lunes, 3 de junio de 2013

Opinión.


Un mayo memorioso para las Fuerzas Armadas




“Cualquier destino, por largo y complicado que sea,
Opinión.
consta en realidad de un solo momento; el momento
en que el hombre sabe para siempre quién es.” 

Jorge Luis Borges.
La muerte de Jorge Rafael Videla no fue un hecho que alterara demasiado la vida de los argentinos. No obstante trajo consigo una serie de reflexiones, recuerdos y opiniones sobre quien, probablemente, haya sido el hombre más odiado de la Argentina, de acuerdo al veredicto común de la calle, más elocuente que cualquier dato estadístico. La dificultad para que sus restos mortales fueran admitidos en los cementerios, corrobora esta afirmación.
Su muerte generó distintas formas de expresarse, pero hasta los más directa y cruelmente afectados, como Estela de Carlotto, coincidieron en que ninguna muerte se festeja. Esa es una lección de la democracia.
Durante mi primer año del Colegio Militar y parte del segundo curso, Videla fue director del Colegio. Para un cadete de escasos 16 años, el máximo decisor era tan importante como lejano y de quien en sus esporádicas apariciones esperábamos noticias que alentaran nuestra sacrificada vida de internados. Seguramente la historia posterior influirá en mi percepción, sobre su parquedad, formalidad excesiva y sus discursos vacíos de contenido pero plagados de términos desproporcionados para el tema que tratara.
Es mi opinión, Videla creyó liderar un proceso, creyó que era su momento, pero no tenía predicamento ni siquiera en las Fuerzas Armadas y fue sólo dependiente del establishment. Ignoró la lección que quizá tuviera más a mano, la de Jesús de Nazaret, quien mostró al mundo que para liderar una revolución no necesitaba un cargo sacerdotal ni depender del grupo dominante sino que precisaba el apoyo de los más desposeídos. Muchos adjetivos podrían agregarse pero ya no vale la pena. Sólo que Videla tuvo responsabilidad por acción y por omisión. Fue actor principal de la peor tragedia argentina. Las órdenes más precisas y duras fueron dadas durante su período, hipotecó el futuro de la Patria y por supuesto el de las Fuerzas Armadas que creía su sustento moral. Paradójicamente, el primer muerto de la dictadura fue un militar, el teniente coronel retirado Bernardo Alberte, al que arrojaron desde un balcón. Otros camaradas sufrieron allanamientos y persecuciones.
Sus generales habían tomado la institución como propia y se privilegió a los ideológicamente adeptos antes que a la capacidad. El mando era despótico. Muchos cuadros valiosos fueron pasados a retiro o relegados a puestos secundarios. Quedaron al frente los menos amigos de la democracia, lo que a posteriori sería un grave error estratégico. La institución armada fue manipulada, tentada y prohijada por las elites gobernantes para su propio beneficio y el plan económico de Martínez de Hoz tiraba por tierra años de proceso industrializador.
Afirmo –y sólo desde mi modesto escritorio de general retirado, sin pretensiones de ejercer representación alguna– que el Ejército de hoy ha dado pruebas de la profundidad de sus convicciones, ha aprendido a mirar hacia el futuro despojándose del rencor, la desconfianza y los prejuicios que inexorablemente lo esclavizaban a una parte de su pasado, cuyas motivaciones ya no comparte y que, por supuesto, no lo representa.
Pero los depositarios del ideal sanmartiniano, los miles de militares que no estuvieron ni están de acuerdo con ese proceso, los héroes de Malvinas, los genios ingenieros militares, los cascos azules, los que trabajan en la Antártida o en zonas fronterizas desérticas, impulsan a sus integrantes a no eludir responsabilidades, a enfrentar los desafíos con equilibrio, sin distorsiones ni voluntarismo, con independencia de juicio y sin actitudes intolerantes que impidan ver las realidades de épocas oscuras.
El Ejército es una institución confiable para el pueblo argentino y firme sostén de los valores democráticos y de las instituciones de la República, para lo cual es imprescindible el ejercicio de la memoria, para que nos mantenga frescas las enseñanzas de la historia.
Por eso, con el respeto que me merece el gobernador de Córdoba, José Manuel De la Sota, por su calidad de mandatario electo por el pueblo y su profesión de abogado, aunque sólo soy un aficionado a la política, me permito disentir con su propuesta de “quebrar la coalición de torturadores del terrorismo de Estado” ofreciendo reducción de penas a los condenados. Las proposiciones de reconciliación no son buenas sino parten del agredido, si no lo representan. ¿Cómo podemos llevar a las Madres y Abuelas a negociar con los que mataron a sus hijos? ¿Se puede establecer una política de reconciliación? ¿Podríamos decirle a la familia del teniente coronel Alberte que perdone a quienes lo tiraron? A todos nos gustaría que nada de esto hubiera pasado.
Hubiese preferido no tener que lamentar muertos, desaparecidos, militares presos ni familias destruidas. Tampoco aportaría transparencia al proceso democrático, en una etapa donde las instituciones funcionan. En momentos donde la ciudadanía reclama seguridad, no sería propicio el antecedente de negociar con quienes han delinquido.
No creo que la política de Memoria, Verdad y Justicia sea “la del resentimiento”. El Ejército la incluyó en su vida institucional y adhiere en los actos del 24 de marzo. La declamó públicamente, colaboró en la construcción de monumentos alusivos a la fecha y hasta invitó a Abuelas de Plaza de Mayo a hablar con sus jefes porque se siente cronológica y éticamente distanciado de ese período nefasto. Las nuevas generaciones de soldados, tras haber tenido que cargar en sus vidas tantos desaciertos –no sólo de quienes no supieron respetar las leyes, sino de quienes hasta hoy con sus expresiones desacertadas siguieron comprometiendo su historia– trabajan ilusionadas, confiadas y con hombres que, con mucho sacrificio y privaciones, conducen sus organizaciones sin esperar a cambio más que el reconocimiento de la sociedad a la cual sirven y de la que nutren sus filas.
Por eso creo que resultó una gesto muy gratificante, el agradecimiento de la Presidenta de la Nación, en los actos conmemorativos del 25 de Mayo en la Plaza: “Quiero que tomemos ese ejemplo, cómo se volcó el pueblo solidario y también algo maravilloso que me llenó el corazón y que fue ver trabajar a miles y miles de jóvenes de la política, de las iglesias junto a los hombres de las Fuerzas Armadas, porque ¿saben qué?, yo estoy segura de que quienes pergeñaron ese golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 buscaron premeditadamente que un río de sangre separara al pueblo de la Fuerzas Armadas”.
Este Mayo revolvió nuestros pensamientos, nuestra memoria y nuestras obligaciones, porque la Patria es algo más que nuestras vidas, y aspiramos a sacarles a las nuevas generaciones militares la culpa colectiva que pretendieron los jerarcas de la dictadura.
MIRADAS AL SURAño 6. Edición número 263. Domingo 2 de junio de 2013

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