domingo, 3 de marzo de 2013


Emanuela

Por Santiago O’Donnell
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La renuncia del papa es un golpe a la fe y a la espiritualidad tan fuerte que la palabra “renuncia” no termina de dar la dimensión de lo que acaba de suceder en la mayor religión organizada de Occidente. Es como si el Iluminismo del siglo XVIII terminara de imponerse, recién ahora, al pensamiento religioso de la Edad Media: del oscurantismo a la luz, de la opacidad a la transparencia, de los excesos y la perversión al reconocimiento y el castigo. Mientras la vida espiritual crece por fuera de los cánones habituales como respuesta a una sociedad consumista y drogada que no encuentra respuestas para la crisis del capitalismo, la Iglesia Católica busca recomponerse desde sus cimientos. En un ámbito donde el voto de silencio, el misterio divino y el secreto de confesión son valores trascendentes, la Iglesia tendrá que cambiar sin cambiar, lo cual no es fácil, o desaparecerá o será otra cosa.
El papa renunció en latín y sólo él sabe, si es que sabe, por qué se bajó, borró, abdicó, en fin, habría que inventar una palabra. Pero según los vaticanistas, fue consecuencia de una megafiltración que aquejó a la Iglesia el año pasado, llamada Vatileaks. Involucra al ya famoso mayordomo del papa, pero también a varios encumbrados obispos y cardenales. La decisión del papa se habría precipitado a partir del informe de los Vatileaks que le presentaron a Benedicto XVI los tres purpurados encargados de investigar el tema, incluyendo el jefe de seguridad del Vaticano, en marzo del año pasado. De ese informe, que sólo conocen Benedicto XVI y los tres cardenales que lo escribieron, habría trascendido que aparecen evidencias de feroces luchas de poder centradas en el cardenal Tarciso Bertone, hoy jefe interino de la Iglesia, desfalcos económicos y conducta sexual incompatible con la institución. También, probablemente, cosas peores. Sin lo que todavía no se sabe, es difícil entender la decisión del ya ex papa Ratzinger.
Julian Assange, un experto en revelar secretos ajenos incómodos, me dijo en una entrevista el año pasado que quizá ninguna institución guarda secretos más valiosos para la humanidad que la Iglesia Católica en las herméticas bibliotecas del Vaticano. “Los archivos secretos del Vaticano son completamente secretos”, señaló el fundador de Wikileaks. “Qué tesoro histórico representan volviendo atrás más de mil años, escondiendo tremendas injusticias, algunas de las cuales conocemos, como el encarcelamiento de Galileo y los crímenes de la Inquisición, por sólo nombrar algunas de esas injusticias.”
Sin necesidad de retroceder tanto en el tiempo, uno de los grandes misterios de la Iglesia es el de la desaparición de Emanuela Orlandi, una niña de quince años, hija de un maestro de escuela que enseñaba en la Santa Sede. Emanuela vivía en el Vaticano y fue secuestrada en junio de 1983, durante el papado de Juan Pablo II, mientras iba a su casa después de tomar una clase de flauta en un conservatorio ubicado frente a la basílica San Apollinare, en el centro de Roma. Acaso se trate de una simple anécdota, un infortunio, en todos lados desaparecen personas. Pero hay algo sobre la historia de Emanuela que ha dado lugar a todo tipo de especulaciones en la prensa italiana: cientos de artículos, docenas de programas de televisión y varios libros a lo largo de los años. Por alguna razón la causa judicial de Emanuela, que fue cerrada y reabierta varias veces, cobró impulso a partir de los Vatileaks. Cuatro testigos declararon esta semana, la misma en que Benedicto XVI dejó de ser papa. Por alguna razón, Pedro, el hermano de Emanuela, está convencido de que la renuncia del papa finalmente iluminará la verdad.
Una de las primeras pistas sobre el secuestro de Emanuela le apunta al mafioso italiano Enrico De Pedis, uno de los más famosos y sangrientos gangsters italianos de los años ’80. De Pedis, muerto a balazos en 1990, fue enterrado en el interior de la basílica de San Apollinare, propiedad del Vaticano, entre restos de papas y cardenales. Una investigación de 1999 sobre por qué De Pedis fue enterrado ahí determinó que habría sido una devolución de favores por haber frenado los ataques de la mafia en contra del Vaticano, incluyendo el secuestro y asesinato de Emanuela. Además, según la investigación, De Pedis le habría donado 660 mil dólares a un influyente cardenal para asegurarse su nicho en la basílica.
Pero según la hermana de Emanuela, Nicolina, más que protector de la Iglesia, De Pedis habría sido el secuestrador de su hermana. Nicolina declaró que 24 horas después del secuestro, la policía elaboró un croquis a partir del testimonio de un vigilador del Senado italiano que habría presenciado el secuestro. Según la hermana de Emanuela, la imagen del croquis era prácticamente una réplica del rostro de De Pedis. Así, las primeras especulaciones señalaban que el secuestro había sido una venganza de la mafia en contra del Vaticano por haber perdido varios millones en la caída fraudulenta del Banco Ambrosiano, en 1982, del cual el Vaticano era un accionista clave.
Poco tiempo después surgió la “pista turca”: la familia de Emanuela recibió varias llamadas anónimas de personas ofreciendo canjear a la niña secuestrada por Ali Agca, preso por haber disparado contra Juan Pablo II en Plaza San Pedro dos años antes, en 1981. Un ex agente de la policía secreta de Alemania Oriental declaró años más tarde que esas llamadas provinieron de su oficina, “por orden de Moscú”, para desviar la atención de un grupo de agentes búlgaros que figuraban en la lista de sospechosos.
Entre las llamadas anónimas que recibió la familia de Emanuela después del secuestro había una voz con fuerte acento norteamericano, que la policía de entonces bautizó como El Americano. El entonces subdirector de los Servicios Secretos Civiles italianos, Vicenso Parisi, escribió en un documento que permaneció clasificado hasta 1995 que El Americano era el cardenal estadounidense hoy fallecido Paul Marcinkus, ex director del Banco Vaticano, conocido como “el banquero de Dios,” protagonista principal del escándalo del Banco Ambrosiano, quien sólo pudo evitar la cárcel por la protección judicial y diplomática que recibió del Vaticano.
En 2005, un llamado anónimo a un programa de televisión dijo que Emanuela había sido enterrada en la tumba de De Pedis, Tres años más tarde, una ex amante de De Pedis declaró que el mafioso había asesinado a Emanuela por orden de Marcinkus y su cadáver fue desechado en una hormigonera en las afueras de Roma. Ese testimonio reabrió la causa, que había sido archivada en 1997 por falta de pruebas.
Las revelaciones de los Vatileaks, a partir de marzo del año pasado, dieron un nuevo impulso a la investigación, ya que varios documentos filtrados mencionaban a Emanuela. Uno de ellos es una carta reservada de Giampiero Gloder, uno de los sacerdotes que ayudaban al papa a redactar sus textos. En su nota reservada, Gloder aconseja al pontífice no mencionar a Emanuela para no darles aliento a quienes acusan al Vaticano de ocultar información sobre el caso. Semanas más tarde estalló una bomba: el sacerdote Gabriel Amorth, jefe de exorcistas del Vaticano y uno de los investigadores del caso Orlandi, declaró que Emanuela había sido convertida en una esclava sexual, usada en varias orgías en el Vaticano y luego asesinada. “Fue un crimen de naturaleza sexual”, declaró. Esa la pista que ahora sigue la Justicia italiana.
Las declaraciones del exorcista llevaron a la exhumación del cadáver de De Pedis. Debajo de la tumba del mafioso se encontraron restos humanos que parecen ser de otros tiempos, pero los investigadores no descartan nada. Los exámenes de ADN estarían listos el mes que viene.
Mientras tanto, el año pasado se publicaron dos libros sobre Emanuela, que sugieren que la adolescente habría sido parte de las llamadas “familias negras”, de hijos de religiosos discretamente reubicados en familias de empleados del Vaticano, una leyenda popular nunca comprobada. Un libro novelado insinúa que Emanuela era hija de Juan Pablo II. El otro dice que Emanuela sería hija de Marcinkus y de una hermana de su madre reconocida. También salió un libro del hermano de Emanuela, Pedro, que acusa al Vaticano de encubrimiento. Pedro Orlandi está convencido de que el arzobispo Piero Vergari, rector de la Basílica de San Apollinare, participó en o encubrió el secuestro de su hermana. Vergari ha sido imputado de secuestro y asesinato por el fiscal Giancarlo Capaldo en la causa que lleva la jueza Cristina Cattaneo. Tras una infructuosa reunión con el vocero papal Federico Lombardi, el año pasado, el hermano de Emanuela escribió una solicitada pidiendo que el Vaticano diga lo que sabe sobre su hermana, a la que adhirieron ya más de cien mil firmas.
El sábado pasado, horas después de la declaración de los testigos en el juzgado de Cattaneo, Pedro Orlandi acudió a la Plaza San Pedro. Llevaba un cuadro enmarcado con la foto de Emanuela. Dos días antes le había escrito una carta al papa pidiéndole que mencionara a su hermana y pidiera una oración por ella en su último ángelus.
Pero Ratzinger no nombró ni se refirió a Emanuela en su homilía final. Fue un golpe duro para el hermano. Sin embargo, como millones de católicos sacudidos por lo que pasa en estos días, Pedro Orlandi no pierde la fe. “Es una lástima que no haya nombrado a mi hermana –dijo después del rito–. Pero el papa debe saber que la verdad será revelada.”
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