o liberales. Sobran los ejemplos: federales y unitarios, radicales  y conservadores, peronistas y gorilas. Por la vía de los golpes militares o de mercado, la derecha siempre consiguió retrotraer los avances progresistas. Ese es el fantasma que más perturba a los kirchneristas.
El síndrome se agudiza porque, por el momento, Cristina Fernández no tiene un delfín que garantice la continuidad del modelo. Y posee en cambio adversarios internos y externos, que si llegaran a la Rosada desandarían gustosos el camino emprendido en 2003.
El dirigente justicialista con mayor anclaje territorial, Daniel Scioli, parece haber iniciado un lento camino de diferenciación y autonomía de la Casa Rosada. Primero fue el picadito con Mauricio Macri y después la llamada a Hugo Moyano para que revea su renuncia a los cargos en el Partido Justicialista. No es descabellado pensar que las manifestaciones autónomas de Scioli estén vinculadas a los rumores de reforma. El gobernador bonaerense está convencido de que el próximo es su turno. Y tiene derecho. Pero los sectores más progresistas del kirchnerismo recelan de las intenciones políticas de Scioli. Y también tienen razones. 
TIEMPO ARGENTINO

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