lunes, 13 de mayo de 2013

liderazgo


La izquierda y Thatcher

La revisión de la figura organizadora de Margaret Thatcher, y su liderazgo autoritario, tantas veces criticados, plantea interrogantes sobre cómo balancear la auto-organización de las personas y su necesidad de creer ciegamente en las formas institucionalizadas de la democracia representativa.
Traducción de Pablo E. Chacón.
En las últimas páginas de su monumental Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill reflexiona sobre el enigma de una decisión militar: después de que los especialistas (analistas económicos, psicólogos, meteorólogos) proponen su análisis, alguien debe asumir el simple, y por esa misma razón más difícil, acto de transposición en un simple sí o no. Este gesto, que nunca puede ser plenamente fundamentado, es el de un maestro. Corresponde a los expertos presentar la situación, y al maestro simplificar en un punto de decisión.

El maestro es necesario especialmente en situaciones de crisis. Su función es dividir entre quienes quieren insistir con viejos parámetros y los que son conscientes de la necesidad de un cambio. Esta división, no los compromisos oportunistas, es el único camino hacia la verdadera unidad. Tomemos un ejemplo que seguramente no es problemático: Francia en 1940. Incluso Jacques Duclos, el segundo hombre del Partido Comunista Francés, admitió en una conversación privada, que si en ese momento se hubieran celebrado elecciones libres en ese país, el mariscal Pétain habría ganado con el 90 por ciento de los votos. Cuando De Gaulle, en su acto histórico, se negó a reconocer la capitulación frente a los alemanes y siguió resistiendo, afirmó que solo era él, y no el régimen de Vichy, el que hablaba en nombre de la verdadera Francia (en nombre de la verdadera Francia, no en nombre de la “mayoría de los franceses”).
"El otro aspecto de Thatcher criticado por la izquierda era su liderazgo autoritario, su falta de coordinación democrática. Sin embargo, las cosas son más complejas."

Margaret Thatcher, la dama de hierro, era un maestro. Fiel a sus decisiones, elevó gradualmente su singular locura bajo normas aceptables. Cuando se le preguntó sobre su mayor logro, respondió: “Nuevo Laborismo”. Su triunfo incluyó que sus enemigos políticos adoptaran sus políticas económicas básicas -el verdadero triunfo no es la victoria sobre el enemigo, sino que se produce cuando el enemigo comienza a usar una lengua ajena.

Entonces, ¿qué queda del legado de Thatcher cuando la hegemonía neoliberal se cae a pedazos? Ella fue la única que creyó en sus ideas. El neoliberalismo de hoy, por el contrario, “solo imagina que cree en sí mismo y exige que el mundo debe imaginar lo mismo” (para citar a Marx). En la actualidad, solo campean el cinismo y la corrupción.

El neoliberalismo, ¿se mantuvo solo para soportar la quiebra de Enron, en enero de 2002 (al igual que en todas las crisis financieras que siguieron), si es que se lo puede interpretar como un comentario irónico sobre la noción de sociedad del riesgo? Miles de empleados que perdieron sus puestos de trabajo y los ahorros fueron ciertamente expuestos a un riesgo, pero sin verdadera opción -el riesgo se les apareció como un destino ciego-. Quienes efectivamente tenían una idea de los riesgos, así como la posibilidad de intervenir en la situación (los directivos), minimizaron (sus riesgos) en acciones y opciones…antes de la quiebra. Es cierto que vivimos en la sociedad del riesgo, pero algunos (los directivos) pueden elegir, mientras que la gente común tuvo que pagar –los que pudieron- las hipotecas. Es decir: arriesgarse.

Una de las consecuencias extrañas de la crisis financiera y las medidas adoptadas para contrarrestarla (enormes sumas de dinero para ayudar a los bancos) fue la reactivación de la obra de Ayn Rand, la ideóloga del concepto "la codicia es buena", que disparó las ventas de La rebelión de Atlas . Según algunos informes, ya hay señales de que el escenario descrito en ese libelo -los capitalistas que van a la huelga- está creciendo. En esa ficción, John Campbell, un congresista republicano, dice: “Los triunfadores van a la huelga. Estoy viendo, en un nivel pequeño, una especie de protesta de personas que crean puestos de trabajo (…) y que se están retirando porque serán castigados por ello”.

El otro aspecto de Thatcher criticado por la izquierda era su liderazgo autoritario, su falta de coordinación democrática. Sin embargo, las cosas son más complejas. Las protestas populares en curso en toda Europa convergen en una serie de demandas que forman una especie de obstáculo epistemológico respecto de la crisis del sistema político. Esto puede leerse como una versión de la política deleuziana: la gente sabe lo que quiere, es capaz de descubrir y formular esto, pero solo a través de su propio compromiso y actividad continua. Así que tenemos una democracia participativa activa, no solo la democracia representativa, con su ritual electoral que cada cuatro años se interrumpe la pasividad de los votantes. Esto es, es necesaria la auto-organización de la multitud, no un partido leninista centralizado en un líder.

Hay en todos los momentos de éxtasis revolucionario un proceso de solidaridad de grupo. Cuando cientos de miles de personas ocupan un lugar público, como en la plaza Tahrir hace dos años, existe un momento de participación colectiva donde se debate y decide. Las personas viven un estado de emergencia permanente, tomando las cosas en sus propias manos, sin líderes. Pero tales estados no duran, y el cansancio no es aquí un hecho psicológico sino una categoría de la ontología social.

La gran mayoría -yo incluido- quiere ser pasiva, depender de un aparato estatal eficiente para garantizar el trabajo en paz. Walter Lippmann escribió en suOpinión Pública (1922) que la manada de los ciudadanos debe ser gobernada por una clase especializada cuyos intereses llegar más allá de la localidad. Este es el funcionamiento de las democracias, con nuestro consentimiento: no hay ningún misterio en lo que decía Lippmann. El misterio es que a sabiendas, nos jugamos el juego. Actuamos como si fuéramos libres y decidiéramos no sólo aceptar sino también exigir un requerimiento judicial invisible (inscripto en la misma libertad de expresión) que nos dice qué hacer y pensar.
"Lo que hoy se necesita es una Thatcher de izquierda, capaz de transformar el campo de los presupuestos compartidos por la élite política y sus prejuicios ideológicos."

En cuanto a la auto-organización molecular contra el orden jerárquico sostenido en referencia a un líder, nótese la ironía de que Venezuela, un país elogiado por sus intentos de desarrollar formas de democracia directa (consejos locales, cooperativas, trabajadores que ejecutan fábricas), es también un país cuyo presidente era Hugo Chávez, un fuerte líder carismático. Es como si la regla freudiana de la transferencia se desplazara al trabajo: para que las personas puedan ir más allá de sí mismas, salir de la política representativa y participar como agentes políticos directos, es necesaria la referencia a un líder, un líder que les permite salir por sí mismos del pantano como el barón Munchhausen, un líder que supone saber lo que quieren. Alain Badiou señaló recientemente cómo las redes sociales socavan al maestro clásico, y al mismo tiempo generan nuevas formas de dominación. La tesis de Badiou es que un sujeto necesita un maestro para elevarse por encima del animal humano: el maestro ayuda al individuo a convertirse en sujeto. Es decir, si se admite que el tema surge de la tensión entre el individuo y la universalidad, entonces es obvio que el primero necesita una mediación, y con ello a la autoridad, a fin de avanzar por ese camino. Badiou no duda en plantear esa opción.

Debemos seguir sin miedo su sugerencia: para despertar a las personas del sueño democrático, de su confianza ciega en las formas institucionalizadas de la democracia representativa, los recursos para dirigir la autoorganización no son suficientes: hace falta una nueva figura del maestro.

No hay nada intrínsecamente “fascista” en este argumento -la suprema paradoja de la dinámica política es que se necesita un maestro para ayudar a las personas a salir del atolladero de su inercia y orientarlas hacia la auto-trascendencia emancipatoria.

Lo que hoy se necesita es una Thatcher de izquierda, capaz de transformar el campo de los presupuestos compartidos por la élite política y sus prejuicios ideológicos.


*Gentileza de Slavoj Zizek y New Statesman.
TELAM

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